La estrella ensangrentada de Miguel Hernández

La estrella ensangrentada de Miguel Hernández

Por Arturo del Villar

Recuerdo y homenaje en su 113 aniversario. Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 30 de octubre de 1910-Alicante, 28 de marzo de 1942)

Al inscribirse en el Partido Comunista, adoptó Miguel Hernández la estrella roja de cinco puntas como símbolo de su ideología, por la que murió en 1942 en una siniestra cárcel de la dictadura fascista vencedora de la más sanguinaria guerra librada por España. Sin embargo, el poeta había escrito en 1936, antes de la sublevación de los militares monárquicos contra la República, inicio de la guerra, que su vida se hallaba dominada por una estrella roja ensangrentada. Dos estrellas muy diferentes, puesto que una guía siempre a los parias de la Tierra en la conquista de sus libertades y derechos, y la otra él suponía que le estaba reservada astrológicamente desde su nacimiento, según una creencia popular arraigada en algunas personas.

Y no solamente es popular, sino que cuenta con abundante literatura, desde la Grecia clásica maestra de la cultura europea, en la que se aceptó la inexorabilidad del sino con el que se ha nacido. De hecho esta idea se halla muy generalizada y ha motivado grandes obras literarias, en las que se elabora el concepto como un mandato ineludible de unos dioses que utilizan a los seres humanos como si fueran marionetas sujetas a su capricho, lo mismo el Edipo griego que nuestro Don Álvaro romántico sometido a la fuerza del sino. Parece que Miguel Hernández creía en la infalibilidad del sino, según demuestran sus poemas, un sino negativo en su caso, que le llevó a la poesía.

Lo demuestra el dato de haber titulado “Sino sangriento” uno de sus poemas más populares, y es cierto que el suyo lo fue, porque le hizo morir en una cárcel de la dictadura fascista a los 31 años y cinco meses escasos de vida, condenado a muerte por haber defendido con su pluma y su pistola la legalidad constitucional de su patria. Bien es verdad que el cumplimiento del sino es incapaz de exonerar de culpas a los criminales. Nunca fueron juzgados los que arrastraron al poeta por las cárceles hasta dejarlo morir en una de ellas.

Los sentimientos expresados en los versos se refieren solamente a la intimidad del poeta, inexcusablemente vinculada a la realidad externa, pero sin los razonamientos añadidos después a causa de la guerra. Su sino está descrito de esta manera trágica desde su mismo nacimiento:

[…] bajo el designio de una estrella airada
y en una turbulenta y mala luna. […]
me esperaba un cuchillo a mi venida, […]
y lo que vi primero era una herida
y una desgracia era.
Me persigue la sangre, ávida fiera,
desde que fui fundado,
y aun antes de que fuera […]
Me dejaré arrastrar hecho pedazos,
ya que así se lo ordenan a mi vida
la sangre y su marea,
los cuerpos y mi estrella ensangrentada.

Sigo la edición de sus Poesías completas preparada por Agustín Sánchez Vidal, Madrid, Aguilar, 1979, páginas 427 y siguientes. Se indicará la página tras la cita, para ahorrar notas innecesarias.

Tremendo es el resumen biográfico que se presenta al lector, y lo que nos conmueve es reconocer su exactitud. En la creencia popular se dice que una estrella guía a los seres humanos, buena o mala, y en el caso de Miguel Hernández se trató “de una estrella airada”, como un cuchillo que se le clavó en la vida, para indicarle que le iba a ser adversa. Por todo ello la denomina “estrella ensangrentada”.

El peso de la estrella

En otro poema del mismo período, que igual que el anterior no quedó recogido en libro por el poeta, “Me sobra el corazón” (pp. 421 ss.), insiste en considerarse sujeto a esa mala estrella que alumbró su nacimiento, la que le proporciona una continua mala suerte en cuanto pretende hacer:

No puedo con mi estrella.
Y me busco la muerte por las manos
mirando con cariño las navajas.

Tan harto estaba de soportar la sucesiva mala fortuna constitutiva de su biografía hasta los 25 años que debía de tener cuando compuso esos versos. Confiaba en la muerte liberadora para salir de aquella situación sin perspectivas, porque no es posible alterar el influjo de la estrella, o del sino, o del hado, o del destino: nombres variados para referirse a la suerte personal. En su caso se complicó debido a la sublevación de los militares monárquicos organizadores de la guerra, que llevó al desastre a todos los españoles de aquel tiempo.

Trasladado a Madrid por el ánimo de su actividad literaria, desempeñó trabajos secundarios como colaborador de editoriales, siempre mal pagados, por lo que paso necesidades de todo tipo, miseria y hambre.

