La migración: cinismo y delito contra la historia

La migración: cinismo y delito contra la historia

Cuando el dios de los judíos creó el universo y del barro de la tierra hizo al hombre a imagen y semejanza suya, nos dijo textualmente: “sed prolíficos y multiplicaos, poblad la Tierra y sometedla”. Nada dejó dicho respecto con quién multiplicarnos, pero está clarísimo que el lugar elegido fue nuestro planeta. Los mitos, para no confundirlos con la realidad, hay que leerlos a la luz de la historia. Cuando el hombre inventó la propiedad privada lo hizo a imagen y semejanza de otros que por alguna razón coyuntural fueron clasificados de forma “natural” como los desposeídos del planeta, condenados a errar por él para ganarse la vida. Y así hasta el capitalismo de hoy.

El fenómeno de la migración, intencionadamente cargado del miedo a la desintegración social, que hoy nos venden los políticos profesionales de la democracia occidental y de mercado, ni es nuevo, ni desune. Quienes afirman lo contrario deberían ser condenados, por delito de falsificación pública de la historia de la humanidad, a navegar en patera el resto de lo que les quede de vida, eso sí, bajo vigilancia de alguna ONG solidaria para dar cumplimiento de mínimos a nuestros actuales derechos humanos.

Porque si somos humanos es gracias al mestizaje y a la migración, salvo que a estas alturas del camino recorrido sigamos creyendo en el mito bíblico y su terrible consecuencia: considerarnos determinados biológica, social y culturalmente incapaces de transformar la naturaleza de la que formamos parte, no para dominarla, sino para llegar a ser más libres.

Para quienes piensen que la historia es sólo un relato de hechos en donde los buenos ganan a los malos, hay hechos que desmienten los relatos. Veamos la cosa en detalle. Acabamos de presenciar recientemente la expulsión de Italia de ciudadanos comunitarios, rumanos, que asimilados todos a la etnia gitana, a su vez estigmatizada como generadora de inseguridad ciudadana, que si no estuviéramos seguros del día que marca el calendario, bien podría tratase de una noticia de los tiempos del Duce. La bárbara incultura de la casta del monopolio mediático italiano no tiene límites y levanta ampollas sobre el mapa de su propia historia. ¿Se renegará también de que en la época clásica había más griegos viviendo en el sur de Italia y Sicilia (La Magna Grecia) que en la propia Grecia? Se me responderá que aquellos eran tiempos “bárbaros” y mucho ha llovido desde entonces, nada que objetar, pero no se nos puede negar que estamos en condiciones de cuestionar la independencia de la civilización occidental que sabemos se nutrió del conocimiento de oriente y migraciones por doquier, luego, cuando a la gente se le hurta la historia suele ser porque los ladrones han olvidado que la suya es el resultado de la mezcolanza de otras muchas.

Tomemos un ejemplo más cercano en el tiempo. La irrupción de clases trabajadoras en la industria o la agricultura de plantación en el siglo XIX. La clase proletaria supuso (y supone) temor para los poderosos, pues encontraban en ella la causa del desorden social. Para algunos estudiosos del momento estas ‘masas de gentes sin historia’ eran un problema cuyo origen se situó en su desenraizamiento causado por la migración del campo a las ciudades, es decir, se interesaron más por lo que había tras ellos, que por lo que estaban llegando a ser. Salvo Marx y Engels que situaron al proletariado en las coordenadas de su propio devenir como clase de vanguardia revolucionaria, los nuevos trabajadores son tan sólo y sólo portadores de la única mercancía que pueden vender: su fuerza de trabajo. Los movimientos migratorios que las fuerzas del capital movilizan rompen las barreras internas y externas que los Estados-nación en formación tratan de apuntalar imponiendo las pautas hegemónicas cultural-nacionales de las clases poseedoras de los medios de producción.

