La República, esa desconocida, y Negrín al frente

La República, esa desconocida, y Negrín al frente

Arturo del Villar*. LQS. Junio 2020

La República Española continuó su actividad en el exilio, cada vez con medios más reducidos y con menos reconocimientos internacionales, hasta el punto de ser los Estados Unidos Mexicanos su único aliado

Durante la larga noche de la dictadura fascista, cada vez que se mentaba a la II República era para denigrarla, acusándola de querer destruir a la España tradicional, la de los Reyes Católicos y la consagración al corazón de Jesucristo. Se aseguraba que llevó a tales extremos su perversidad, que los militares patriotas se vieron obligados a sublevarse, acompañados por los mejores ciudadanos y bendecidos por los cardenales y obispos. Era lo relatado en los sucesivos libros que estudiábamos, desde la escuela primaria hasta la Universidad.
Ahora ni siquiera se estudia el período republicano, de modo que en el mejor de los casos nada saben las últimas generaciones sobre la II República y los hombres y mujeres que la defendieron. Por eso es fácil leer necedades históricas en los medios de comunicación.

El diario digital elEconomista.es ha publicado el 19 de junio de 2020 un artículo firmado por José L. Jiménez con el título “¿Cómo llegó el apellido Armas a Canarias?”, en el que se menciona a “Juan Negrín, el último presidente de la república española”, con iniciales minúsculas como si la República fuese cualquier vulgaridad. Para mayor vergüenza del autor, que parece ser canario, o al menos hallarse muy interesado en la historia canaria, Negrín era canario, de modo que debiera conocer su biografía, dejando aparte la obligación de saber los datos verdaderos de lo que se escribe por parte de quienes lo hacen para el público.

Negrín en la República

Ni el director del periódico, Amador G. Ayora, ni los redactores han corregido ese disparate histórico del autor Jiménez, lo que demuestra que opinan como él. Sin embargo, Negrín no fue ni el último ni el primer presidente de la República Española, sino jefe del Gobierno y ministro de Hacienda y Economía desde el 17 de mayo de 1937, hasta el 6 de abril de 1938, cuando formó un nuevo Gobierno en el que se reservó el Ministerio de Defensa Nacional.
Este Gobierno se mantuvo en el exilio hasta el 17 de agosto de 1945, cuando se reunió el Congreso de los Diputados en el Salón de Cabildos de México, D. F., al que había concedido la extraterritorialidad el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Manuel Ávila Camacho, y era legalmente, por ello, territorio español. En ese solemne acto fue designado presidente de la República Española Diego Martínez Barrio, ante quien presentó la dimisión el Gobierno en pleno, como era preceptivo, con Negrín al frente.
Por lo tanto, están a punto de cumplirse 75 años del cese de Negrín, una de esas fechas que suelen ser consideradas memorables. Por ello, será oportuno recodar algunas ideas que expuso en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana el 1 de agosto de 1945. El local estaba abarrotado de público, pese a que se transmitía en el mismo momento por emisoras de radio. La expectación desbordaba a los republicanos españoles exiliados, como lo demostró el hecho de que asistieran diplomáticos de nueve países, entre ellos los de la República Francesa, el Reino Unido de la Gran Bretaña y los Estados Unidos de Norteamérica.

Por la unidad republicana

Negrín estaba al tanto de las disensiones presentes entre los republicanos en México, en las que él mismo era atacado con dureza. Por eso reclamó la unidad entre todos los grupos para poder ser tenidos en cuenta:

Es preciso que el que hable el dia de mañana en nombre de España, lo haga reconocido por todos los republicanos españoles como tal Gobierno de la República. Y es una ilusión, una imaginación, una cosa absurda pensar que juntas, comités o entidades de otra naturaleza puedan actuar internacionalmente pretendiendo asumir la representación de España, o tener la probabilidad de tener éxito alguno.

