Los disfraces de la Injerencia
En los tiempos de la neolengua, en los que se da el premio Nobel de la Paz a quien mantiene tres guerras abiertas y más de ochocientas bases militares en todo el mundo, o en el que se llama intervención a la pérdida de soberanía que antes solo se podía lograr por la fuerza de una invasión armada, no extraña nada la ingeniería del disfraz para guerras o golpes de estado.
Tras los fracasos comunicativos de la invasión de Irak, se volvió a la retórica humanitaria que tantos buenos resultados había dado tras la guerra del Golfo (Kuwait-Irak). El militarismo de los neocoms frente a la piel de oveja del uso espurio de los Derechos Humanos. Y está claro que vende mejor el puño de hierro con guante de terciopelo.
Lo que se busca en cualquiera de los casos es romper la soberanía y hurgar en la cerradura de la no injerencia con la ganzúa de la supuesta filantropía. La coartada de los intereses humanos por encima del principio de No Intervención consagrado en la Carta de las Naciones Unidas (Art.2 P.4).
En cuanto a la guerra, el melón se abrió con el «Derecho de Injerencia» formalizado por la resolución 43/131 de la Asamblea General de la ONU, impulsada por Bernard Kouchner y Mario Bettani, que constituyó una suerte de excusa legal internacional sobre la que se impulsó una nueva intervención-tipo basada en un supuesto altruismo.
El punto de partida fue la Resolución 688 del Consejo de Seguridad de la ONU del año 1991 que supuso la imposición de una zona de seguridad y varias zonas de exclusión aérea en Irak, que permitían bombardeos y acciones de castigo. Parecida argumentación a la usada para los bombardeos de la Operación «Deliberate Force» en Bosnia Herzegovina (1995) autorizados por las resoluciones 770, 816, 836 y 958 del Consejo de Seguridad de la ONU y que dio paso a la acción unilateral de la OTAN contra Yugoslavia en 1999
Como señalaron algunos de los apologetas de la injerencia humanitaria, la zona de exclusión en Irak se convirtió en un precedente y la campaña de la OTAN contra Yugoslavia, en la plasmación de que el genio había salido de la lámpara como un proceso irreversible y un modelo a implementar en futuras operaciones.
En el marco de la intervención, sea militar o de subversión para cambio de gobiernos, hemos asistido a una pauta que utiliza como manual lo emocional. El uso de los Derechos Humanos como arma arrojadiza contra gobiernos enemigos y su ocultación o invisibilidad con los amigos, “nuestros hijos de puta”.
Es indiferente el marco en que se utilice, el objetivo es apelar a los sentimientos positivos inherentes a la población y demonizar al enemigo. La monstruosidad del satanizado permite convertir la soberanía en algo condicional, saltarse el principio de la no intervención y actuar de manera agresiva para lograr los cambios deseados.
La forma de hacerlo es siempre la misma y requiere de unos actores bien definidos:
-Algunas oenegés, como forma de intervención en zonas donde los gobiernos no tienen permiso.
-Personalidades, expertos o grupos de presión, para modelar la opinión pública e ir implementando una agenda de pensamiento (Soros, Abramowitz, Neier, Henry Levy,…).
-La Red (webs y blogueros cooptados), que actúan como actores desde dentro, para proveer de supuesta información y legitimidad sobre el terreno.
-Grandes medios, como amplificador del mensaje elaborado por los citados con el fin de crear un relato que, por repetición, se convierta en el único discurso de “realidad”.
Da igual que miremos a Siria o Paraguay, a Venezuela o Cuba, los métodos son similares y el objetivo es el mismo. Crear figurantes internos, amplificar lo malo, crear discurso justificativo, apelar al pensamiento emocional superficial y, finalmente, actuar.
De la resistencia interna y del consenso de lo que llaman “opinión pública”, dependerá el modelo de actuación: Golpes camuflados de legalidad, desestabilización por terrorismo, financiación de la subversión interna, campañas aéreas de bombardeo, embargos o el empleo de todo el poder militar como último paso.
Todas, son distintas combinaciones destinadas a imponer la globalización neofeudal sobre países debilitados con soberanías condicionadas en un imperio global dirigido por las transnacionales y la gran banca.