Lo que Haití dice al mundo: a 10 años del terremoto
Wooldy Edson Louidor*. LQS. Enero 2020
Francia y otros países colonialistas intentaron silenciar su historia para esconder justamente la primera derrota del sistema colonial esclavista y racista y borrar la memoria de este pasado
Desconciertan los múltiples rostros que se proyectan de Haití a través del mundo porque, a veces, estos son tan contradictorios entre sí que uno se pregunta a qué país se está refiriendo. Además, cada evento que ocurre en este país caribeño -en particular, los que son trágicos- ofrece una oportunidad para que se le etiquete y estigmatice más: es como si al caído hay que caerle. El terremoto que devastó gran parte de Haití el 12 de enero de 2010 no fue una excepción a la regla, aunque se han esculpido también unas cuantas narrativas que relatan historias de solidaridad, ayuda mutua, esperanza, humanidad y resiliencia entre las mismas víctimas. A 10 años del terremoto, la situación económica, social, humanitaria y política de Haití ha empeorado. ¿Qué quiere decir hoy al mundo este país que, desde hace un poco más de un año, viene enfrentando una ola de protestas sociales?
Lugares comunes sobre Haití
Son cada vez más flotantes los significados de “Haití”, palabra indígena con que los esclavizados africanos ya libres (los haitianos “negros”, de piel de ébano) nombraron a su flamante república en 1804 para homenajear a los habitantes originarios de la isla (los haitianos “indios”, de piel cobriza). Haití se ha convertido poco a poco en un recipiente, en el cual se le ha puesto cualquier contenido, es decir, cualquier etiqueta.
Como era de esperarse, gran parte de esas representaciones sobre Haití reflejan un país más “imaginado”, “fabricado”, “pintado” y “caricaturizado” que real; triste hecho que hallamos incluso en algunos textos supuestamente académicos y libros “serios” de historia. Son imaginarios que nos parecen falsos, al menos a quienes nacimos en este pedazo de tierra, a quienes conocen este país, aunque sea un poquito; además, dichos imaginarios están irisados de lugares comunes.
Por ejemplo, se dice: que Haití es un país olvidado, pero es recordado por quienes han querido que nunca se olvide a este pueblo que mostró al mundo el camino de la libertad para todos, sin discriminación; que es asistido, pero hasta ahora no se ha visto para qué ha servido tanto despliegue de asistencia humanitaria; que es satanizado, pero ha sido idealizado en las obras de una pléyade de escritores y artistas, quienes ven lo maravilloso de él justamente en su cultura creole, sincrética y llena de creencias africanas; que es calificado como el “más pobre” del hemisferio occidental, pero es culturalmente rico, tal como lo comprueban su literatura y arte en general; que es un ejemplo del fracaso de todos los intentos de descolonización, pero es el ícono de la victoria más contundente de liberación en el mundo.
Haití nunca ha pasado desapercibido de la faz de la tierra
Se puede decir cualquier cosa de Haití, los mencionados lugares comunes son un buen ejemplo de ello; pero un hecho es cierto: este pequeño país nunca ha pasado desapercibido de la faz de la tierra. Incluso, durante más del siglo y medio, de 1804 hasta la mitad del siglo pasado aproximadamente, cuando Francia y otros países colonialistas intentaron silenciar su historia para esconder justamente la primera derrota del sistema colonial esclavista y racista y borrar la memoria de este pasado; los dos libertadores sudamericanos Francisco Miranda y Simón Bolívar, los cartageneros, Martinica, varios países africanos y tantos otros pueblos del mundo siempre se han inspirado en las huellas y ecos de su historia.
Sin embargo, las tragedias que recientemente ha sufrido este país han desencadenado múltiples relatos neocoloniales que denigran al pueblo haitiano y buscan restar importancia a su historia de dignidad. Por ejemplo, el terremoto que sacudió Haití el 12 de enero de 2010 dio pie para que se multiplicaran unas representaciones despreciativas y mediocres en torno a este país. Es como si “cualquiera” se sintiera autorizado y, peor aún, capacitado para “escribir”, “investigar”, “dar cátedras” sobre él, sin ni siquiera tener la mínima idea de la complejidad de la nación más vieja de América Latina y del Caribe y de la primera república negra del mundo.