La luz de una estrella favorable se encendió en enero de 1936, cuando apareció su libro El rayo que no cesa, recibido por la crítica con los mayores elogios, así que parecía posible que su situación mejorase, aunque la poesía es el género literario menos apreciado por los lectores, y en consecuencia por los editores y los libreros.

De todos modos, no tuvo tiempo de comprobar si cambiaría su suerte, porque en julio se sublevaron los militares monárquicos, y él sintió la obligación de acudir en defensa de la República, como un miliciano más que deseaba defender las libertades por fin alcanzadas después de siglos de sumisión a la doble dictadura del trono y del altar.

Es en este poemario en donde más abundantemente se explicita la idea tan arraigada en él de sufrir la mala influencia de un sino contrario. Ya desde la primera estrofa el lector encuentra narrada la incidencia del sino sangriento sobre su vida pesarosa:

Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y homicida
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida. […]
¿Adónde iré que no vaya
mi perdición a buscar? (Pp. 361 s.)

Sometida su vida a ese destino maldito, simbolizado aquí por un cuchillo clavado en su carne, haga lo que haga, vaya adonde vaya o se esconda donde se esconda, siempre lo perseguirá el sino adverso, que será su perdición. Puesto que esos versos datan de 1935, bien podemos considerarlos una premonición de lo que sucedería con la guerra. Entonces no podía imaginar que iba a producirse la sublevación de unos militares contra la República, pero preveía que la mala suerte continuaría acompañándole el resto de su vida, como lo estaba haciendo desde su nacimiento. Para él la vida solamente le proveía de amargura.

Criado en las penas

Sarcásticamente, en El rayo que no cesa se encuentran algunos de los poemas de amor más bellos de la literatura castellana, pero los inspirados por su examen del propio destino se superponen sobre el erotismo para infundir un tono triste al libro, incrementado por la añadidura de la excepcional elegía compuesta a la muerte de su amigo Ramón Sijé, el equivalente moderno de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. Su sino le impedía gozar del amor.

Como un nuevo varón de dolores, cuando expresa el de saberse supeditado al destino incorregible, que en su caso sabe es contrario, lo hace doliéndose de sí mismo. Se considera el más pesaroso de los seres humanos: “donde yo no me hallo no se halla / hombre más apenado que ninguno” (p. 365). La palabra recurrente en el libro es “pena”, motivada por el conocimiento íntimo de su condena al dolor a causa de su destino ciego y terco en un mundo hostil. “Tengo estos huesos hecho a las penas / y a las cavilaciones estas sienes” (p. 368), sigue reconociendo ante el lector, en una confidencia desgraciada.

Los amigos que tuvo coinciden siempre en señalar que Miguel Hernández no era un hombre triste en su trato, y también lo confirmó su esposa. Debemos creerlo, por supuesto, porque ese carácter alegre no implica que sobre su pensamiento dejara de pesar la convicción de estar marcado desde su nacimiento por un sino trágico. Sus versos lo demuestran, y es imposible suponer falsedad en ellos. Sufrió por culpa del sino trágico que le acompañaba desde el nacimiento, aunque no pretendió contagiarlo a sus amigos; lo inevitable fue que invadiera su poesía por ser autobiográfica en buena parte.

Este libro esencial en la poesía española contemporánea demuestra un dolor profundo en el autor que impregna los versos: lo motiva el saberse señalado por ese destino hostil. Al parecer, una adivinadora se lo había pronosticado, aunque probablemente la causa de esa escritura apesadumbrada radique más en una convicción íntima que en las palabras de una gitana. Lo seguro es que meditar acerca de su sino le obligaba a lamentarse de su condición:

Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame. (P. 371.)

Aquí alude a su destino mortal, a un retorno al barro del que, según cuentan algunas religiones, fue elaborado el primer hombre. Pero en el momento de la escritura se veía ya como barro, un barro capaz de manchar cuanto toca, que es su destino anunciado. Se sabe nacido para ello, y no logrará modificar su sino incorregible por mucho que lo procure, en un clamor angustioso por ser cotidiano:

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado. (P. 378.)

Es una descripción del toro de lidia, sometido en el coso a toda clase de rituales sanguinarios, clavándole la puya para que agache la cabeza, ese “hierro infernal” que hasta los espectadores critican, según los cronistas. El color negro por regla general de los toros queda relacionado con el negro obligado en los lutos, al menos en la época de composición de esos versos, luto impuesto por la muerte de un familiar, de modo que el tono dominante es fatalmente mortuorio en esos versos, como lo era también en su espíritu, porque estaba predestinado al sufrimiento.