Así, es erróneo pensar que los emigrantes portaban (y portan) una ‘cultura integrada’ en un todo ‘puro y homogéneo’, pues lo verdaderamente significativo es la posición que pasa a ocupar el inmigrante en los grupos sociales a los que llega, posición que determina qué recursos anteriores (educación, conocimientos, etc.) podrá aplicar para ganarse la vida y cuáles podrá o no adquirir. Su posición dependerá de la estructura concreta de la relación capital-trabajo del lugar al que llegue, no de su cultura. Otra cosa son los mecanismos de control y eficacia en dividir a la clase trabajadora para enfrentarla entre sí. La historia de la clase obrera ofrece múltiples casos ejemplificadores. Uno de ellos el de Italia cuando la gran crisis de su agricultura, acaecida en los últimos treinta años del siglo XIX. Veamos qué pasó.

La tenencia de la tierra por parte de la iglesia, el crecimiento de las grandes fincas en manos de los grandes terratenientes que acrecientan su riqueza en la industria y la competencia del precio del trigo proveniente de Rusia y Estados Unidos provoca, en un primer momento, una migración a Francia, Alemania y Austria-Hungría de 16.000 personas. Posteriormente la cifra aumentó a 360.000, 12.000 fueron a Brasil y Argentina. Entre 1881 y 1901 la cifra se sitúa en 2.000.000. En total cuatro millones de italianos salieron de su país entre 1861 y 1911, la mayoría provenientes del sur. Hasta 1900 la mayoría migró a América del Sur; con el comienzo de siglo el flujo se dirige a los Estados Unidos. “En el primer decenio del siglo XX más del doble fueron a Estados Unidos; en la segunda década, la proporción fue de tres a Estados Unidos contra uno a América del Sur”. (1)

El ‘efecto llamada’ no era otro que la crisis en el mercado de esclavos que generó a su vez una severa crisis en toda la faja cafetalera de Río Claro en Sâo Paulo, Brasil, que fue resuelta importando mano de obra italiana a la que el Estado brasileño pagaba el pasaje, proporcionaba a la familia una parcela para el cultivo de subsistencia y el cafetalero adelantaba el salario de un año. ¿Por qué era rentable la mano de obra italiana? Hasta que no se abolió la esclavitud en Brasil, año 1888, más de la mitad de esta mano de obra era esclava, comprada a pequeños plantadores en declive. Pero la población esclava no se reproducía: el infanticidio y la altísima mortalidad infantil era un todo que hacía frecuentes las huidas, y aunque su caza daba empleo, pues era un trabajo bastante bien remunerado, estos esclavos, que ya habían nacido allí, formaban un grupo social homogéneo y cada día más rebelde. Cuando se abolió la esclavitud es cuando comienza la llegada masiva de inmigración italiana. Cosecha tras cosecha anual los inmigrantes de sustitución de la esclavitud se movilizaban para encontrar empleos mejores. Esto trajo consigo cambios sustanciales en la estructura de la población. La mitad de los cafetos salían adelante con su trabajo, la otra mitad con el trabajo de colonos brasileños o de operarios a destajo, los más explotados, los esclavos ahora libertos que ocuparon el estrato más bajo de la población. No pudieron competir como trabajadores ‘libres’ frente a la avalancha migratoria. Los inmigrantes italianos contribuyeron a la estratificación étnica, subsidiada por el Estado a través de los inmigrantes, fondos que a su vez habían salido de la explotación de la mano de obra brasileña. Pero no se pudo mantener la productividad de los cafetales que avanzaban hacia el interior rapiñando beneficios, atrás quedaba un proletariado estratificado y dividido que el gran Sâo Paulo se tragó con el tiempo.

Las migraciones de británicos, polacos, alemanes, suecos… europeos en suma, su fuerza de trabajo sirvió para una acumulación de capitales que el imperio Estadounidense engulliría con voracidad a lo largo del siglo en toda América Latina, con sus terribles consecuencias para sus pueblos, sobre las cuales ahora no me voy a detener en detallarlas, pero que a buen lector con pocas palabras bastan.