Incluso, al leer algunas expresiones escritas, visuales, fotográficas y virtuales de simpatía con el pueblo haitiano con motivo de la conmemoración de la independencia de Haití (el primero de enero) o del mencionado terremoto, uno no termina de entender si estas son mensajes de solidaridad o más bien de humillación, debido a las palabras o imágenes que se usan en dichas expresiones, tales como: “país sumido en la miseria”, “pueblo lleno de penurias”, país donde “la gente se muere de hambre”, etc.
Los haitianos, sabemos, mejor que nadie, que: después del terremoto Haití enfrenta cada vez más problemas económicos, políticos, humanitarios; que, efectivamente, no hemos logrado construir la nación haitiana que quisiéramos y con la que soñaron los padres de la patria; que el terremoto destruyó cerca de 300.000 vidas, las pocas infraestructuras materiales y sociales básicas con que contaba este país, así como la pequeña llama de esperanza que aún guardaban sus habitantes, principalmente los jóvenes; que hasta ahora los familiares de las víctimas del terremoto, no nos hemos recuperado del dolor de la pérdida de nuestros seres queridos. Lo sabemos.
Por lo tanto, no romantizamos para nada Haití; pero, eso sí, condenamos algunas maneras irrespetuosas de “narrar” nuestro país que, al ser considerado “el más pobre del hemisferio occidental”, es como si por ello perdiera automáticamente el respeto de muchos que hablan de él, escriben sobre él, lo fotografían y también de quienes hacen de él su “objeto de estudio, análisis y reportes periodísticos”. En este sentido, el silencio en que Francia y los países colonialistas mantuvieron a Haití en la historia “universal” durante más de un siglo y medio es tan desastroso como el “ruido” que se viene haciendo hoy en día en el mundo sobre este pueblo caribeño.
Pero hay más: parece que los haitianos tampoco nos merecemos la atención del mundo sobre lo que le queremos decir: que hay sólo una vía de “reconstrucción”, “desarrollo”, “democracia” para Haití: esta vía es haitiana. De hecho, este es el sentido profundo de la independencia que Haití conquistó en 1804: fracasar o triunfar juntos como pueblo. Es el mensaje que vienen transmitiendo los jóvenes a lo largo de un poco más de un año de protestas sociales en las calles de Puerto Príncipe y de otras ciudades haitianas: “¡Déjennos solucionar nuestros problemas!”
Y el problema mayor que estas protestas muestran a todas luces es la corrupción que gangrena el sistema político haitiano. Pero hay más: la corrupción en Haití no sólo evidencia cómo unos haitianos roban a sus hermanos y desangran a su país, sino que deja ver también cómo esta encubre una doble práctica neocolonial y neo-imperialista que venimos sufriendo: por una parte, el poner y mantener siempre el centro de decisión sobre el país fuera de este y, por la otra, el seleccionar a “dirigentes que no dirigen nada” y una “élite nacional antinacional”. Es decir que se ha producido a una clase de haitianos que aceptan no defender los intereses de su pueblo y dejan dirigir el país a quienes los ponen en el poder y los sostienen allí: es, en gran parte, el juego sucio, con el cual se ha amarrado a Haití desde lo nacional y lo internacional y se ha impedido a este pueblo dirigir su destino. La crisis actual que vive el país, a raíz del escándalo de corrupción en que está involucrado el mismo presidente haitiano Jovenel Moïse, es un ejemplo contundente de ello.
