La guerra que viene
Israel presiona a Estados Unidos para que lance una operación militar contra Irán, repitiendo la jugada de Irak. La presunta derrota norteamericana en Irak es una ficción geopolítica, pues en realidad la guerra de baja intensidad que ha devastado al país durante una década ha eliminado a una potencia regional, cuyo poder cuestionaba la hegemonía israelí y norteamericana. La ocupación no ha terminado, pero ahora se basa en los servicios de inteligencia, las compañías de contratistas, con una fuerza de combate de 5.000 mercenarios, y la base de Taji, también conocida como Camp Cooke. Bagdad ya no hace sombra a sus vecinos e Israel, tal vez el Estado número 51 de los Estados Unidos de América y el 28 de la Unión Europea, respira más tranquilo. Con el sur del Líbano arrasado, Siria sumida en el caos de una guerra civil y Egipto con graves problemas de gobernabilidad, la causa palestina cada vez está más aislada. Las colonias ilegales en Cisjordania pueden continuar su programa de limpieza étnica y no hay ninguna razón para interrumpir el asedio de la Franja de Gaza, la prisión al aire libre más grande del planeta. Una guerra contra Irán preservaría el monopolio israelí del arma atómica, disuadiendo de paso a Turquía y Arabia Saudita, que comprenderían el peligro de desarrollar sus propios programas nucleares. No es una simple especulación ni un rumor. Estados Unidos sigue un plan en Oriente Medio y la destrucción de Irán es el siguiente paso.
La destrucción de Irán
Si Irán consiguiera el arma nuclear (algo poco probable), Israel se situaría en el mismo plano que las dos grandes potencias durante los años de la guerra fría. Surgiría “un equilibrio de terror” o disuasión recíproca que anularía su ventaja estratégica. Por eso, hay que destruir Irán, hundirlo en “la edad de piedra”, de acuerdo con la expresión utilizada por los gobiernos israelíes. En 1944, Henry Morgenthau, secretario de Hacienda del presidente Roosevelt, lanzó la doctrina del “caos destructivo”, según la cual los enemigos de los intereses norteamericanos deberían ser arrojados a una nueva Edad Media preindustrial. Irak y Afganistán han sufrido ese destino. La violencia se ha hecho tan incontrolable y la identidad de sus causantes tan difusa que ambos países se han convertido en un archipiélago de ruinas, sin otro porvenir que la miseria y la inseguridad.
Uday Al Zaidi, activista político y hermano de Muntadhar al Zaidi, célebre por haber arrojado un zapato a Bush en 2008, un gesto que le costó diez meses de prisión y torturas, afirma que “Irak es uno de los países más insoportables para vivir. De hecho millones de personas han emigrado, por la falta de empleo y de electricidad, y a causa de la terrible inseguridad que padece la población. Hay cada vez más gente que vive en la extrema pobreza. A pesar de los enormes ingresos del país, no vemos resultados, porque la corrupción está instalada en la mayor parte de las instituciones. Irak retrocede en todo, en la agricultura, en la industria, en la educación. Se ha convertido en uno de los países del mundo con más problemas a causa del crimen organizado, del narcotráfico y del tráfico de órganos humanos. Las enfermedades se han extendido de manera dramática, especialmente entre los niños. Irak se ha convertido en uno de los países con más impunidad del mundo, donde la tortura y las violaciones de los derechos humanos son habituales. Las heridas de los iraquíes no cicatrizarán fácilmente. Los trágicos resultados de la invasión afectarán a generaciones enteras, las terribles consecuencias durarán todo un siglo, porque nos ha dejado con millones de muertos y heridos, con millones de viudas y huérfanos, con una infraestructura prácticamente destruida, con la ignorancia y el analfabetismo expandiéndose por el país, que se ha quedado sin casi tejido social, sin posibilidad de ofrecer una buena vida a nuestros jóvenes”.