Poesía revolucionaria

Josefina Manresa y Miguel Hernández, en Jaén, abril de 1937

Ahí terminó su escritura en libertad, porque el resto de su obra lírica está escrita toda ella en la guerra o en la cárcel, situaciones en las que se hallaban involucrados muchos españoles, y por lo mismo el dolor se convertía en colectivo, aunque él sufriera sus consecuencias en primer lugar. Fue la necesidad de lanzarse a defender los ideales de la República lo que le enseñó a utilizar la poesía como un instrumento al servicio del pueblo. En una entrevista que le hizo el poeta cubano Nicolás Guillén, llegado a España para defender a la República de sus enemigos internacionales, lo declaró paladinamente:

En lo que a mí se refiere –dice Miguel— podría asegurar que la guerra me ha orientado. La base de mi poesía revolucionaria, es la guerra. Por eso creo, y lo repito, que la experiencia de la lucha, el contacto directo con el dolor en el campo de batalla, va a remover en muchos espíritus grandes fuerzas antes dormidas por la lentitud cotidiana.

Titulada “Un poeta en espardeñas. Hablando con Miguel Hernández”, figura en el libro de entrevistas firmadas por Juan Marinello y Nicolás Guillén con el título Hombres de la España leal, editado en La Habana por Facetas en 1938; la cita se encuentra en la página 117, y es tan explicativa de su motivación literaria que resulta forzoso recordarla. La sublevación de los militares monárquicos le convirtió en el portavoz de los defensores de las libertades amenazadas por los rebeldes. El 18 de setiembre de 1936 se enroló voluntario en el heroico 5º Regimiento, a las órdenes del Comandante Carlos, y su pluma y su pistola combatieron juntas, logrando así ejecutar el deseo expresado por Antonio Machado en su famoso soneto a Líster.

Pluma y pistola derrotadas por el fascismo internacional al servicio de los militares monárquicos, pero lo escrito por la pluma forma parte de la historia. En tal sentido puede afirmarse que Miguel Hernández está identificado con la República Española en vida y escritura. Los dos tuvieron una historia corta y trágica, lo que el poeta juzgaba ser consecuencia de un sino negativo.

Insistió en comentarlo en enero de 1937, al publicar un poema no recogido en libro por él, “Las desiertas abarcas”, en el que resumía su historia infantil con tono entristecido:

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras;
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras. (P. 517.)

Lamento de un niño pobre, obligado a trabajar como pastor de cabras, que anhelaba ir a la escuela para aprender el conocimiento de todas las cosas. El sino fatal redujo su aspiraciones a sueños irrealizables. Alumno gratuito en un colegio jesuítico, sus buenas notas y su precoz inteligencia impulsaron a los frailes a concederle una beca para que pudiera ultimar los estudios, pero el padre se opuso, porque opinaba que un pastor no necesita adquirir cultura: no se le ocurrió sospechar que su hijo pudiera aspirar a ser algo más que pastor en su juventud. Por eso dice que no tuvo palabras en su niñez, aunque sus dotes innatas para la poesía iban más tarde a convertirle en un verdadero pastor de las palabras.

Viento del pueblo

Su fe en la inexorabilidad del sino sobre los seres humanos, condicionante de sus circunstancias vitales, queda manifestada en la dedicatoria a Vicente Aleixandre puesta al frente de su libro Viento del pueblo, impreso en Valencia en 1937 por cuenta del Socorro Rojo Internacional. Confirma, aquí en prosa, la creencia expuesta en verso que acabamos de revisar:

Vicente: a nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, […] Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros. (P. 442.)

Nacemos condicionados por el sino, afirma convencido, de manera que quien lo hace poeta se ve obligado a escribir versos. De la misma forma, alguien nace dominado por un sino fatal y pasa toda la vida en la fatalidad. Así le sucedió a él, autor de algunos de los poemas más notables del siglo XX compuestos en castellano, que padeció una vida de miseria y tristeza hasta morir joven y encarcelado por defender a su patria de la traición de unos militares perjuros.

Por ser poeta dirigió al pueblo en armas empeñado en defender sus libertades frente al fascismo el segundo poema del libro, “Sentado sobre los muertos” (pp. 449 ss.). En él explicita otra relación de su sino sangriento a lo largo de todos los días de su vida. En estos versos asume el sino fatal que le persigue desde su nacimiento, y proclama que puesto que ha de ser así inexorablemente, desea convertirse en el portavoz de los menesterosos semejantes a él por su situación vital.

Debe hacerlo porque además de ser un hombre señalado por una estrella ensangrentada, cuyo nefasto influjo ha aceptado con resignación, es un poeta, y por eso quiere dedicar su escritura a cuantos padecen unas penas semejantes a las suyas y ni siquiera tienen voz para lamentarse.

Como poeta es viento del pueblo, y llevará por el mundo el dolor de cuantos sufren y carecen de dotes para explicarlo. Se somete resignadamente a padecer el sino sangriento de su estrella dolorosa, pero además de ello también acepta el destino de convertirse en portavoz del pueblo igualmente dolorido y amordazado durante siglos por la ignorancia y el caciquismo, propiciados por la monarquía, como lo estuvo él en su niñez. Lo dice con estos versos:

Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.

