La guerra de Alberto Ruiz-Gallardón contra las mujeres
Juan Pablo II, incomprensiblemente llamado el “Papa de los jóvenes”, manifestó en su encíclica Evangelium vitae que “el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente”. Para Teresa de Calcuta, el aborto, “es el peor enemigo de la paz. […] Todo país que acepta el aborto es porque su gente no ha aprendido a amar”. Juan Pablo II y Teresa de Calcuta también se opusieron a los anticonceptivos, asegurando que eran tan inmorales como el aborto. Para muchos, su interpretación de la vida y la sexualidad constituye un atentado contra la libertad de las mujeres y una invitación al sufrimiento. La reforma de la ley del aborto de Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia, provocará situaciones injustas y moralmente aberrantes, pero no creo que eso le inquiete. Muchos recordarán sus cínicas declaraciones a raíz de los recortes sociales impuestos por el gobierno de Mariano Rajoy: “Gobernar, a veces, es repartir dolor”. Se advierten en sus palabras la misma inspiración que en la célebre frase de Teresa de Calcuta: “Hay algo muy bello en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como la pasión de Jesucristo. El mundo gana con su sufrimiento”. A partir de ahora, el sufrimiento de las mujeres españolas atrapadas por un embarazo no deseado contribuirá a embellecer el mundo y Ruiz-Gallardón podrá presumir de seguir los pasos de la monja que confraternizaba con el matrimonio Reagan, mientras la CIA organizaba el asesinato de Ignacio Ellacuría y otros teólogos de la liberación en El Salvador, acusados de marxistas y subversivos.
La Ley Orgánica de Protección de los Derechos del Concebido y de la Mujer Embarazada establece que el aborto no es un derecho, sino un drama que debe ser gestionado por el legislador, fijando nuevos plazos para la interrupción del embarazo. Sólo se podrá abortar cuando exista un peligro importante y duradero para la salud física y psíquica de la madre o el embarazo haya sido producido por una agresión sexual. En el primer supuesto, existirá un plazo de 22 semanas de gestación y en el segundo se reducirá a 12, siempre y cuando haya una denuncia previa. Dos médicos deberán acreditar que se cumplen las condiciones e informar a la mujer embarazada de las alternativas (fundamentalmente, la posibilidad de la adopción). Después, deberá esperar al menos siete días para comunicar su decisión. Los médicos que realicen la evaluación no podrán trabajar en el centro donde se realice la intervención. La malformación del feto y su futura discapacidad no serán causas justificadas para malograr un embarazo. Si existe “una anomalía fetal incompatible con la vida”, se podrá abortar, pero se exigirá un diagnóstico certero. Se prohíbe la publicidad sobre clínicas abortivas y se permite la objeción de conciencia al personal sanitario que se niegue a participar en el diagnóstico y la intervención. Los motivos serán reservados y confidenciales. Las menores de edad no podrán abortar sin el consentimiento de sus padres o tutores. No habrá reproche penal para las mujeres que aborten fuera de la ley, pero no se descarta la sanción administrativa y los médicos implicados en el aborto ilegal sí serán sancionados con penas de prisión. Ruiz-Gallardón ha añadido un nuevo sufrimiento a la clase trabajadora, pues las clases pudientes resolverán la cuestión con un simple viaje al extranjero. Las mujeres pobres se verán obligadas a asumir el cuidado de hijos con patologías crónicas e incurables en una España, donde el Partido Popular ha recortado hasta lo irrisorio las ayudas a las personas discapacitadas o dependientes.
Pese a todo, la nueva ley no ha agradado a los sectores más reaccionarios de la derecha católica. El putrefacto Juan Manuel de Prada, pluma servil y tridentina, estima que el progresismo –“bárbaro y desalmado”- ha obtenido una nueva victoria, pues la mentalidad abortista sigue en pie, sin arrepentirse de su nefando crimen. El ideal es la prohibición total y sin exclusiones, pues a fin de cuentas los embarazos no deseados son el producto de esas “orgías herodianas que tanto les molan” a los progresistas. El nasciturus no debería estar “sometido a difusas conveniencias sociales, a sinrazones presuntamente humanitarias, incluso a meras prácticas eugenésicas”. Casi nadie ignora que Juan Manuel de Prada, insoportable pedantuelo y mediocre escritor, es el palafrenero de los sectores más integristas de la Iglesia Católica. Para un católico, la Iglesia es una institución alumbrada por la voluntad divina y el Papa es el vicario de Cristo. Para el resto, sólo es una institución creada por el ser humano, que intenta imponer su credo y no respeta la libertad de conciencia, pues considera que sus convicciones son valores absolutos y universales. No voy a sacar a relucir las Cruzadas, la Inquisición o la Guerra de los Treinta Años, que devastó Europa y acabó con casi cinco millones de vidas, pero sí quiero incidir en el papel desempeñado por la Iglesia Católica en la historia reciente de España. En El laberinto español (1943), Gerald Brenan escribe: “Los españoles cultos se han visto forzados a considerar a la Iglesia no sólo como al enemigo del gobierno parlamentario, sino de toda la moderna cultura europea; las clases trabajadoras han encontrado en ella una barrera a sus esperanzas en pro de un nivel de vida mejor. Detrás de cada acto de violencia pública, de cada reducción de la libertad, de cada asesinato judicial, estaba el obispo, que en su pastoral o en un artículo de fondo de un periódico católico, manifestaba su aprobación o pedía una represión más dura. Y si no olvidamos que esta intransigencia política encubría a menudo la mayor relajación en la conducta y una ausencia más o menos total de todas las virtudes cristianas, no nos sorprenderemos de que, a los ojos de amplios sectores españoles, la Iglesia haya llegado a ser el símbolo de todo lo que hay de más vil, más estúpido y más hipócrita”. La reforma de la ley del aborto de Ruiz-Gallardón se ha gestado a la sombra del cardenal Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española y un reaccionario sin complejos, según el cual “el divorcio es una marcha atrás en los derechos humanos” y “el matrimonio homosexual niega la misma razón humana”.
