La farsa del sistema electoral y la disciplina de voto
Por Cristina Ridruejo. LQSomos.
Vale la pena reflexionar sobre nuestro sistema de representación política, tal y como es en la práctica, no en la teoría legal, y por ende sobre el sistema electoral que rige las elecciones generales, autonómicas y municipales. Se ha hablado mucho de la “disciplina de voto”, como si fuera una ley o una norma de nuestro sistema democrático. Son palabras que en España están muy interiorizadas: disciplina, jerarquía, autoridad. No es la primera vez que lo digo. Quizás tenemos alma de súbditas, es algo que nos deberíamos mirar, me refiero no solo como sociedad, sino a nivel personal, que por ahí empieza todo.
Quiero recordar que en nuestro sistema electoral votamos a personas, no a partidos. Lo recuerdo porque todo el mundo, tanto los propios partidos como los medios de comunicación y la propia ciudadanía, “juega” a que votamos a partidos, pero en realidad legalmente no es así.
Tu voto se lo das a las personas que figuran en la lista. El membrete de arriba con el logo del partido, podría estar o no estar. Si tú realmente estuvieras dando tu voto a un partido, no haría falta poner una lista de personas, con poner el nombre del partido bastaría.
Por lo tanto, la persona que tú has elegido tiene derecho a apoyar unas u otras cosas según considere o, en lo ideal, según haya prometido a sus votantes.
Todas hemos visto películas estadounidenses en las que un lobby o un poderoso empresario consigue reuniones con tal o cual senador para convencerle de votar lo que le conviene, o directamente para untarle. Eso ocurre porque los senadores no tienen que seguir ninguna “disciplina de voto”, sino votar según sus convicciones, sus promesas electorales o, si es corrupto, según el mejor postor.
¡Qué riesgo de corrupción!, se podría decir. Por supuesto, ese riesgo está ahí. Pero desde un sistema como el nuestro, en que los partidos ENTEROS son untados y manejados a su antojo por el lobby de la patronal (mediante puertas giratorias, mordidas, “regalos”, presiones, etc.), imponiendo después desde la cúpula del partido la disciplina de voto a todas sus diputadas y diputados… pues el hecho de que haya que convencer o sobornar uno por uno a los miembros de las Cámaras, sinceramente me parece que reduce el riesgo en lugar de aumentarlo. Unos caerán, otros no. A nuestra manera, con untar a la cúpula ya tienes en tu bolsillo los votos de todos los diputados y diputadas de ese partido.
Otro ejemplo: en el Reino Unido, los miembros del Parlamento son representantes de su circunscripción antes que miembros de un partido. Hay que aclarar que el país está dividido en nada menos que 650 circunscripciones (frente 52 en España), es decir: se trata de territorios muy pequeños y hay un parlamentario por cada una. Los intereses de la circunscripción en la que han ganado (y en la que están presencialmente al tanto de todos los asuntos, se reúnen con colectivos, visitan esto o aquello, en resumen: están ahí) coinciden a veces con los de su partido, y a veces no. Obviamente una misma propuesta puede ser reclamada por la ciudadanía de una zona pero no por la de otra, y esas diputadas y diputados, que son realmente representantes de sus circunscripciones, anteponen en muchas ocasiones el interés de sus votantes al del partido porque esa es la forma en que se hacen las cosas allí, y también porque sino, no les volverían a elegir. No digo que siempre sea así, pero desde luego es un comportamiento habitual y normalizado. Por eso nos llegan a veces noticias del Reino Unido, que aquí nos sorprenden tanto, sobre votaciones en el Parlamento en que parte de los tories vota en contra de propuestas del gobierno de Boris Johnson, siendo del mismo partido. Allí no es tan sorprendente, es muy habitual en los debates y votaciones cotidianas del Parlamento.
Pero la diferencia está también en el propio desarrollo de las elecciones, desde las campañas: allí todo el mundo es consciente de que están votando a una persona para representarles. Se tiene en cuenta el partido, por supuesto, pero lo importante es la persona. Podríamos equipararlo a las elecciones municipales en España, donde para elegir a un alcalde o alcaldesa, sobre todo en municipios pequeños o medianos, importa tanto o más la persona que el partido.
Ahora bien. Nuestro problema en España, creo yo, es la diferencia entre la teoría y la práctica. En la teoría nuestro sistema electoral es similar al británico en ese aspecto (como decía al principio, según la ley votamos a personas, no a partidos) pero en la práctica, tanto el electorado como las diputadas y diputados y, por descontado, los medios de comunicación, actúan como si votásemos a partidos. De ahí luego las sorpresas con las personas que llaman tránsfugas o que rompen puntualmente la “disciplina de voto”.
Como sociedad, podemos seguir con la farsa o bien unificar la teoría y la práctica, pero, ¿con cuál nos quedamos?
