La aventura está dentro, no fuera
Nònimo Lustre*. LQS. Diciembre 2019
¿Qué piensan de la aventura aquellas señoras indígenas que han sufrido desde matanzas de aldeas enteras hasta bombardeos con napalm, que conocen el exilio y la hambruna en el monte, que llevan cinco siglos huyendo de las aventuras militares de sus vecinos?
No pensaba redactar nada sobre el penoso magnoevento museístico que comentaré en la segunda parte de este poste pero, en esa tesitura pasiva me encontraba cuando un nuevo hecho me ha venido a sacar de mis casillas. Ha sido ver una propaganda de una ong y asaltarme una indignada perplejidad que me obliga a escribir. Comencemos por el final:
Una ong que mi bonhomía me aconseja no nombrar, me ha enviado un tríptico (flyer llaman ahora al olvidado volante) que reza “Guatemala. Buscamos personas aventureras. ¿Te apuntas?”. La susodicha ong se dedica a labores humanitarias y de ayuda al desarrollo –dejemos aparte que esa ayuda suele ayudar menos a los subdesarrollados y más al desarrollo de Occidente o de la propia ong- por lo que no entiendo qué carajo necesita a personas aventureras. Aunque parezca que, después de 30 años de intervención estatal, la cooperación española está absolutamente burocratizada, es cierto que padece todavía una imagen entre misionera y atrevida pero de ahí a propiciar una imagen aventurera hay una cierta diferencia e incluso un antagonismo larvado.
Veamos: como su mismo nombre indica, aventura significa ir a la ventura, una expresión que, en castellano, tiene muchos sinónimos entre los cuales, por su sonoridad, me quedo con ‘al buen tuntún’. Ir al buen tuntún requiere no tener un objetivo claro y, desde luego, no tener billete de vuelta –ni siquiera de ida. Por el contrario, el banderín de enganche de esa ong pregona un objetivo clarísimo –ayudar a la pobre mujer guatemalteca- y, huelga añadir que las personas que se vean a sí mismas como aventureras, viajan con billete de ida y vuelta. Por ambas razones, es ridículo incrustar la aventura como un mérito quizá no imprescindible pero sí necesario. Y no sólo ridículo sino también perjudicial. No sólo sobran hiperactivistas en busca de experiencias fuertes sino que su actuación entre esas indígenas de Guatemala que van a visitar es contraproducente en todos los sentidos.
¿Qué piensan de la aventura aquellas señoras indígenas que han sufrido desde matanzas de aldeas enteras hasta bombardeos con napalm, que conocen el exilio y la hambruna en el monte, que llevan cinco siglos huyendo de las aventuras militares de sus vecinos? Obviamente, lo último que quieren es experimentar más riesgos. Por una razón muy simple que los seudo-aventureros nunca aprenderán: que, para los occidentales, el riesgo es favorable mientras que, para las guatemaltecas, el riesgo siempre es desfavorable e incluso letal. Además, una/un cooperante que se acoja a esa convocatoria no resistirá la tentación de contar sus batallitas a las indígenas. Y lo peor es que las sufridas beneficiarias tendrán que escucharle…
Vayamos al segundo magnoevento. En Madrid, el Museo de América inaugura una exposición que homenajea a un personaje recientemente fallecido al que la canalla mediática ha convertido en el aventurero español por antonomasia. Que el aventurerismo haya invadido desde un prestigioso museo hasta una ong, demuestra rotundamente la frivolidad que domina la vida pública española. Aventureros siempre los ha habido, en Ejpaña y en Beluchistán, pero da la casualidad de que ese término sólo se aplica a los que han hecho barrabasadas en el extranjero. Este exotismo de todo-a-zen es impensable dentro de la Pell de Brau y, sin embargo, es puertas adentro de la Península Ibérica, sus Archipiélagos y sus ciudades africanas donde se desarrolla el peor aventurerismo: el de los mandamases. El poderoso se permite vivir en plena aventura –vivere pericolosamente, aullaba Mussolini. Pero olvida un pequeño detalle: que sus veleidades las pagamos los subordinados. Y los de abajo estamos hartos de que los de arriba hagan cortesías con sombrero ajeno. Si quieren aventuras, que las hagan en sus palacios y, por supuesto, que no tengan consecuencias en el entorno público. Que se entrematen sería un bellísimo espectáculo pero eso no sucede ni siquiera de tanto en tanto porque ‘perro no come perro’.
Para más inri, la exposición ‘aventurera’ fue inaugurada por el ministro de Cultura y sospecho que sus piezas son del montón. Lo sospecho pues conozco el caótico botín que el homenajeado guardaba en su mansión: de hecho, para una exposición sobre la Amazonia que inauguramos en ese mismo museo, le pedí prestado un adoquín de caucho con los que se pavimentó el contorno de la Ópera de Manaus, única pieza que me interesó. Seguramente, el resto de la expo ha de ser descarada hagiografía de quien fue un manipulador mediático, un etnógrafo improvisado y un militante de las ‘valores’ más deplorables de la más rancia Ejpaña –aquellos sadismos de los Conquistadores.
Manipulador mediático: en 1973, pocos días después del golpe de Pinochet, el mentado homenajeado llegó a Chile como paladín de la Televisión pública española –sobra decir, única e hiperfranquista-. El reportaje que firmó y filmó, es abiertamente fascista hasta el punto que la larguísima entrevista a Pinochet domina el metraje. Tras décadas de ocultarlo –posiblemente por su nulo valor informativo y por su apabullante condescendencia y hasta cariño por los milicos chilenos-, desde hace pocos años se publica en internet con el señuelo de que se ve a Víctor Jara en el Estadio Nacional: puro embuste, sólo hay un par de planos en los que se ve, a mucha distancia, a unos presos y sólo con lupa y buena intención se puede distinguir entre ellos al cantautor asesinado [quien dude de ésta mi opinión, puede ver Chile, toque de queda (1973) disponible en http://www.rtve.es/alacarta/videos/fue-noticia-en-el-archivo-de-rtve/miguel-quadra-chile-1973/631040/ y también en https://www.youtube.com/watch?v=Su2AZI3_fvE ]
La última ‘hazaña’ del aventurero por antonomasia (y por regalo de los medios) fue organizar una serie de cruceros a las Yndias en las que unos centenares de alumnos de edades alrededor de los 17 años, eran adoctrinados sobre la grandeza de Ejpaña, una gloria que se adjudicaba a la monarkía austríaco-borbónica. Excuso comentar cómo recibía esta prédica imperialista el alumnado latino, republicano de nacimiento. Pero hay muchas más anécdotas que retratan aquellas ‘expediciones aventureras’. Por ejemplo, el Príncipe del Riesgo, quiso que aquellos cruceros fueran sólo para varoncitos –petición que fue rechazada por inconstitucional- y también vivía obsesionado en evitar que los alumnos se besaran –misión imposible. Algunas otras anécdotas pueden consultarse en dos postes en mi blog personal [¿Aventuras gratis?, que a su vez remite al poste Teosofía, genocidio y aguas azules] En ellos, pueden leer el nombre del interfecto jefe aventurero y ojear algunos de sus saqueos a la fauna y flora de las Yndias y algunos tejemanejes oscuros. A esos dos postes me remito.
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