Lola Mora, la polémica escultora
La escultora Dolores Candelaria Mora Vega de Hernández (Lola Mora) –desde siempre existe una polémica; tradicionalmente se consideró que había nacido en Trancas, provincia de Tucumán, el 22 de abril de 1867; aunque existen documentos probatorios que indican que nació el 17 de noviembre de 1866 en la estancia Las Moras (hoy “El Dátil”), en la localidad de El Tala, provincia de Salta-, cuyo padre era Romualdo Mora, tucumano, llegado a El Tala en 1857, allí se casó con Regina Vega, una estanciera salteña nacida en El Tala. Lola Mora era la tercera hija de siete hermanos: tres varones y cuatro mujeres. En 1870, su familia decidió instalarse en la ciudad de San Miguel de Tucumán.
Era ahijada de bautismo de Nicolás Avellaneda, quien sería más tarde presidente de la Nación. Siendo aún niña perdió a sus padres, ese infortunio le permitió ir demostrando condiciones que la hicieron destacar y cultivó el arte pictórico hasta que el gobierno tucumano le otorgó una beca para continuar sus estudios en Buenos Aires. En esta ciudad logró una nueva ayuda oficial, destinada a solventar su perfeccionamiento en Europa, ahí viajó en 1897, portando cartas de recomendación para el ministro argentino en Roma. Tiempo después, el general Roca intercedió para que se prolongase la subvención, dada la productiva labor que estaba cumpliendo. La permanencia en Roma influyó de manera decisiva en su siguiente orientación artística: cambió la pintura por la escultura, que la había cautivado totalmente. Estudió con los maestros Barbella y Monteverde (Ruta 4), y pronto se afianzó hasta instalar su taller, donde recibía la visita de personalidades como la reina Margarita y el general Roca.
Lola escandalizo a la pacata sociedad “victoriana” de la época, no sólo por su belleza e irreverencia, sino por la profesión de su elección –la escultura-, inusitada entonces para una mujer. Se había casado con el pintor argentino Luis Hernández, pero su matrimonio fracasó.
Tenía ya renombre continental y ganó un concurso celebrado en Rusia para erigir un monumento, pero las autoridades zaristas le exigieron que tomase la ciudadanía de ese país para firmar el contrato, y rehusó. Los bocetos de la obra fueron traídos por ella a Buenos Aires y aceptados por la Municipalidad, que autorizó la construcción del basamento de la Fuente de las Nereidas en la intersección del Paseo de Julio (actual Leandro N. Alem) entre Cangallo (Juan Domingo Perón) y Piedad (Bartolomé Mitre). Las figuras fueron ejecutadas en Europa y la obra inaugurada en 1903. Los desnudos femeninos originaron una campaña moralista contra la fuente, que fue trasladada en 1818 al recientemente inaugurado Balneario de la Costanera Sur, en ese tiempo casi desierto, lugar en el que actualmente puede ser admirado.
La obra y vida de Lola Mora eran objeto de críticas en aquel mundo misógino y machista, pero ella continuó trabajando. En 1904 hizo dos altorrelieves para un edificio de Buenos Aires, ubicados después en la Casa de la independencia en San Miguel de Tucumán, ciudad donde también está su estatua de la Libertad, además de muchas otras obras que se encuentran en distintos lugares. Por ejemplo el grupo escultórico que forma parte del segundo Monumento Nacional a la Bandera, en Rosario (pues el primero se encuentra emplazado en Burzaco); las estatuas “La Justicia”, “El Progreso”, “La Paz” y “La Libertad” y “El Trabajo”, en San Salvador de Jujuy; el monumento a Nicolás Avellaneda, en la ciudad de Avellaneda y el monumento a Alberdi, en Tucumán.
Su espíritu idealista y su notable imaginación la impulsaron a emprender proyectos destinados al fracaso, como explotaciones mineras en Salta. Volvió a Buenos Aires con la razón perdida, y sin capacidad para procurarse su propia subsistencia. En 1935 alguien quiso reparar los daños que la vida le había inferido y pidió en el Congreso “una modesta pensión para la primera escultora argentina”, pero el proyecto llegó tarde pues Lola Mora murió en junio de 1936. En 1977 sus restos fueron trasladados a Tucumán.