Para estos políticos haitianos, el soberano no es el pueblo, sino sus propios bolsillos y los verdaderos dueños neocoloniales y neo-imperiales del país: ellos no rinden cuentas al pueblo, sino a las embajadas de estos poderosos países que están en Puerto Príncipe. La corrupción, es decir, esta manera sistemática en que los políticos haitianos han robado impunemente los fondos públicos para enriquecerse y empobrecer al pueblo, es un síntoma que deja ver la verdadera enfermedad que sufre Haití: esta no es la pobreza, sino la alianza macabra de quienes producen y reproducen la miseria en contra de este pueblo valiente.
Escuchemos a Haití
A 10 años del terremoto y ante este panorama difícil que vive Haití, este país invita al mundo a escuchar su palabra, a comprender su situación y a caminar con él en este momento particular de su historia, empezando con estas acciones sencillas:
Seamos conscientes de las palabras y las imágenes con que expresamos nuestra solidaridad con Haití. Es tiempo de que no sigamos reproduciendo estos mecanismos de estigmatización neocolonial y neo-imperial.
En vez de llorar por “la miseria” del pueblo haitiano, acompañémoslo en su lucha por preservar su independencia contra unos dirigentes políticos corruptos que son apoyados por fuerzas internacionales neocoloniales y neo-imperiales.
Comprendamos que lo que más necesita Haití no es ni la “asistencia humanitaria”, que suele ser más benéfica para quienes la dan que quienes la reciben, ni la “ayuda para el desarrollo”, que a menudo termina beneficiando más a los expertos, las Naciones Unidas, las grandes ONGs, empresas y tomadores de decisión nacionales e internacionales que al mismo pueblo haitiano; el cual recibe de estas ayudas si acaso puras migajas.
Escuchemos a Haití que está diciendo al mundo: no se puede ayudar a un pueblo si no se le respeta y si no lo dejan ser. En el caso contrario, lo que se le da con una mano, se le quitará con la otra o -peor aún- se le arrebatará incluso su dignidad, es decir, lo poco y lo último, pero lo más valioso que tiene. Las consecuencias son desastrosas para los “asistidos” y los “ayudados”. Ilustremos con dos ejemplos.
Vimos lo que pasó con algunos cascos azules de las Naciones Unidas que fueron a Haití en una misión de paz para “llevar la seguridad” al pueblo haitiano; estos terminaron por violar y abusar de mujeres haitianas (incluso niñas y adolescentes), quienes se quedaron con hijos (sin papá) en el vientre y en el brazo.
Vemos lo que está pasando con Estados Unidos, Francia, Canadá, entre los otros países de la comunidad internacional, que insisten en imponer “su” democracia en Haití y, al final, terminan manteniendo en el poder (contra las leyes e instituciones del país) a un presidente acusado de corrupción.
Por otro lado, Haití nos invita a reflexionar sobre la dramática situación de gran parte de los haitianos que fueron obligados por el terremoto y otras tragedias sucesivas a huir a República Dominicana y a otras islas del caribe, a América Latina, Estados Unidos y Canadá, entre otros lugares, y que son cada vez menos acogidos; muchos de ellos han sufrido racismo, discriminación, hostilidad en sus países de tránsito o llegada. Incluso unos cuantos han encontrado la muerte en condiciones realmente indignas, tal como Maxène André quien falleció el 6 de agosto de 2019 en la Estación migratoria Siglo XXI en Tapachula en la frontera de México con Guatemala, por falta de atención médica.
Por medio de sus hijos e hijas migrantes que vienen tocando a las puertas de varios países de sur al norte de nuestro continente, Haití está diciendo también al mundo que necesitamos poner en práctica esta virtud que hace un poco más humanos tanto al que llega como al que acoge: la hospitalidad.
Haití nos convoca a preguntarnos: ¿Será posible construir y practicar políticas migratorias, una cultura y actitudes sociales hospitalarias hacia personas, como los haitianos, los cubanos, los venezolanos, los centroamericanos y los colombianos víctimas de la violencia, quienes se ven forzados a abandonar su hogar y su territorio?
* América Latina en Movimiento (ALAI)
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