Una mujer, Giovanna Reggiani, moría en Italia apuñalada por un ciudadano comunitario rumano. Año 2007. Un año antes, según la “Comissao Parlamentar de Inquerito sobre Organizacoes Criminosas do Tráfico de Armas. Camara dos Deputados. Deputado Raul Jungmann. Brasília”, se emite un informe (27 de noviembre de 2006) “en Brasil muere una media de 100 personas al día, lo que convierte al país en el campeón mundial en número absoluto de muertes de esta naturaleza, superando a países en conflicto como Irak, Israel/Palestina y Colombia”. (2)

Romano Prodi, cuando habla para el Financial Times, para quienes manejan las llaves de apertura y cierre de los flujos migratorios, para quienes la libertad de mercado legaliza la lucrativa producción y venta de armas, para quienes nuestra vida les importa un santo carajo, nos dice que como nadie se esperaba la crisis en Rumania (¡Qué cinismo tras toda la parafernalia de su ingreso en la Europa del Capital y la Guerra!) se ve en la obligación moral de decretar poder local para expulsar a ciudadanos comunitarios rumanos si se presupone son “una amenaza pública”. Vergüenza le debería dar al primer ministro italiano justificar y airear el más zafio y ruin racismo contra los gitanos, de profundas raíces históricas que todavía conservamos en Europa, pese y para más inri de los bonitos discursos de la Comisión Europea encargada de la inmigración que nos hablan de la interculturalidad, la convivencia y la pluralidad étnica en nuestro continente.

No es por meter el dedo en la llaga, sino porque quien va a por lana puede salir trasquilado. Desde aquí insto al gobierno de Brasil para que solicite la consiguiente reparación e indemnización a Italia por los daños y perjuicios causados a la población autóctona de Río Claro por contribuir sus inmigrantes a una parte alícuota de la violencia que provoca la estratificación étnica, que en las calles paulistas, para hacernos una idea, el 18 de mayo de 2006 se llevó por delante a 170 personas en un día, que murieron en enfrentamientos con la policía de las mal llamadas “bandas callejeras”.

Señor Romano Prodi, señores de la propaganda del miedo al inmigrante, lean un poco más de historia, aunque sólo sea como entretenimiento, y déjennos en paz, que las trabajadoras y trabajadores rumanos vienen aquí a ganarse la vida porque en la redistribución del mercado de trabajo que los prebostes del capital Europeo y Norteamericano hicieron tras la caída del muro de Berlín, a Rumania se la dejó de lado, porque al ser un país eminentemente agrícola se pensó que los rumanos eran todos unos “destripa terrones”, que irían tirando como pudieran. Los hechos demuestran todo lo contrario, son gentes cultas, inquietas, que buscan lo que busca todo inmigrante, ayudar a sacar adelante a sus familias aquí y allí, a mantener sus casas, a volver porque aman su país, su gente, y aquí, en España, señor Prodi, puede verlos en el metro camino del trabajo, en las obras, en el trabajo doméstico, en la agricultura, luchando por una vida mejor para sus hijos. Todo eso que solemos hacer los obreros para ganarnos la vida.

Y no me vengan con que vienen a quitarnos el trabajo porque por ahí no trago, léase los datos sobre empleo y descubrirá que los inmigrantes ocupan aquellos puestos de trabajo que al ser inaceptables para nuestra condición de ‘trabajadores de 1º orden’, es decir, por los que los autóctonos no pasamos debido al salario de miseria que se ofrece, y por si acaso nos ponemos levantiscos, lo ocupan los inmigrantes. El paro, sí, ese sí que es un problema serio, principalmente para la clase trabajadora que no le queda otra que dejarse explotar para subsistir, porque migrantes lo somos todas y todos desde que el mundo es mundo.

Miren y sepan que autóctono e inmigrante somos la misma clase obrera. Que ningún ser humano es ilegal y que vuestro miedo es el síntoma de que nuestra fuerza está ahí. Otra cosa es que no sepamos todavía bien cómo usarla para organizarnos en alternativa. Pero todo se andará, no se preocupen. La confusión generada por la tremenda violencia estructural del sistema, que nos hace ver como enemigo a quien no lo es, se va aclarando de a poquito cuando distinguimos entre quienes perpetran a conciencia actos violentos que los sitúan como nuestros irreconciliables antagónicos de clase y los de aquellos que son verdugos y a la vez víctimas de esa violencia.

Más artículos de la autora

(1) Eric Wolf, (2005) Europa y la gente sin historia. Fondo de Cultura Económica, México. 1ª edición en inglés, 1982.

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