Aplicar el sistema de votación a partidos con todas sus consecuencias me parece bastante peligroso… Si la ley dijese de verdad lo que hacemos en la práctica, estaríamos a un paso de un régimen totalitario. Porque está en juego una de las bases del Estado de Derecho, que es la separación de poderes: supuestamente una de las misiones del poder legislativo (el Parlamento) es controlar al poder ejecutivo (el gobierno). Se trata de que personas que representan directamente a la ciudadanía controlen al gobierno, pero si son únicamente representantes de sus respectivos partidos, estamos como estamos ahora.
Por tanto, deberíamos hacer lo contrario, aplicar en la práctica lo que dice la ley: votar de verdad a personas, cambiando la forma en que se plantean las elecciones, las campañas electorales y, lo más importante de todo, el propio ejercicio de la política y la relación entre las personas representantes y el electorado al que supuestamente representan. Es una opción menos complicada desde el punto de vista legislativo, porque ya está ahí en la teoría, pero infinitamente más complicada en la práctica frente a nuestra “tradición”.
¿Cómo conseguirlo? Por desgracia no tengo respuestas, solo pretendo plantear temas de reflexión que me parecen necesarios. Desde luego las circunscripciones deberían ser muchísimo más pequeñas para fomentar la relación directa entre representante y votantes, pero además se requiere un cambio drástico de la cultura política, tanto de quienes la ejercen como de la población en general. En cualquier caso, seguir así, “jugando” a que votamos a partidos cuando legalmente no es así, es una farsa.
Nota: Se dice a menudo que la circunscripción única sería la solución al problema de los votos “perdidos” por la ley d’Hont. Pero en realidad, eso quizás profundizaría aún más el desapego entre la persona representante y su electorado, pues profundizaría ese sistema de votar partidos: importaría menos aún a qué persona concreta eliges para representarte, sino qué porcentaje del total de escaños del Parlamento central consigue tu partido. Ahora se consideran votos perdidos porque la persona que sale elegida para tal circunscripción, en realidad se dedica a defender únicamente los intereses de su partido, no de su electorado. No “representa” a su circunscripción ni defiende sus intereses, sino los del partido al que pertenece. Creo que eso es lo que hay que arreglar.
– Así funciona el sistema electoral británico
– Cristina Ridruejo es miembro de Mujeres x la República. Forma parte del colectivo LoQueSomos
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Si el sistema electoral del Reino de España, a pesar de la enunciada proporcionalidad que debería hacer posible la representación, es decir, permitir la voz de las minorías tras los diferentes procesos electorales, está muy lejos de conseguirlo, más allá de la receta de aquel ingenioso señor D´Hondt a la que añadir cosas tan inocentes como la constitucionalización de la provincia como circunscripción, a veces groseramente primada para los redivivos partidos del turno , en las legislativas; ;si añadimos la propuesta, tan cara a cierta derecha anglófila, de distritos uninominales, bien podríamos añadir -referido a las ya magras expectativas de la izquierda-izquierda- aquello de “apaga y vámonos”. No podemos olvidar que en ese aludido paradigma británico, incluso, en aquellos buenos momentos del laborismo, los torys podían lograr mayorías locales y nacionales con menos voto popular. Cuidadito, pues si ya lo tenemos difícil …
Jack London, tiene un libro “Con ustedes por la revolución”, en el cual plantea y la autonomía de los distritos municipales en Londres, frente a la política central, como forma de tener los distritos su propia libertad.
Esto planteado hace dos siglos en Londres era una auténtica revolución como el califica, comparado con España (Madrid), se adelanta tanto en el tiempo que más que una revolución habría que catalogarlo de algún efecto astronómico de esos dé a años luz de distancia, y que cuando nos llegase ya no existiría vida humana en el planeta para aplicarla.
Como ejemplo pongo al distrito del Puente de Vallekas, un distrito que nunca ha votado mayoritariamente a la derecha, pero si Madrid vota a la derecha, la presidencia de la junta municipal la ejerce la derecha, ejercitándola contra los vecinos insurrectos que no aceptan entrar en el redil mayoritario del resto de la ciudad pero minoritario en su distrito.
Luego está el tema de que votamos a una persona. Realmente votamos a una lista cerrada, hecha por cada partido, incluso en el Senado. Es decir que viene todo ya, digamos que enlatado desde los partidos. En los cuales ejercen presión los grupos de influencia, que se ponen en marcha sobre todo cuando se acercan las elecciones.
Siendo en estos periodos cuando los ciudadanos tenemos más posibilidades de influir, desde nuestra posición individual a la vez que colectiva, en cuestiones que desde el sistema son inamovibles, pero desde fuera no se entiende que esas cuestiones deban de ser tan inamovibles como la hacen los intereses partidistas.
Como por ejemplo el sometimiento a referéndum del pago de la deuda por encima de todo, o la sucesión monárquica, recogido por la constitución pero no llevado a cabo por el sistema, y otras cosas parecidas en las que nuestro voto, pues pinta menos que los críticos del cuadro “Los críticos de arte” de Brueghel el viejo.
Realmente votamos para que decidan por nosotros. Pero tenemos más formas que el voto para llevar adelante nuestra opinión. Lo que pasa que cuesta más esfuerzo y te suelen enviar a los antidisturbios para quitarte las ganas.