La fascinación por África

La fascinación por África

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez. LQSomos.

Seguramente el encuentro entre Livingstone y Stanley en 1871 es el más famoso de la historia de África (y ya que estamos, parece que la célebre pregunta de Stanley, ¿El Dr. Livingstone, supongo?, suena a perogrullada), y ambos son los exploradores en África más populares de la historia; también resultan muy diferentes, mientras el primero representa más netamente la parte romántica y humanista, el segundo lo es de su cara más despiadada, pero este contraste resulta escamoteado en la película El explorador perdido en la que Henry Morton Stanley (el soberbio Spencer Tracy) resulta ser el continuador de la obra filantrópica de Livingstone (el muy profesional Cedric Hardwicke que también fue Allan Quatermain).

Tal encuentro viene argumentalmente precedido por el encargo que hace a Stanley el editor del New York Herald, James Gordon Bertlett, Jr. (Henry Hull, un actor muy considerado para este oficio; lo fue en otras ocasiones célebres como en Jesse James y Objetivo Birmania). Aquí Stanley es también un periodista, y está convencido de que puede encontrar a Livingstone al que se le había dado por muerto, gracias a la expedición que financia el diario, y al frente de la cual se encuentra el guía Jeff Slocurn (Walter Brennan). Antes de salir, Stanley conocía a Eve Kingsley (Nancy Kelly), de la que se enamora… al final de un laborioso viaje lleno de dificultades y peligros. Stanley encuentra al mítico Livingstone dedicado beatíficamente a la medicina y a la evangelización, en un poblado indígena. El encuentro liga el destino de ambos exploradores.

En esta época, las exploraciones ya ocupan las portadas de la prensa, y Stanley facilita al diario que le ha financiado el viaje la sensacional noticia. También King juega con el contraste de “selvas”, en la urbana, la noticia provocaba una enorme polémica, animada por la actitud negativa de Lord Tyce (Charles Coburn) que no acepta la información de Stanley por intereses propios. El esfuerzo de Stanley no resulta recompensado, sobre todo considerando que, en su ausencia. Eve se había enamorado de Garet Tyce (Richard Greene).

El círculo se rompía con otra noticia: Livingstone había muerto, y antes de hacerlo había solicitado a Stanley que continuara su obra, por lo que el periodista huía de la “selva” urbana para regresar a África.

Javier Coma escribe que King “modificó el guion según sus conveniencias e imbuyó al film de sentido religioso, con una conclusión al efecto mediante el empleo del himno de A. SuIlivan Onward, Christian Soldiers” (1995), algo muy propio en un cineasta que no desaprovechó ninguna ocasión (por ejemplo, en algunos de sus “westerns”), para introducir unas notas de sencilla religiosidad.

En su sintética y apasionante historia general de África, Davidson encuentra un espacio para narrar una pequeña historia muy diferente del final de Livingstone de la que ofrece El explorador perdido: “Un estrecho camino desciende suavemente desde la pequeña ciudad afrooriental de Bagamoyo hasta la orilla del océano Indico. Viejas casas de madera, algunas con puertas bellamente labradas, se alzan a ambos lados del sendero. Parecen vestigios de una historia antigua, aunque, en realidad, Bagamoyo es un producto de la primera mitad del siglo XIX… En los últimos años del XVIII se inició un nuevo tráfico de esclavos en el África oriental, adquiriendo grandes proporciones en el curso del siglo siguiente, Bagamoyo se convirtió en uno de los puntos terminales de ese tráfico de esclavos que transcurría desde el interior hasta la costa swahili del océano. Hoy, el calor del sol de mediodía en el último tramo del penoso sendero que conduce al mar, parece inmovilizar los pensamientos, aunque más valiera no tener recuerdos. Con todo, Bagamoyo, pese a su cruel historia, es también un santuario a la causa de la solidaridad humana… En 1872, a muchos cientos de millas del oeste, exhaló su último suspiro el gran misionero escocés David Livingstone, que fue hallado por sus compañeros africanos aliado de una hamaca.

La enfermedad y el agotamiento habían podido con él. Sus compañeros, dirigidos por Chamah y Susi, tomaron una decisión extraordinaria. Pensaron que era su deber llevar el cuerpo de su venerado maestro a la costa, con el fin de que pudiera hallar un último lugar de reposo en su propio país. Habiendo desentrañado el cuerpo y enterrado el corazón, expusieron el cadáver al sol por espacio de dos semanas, lo envolvieron luego con corteza y paño y emprendieron el camino hacia la costa… Fue un largo y penoso viaje, y pasaron muchos meses hasta que lograron entregar el cuerpo al cónsul británico en Bagamoyo, quien lo envió a Zanzíbar en un barco de guerra para su ulterior expedición a Europa. Chamah, Susi y los demás fueron cortésmente despedidos, y es reveladora la manera en que ello se hizo: “Tan pronto como llegaron al final de su viaje -escribía Horace Waller, editor de los diarios de Livingstone– se les comunicó gravemente que, una vez liberados de su carga, ni siquiera se les podía ofrecer un pasaje a la isla de Zanzíbar>>.

El propio Livingstone había adoptado en su momento una cierta actitud racista. Escribió en una ocasión: “Llegamos a ellos…como seres de una raza superior y funcionarios del gobierno que desea sacar del lugar que ocupan a los elementos más degradados de la familia humana. Somos adeptos de una santa y benigna religión, mediante una conducta coherente y sensatos y pacientes esfuerzos, podemos ser heraldos de paz para una raza hasta ahora confundida y oprimida”. Livingstone no era un tosco racista, pero tales eran sus convicciones.

En parte éstas obedecían al espíritu europeo de aquellos tiempos, y en parte, simplemente a informaciones erróneas. En cierta medida, coincidían con las convicciones de los exploradores contemporáneos, en especial Burton. Pero, ante todo, eran una consecuencia más de la maldición de Colón” (Bruce Davidson, 1992, p. 169-170).

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La “ficha”

Stanley and Livingstone (El explorador perdido)
Año. 1939. Duración 101 min. País: Estados Unidos
Reparto:Spencer Tracy, Nancy Kelly, Richard Greene, Walter Brennan, Charles Coburn, Cedric Hardwicke, Henry Hull, Henry Travers, Miles Mander, David Torrence, Holmes Herbert
Dirección: Henry King, Otto Brower. Guion: Hal Long, Sam Hellman, Philip Dunne, Julien Josephson, Edwin Blum, William A. Drake, Ernest Pascal. Música: R.H. Bassett, Robert Russell Bennett, David Buttolph, Cyril J. Mockridge, David Raksin, Rudy Schrager, Louis Silvers
Fotografía: George Barnes. Productora: 20th Century Fox
Henry M. Stanley acepta una inusual propuesta del director del periódico para el que trabaja. Se trata de localizar al misionero escocés David Livingstone, desaparecido en plena selva africana. Cuando por fin lo localiza, no sólo descubre que ha contraído una grave enfermedad, sino que vive perfectamente integrado entre los nativos.

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