La transformación urbana como proceso colectivo
Los cambios en las ciudades a menudo se llevan a cabo al margen de la participación de los vecinos. En el mejor de los casos son invitados a decidir qué equipamiento o qué nuevo espacio quieren en el barrio, pero no participan en el diseño aportando ideas que tengan en cuenta sus necesidades. El colectivo de jóvenes arquitectos Lacol trata de revertir esta dinámica, promover procesos que vayan de abajo hacia arriba y no al revés. Defensores de restaurar y rehabilitar antes que de construir, fomentan la participación como garantía de que las personas que acabarán usando los espacios en los que intervienen se los harán suyos.
Coincidieron en la misma promoción de la carrera de Arquitectura en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). Lo que comenzó con la intención de montar un espacio de trabajo común para compartir los elevados gastos de material a los que tenían que hacer frente se ha acabado convirtiendo en un colectivo de 17 jóvenes arquitectos que han hecho de la participación ciudadana su firma. “En el momento en que introduces la participación en cualquier proyecto urbanístico hay un proceso de apropiación intelectual, de empoderamiento, de empatía hacia el espacio. El vecindario entenderá mejor y cuidará lo que tiene alrededor. En el momento en que tú construyes tu casa no te mearás en las esquinas. Es un poco la idea”, explica Eliseu Arrufat, miembro del colectivo.
Así ha sido en la reforma de Can Batlló, un antiguo recinto fabril en el barrio de Sants de Barcelona, parte del cual el Ayuntamiento ha cedido a los vecinos. “Hicimos sesiones de varios días para decidir cómo situar los distintos proyectos que podían entrar en el espacio. Una decisión colectiva con consenso permite que nadie sienta que lo han enviado a tal lugar, sino que era lo mejor para el proyecto global”, mantiene su colega Carles Baiges.
Además, han ayudado a los vecinos a negociar con la Administración los cambios que querían para la nave. “Hemos hecho un poco de traductores hacia los dos sentidos, simplificar los planos técnicos que presentaba el ayuntamiento para que la gente los entendiese, y las trasladar las voluntades que tenía la gente sobre planos técnicos para entregarlos al ayuntamiento”, cuenta Arrufat.
Aprendizaje colectivo en el barrio
Esta forma de trabajar no la aprendieron durante sus estudios, sino que se desprende de los valores que comparten y ha supuesto un proceso de aprendizaje común. El hecho de estar ubicados en Sants, muy cerca de proyectos como la cooperativa de finanzas éticas Coop57 o la cooperativa autogestionaria La Ciutat Invisible, les ha permitido empaparse de la manera de trabajar de estos colectivos. “No seríamos lo que somos ni funcionaríamos como funcionamos si no estuviéramos en este barrio, yo lo tengo muy claro. Nos ha dado una formación política en cuanto a administración de recursos y nos ha ayudado a entender la participación, a tener otro tempo y saberla trabajar”, apunta Arrufat.
En un país con miles de viviendas vacías y con construcciones a las que no se les da uso, los miembros de Lacol tienen claro que su trabajo debe ir enfocado a la rehabilitación más que a la obra nueva. “La opinión es compartida de evitar construir de nuevo cuando tenemos un parque de viviendas descomunal y abandonado, cuando tenemos edificios que se pueden rehabilitar y cambiarle el uso. Intervenir sobre lo que ya existe y darle un nuevo uso, una nueva apariencia, creemos que se amolda mejor a la realidad”, explica Arrufat. “Hemos perdido la responsabilidad patrimonial, casi toda la vivienda que se produce es mala y también gran parte de la arquitectura”, añade.
Documentales, libros y teatro
El colectivo también se ha adentrado en otras disciplinas. Hace un año produjeron un documental sobre la reforma de Can Batlló, están escribiendo un libro que esperan tener listo para el próximo Sant Jordi (23 de abril) e incluso han montado la escenografía de la obra Shopping&Fucking, que se representó en el teatro Tantarantana de Barcelona. “Un 50% de la facturación son restauraciones o servicios técnicos, más de arquitectura de oficio, pero queremos que crezca más este otro 50%, que es desde la producción crítica y cultural, hasta temas de auto-construcción, urbanísticos, muebles, cartografía…”, afirma Arrufat.
Con este proyecto tratan también de huir del modus operandi convencional en los despachos de arquitectos. “Hay muchos despachos que se aprovechan de la figura del becario. Acostumbra a haber una cabeza muy visible que es el que firma y pone su nombre, y tiene detrás a un equipo de 50 personas que no se ve, que cobran una miseria, tienen mucha responsabilidad y trabajan muchísimo”, explica Baiges. “Teníamos claro que queríamos romper con todos estos patrones”, sentencia.
Hace cuatro años que iniciaron el proyecto, y tras más de un año trabajando y documentándose, en febrero próximo esperan constituir formalmente la cooperativa, aunque de facto ya funcionen como tal, por ejemplo, tomando todas las decisiones en base al consenso.