La subasta de la muerte del lobo
Este miércoles 19 será el día del destino para un lobo ibérico. Naturalmente, él no lo sabe; pero en la Sierra de la Culebra (Zamora) se producirá oficialmente una peculiar subasta. Como es tradición, los pujantes de la misma elevarán sus ofertas para hacerse con la propiedad del animal. Unos para obtener el derecho de asesinarlo (cazadores de gatillo fácil, señoritos de montería, ganaderos irredentos que buscan sin disimulo su extinción…) Otros, los menos, pretenden ganar la subasta para que el lobo ibérico viva en libertad. Estos últimos se han nucleado en torno a la plataforma ciudadana Lobo Marley (www.lobomarley.org). Y para poder conseguir el dinero suficiente para salvar la vida al lobo, han acudido al sistema del crowfunding o microfinanciación, a través de la red goteo.org.
El lobo arrastra una negrísima leyenda de depredador asesino que le viene de perlas al hombre competidor del mismo territorio. Y la mejor manera de liberar de las ansiadas tierras, con fines económicos (urbanísticos, ganaderos, etc), es exterminar la especie que lo ocupa, sean lobos, osos o lo que fuera que estuviese allí “estorbando”.
En el caso del lobo las cosas de esta histórica confrontación están aún peor, si cabe. El peculiar aullido del lobo, sobremanera en las oscuras noches de las nieves de invierno, han sido durante siglos fuente de inspiracíón para la buena y la mala literatura. A todos nos han leído de niños los cuentos clásicos, donde el lobo era un infatigable y cruel malhechor siempre al acecho y siempre castigado.
El aullido del lobo sirve para atemorizar y disciplinar a la criatura humana, presentando a esta especie como máxima amenaza de muerte. El miedo es muy mal consejero; el niño de ayer, mecido en la cuna del temor y el peligro, se convierte de manera lógica en el enemigo perpetuo del lobo.
Así todo, la especie lupus ha conseguido sobrevivir, casi milagrosamente, gracias a su inteligencia instintiva y a su capacidad de resistencia y adaptación, hasta nuestros días. Pero ahora su destino es la subasta de muerte en la Sierra de la Culebra; o la aniquilación arbitraria y total de la manada de San Glorio (Cantabria) o las “razzias” asturianas o de otros lugares.
La legislación sobre la naturaleza y los animales salvajes en España es un “pandemonium”, sin ningún sentido común y que está a merced de los caciques rurales. Ellos, por lo regular son cazadores y, como si fueran dioses, deciden sobre la vida y la muerte de los mismos. La Administración autonómica es dispar e inenarrable: en unas regiones se deja sobrevivir al lobo, mientras que, si cruzan una línea divisoria imaginaria, se pueden encontrar en una provincia que lo declara “especie cinegética” y lo fulminan.
Cuando los lobos matan animales domésticos, la Administración no suele distinguirse por su generosidad y prontitud indemnizatoria. Ello encrespa los ánimos hasta la exasperación. Entonces, la venganza ganadera contra el lobo está servida. Inmediatamente, se reúnen las batidas de represalia y el resultado es funesto para los lobos ibéricos.
En estos ámbitos rurales, no faltan, antes al contrario, las virulentas arremetidas contra “esos tipos de la ciudad, esos ecologistas, que se meten donde no les llaman y no tienen ni idea de lo que hacen los lobos”. el ganadero tiene sus derechos y el lobo tiene también derecho a la vida como criatura que es de la naturaleza viva.
De todos modos, el uso ancestral del territorio está cambiando a pasos agigantados. España es más tardía, en este aspecto, por el apego a las costumbres tradicionales. En otras partes de Europa, se han creado santuarios donde el lobo y el hombre pueden convivir sin agresiones, al menos no definitivas o graves.
Y además, está demostrado que económicamente ese respeto mutuo es viable. Hay un turismo de la naturaleza creciente y rentable que tiene como protagonista absoluto al lobo.