La Iglesia Católica sigue ejerciendo una influencia nefasta en la vida política española. Al igual que el regreso de la religión a las aulas como materia evaluable, la reforma de la ley del aborto es una nueva concesión al clero. No me interesa entrar en controversias sobre el momento en que el embrión se transforma en feto y adquiere la condición de persona. Estas discusiones bizantinas y de escaso valor científico sólo pretenden ocultar el desprecio hacia la dignidad de la mujer. Alumbrar un hijo debe ser una decisión libre y responsable. Forzar la maternidad es un acto de crueldad, que convierte el cuerpo de la mujer en un objeto sujeto a voluntades ajenas. Yo no necesito plantearme de forma teórica el problema moral de los niños que nacen con graves enfermedades o malformaciones. Mi hermana mayor nació con síndrome de Turner, una rara patología que afecta a una de cada 2.300 niñas. Ha sufrido terribles discriminaciones y escasas muestras de afecto y solidaridad, sin mencionar los problemas de salud, agravados por la edad. Yo soy bipolar. No lo descubrí hasta 2004. Es un trastorno emocional, que provoca brotes de euforia y crisis depresivas. El 25% de los afectados se suicidan. Yo lo he intentado varias veces. ¿Qué habría hecho mi madre, si hubiera dispuesto de estos datos durante sus embarazos? El trastorno bipolar no aparece en una ecografía. En cambio, el síndrome de Turner sí puede apreciarse y si hay alguna duda, un análisis de las células del líquido amniótico o de la placenta proporciona un diagnóstico con un 99’9% de exactitud. Ambas patologías producen un enorme sufrimiento en el individuo y en su entorno. No sé si mi madre habría abortado (probablemente no, pues nació en 1925 y, sin ser una mujer convencional, se educó en los valores de su época), pero lo que he vivido me ha enseñado a no juzgar a los demás en circunstancias particularmente adversas. No se puede imponer a una mujer un reto que desborda a muchas familias. Un niño discapacitado sólo podrá sobrellevar sus límites y adquirir autoestima con una madre que haya elegido libremente afrontar la experiencia. Los que condenan el aborto y exaltan el valor sagrado de la vida, son los mismos que recortan salarios y pensiones, desahucian familias, suprimen ayudas a las personas discapacitadas y dependientes o venden armas a países que violan sistemáticamente los derechos humanos. De hecho, España incrementó en 2012 su venta de armas a Arabia Saudí, Israel, Bahréin y Marruecos. Al parecer, el gobierno de Mariano Rajoy quiere estar en todos los frentes y Alberto Ruiz-Gallardón atribuye un enorme valor estratégico a su guerra contra las mujeres. De momento, ha conseguido que las mujeres españolas se encuentren en una situación de minoría de edad, con su cuerpo tutelado por leyes que niegan su autonomía personal y menoscaban su dignidad. Imagino que Pilar Primo de Rivera debe agitarse de alegría en su tumba, pues en la España de 2013 han vuelto a florecer los ideales de la Sección Femenina. Pilar Primo de Rivera opinaba que “la vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular –o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse”. La mujer como madre y esposa sumisa es el nuevo amanecer que nos ha pintado el “hijoputa” de Alberto Ruiz-Gallardón para el siglo XXI. Simone de Beauvoir afirmó que “no se nace mujer”, sino que “se llega a serlo”. Es decir, ser mujer no es un destino biológico, sino una identidad que se elige como una forma de resistencia contra la sociedad patriarcal. Todos los que nos oponemos a la nueva ley del aborto, deberíamos “ser mujer”, solidarizándonos con esa parte de la humanidad que vuelve a sufrir el abuso de una cultura insoportablemente machista y que una vez más protesta con ingenio y coraje, reivindicando su derecho a escoger su manera de vivir, libre de ataduras e imposiciones. La guerra de Ruiz-Gallardón contra las mujeres añade una nueva página de infamias a la historia negra España. Ojalá podamos arrancarla pronto. De momento, la irrupción de las activistas de Femen en el Congreso de los Diputados ha infundido un soplo de esperanza.
* Rafael Narbona