Las Operaciones “Tormenta del Desierto” y “Libertad Duradera” han conseguido su objetivo principal, pese a disfrazarse de derrota por las bajas sufridas y las grandes cantidades desembolsadas en el despliegue militar. Irán es el próximo destino y se pretende conseguir algo semejante. El intento iraní de obtener el apoyo de Bahréin, donde los chiitas son mayoría y sufren la opresión de la minoría sunita, o el acercamiento a Turquía, enemiga tradicional de Persia, fracasaron gracias a las maniobras de Qatar y Arabia Saudita, dos naciones wahabitas que colaboran abiertamente con Estados Unidos y que nunca han ocultado su deseo de acabar con el gobierno hereje de la República Islámica de Irán. Se acusa al gobierno iraní de ser una teocracia, sin mencionar que las Leyes fundamentales de Israel están fuertemente influidas por la Tora. No se trata de una simple referencia o una vaga inspiración, sino de una intromisión permanente en la vida civil. En Israel, sólo un rabino puede autorizar un divorcio. La presencia de la religión no es menos determinante en Estados Unidos, cuyo lema es “In God we trust” (“En Dios confiamos”), una frase que ha sido recogida y destacada en el dólar como símbolo del espíritu de una nación. No es disparatado hablar de parlamentarismo teocrático en Estados Unidos, si reparamos en el creciente poder de la Iglesia Evangélica y las continuas apelaciones a la Biblia para justificar moralmente cualquier decisión política o judicial.
La demonización de Irán apenas logra esconder el propósito de apoderarse de sus yacimientos de petróleo y sus reservas de gas. Se estima que Irán posee las terceras reservas mundiales de gas, el combustible que servirá de puente entre el petróleo y las energías del futuro (como la pila de combustible o el procesamiento del torio). El gas licuado puede transportarse con facilidad y podría aliviar el déficit de hidrocarburos, dado que el petróleo está rozando su pico de producción y la demanda de los países emergentes comienza a desbordar sus reservas. Las riquezas minerales de Irán no son menos decisivas que su posición geoestratégica. Sólo hace falta observar un mapa para advertir que la combinación de la “primavera árabe” y las intervenciones en Irak y Afganistán dibujan una línea que comienza en Túnez, continúa por Libia, Egipto, Siria y finalmente apunta hacia Irán. El obstáculo iraquí ya no existe gracias a una década de violencia atribuida a las tensiones étnicas y religiosas y al terrorismo de la ubicua y fantasmal Al-Qaeda. Jordania y Líbano (exceptuando la zona controlada por Hezbolá) ya están sometidas por la combinación de acuerdos políticos e intervenciones militares israelíes. Los asesinatos selectivos con drones en Yemen y Pakistan y los pactos con Arabia Saudita y las monarquías del Golfo Pérsico completan un paisaje de guerra, donde se utiliza el pretexto de la “lucha global contra el terror” para garantizar los intereses de las grandes corporaciones financieras. El 11-S y el 11-M suelen esgrimirse como justificación moral y política de las campañas militares norteamericanas y europeas, pero las dudas –cada vez más fundadas- sobre la verdadera autoría de los atentados sugieren que hay una estrategia de fondo, no muy diferente de la que se empleó en el siglo XIX para construir los imperios coloniales. De hecho, Turquía, pilar oriental de la OTAN, tuteló el ascenso al poder del islamista Movimiento por el Renacimiento, que actualmente gobierna Túnez, con las bendiciones de Estados Unidos. El Mediterráneo, la puerta de Asia y el Golfo Pérsico están asegurados gracias a la diplomacia, las revueltas populares y las operaciones bélicas encubiertas, que a veces se presentan a la opinión pública como guerras civiles (por ejemplo, en el caso de Libia y Siria). El trabajo ha sido concienzudo y cuidadosamente planificado. La historia no avanza a ciegas, pero su motor no es el Espíritu hegeliano, sino la lucha de clases y el imperialismo capitalista.
