¿Quiénes son los mercados?
Cuando se habla en los medios de comunicación de las exigencias de “los mercados”, en realidad no se hace referencia a los mercados en general, sino a un tipo muy particular de mercados que presentan hoy día una enorme importancia: los mercados financieros.
Al igual que el resto de mercados, los mercados financieros son espacios (físicos o virtuales) donde se intercambian un determinado tipo de productos: títulos financieros. En teoría, los mercados financieros cumplen un papel esencial en una economía capitalista: facilitan que se encuentren agentes con necesidades de financiación (administraciones públicas, empresas u hogares), con otros que están dispuestos a utilizar sus ahorros para proporcionar a los primeros dicha financiación. De este modo, los títulos intercambiados en los mercados financieros son títulos que conllevan derechos futuros de cobro para quienes ponen a disposición de otros agentes sus ahorros. No obstante, los mercados financieros desregulados no se limitan a cumplir esta función, presentando también una tendencia intrínseca a acumular “capital ficticio” y a generar burbujas desconectadas de la economía real que, al estallar, provocan graves crisis financieras.
Los tipos de mercados financieros y de títulos intercambiados son muy amplios. Los cuatro más importantes son deuda, acciones, divisas y derivados. Los títulos de deuda son emitidos por gobiernos (deuda pública) y grandes empresas (deuda privada) con la finalidad de financiar sus actividades; además, en estos mercados se convierten en títulos negociables los créditos concedidos por los bancos comerciales (como sucedió con los títulos asociados a las hipotecas subprime). En segundo lugar, en los mercados bursátiles se intercambian acciones emitidas por empresas que cotizan, cuya propiedad da derecho a una parte del beneficio de la empresa correspondiente (dividendos). En tercer lugar, en los mercados de divisas se intercambian unas monedas nacionales por otras. A este mercado acuden las empresas, los inversores, los bancos centrales o los hogares cuando necesitan comprar moneda extranjera para sus actividades. Por último, los mercados de productos “derivados” surgieron impulsados por aquellos agentes económicos que buscaban protegerse de posibles variaciones en los precios, los tipos de interés, los tipos de cambio de las distintas monedas o los índices bursátiles. Así, estos “derivados” se negocian tomando como base otros activos ya existentes (acciones, títulos de deuda, préstamos, divisas, etc.), sobre los que se establecen determinados contratos en función de su evolución futura.
Como resultado de la aplicación de las políticas neoliberales durante las décadas de 1980, 1990 y 2000 –particularmente la liberalización y desreglamentación del sector financiero, así como los procesos de privatización y apertura externa de las economías–, los mercados financieros han experimentado un trepidante desarrollo y una fuerte internacionalización. Entre 1986 y 2004 el PIB mundial se multiplicó por tres y las exportaciones de bienes y servicios por cinco, mientras que las emisiones internacionales de títulos (deuda y acciones) se multiplicaron por siete, los préstamos bancarios internacionales por ocho, el intercambio medio de divisas por nueve, y el mercado de productos derivados por noventa y ocho, según datos de Bustelo (2007).
De este modo, la dimensión de estos mercados ha llegado a ser enorme, muy superior en ocasiones a la de la propia actividad productiva a la que supuestamente financian. Así, por ejemplo, a mediados de la década de 2000 el volumen de divisas negociadas en un solo día era sesenta veces superior a la cifra de importaciones mundiales diarias, y ochocientas veces superior al volumen de inversiones extranjeras directas que se efectúan en un día (Álvarez y Medialdea, 2010).
Durante las últimas tres décadas ha ido cambiando además la propia lógica del funcionamiento financiero. Los procesos de desreglamentación han permitido que los inversores financieros puedan concentrar sus operaciones, más allá de los procesos de financiación de la actividad productiva, en obtener ganancias con la compra-venta a corto plazo de los títulos de deuda, de las acciones, o de las divisas. Estos inversores han podido encontrar en el ámbito financiero rentabilidades muy superiores a las proporcionadas en el terreno de la economía real (aquejada de dificultades recurrentes desde hace décadas como consecuencia de las contradicciones del capitalismo).
Una vez explicado “qué” son los mercados financieros, la pregunta fundamental es: ¿quién los dirige? En estos mercados intervienen un gran número de actores. Sin embargo, son unos pocos los inversores que concentran la mayoría de los activos, de las transacciones y, en definitiva, del poder. Estos son fundamentalmente los grandes bancos (bancos comerciales y bancos de inversión), los inversores institucionales y las agencias de calificación (ver pregunta 2).
Los grandes bancos comerciales, tanto americanos (Citigroup, JP Morgan Chase, Bank of America) como europeos (Barclays, UBS, HSBC, Deutsche Bank, BNP Paribas, Santander, BBVA), son quienes otorgan la mayoría de los préstamos utilizados para adquirir títulos financieros, además de realizar ellos mismos multitud de operaciones diversas y de emitir títulos propios que se negocian en los mercados. En EEUU destacan además los grandes bancos de inversión, si bien este sector –por estar situado precisamente en los segmentos más activos y especulativos– ha quedado profundamente reestructurado tras la crisis de 2008: Lehman Brothers quebró, Bear Stearns y Merrill Lynch tuvieron que ser vendidos (dados sus graves problemas de solvencia) a JP Morgan Chase y Bank of America respectivamente, mientras que Morgan Stanley y Goldman Sachs, ahora reconvertidos en bancos comerciales, acumulan aún más poder.
Los inversores institucionales (fondos de inversión, fondos de pensiones, compañías de seguro y hedge funds) se sitúan también en el núcleo duro de los inversores financieros. Estos agentes gestionan activos de titularidad colectiva (propiedad de ahorradores, pensionistas o asegurados, respectivamente) a través de gestoras profesionales (vinculadas en muchas ocasiones con la banca). La magnitud de activos que gestionan estos inversores es espectacular, teniendo una enorme capacidad para determinar la evolución de los índices bursátiles, el valor de las divisas internacionales o el precio de la deuda pública de los distintos países. Según datos de la OCDE, en 2010 los fondos de inversión eran propietarios de 17 billones de euros, mientras que las compañías de seguros alcanzaban los 15 billones de euros y los fondos de pensiones los 13,5 billones. Estas magnitudes equivalían en ese año al 180% del PIB de todos los países de la OCDE. Además, los inversores institucionales estadounidenses gestionan más de la mitad de dichos activos. Valga como ejemplo el hecho de que el mayor fondo de inversión del mundo, la compañía BlackRock, maneja una suma de activos equivalente al 12% del PIB español.
Los hedge funds, o fondos de inversión de alto riesgo, a pesar de manejar muchos menos activos (en torno a 1,5 billones de euros), son agentes con un gran impacto en los mercados, desarrollando actividades altamente especulativas gracias al elevado endeudamiento al que recurren en sus operaciones.
Éstos son los agentes que constituyen hoy día –junto con las agencias de calificación, que vemos a continuación– el núcleo duro del capital financiero internacional. En general, estos inversores se nutren del ahorro de las familias y, en particular, del patrimonio de las grandes fortunas, quienes han encontrado en ellos un vehículo privilegiado para incrementar su capital.
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* Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM)