Los civiles, la otra cara del Signalgate

Los civiles, la otra cara del Signalgate

Por Rozina Ali*

La mañana del 14 de marzo, mientras el secretario de Defensa Pete Hegseth y el vicepresidente J. D. Vance debatían un posible ataque estadounidense contra objetivos hutíes en el ya tristemente célebre chat de Signal, era por la tarde en Yemen y un niño de cinco años llamado Hamad seguía vivo. Hamad había pasado el día correteando por la ciudad con su padre, y cuando cayó la noche estaba de vuelta en casa, jugando en el patio con sus primos, probablemente llevándose demasiados caramelos a la boca.

En un hilo titulado «Houthi PC Small Group», que incluía a otros altos funcionarios de seguridad nacional, Vance parecía preocupado por verse arrastrado a otro conflicto periférico para los intereses estadounidenses. La operación pretendía interrumpir la capacidad de los hutíes para atacar buques comerciales y buques militares estadounidenses en el Mar Rojo, algo que llevaban haciendo desde hacía aproximadamente un año y medio, en respuesta a la campaña de bombardeos de Israel contra Gaza. Vance planteó la posibilidad de retrasar los ataques para que la administración pudiera trabajar en el «mensaje» público. «Comprendo su preocupación», le dijo Hegseth, pero el mensaje sería «difícil» en cualquier momento. «Nadie sabe quiénes son los hutíes», explicó.

El debate no duró mucho. Al cabo de media hora, Vance estaba ya convencido. Al día siguiente, cuando terminaban las oraciones del atardecer y las familias rompían el ayuno del Ramadán en el norte de Yemen, Hegseth anunció al grupo en Washington: «El tiempo es FAVORABLE. Acabo de CONFIRMAR con CENTCOM que estamos listos para el lanzamiento de la misión». Poco después, se lanzó un «paquete» de F-18, el primero de muchos ataques.

Poco antes de la una de la madrugada, un hombre al que llamaré Hassan -pidió que no usáramos su nombre real, por temores de seguridad- se despertó con un ruido atronador. Su casa, en la zona de Qahza, en Saada, temblaba. Las ventanas se rompieron al escucharse otro estruendo, y luego otro más. «El ruido de los ataques aéreos era muy diferente al de los saudíes, porque eran demasiado fuertes, demasiado grandes», me dijo recientemente, refiriéndose a las campañas de bombardeos regulares que una coalición liderada por Arabia Saudí ha llevado a cabo contra los bastiones hutíes desde 2015.

El humo y el polvo llenaron las habitaciones, y Hassan se apresuró a sacar a sus asustados hijos fuera. Dividió a su familia en pequeños grupos entre las casas de sus parientes y regresó al lugar del ataque. La casa de dos plantas de su vecino, a unos cien metros de la suya, había sido arrasada. La casa pertenecía a Mosfer Roga’ah, me dijo Hassan, un beduino del distrito de Kitaf, al norte del país, que había llegado al barrio unos seis años antes. Roga’ah tenía varios hijos casados, por lo que la casa solía estar llena de mujeres y niños, como así había sido aquella noche.

Los hermanos de Hassan ya estaban allí, escarbando entre los escombros, buscando los restos de una familia. «Estaban esparcidos y hechos pedazos», dijo. Los equipos de rescate recuperaron cuerpos destrozados. Entre ellos había dos rostros que Hassan reconoció bien: el niño de cinco años, Hamad, y una niña de tres, Darin, que fue trasladada de urgencia a un hospital de Sanaa, la capital de Yemen. Hamad estaba muerto.

Estaba «asado», recordó Hassan, añadiendo en voz baja que era una visión «horrible». Más tarde me envió fotos de Darin que circulaban por las redes sociales; estaba conectada a un tubo de respiración, con el cuerpo cubierto de gasas y la cara jaspeada de marcas de quemaduras. Entre los escombros, los lugareños encontraron restos de misiles Tomahawk, que Airwars, una organización británica sin ánimo de lucro que rastrea los daños causados a civiles en zonas de conflicto, confirmó que eran las municiones utilizadas en el ataque.

La controversia que ahora se ha bautizado como Signalgate ha suscitado considerable conmoción, diversión e ira, ilustrando la ineptitud de la administración Trump al discutir a sabiendas planes de guerra a través de una aplicación telefónica comercial y por invitar sin saberlo a un periodista a la discusión. (La Casa Blanca ha insistido en que no reveló ningún «plan de guerra»). Menos se ha hablado de los ataques en sí, que plantean su propio conjunto de preguntas, incluyendo cuáles son los objetivos de Estados Unidos en Yemen y bajo qué autoridad legal está persiguiendo esos objetivos.

Los presidentes estadounidenses han golpeado Yemen antes, a menudo apuntando a la Autorización para el Uso de la Fuerza Militar, una resolución conjunta aprobada después del 11 de septiembre que dio al presidente el poder de atacar objetivos terroristas en países extranjeros sin una «declaración de guerra» formal. Pero Trump no ha invocado la A.U.F.M.; en su lugar, se ha hecho eco de ayudantes que afirman que está dentro de las facultades constitucionales del presidente lanzar ataques con fines defensivos. Sus predecesores parecían operar, también, con esa licencia: más recientemente, la administración Biden continuó atacando objetivos hutíes, sin la aprobación del Congreso, incluso después de haberlos sacado de la lista de organizaciones terroristas extranjeras. Durante años, los presidentes han hecho valer un poder expansivo para utilizar la fuerza militar, bajo autoridades legales cuestionables, con relativamente poca presión del Congreso», me dijo Matt Duss, vicepresidente ejecutivo del Centro de Política Internacional, un grupo de expertos en política exterior en Washington DC». «Eso es extremadamente peligroso, sin importar quién esté en la Casa Blanca, pero particularmente con alguien como Trump».

Las hostilidades de la Administración Trump en Yemen parecen más expansivas que en campañas pasadas, dirigidas no solo a los emplazamientos de armas de los hutíes, sino también a sus líderes en zonas residenciales. Quizás lo más alarmante es que Trump insinúa un compromiso a largo plazo. «Utilizaremos una fuerza letal abrumadora hasta que hayamos logrado nuestro objetivo», prometió Trump. Sigue habiendo poca claridad sobre qué derecho tiene el presidente a golpear repetidamente a un país extranjero sin la aprobación del Congreso.

Además de este debate legal, el Signalgate plantea dudas sobre la fiabilidad de la inteligencia estadounidense. Según el Ministerio de Sanidad yemení, más de cincuenta personas murieron en los ataques y más de cien resultaron heridas. Uno de los ataques alcanzó un centro de tratamiento del cáncer que estaba en construcción, según las autoridades hutíes. Otro, la casa de los Roga’ah.

UNICEF/Clarke for UNOCHA

Mosfer Roga’ah y sus cuatro hijos no estaban en casa cuando cayeron los misiles, me dijo Hassan. Estaban en la mezquita para el tarawih, oraciones especiales que se realizan hasta bien entrada la noche durante el mes sagrado del Ramadán. Un vídeo compartido en Facebook los muestra regresando al lugar donde antes estaba la casa. A través del resplandor de los faros, se ve a varios hombres ayudando a alguien que se tambalea hacia los restos de la casa. Segundos después, un fuerte grito atraviesa el estruendo de las voces de pánico. Según Hassan, era uno de los hijos de Roga’ah, Abdullah, el padre de Darin y Hamad.

Al final, me dijo Hassan, los equipos de rescate que excavaron entre los escombros contaron quince muertos, todos ellos mujeres y niños. Entre ellos estaban Risala, de trece años; Saleh, de nueve; Abdullah, de seis; Nazam, de seis; Abdulkader, de cinco; Hadi, de tres; y Motlak, un bebé recién nacido. La madre del bebé también murió.

El New Yorker no pudo corroborar plenamente el relato de Hassan, y en Saada es casi imposible que los periodistas extranjeros accedan en este momento, pero los informes de prensa y las publicaciones públicas en las redes sociales sobre esa noche contaron a civiles entre los muertos. (Poco después de que comenzaran los ataques, Trump declaró en Truth Social que había ordenado al ejército «lanzar una acción militar decisiva y poderosa», añadiendo que los hutíes «han llevado a cabo una campaña implacable de piratería, violencia y terrorismo contra barcos, aviones y aviones no tripulados estadounidenses y de otros países».

Funcionarios de la Administración Trump parecían imperturbables ante la perspectiva de que pudieran morir civiles en el bombardeo. «El primer objetivo -el principal hombre de los misiles-, hicimos una identificación positiva de él entrando en el edificio de su novia y ahora se ha derrumbado», escribió Michael Waltz, el asesor de seguridad nacional, en Signal, en una actualización para el equipo. «Excelente», respondió Vance. El director de la CIA, John Ratcliffe: «Un buen comienzo». Waltz respondió con emojis de un choque de puños, una bandera estadounidense y fuego. (Más tarde, el Departamento de Defensa de Estados Unidos dijo que «se toma en serio las acusaciones de daños a civiles y que ha puesto en marcha un proceso para revisarlas»).

La Casa Blanca de Trump, al igual que sus predecesores, sigue insistiendo en que los hutíes cuentan con el apoyo de Irán. Pero el grupo también surgió de la dinámica política local. Los fundadores del movimiento hutí pertenecían al zaydismo, una rama chií del islam que gobernó el norte de Yemen durante mil años antes de ser derrocada en los años sesenta. Un par de décadas después, Hussein al-Hutí resucitó el zaydismo como movimiento cultural y político, en parte como forma de desafiar al gobierno central de Yemen, que desfavorecía a los zaydíes y descuidaba las zonas septentrionales, como Saada. Tras el 11-S, Estados Unidos inyectó ayuda militar en Yemen en el marco de su guerra global contra el terrorismo, lo que aumentó la capacidad del presidente yemení para sofocar la disidencia hutí, lo cual, a su vez, atrajo más apoyos al movimiento.

Yemen experimentó una transformación significativa. Los hutíes crecieron en poder y popularidad, y luego lanzaron una insurgencia que derivó en una serie de guerras con el gobierno central. Durante la Primavera Árabe, en 2012, el presidente yemení dimitió; en los años siguientes, los hutíes asaltaron la capital. Las potencias regionales y mundiales, preocupadas por la expansión del grupo, comenzaron a bombardear y emprender incursiones en el país. Estados Unidos respaldó las campañas de bombardeos dirigidas por Arabia Saudí, apoyó un bloqueo naval y aéreo e instituyó un régimen de sanciones; en conjunto, estas medidas han afianzado aún más el control de los hutíes sobre el poder, han matado a cientos de miles de personas y han contribuido a empujar a más de diecisiete millones de personas a condiciones de hambruna extrema. En la actualidad, Yemen sigue padeciendo una de las peores crisis humanitarias del mundo.

Estados Unidos sigue machacando Yemen. Recientemente, Trump compartió un vídeo en blanco y negro, desde un punto de vista aéreo, de una bomba cayendo sobre un grupo de unas setenta personas en círculo, que una agencia de noticias dirigida por los hutíes describió después como una reunión social para el Eid. El humo llena la pantalla y, en cuestión de segundos, aparece un cráter. «Esos hutíes se reunieron para recibir instrucciones sobre un ataque. Uy, ¡ya no habrá más ataques de esos hutíes!», escribió el presidente.

Mientras tanto, Roga’ah y sus hijos examinan sus propios daños catastróficos. Las tumbas recientes de sus esposas e hijos muertos están alineadas en una fila, el resultado de un ataque acordado apresuradamente a través de un mensaje de texto a miles de kilómetros de distancia. «Tienen el corazón hecho pedazos», me dijo Hassan, refiriéndose a Roga’ah y Abdullah. «Todos los días lloran, recordando a una familia que desapareció sin motivo alguno»

* Nota original: The Other Side of Signalgate.
Traducido por Sinfo Fernández en Voces del Mundo.
Rozina Ali
es periodista y reside en Nueva York. Fue becaria del Type Media Center y del New America (2023-24). Escribe sobre la guerra contra el terrorismo, la islamofobia, Oriente Próximo, el sur de Asia y literatura. Fue becaria Cullman en 2022-23. Ganó el Premio Nacional de Periodismo de 2023. Su trabajo ha aparecido impreso y online en varias publicaciones, entre ellas: The New York Times Magazine, The New Yorker, Harper’s, Foreign Affairs, The Nation, The American Prospect y otras.

Comparte este artículo, tus amig@s lo agradecerán…
Mastodon: @LQSomos@nobigtech.es; Bluesky: LQSomos;
Telegram: LoQueSomosWeb; Twitter (X): @LQSomos;
Facebook: LoQueSomos; Instagram: LoQueSomos;

LQS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.