Se sataniza a Irán, pero lo cierto es que las mujeres iraníes y las mujeres turcas disfrutan de los mismos derechos y restricciones. Se reprocha a Irán el uso de la pena de muerte, pero Estados Unidos mantiene la pena capital en 33 de los 50 Estados. Se habla de las conexiones entre la guerrilla talibán y el narcotráfico, pero se oculta que la OTAN se financia con el tráfico de estupefacientes, con una gigantesca red gestionada desde Camp Bondsteel en Kosovo. Se trata de la mayor base militar fuera de territorio norteamericano. Su función es garantizar el tráfico de heroína entre Afganistán y los Balcanes, principal vía de acceso de los países del Este, donde nuevas generaciones de adictos transitan por las mismas penalidades que los jóvenes de la Europa Occidental en los años setenta y ochenta. Algunos dirán que sólo son chismes sin fundamento, pero el 5 de abril de 2012 Alexander Grushko, viceministro de Asuntos Exteriores de Rusia, prohibió oficialmente a la OTAN el traslado de heroína por su territorio.
El narcotráfico, una pieza esencial de la economía mundial
Obligado por el Acta de Información Pública, en 2010 el gobierno federal de Estados Unidos desclasificó 8.000 documentos que detallaban cómo la CIA financió el tráfico de drogas en Afganistán y América Latina. En los años ochenta, la CIA empleó al menos 2.000 millones de dólares en financiar la resistencia afgana mediante los cárteles de droga locales, que controlaban el cultivo de amapola y marihuana. Paradójicamente, las milicias que recibieron el dinero son los famosos talibanes, los escurridizos combatientes islámicos que justifican una guerra interminable y confusa. La relación entre la CIA y el narcotráfico se inició en los setenta y teóricamente finalizó en los noventa. Esa supuesta interrupción es improbable, pero tendremos que esperar hasta 2030 para que se desclasifiquen nuevos documentos. En los setenta, la CIA recurrió a los cárteles de América Latina para financiar a las fuerzas contrainsurgentes. “El dinero se lavaba en Wall Street y, una vez blanqueado, volvía en forma de fondos para los paramilitares”, según el ex agente federal Michael Ruppert. La droga también se empleaba para fortalecer la economía norteamericana. Una Comisión de Juristas estimó en los noventa que en los bancos estadounidenses se lavaban entre 100.000 y 600.000 millones de dólares al año. La cosa no acaba ahí. Hace unos meses, la prensa alemana reveló que Ecolog, una de las principales compañías de contratistas que trabajan en Irak y Afganistán, utiliza las bases de la OTAN para organizar el tráfico de heroína afgana con destino a la base norteamericana de Camp Bondsteel en Kosovo. Desde allí y en colaboración con la mafia albanesa, la heroína se distribuye por Alemania y Europa del Este. Cuando el 12 de julio de 2011 fue asesinado Walid Karzai, The New York Times hizo público que el hermano del presidente afgano (Hamid Karzai) y principal traficante de drogas de Kandahar, llevaba varios años trabajando para la CIA. En 2009, el general ruso Majmut Garreev declaró al Russia Today que “las autoridades norteamericanas no combatían la producción de droga en Afganistán porque le reportaba 50.000 millones de dólares anuales. Son ellos quienes transportan la droga al exterior con sus aviones militares. No es ningún misterio”, declaraba el veterano. Al parecer, la droga se esconde en ataúdes, una artimaña que ya se utilizó en Vietnam y que a estas alturas nadie se atreve a cuestionar. Según el historiador Alfred McCoy, el principal objetivo de la ocupación de Afganistán fue reanudar la producción de opio, prohibida el año anterior por el mulá Omar. Los hechos confirman esta tesis. Tras la invasión de 2001, la producción y distribución de heroína afgana se multiplicó por diez. ¿Por qué se implica de este modo el gobierno norteamericano en un tráfico ilegal que presuntamente combate por todos los medios? ¿Sólo es una fuente de financiación de sus aliados militares? Antonio Maria Costa, director general de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y la Delincuencia, afirmó que los enormes capitales generados por el narcotráfico son “la savia vital que garantiza la supervivencia del sistema económico norteamericano y occidental en los momentos de crisis. La mayor parte de las ganancias del tráfico de droga, un volumen impresionante de dinero, se incorpora a la economía legal con el reciclaje y lavado”, señaló Costa en enero de 2009. “Esto significa introducir capital de inversión, fondos que terminan también en el sector financiero. El dinero procedente del narcotráfico es la mayor fuente de capital líquido de inversión disponible. En 2008 la liquidez era el problema principal del sistema bancario, de modo que este capital líquido se ha convertido en un factor importante. Al parecer los créditos interbancarios se han financiado con dinero procedente del tráfico de droga y otras actividades ilícitas. Por supuesto es difícil de demostrar, pero hay indicios de que cierto número de bancos se han salvado de este modo”. La implicación del gobierno norteamericano en el tráfico de drogas no es algo puntual, una maniobra ilícita concebida para financiar a los grupos paramilitares anticomunistas, sino un elemento esencial de la economía mundial.
