Lady Gaga y un pinocho
Tengo en mis manos un pimpollo de pino, pinocho o piña de la especie de pino llamado “rodeno” que me ha regalado, yo no sé porque, un amigo de Ronda, pues en su serranía se da más el pinsapo, cierto árbol de la familia de los abetos. Le dejo sobre el lavabo, y me siento en la taza del vater. Pongo música. Me gusta hacer de vientre, como el que pone lastre a la embarcación, escuchando siempre a Lady Gaga, cantando con Tonny Bennett “The Lady is a Tramp“ (La Señora es una Puta). Ellos dos cantan con lascivia, propensión inmoderada a la sensualidad. El es un viejo verde, que ya ha cantado con Amy Winehouse, con Faith Hill, con Sheryl Crow, que para los americanos será una gloria, pero para mí es como una lataz, especie de nutria que vive en las orillas septentrionales americanas del Pacífico. Ella es vasija de hoja de lata, que muestra su pinta cuando está cantando como queriendo, vituperando el hecho de representar o describir algo no tal como es sino como se quiere que parezca. Yo, sentado como estoy, me veo en el espejo como un sujeto pinto, rabón y mocho como un Isaac Pinto, que vivió en Francia y Holanda y escribió una obras haciendo cacas combatiendo a Voltaire. Me levanto, me limpió, veo en el fondo del vater, manchado de varios colores y sin arte sus paredes interiores como un pintón hecho de uvas, plátanos y otros frutos cuando están próximos a pudrirse, o como el ladrillo cuando no está bien cocido. Tiro de la cadena echando a pique haciendo que este cuerpo flotante se sumerja junto con la música.
Mi sobrino se acerca y me pregunta al estilo de los griegos clásicos que imitaron a los clásicos griegos cuando al querer saber del bien estar de uno en vez de preguntar “¿cómo está usted?”, le preguntaban:
-Tío, ¿Qué tal cagas?
Le respondo:
– Muy bien, sobrino. ¡Puf¡ me he quedado a gusto. Ya sabes que más vale un gusto que cien panderos, o un pinocho.