¿Seremos capaces de dar un paso adelante?
¿Y si nos proponemos tumbar a este gobierno y cambiar el sistema?
La crisis del sistema está llegando a unos niveles insostenibles, de casi colapso, tanto en el terreno económico como en el terreno político y social.
Los elementos acumulados son muchos y muy diversos.
Algunos creyeron que con el dominio absoluto de la derecha reaccionaria del PP a casi todas las esferas del poder político, la situación general, “los mercados” y los poderes financieros europeos y mundiales se tranquilizarían, al conseguir el control de todos los resortes de dominación, con los que están dando un auténtico golpe de estado contra los limitados derechos políticos, sociales y democráticos que hasta ahora disfrutábamos.
El colapso económico, lejos de relajarse, está llegando a unas cotas realmente insostenibles, descubriendo las verdaderas fragilidades de la llamada octava potencia económica mundial, que presumía, hace pocos años, de tener el sistema bancario más sólido del mundo, trágica ironía que abría paso al rescate bancario poco tiempo después.
En lo político la mayoría absoluta del PP en las instituciones, lejos de tranquilizar las relaciones institucionales, ha supuesto una de las mayores deslegitimaciones habidas en los 35 años de elecciones parlamentarias, al haber adoptado el actual gobierno, en los 7 meses que lleva en el poder, las medidas totalmente opuestas a las que defendía estando en la oposición, y que no figuraban en su programa electoral. Esta deslegitimación gubernamental se suma al desprestigio, en grado hasta ahora desconocido, de instituciones que parecían intocables, como la monarquía, máxima garante del orden social y político constituido.
El gobierno ha decidido realizar una batería de ajustes agresivos en casi todos los ámbitos de la vida económica, social y política de este país, no dejando prácticamente ningún sector social sin afectar, lo que está generando desconcierto, y también indignación, entre sus propios votantes. Ha traspasado líneas “rojas” que parecían sagradas, al menos en un llamado estado del bienestar (que por cierto aquí nunca llegó a ser tal), como el repago de recetas a los jubilados, la eliminación de la negociación colectiva y convenios, o la supresión de la paga de navidad a los empleados públicos.
Estos recortes nuevos del gobierno de Rajoy, se suman, no sólo a los recortes ya iniciados por el gobierno del PSOE y de muchas administraciones locales y autonómicas, sino también al malestar acumulado durante más de tres décadas por una monarquía parlamentaria que no ha sido capaz de avanzar en el estado social y de derecho que consagra su constitución, y que se revela presa de las ataduras de la herencia franquista y de los poderes económicos que la sustentaron, y que con el actual sistema ampliaron enormemente sus cotas de beneficio económico y de poder.
La crisis desatada a partir de 2007 por diversos factores mundiales, y que en nuestro país tuvo como mecha el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, no ha hecho más que agravar todo este malestar, latente desde hacía años.
El movimiento surgido tras las manifestaciones y acampadas del 15 de mayo de 2011 (el llamado 15-M), heredero sin duda de movimientos juveniles precedentes como V de vivienda, ha sido uno de los más expresivos síntomas de este descontento larvado, expresión de una juventud sin futuro, que ve cómo su acceso a la sociedad (por el trabajo, o la emancipación familiar), se encuentra prácticamente bloqueado, y sus perspectivas más optimistas significan hipotecas que se extienden hasta la edad de una jubilación, cada vez más lejana e incierta.
La explosión de este malestar que se vivió el 15 de mayo del pasado año y los meses siguientes, no ha hecho más que aumentar con los injustos recortes decretados al dictado de unas autoridades europeas que no hacen otra cosa que servir los intereses de grandes corporaciones bancarias y empresariales. Ni siquiera el aumento de la represión y el endurecimiento de leyes está siendo capaz de frenar este descontento popular que alcanza a sectores que hasta ahora no habían participado de las movilizaciones. Cada vez da más la sensación de que este gobierno no sólo ha perdido la supuesta legitimidad que le habrían dado las urnas un fatídico 20-N (conviene no olvidar que sólo un tercio de los votantes dio su respaldo al PP), sino que parece haber perdido el control de la situación. Hasta los empleados de las administraciones públicas están sembrando el caos en numerosas ciudades con cortes de calles y carreteras, en muchos casos con la complicidad de las fuerzas del orden, cuyos componentes son también objeto de los mismos recortes.
Va llegando la hora de la verdad, de que seamos capaces de dar un paso adelante, de que no sólo nos limitemos a una lucha de resistencia y defensa de derechos pisoteados. Va llegando el momento de lanzar una ofensiva, que esté a la altura de la envergadura de los recortes, que colapse el sistema y obligue, no sólo a la dimisión del gobierno, sino al cambio del sistema político y económico.
Es el momento en que deben encontrarse, estratégicamente, las dos corrientes de lucha que todavía hoy no terminan de confluir. Me refiero de un lado a las organizaciones veteranas, que no terminan de ser capaces de traducir sus acertados análisis de la evolución de la crisis y sus sesudos comunicados, en consignas concretas que sirvan para dar un paso más en la lucha y resistencia popular hacia la transformación, ahora, del sistema.
Y de otro me refiero a los movimientos surgidos en los últimos tiempos, que deben ser capaces de que sus descaradas, transgresoras y más o menos espontáneas movilizaciones, tengan un objetivo que vaya más allá de la mera protesta inmediata, y sea más concreto que la lejana utopía del hombre y mundo nuevos.
De la materialización de esta confluencia estratégica y plural de movimientos de procedencia y tradición diversa, dependerá que seamos capaces de que este caudal de movilizaciones que el gobierno no es capaz de paralizar ni controlar, desencadene una transformación profunda, que no sólo restituya los derechos pisoteados, sino que siente las bases para un nuevo ordenamiento político y social, que dé respuesta a las demandas acumuladas y no resueltas por el actual régimen que, surgido de una transición tramposa, muestra ya graves síntomas de agotamiento, y por ello es preciso superar cuanto antes.