Si al final se descarta la opción militar en Irán, se recurrirá a la aniquilación metódica de sus infraestructuras industriales y administrativas mediante sanciones internacionales y ataques bélicos que se maquillarán como incursiones preventivas o se atribuirán a los conflictos entre los chiitas y la minoría bahahí, ferozmente reprimida por los clérigos que ocupan el poder desde la revolución de 1979. Es decir, se imitará el procedimiento aplicado con Cuba, Libia, Siria y la Nicaragua sandinista en los años ochenta. El telón de fondo de este conflicto es la confrontación entre Estados Unidos con Rusia y China por el control del Cáucaso, los altiplanos iraníes y las llanuras del Hinduskush. Las potencias marítimas y mercantiles angloamericanas se disputan el espacio continental euroasiático en una guerra de escala planetaria, que divide el mapa político mundial en dos grandes bloques: el Bloque Atlántico (Estados Unidos y la Unión Europea) y el bloque euroasiático (Rusia y China). El reciente episodio de Chipre sólo es un ejemplo más de este conflicto. La liquidación del presunto paraíso fiscal chipriota mediante un rescate ominoso que hipoteca su futuro y destruye su independencia sólo es una operación concebida para que los depósitos de sus bancos fluyan hacia los paraísos fiscales bajo control alemán, británico y norteamericano. Es normal que Rusia se haya indignado, pues a nadie le agradaría desviar sus depósitos hacia sus viejos rivales, especialmente hacia una Alemania que intentó esclavizarla durante la Segunda Guerra Mundial, aniquilando a 20 millones de compatriotas.
Una crisis económica artificial y planificada
Sería un acto de deshonestidad intelectual no mencionar mi deuda con el libro de Jean Michel Vernochet Iran, la destruction nécessaire (2012). En su análisis de la posible guerra contra Irán, Vernochet, profesor de la Escuela Superior de Periodismo de París, nieto del fundador del Partido Comunista Francés y ex periodista-editor de Figaro Magazine, sólo corrobora que la soberanía popular es papel mojado, pues los auténticos centros de decisión se hallan en las altas finanzas, los complejos militares-industriales y los megagrupos del petróleo, la química, la farmacéutica y la ingeniera genética. Esos opacos centros de poder fueron los que decidieron la ofensiva militar contra Oriente Medio. Las guerras de Irak y Afganistán permitieron reactivar los proyectos privados de construcción, incrementar la venta de armas, acceder al control de los combustibles fósiles y las plantaciones de opio y beneficiarse de los mercados derivados de estas lucrativas e inmorales actividades. Esa difusa oligarquía es la que ha lanzado el ataque contra el euro. La crisis de la UE es una guerra económica dirigida desde Londres y Washington. Escribe Vernochet: “El objetivo final es obligar a los europeos a integrarse en el Bloque Atlántico, o sea en un imperio en el que automáticamente tendrán que pagar el déficit presupuestario anglosajón mediante un euro dolarizado”. Cuando la UE aceptó en 2010 un préstamo del FMI de 750.000 millones de euros para recapitalizar sus bancos, cedió discretamente su soberanía. Merkel firmó el acuerdo, pues si el euro caía, la apreciación del marco provocaría el desplome de las exportaciones alemanas. Los creadores de la crisis –Vernochet no duda en hablar de “una crisis artificial y deliberadamente fabricada”, de acuerdo con la teoría de juegos de Neumann y Morgenstern- pretenden propagar el caos para resolver sus problemas de liquidez y solvencia mediante la imposición de “una Europa unificada, centralizada y federativa bajo la tutela directa de Estados Unidos a través de la Reserva Federal, que convertirá el Banco Central Europeo en una simple sucursal sometida a la mirada vigilante del FMI, representante de un poder mundial emergente, tan desterritorializado como tentacular”. En este escenario, los Estados-nación europeos perderán definitivamente su soberanía, limitándose a convocar unas elecciones sin margen real de decisión. De hecho, las diferencias entre socialdemocracia y neoliberalismo ya han desaparecido y las fronteras entre el crimen organizado y la política se han esfumado. Un simple ejemplo: los planes de ayuda internacional a