La República y el balonmano
Dice el artículo 57.5 de la Constitución Española, en su Título II (De la Corona), que “Las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de la sucesión a la Corona se resolverán por una ley orgánica”. Se ha sugerido recientemente, por la misma Casa Real, que el concepto de “familia real” podría quedar reducido, a partir de 2012, a los reyes y al heredero de la Corona con su esposa y sus dos hijas. Por lo tanto, las infantas Elena y Cristina serían excluidas del grupo familiar dinástico y consideradas, a partir de ese momento, familiares del monarca sin la posibilidad de representar oficialmente a la Corona, ni tampoco con derecho a percibir fondos de los Presupuestos Generales del Estado, como ocurre en la actualidad.
Ese recorte “sentimental” de la familia real se produce, precipitadamente, en un momento en el que el marido de la segunda hija de los reyes está siendo investigado por una (¿supuesta?) participación en una trama urdida para beneficiarse obteniendo contratos millonarios a través de una red de “empresas” –creadas sin ánimo de lucro…– cuyo importe total supera, al parecer, los dieciséis millones de euros.
La noticia se hizo pública cuando ya había estallado bajo las alfombras del Palacio de La Zarzuela. “¿Qué ruido ha sido ese…?”, pregunta el súbdito alegre y confiado. “No es nada de importancia. Es, simplemente, que el yerno del rey, para no aburrirse, se dedica al deporte del pelotazo”. “Del balonmano, querrás decir…”. “Llámalo como quieras…”. La opinión pública –quiero decir: la opinión “controlada”–, cuando no tiene más remedio que hablar de este turbio asunto, lo hace con sordina. Desde hace muchos años, la consigna en este país es “no hacer ruido, que la democracia duerme la siesta de la Transición”. Los leales súbditos de la monarquía española se han convencido de que no conviene contaminar acústicamente al país.
Transcurridas tres décadas y pico, desde que los españoles “se dieron a sí mismos” una moderna democracia “inorgánica” –cuando, en realidad es una simple democracia “otorgada”–, en este país se asumió, de una manera servil, la restauración –con trampa– de la monarquía borbónica. A mediados de los años 70, del siglo pasado, el profesor Juan Marichal publicaba un breve ensayo titulado “Nueva apelación a la República”. Entre otras cosas, en este interesante trabajo se decía que “… en un muy corto plazo de años, se planteará a los españoles republicanos de aquí y de allá un muy grave dilema político y moral. Lo podríamos formular así: ¿cuál es el deber, en cuanto republicano, en el tránsito hacia la España del futuro próximo, hacia una posible España de la libertad democrática?”. Su respuesta, tras una breve especulación política, era la siguiente: “El republicano debe evitar la posición neoposibilista, declarando que no puede aceptar una monarquía mientras el pueblo español no la refrende o la rechace con su voto”.
La realidad fue otra muy diferente. Desde el famoso “contubernio de Munich” (1962), la idea de una restauración monárquica como solución para facilitarle una salida al franquismo declinante, va tomando cuerpo. Tiempo después, la idea se convierte en un mandato imperativo. A Llopis, secretario general del PSOE –sin paréntesis– le llega un recado de la democracia cristiana española: “Haced lo que queráis, pero España será una monarquía. Lo mismo da que os pongáis como os pongáis. La decisión ya está tomada”, les venían a decir en su comunicado, que hacían extensivo al PCE. La respuesta la dio Indalecio Prieto: “Nosotros con los comunistas no queremos saber nada”. Pero “el Partido” (PCE) ya había puesto su granito de arena: la “reconciliación nacional”. Este fue el primer paso para avanzar hacia la restauración borbónica.
Juan Marichal era muy optimista. “Si la restauración se hace “hacia la izquierda” (…), los dirigentes monárquicos tendrán forzosamente que acudir a los republicanos…”. Pues no: la restauración se hizo “hacia la derecha”. ¿Qué fue de aquel cuarenta por 100 de españoles republicanos, según el profesor Marichal…? Probablemente, que más de la mitad se hicieron “juancarlistas”. El resto, quizá forme parte de quienes, ahora, apelan constantemente a la III República. ¿Y la Segunda…?
* Publicado en La Voz de Asturias