La trampa
Cuando Gladys Rivera Acevedo se presentó en la Escuela Normal para Maestros de Ciudad de la Habana en el año 1957, lejos estaba de imaginar el método para comprar una matrícula a través de los directivos.
Meses antes, ella se preparó en una de las tanta academias de la capital para reforzar los contenidos de Español, Matemática y Ciencias, para luego rendir un examen de oposición.
La cantidad de plazas ofertadas nunca ascendía a más de 150, de ahí la necesidad de alcanzar un buen promedio en las pruebas. Entres sus compañeras de grupo se comentó la posibilidad de obtener la matrícula con el pago de 300 pesos por adelantado, cifra superior a un salario de los más altos en aquel momento.
El día de los exámenes debió llenar una planilla con sus datos generales para incluirlos en un sobre junto a la prueba realizada, a su vista se sellaba y se asignaba un número que debía recordar. Estaba prohibido reclamar la puntuación o pedir una revisión.
Su padre, maestro de profesión, se acercó al profesor Iglesias que con toda honestidad le dijo que no intervendría en la calificación, ni en los resultados obtenidos, sólo se ofrecía para custodiar la prueba.
En un primer momento, Gladys no entendió la necesidad de una custodia si los sobres fueron cerrados delante de cada alumno.
Al leer los listados, publicados en unos de los periódicos de la época, vio nombres de muchachas conocidas por ella, compañeras de grupos en niveles anteriores y con bajos rendimientos académicos. Sin embargo aparecieron en los primeros lugares en el escalafón general del otorgamiento.
Gladys clasificó aunque en los últimos lugares, sabía que lo importante luego de alcanzar la matrícula sería seguir estudiando mucho, hasta graduarse.
Conoció la trampa. En el momento de calificar, las pruebas de mejores resultados eran cambiadas de sobre y así se garantizaba que quienes pagaran obtuvieran las plazas.
El fraude consistió en el robo de las calificaciones.
* Periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
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