Grecia incluían una cláusula que obligaba a realizar costosos pedidos de armas a Alemania, Francia y Estados Unidos. Grecia tuvo que utilizar 1.280 millones de euros del rescate en comprar a Estados Unidos 400 carros blindados M1 Abrams y 20 vehículos anfibios AA7VA1. Algo parecido sucedió con Polonia en el 2003, cuando utilizó las subvenciones europeas destinadas a la modernización de la agricultura para comprar aviones estadounidenses F-16 que más tarde se emplearon en la Segunda Guerra de Irak bajo supervisión del Pentágono. No está de más recordar que la venta de los F-16 a Polonia se negoció mediante una firma norteamericana de abogados dirigida por Christine Lagarde, actual directora del FMI, que ha hecho carrera en Estados Unidos gracias a trabajar fielmente al servicio del complejo-militar industrial.
La caída de Dominique Strauss-Kahn y el fin de Gadafi
La caída de Dominique Strauss-Kahn es un buen ejemplo sobre la convergencia de la política y el crimen organizado. Su humillante detención se produjo poco antes de la cumbre del G-8 en Dauville (Francia). Se le acusó de agredir sexualmente a una mujer, pero la verdadera causa del circo organizado con amplia repercusión mediática era impedir la creación de una nueva moneda internacional de reserva. El 29 de marzo de 2009, Zhu Xiaochuan, gobernador del Banco Central de China, había cuestionado la hegemonía del dólar norteamericano como moneda de reserva. Después de lamentar que hubiera fracasado el proyecto de John Maynard Keynes de crear una moneda internacional (el Bancor) al término de la Segunda Guerra Mundial, Zhu apeló a los Derechos Especiales de Giro (Special Drawing Rights) del FMI para resucitar y ejecutar la idea. Dominique Strauss-Kahn asumió la tarea y logró el apoyo de Naciones Unidas, las potencias emergentes (el famoso BRIC compuesto por Brasil, Rusia, India y China), el Banco Mundial y Libia, que era una pieza esencial del plan. Libia disponía de uno de los fondos soberanos más ricos del mundo, superior incluso al de Rusia. El Banco Central libio se comprometió a prestar su moneda, el dinar, al experimento, aprovechando su enorme liquidez. Strauss-Kahn se disponía a viajar a Berlín para reunirse con Angela Merkel cuando fue esposado y paseado por todas las portadas del mundo, atribuyéndole un comportamiento grotesco e inverosímil. Merkel y Strauss-Kahn habían acordado negociar indirectamente con el coronel Gadafi, analizando la viabilidad de la nueva moneda internacional, con una solvencia y una liquidez garantizadas por la triplicación del presupuesto del FMI y los fondos de reserva libios. La inminente cumbre del G-8 en la localidad francesa de Dauville se suspendió cuando estalló el escándalo. Durante los diez días que Strauss-Kahn permaneció detenido, se buscó un nuevo director del FMI comprometido con la defensa de los intereses norteamericanos. Christine Lagarde se perfiló de inmediato como la candidata idónea. La intervención de la OTAN en Libia, apoyando a los “rebeldes” con bombardeos aéreos, posibilitó que París y Londres enviaran a Bengasi una delegación de banqueros para crear un nuevo Banco Central que permitió a los insurgentes (presuntos “freedom fighters”) apoderarse del fondo de reservas nacional. El dólar norteamericano, que había corrido el riesgo de perder su papel como moneda de referencia, conservó sus privilegios y lanzó una advertencia a los que lo habían desafiado con el intento de crear una nueva moneda internacional de reserva. El dólar es una herramienta fundamental del complejo militar-industrial norteamericano y no hay que descartar –apunta Vernochet- su fusión con el euro para liquidar la relativa independencia del Viejo Mundo. Se cumpliría de este modo el Destino Manifiesto de los Estados Unidos, según el conocido artículo del columnista John L. O’Sullivan publicado en julio-agosto de 1845 en Democratic Review para justificar la anexión de Texas y Oregón: “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente de acuerdo con el designio de la Providencia. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para su crecimiento y el desarrollo pleno de sus capacidades”. Es evidente que ese “destino manifiesto” se extendió hace mucho a la totalidad del planeta.