Puede calificarse como una poética de la pena, compartida por quienes sufren en el mundo y no aciertan a manifestar su sentimiento. De esa manera confesó Miguel Hernández que su sino le obligaba a ser el vocero de los parias de la Tierra, los que trabajan la parcela ajena y no tienen derecho a recibir sus beneficios, porque le corresponden por entero al amo, que la heredó. Esa obligación le impulsa a cantar, pero lo hace como un “ruiseñor de las desdichas”, para que le oiga “quien escucharme debe”, el señorito vividor que nunca supo de penas y desdichas debido a que ni siquiera mira a los trabajadores.

Presenta a otra víctima del sino en el mismo libro uno de sus poemas más cantados, “El niño yuntero” (pp. 455 ss.). Aquí explica el destino del protagonista, que nació “carne de yugo” y está siempre “a los golpes destinado”. Ese niño es sin duda el propio Miguel Hernández, cabrero si no yuntero en su infancia, que hizo todo lo posible para superar su sino, aunque no lo consiguió al estar sometido a la estrella ensangrentada.

La fatalidad del sino

En plena guerra, se casó en 1937 aprovechando un permiso, para regresar al frente enseguida. Su primer hijo murió a los diez meses de nacer, a consecuencia de las penurias del momento, en ausencia del poeta miliciano. La estrella ensangrentada que influía en su destino le fue adversa en todo, como si no tuviera derecho a la felicidad más vulgar y cotidiana. Además contagiaba la mala suerte a sus familiares.

Todavía le faltaba apurar las desdichas impuestas por su sino sangriento. Con la victoria de los militares sublevados se hizo más agudo. La biografía de uno de los más grandes poetas españoles se colma de angustia. Fue detenido, encarcelado, torturado, juzgado y condenado a muerte. Le hicieron pasar por doce prisiones sucesivas, todas inmundas.
Su último poemario, Cancionero y romancero de ausencias, se gestó en los penales de la dictadura, mientras esperaba el cumplimiento de la sentencia de muerte impuesta por haber defendido con la pluma y la pistola la legalidad constitucional de su patria. En la cárcel pensaba con tristeza en la esposa y en el segundo hijo, que se criaba con dificultades, penas y hambre, comiendo cebollas, un manjar barato, y compuso para ellos esta canción que coloca a los tres bajo el mismo sino fatal:

Entre las fatalidades
que somos tú y yo, él ha sido
la fatalidad más grande. (P. 657.)

En la feroz posguerra el dato de ser hijo de un condenado a muerte equivalía a estar marcado por un estigma imborrable. El poeta sabía que también su segundo hijo nació sometido por ello a un destino nefasto. En cuanto a la esposa, compartía las penas con el marido y los sufrimientos con el hijo. Los tres eran víctimas de la fatalidad del sino sangriento.

Separado de ellos, enfermo, abandonado a su destino, en el terror de la cárcel, esperando en cualquier momento la llamada para los fusilamientos nocturnos, observando las ausencias de los compañeros llamados que ya no regresaban, Miguel Hernández siguió meditando acerca de su sino maléfico, y tuvo que preguntarse un día: “¿Qué hice para que pusieran / a mi vida tanta cárcel?” (p. 665). Era una cuestión que sabía muy bien cómo estaba planteada, ya que nació marcado por un destino contrario. No hizo nada más que someterse a su sino sangriento.
Finalmente en la prisión de Alicante se cumplió fatalmente su destino en 1942. Se cumplió así una historia corta y angustiosa, marcada por la pobreza y el sufrimiento, semejante a la de esos personajes de las tragedias griegas sentenciados por los dioses antes de nacer a las penalidades hasta la destrucción última.

Su sino le obligó a ser poeta, uno de los más inspirados de su tiempo, y además a ser perseguido por toda clase de calamidades desde su nacimiento hasta la muerte en la cárcel. Nos conmueve doblemente leer esas confidencias penosas acerca de su estrella ensangrentada, porque conocemos la terrible verdad que relatan. Se merecía mejor fortuna el que es uno de los mayores poetas del siglo XX, pero su destino le hizo vivir en un tiempo de crueldad. Así lo describen sus poemas, para que las generaciones sucesivas sepan cómo fue aquella historia trágica y procuren no repetirla, si les resulta posible.

Queda el testimonio de su palabra como una arenga continua contra los crímenes de los militares monárquicos sublevados, que todavía esperan una condena oficial cada vez más imposible, dada la evolución de la dictadura fascista a la monarquía fascista instaurada por el dictadorísimo vencedor de la guerra.

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