Esto es algo tan obvio que no hubiera sido necesario recordarlo, pero los grupos republicanos se hallaban tan divididos en el exilio como lo estuvieron durante la guerra, con lo que facilitaron el triunfo de los rebeldes. El mismo Negrín sufrió los ataques de su compañero de partido Indalecio Prieto, siempre en la oposición. Lamentablemente el grupo socialista afín a Prieto se apresuró a publicar en París en 1939 las cartas cruzadas entre él y Negrín nada más terminar la guerra, cuando debieran haber estado más unidos que nunca, pero sucedió todo lo contrario. El 7 de junio Prieto le comunicó que consideraba “rota por completo desde abril de 1939” la antigua amista lógica entre compañeros de partido, y no se detuvo hasta lograr que Negrín fuera expulsado del Partido Socialista.
Estas contradicciones jalonan la historia de la II República Española. Pueden comprenderse entre organizaciones políticas de diverso signo, aunque resultan difíciles de aceptar entre personalidades dirigentes del mismo partido. Sin embargo, en el Socialista eran continuas las disputas entre los partidarios de Prieto y los de Francisco Largo Caballero, siempre enfrentados, y después se añadió a la discordia Julián Besteiro, hasta la designación de Negrín a la jefatura del Gobierno, con lo que atrajo todas las malas intenciones de los demás.

Cómo restablecer la República

Salvado este inciso, continuamos repasando las reivindicaciones que, en opinión de Negrín, debían reclamar los republicanos, con una clara pretensión: conseguir el apoyo de las democracias occidentales para recuperar el lugar a que tenían derecho entre las naciones, puesto que el golpe de Estado de los militares monárquicos era ilegal en sí mismo, y no se podía aceptar al régimen dictatorial derivado de él. Y para ello era preciso, ante todo, lograr el consenso entre las fuerzas republicanas vencidas y exiliadas:

Nosotros no pedimos más que una cosa, no pedimos más que aquello a que tenemos derecho: el reconocimiento del Gobierno de la República, pero primero tienen que reconocerlo los propios republicanos. […] Nosotros, con nuestra conducta, tenemos que darles a esas potencias la sensación de que puede haber un régimen republicano estable en España.

La argumentación era excelente, pero los diversos grupos republicanos tenían sus propias ideas al respecto. Todos pedían la unidad organizativa, pero bajo la dirección de cada uno de ellos, lo que hacía inviable el plan. Recordó que la República había sido elegida por una mayoría de españoles, y por lo mismo el régimen político a restaurar era el republicano. Le parecía intolerable la propuesta de restablecer la monarquía como medio de contentar a los militares rebeldes y pacificar a España. Por el contrario, reclamaba la recuperación del sistema votado libremente por la mayor parte del pueblo español:

¿Cómo se puede restablecer la República en España? Con una política: la que el Gobierno dio a conocer en lo que se llamó “Los trece puntos”. En estos trece puntos, de los cuales voy a dar lectura sólo a un par de ellos, están mencionadas las bases de lo que puede determinar la reconquista de España para la República.
Punto tercero. República popular, representada por un Estado vigoroso, que se asiente sobre principios de pura democracia, que ejerza su acción a través de un gobierno dotado de la plena autoridad que confiere el voto ciudadano, emitido por sufragio universal y que sea el símbolo de un Poder Ejecutivo firme, dependiente en todo tiempo de las directrices y designios que marque el pueblo español.
Punto trece. Amplia amnistía para todos los españoles que quieran cooperar a la intensa labor de reconstrucción y engrandecimiento de España.

Todo esto nos parece lógico, pero su aplicación dependía en primer lugar de un acuerdo entre todos los partidos republicanos, cosa imposible, y además debía contar con la aprobación del régimen instalado en España, que estaba legislando con una clara intención de permanencia en el poder, como así fue.

La República Española continuó su actividad en el exilio, cada vez con medios más reducidos y con menos reconocimientos internacionales, hasta el punto de ser los Estados Unidos Mexicanos su único aliado. Por eso el último presidente, José Maldonado, y el último jefe del Gobierno, Fernando Valera, decidieron que había llegado el momento de disolver las instituciones en el exilio tras la muerte del dictadorísimo. Así se firmó el 21 de junio de 1977, con el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, José López Portillo, poniendo fin al recíproco reconocimiento diplomático.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
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