Destruir la esperanza
Hay muchas cosas de la sociedad iraní que me desagradan, pero mis objeciones pueden extenderse a otros países de Oriente Medio, donde los preceptos islámicos interfieren en la vida civil. Me pregunto si algunas de esas objeciones no proceden de mis prejuicios como europeo. Sería absurdo pretender que mis opiniones no están condicionadas por una educación católica y por la omnipresente apología de la democracia occidental como único modelo legítimo de vida política y social. Sin embargo, algunas de mis objeciones son firmes e inamovibles. Repudio sin ninguna clase de reserva la discriminación legal de la mujer, la persecución de los homosexuales, la aplicación de castigos inhumanos, que incluyen la pena de muerte, la tortura y los azotes en público. Deploro que el Presidente Ahmadineyad haya promovido una conferencia de negacionistas de la Shoah y cuestione el exterminio del pueblo judío, pero no creo que eso importe demasiado a los que pretenden destruir Irán y promover sus intereses políticos y comerciales. No olvido casos como el director de cine Jafar Panahi, encarcelado, maltratado y privado de sus derechos por realizar películas incómodas para el régimen de los ayatolás. Muchos ignoran que Ahmadineyad no es la cara más áspera de la República islámica, sino que se define por un ligero perfil reformista, particularmente en materia de costumbres. Lo cierto es que la guerra se venderá como una ofensiva contra el fundamentalismo religioso, pero en realidad constituirá un nuevo atentado contra la soberanía de los pueblos e impulsará la absorción de Europa en el Bloque Atlántico bajo liderazgo norteamericano. El opaco y antidemocrático mundo del capital triunfará una vez más sobre los ciudadanos, destruyendo cualquier esperanza de una paz justa y verdaderamente democrática, sin grandes masas de excluidos y una obscena concentración de capital en una élite cada vez más reducida. En 1994, los jesuitas de El Salvador se reunieron y redactaron un documento sobre la globalización. En él, afirmaban que “América Central experimenta la globalización como un pillaje más devastador que el que sufrió su población quinientos años atrás con la conquista y la colonización”. Desgraciadamente, esa reflexión no ha perdido vigencia, pero el pillaje se ha extendido al resto del mundo y nada indica que la historia vaya a cambiar de rumbo a corto plazo. No se trata sólo de pillaje, sino de destruir la esperanza, humillando y esclavizando al más débil y consolidando los privilegios de una minoría mediante la fuerza. Es evidente que cualquier gesto de resistencia se denominará terrorismo y se lanzará contra él una represión implacable. En cambio, el terrorismo de Estado siempre se identificará con el imperio de la ley y la defensa de los valores democráticos.
¿Ese es el mundo en el que queremos vivir? Depende de nosotros. No permitamos que muera la esperanza ni que las nuevas generaciones pierdan la ilusión de un futuro con justicia, libertad y solidaridad. No pudimos parar la guerra inmoral e ilegal contra Irak. Probablemente, tampoco podamos evitar la destrucción de Irán, pero las protestas siempre serán preferibles al silencio cómplice, el escepticismo o la resignación. En un mundo globalizado, sería ingenuo pensar que la desgracia de otros pueblos no afectará a nuestras vidas, arrebatándonos nuevos derechos. La esperanza es un sentimiento irracional y temerario. Tal vez por eso es una virtud teologal y la esencia de cualquier visión utópica. No podemos renunciar a cambiar el mundo, pues si perdemos esa expectativa, no habrá un mañana para nosotros. Al menos como seres humanos libres y racionales.