La Inquisición ataca de nuevo

La Inquisición ataca de nuevo

Por Arturo del Villar.

Han mandado tantos siglos a sangre y fuego, con las hogueras siempre a punto, que no se resignan a admitir su inoperancia en el siglo XXI, como un residuo anacrónico de otros tiempos en los que la secta catolicorromana imponía su dictadura clerical, por autorización de los monarcas, muy satisfechos de contar con una institución garantía de su absolutismo

Por ello la diócesis de Calahorra y La Calzada—Logroño ha publicado una airada nota informativa, en la que “lamenta profundamente” que en la Gala Drag organizada como prólogo a la celebración del Día del Orgullo Gay “aparece de forma irrespetuosa una persona desfilando con un modelo que figura la Virgen María, lo que constituye una verdura ofensa para los cristianos […], lo que atenta contra un derecho fundamental y menoscaba la convivencia”.

Los actuales inquisidores entienden la convivencia ciudadana como una sumisión total a su doctrina, que es la única verdadera, según ellos dicen. Pretenden continuar imponiendo su criterio en materia de costumbres, lo que implica aceptar la censura eclesiástica en todas las materias, como se vino tolerando durante siglos, cuando la Iglesia catolicorromana marcaba los criterios sobe lo que se debía creer, lo que se podía leer, lo que se había de considerar moral e inmoral, lo que era permitido en las limitaciones sexuales impuestas a los fieles, que por supuesto no obligaban a los clérigos, entregados a lo que ellos mismos llamaban el pecado nefando, introducido en todos los conventos de frailes y monjas.

La mayor parte del mundo civilizado se ha liberado ya del yugo catolicorromano y ahora no tolera sus imposiciones, exigiendo además el derecho de reclamarles cuentas públicas por sus crímenes seculares perpetrados en las hogueras del que llamaban Santo Oficio de matar en nombre de su dios implacable y sanguinario.

No se deben tolerar las nuevas censuras de los clérigos, y tampoco es aceptable que sigan considerándose los únicos capacitados para dictaminar lo que está permitido y lo prohibido en las relaciones sociales y sexuales. Se creen los elegidos por el dedo de su dios porque vivimos en un reino en el que resulta que quien detenta el cargo hereditario y vitalicio de la Jefatura de Estado tiene la denominación de rey católico, por concesión del repulsivo papa Alejando VI a Isabel y Fernando y sus sucesores.

Debido a que las ideas religiosas no pueden evolucionar, aferradas a sus dogmas, los clérigos continúan defendiendo el viejo precepto del “cuius regio, eius religio”, adoptado en el siglo XVI durante las guerras de religión derivadas de la Reforma, para que la confesión adoptada por el rey de un Estado obligara a todos sus vasallos. Como consecuencia de su aprobación, quienes no aceptaban esta norma tenían que emigrar a otro reino acorde con su ideología, si no querían exponerse a los castigos, incluida la pena de muerte, merecidos por su actitud. Era una barbaridad según el criterio actual, aunque entonces parecía una decisión lógica.

En este siglo XXI apenas quedan reinos, pero a los españoles nos lo impuso el dictadorísimo genocida, y apenas quedan catolicorromanos, pero aquí se mantiene la dictadura eclesial lo mismo en la enseñanza que en las costumbres y la censura. Los españoles no residimos en el siglo XXI, como sí lo hace la mayoría de los países occidentales, sino en la Edad Media de los milagros y del camino de Santiago.

Para superar este anacronismo debemos empezar por abolir la monarquía y la Iglesia catolicorromana, las dos instituciones tradicionalmente unidas para mantener embrutecido al pueblo. El poder del altar y el trono parece estar firme sobre sus cimientos medievales. El apóstol Santiago y las cien mil vírgenes matronas de todos los pueblos y ciudades velan para impedir que se tambalee a casa de otra revolución.

Los clérigos guardianes de las cien mil vírgenes veneradas en todos los rincones españoles por unos fanáticos que las siguen con tanta emoción como a las corridas de toros, no pueden tolerar una más que les quite seguidores con sus limosnas en petición de milagros. No toleran la competencia que rebaje sus ganancias. Así que anuncian su oposición, y encuentran seguidores. Si lo consideran oportuno, organizarán otra cruzada en defensa de sus ideas medievales.

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