Madrid, villa antipersona
Por Cristina Ridruejo*. LQSomos.
En verano algunas somos más conscientes si cabe de cómo la planificación urbanística de nuestra ciudad, Madrid, está maquiavélicamente concebida con un fin muy preciso: desalentar el uso de los espacios públicos por parte de sus habitantes, y fomentar en cambio que todo esté lo más vacío e impoluto posible para su uso comercial, como un inmenso decorado o un triste corredor de acceso a establecimientos privados.
Solo asumiendo esto es posible comprender el mobiliario urbano de Madrid: paradas de autobús con el techo transparente en una ciudad que alcanza los 40 grados en verano; inaudita escasez de fuentes públicas (según el ayuntamiento, hay exactamente 130 para una población de entre 4 y 5 millones de personas, sin contar turistas); aseos públicos prácticamente inexistentes; pinchos o rejas en los poyetes de piedra de los monumentos o edificios para impedir que se siente la gente; bancos diseñados específicamente para que ninguna persona sin techo (¡ni con techo!) pueda acomodarse o estirarse: ridículos bancos monoplaza, bancos con el reposabrazos en el medio en lugar de en los extremos, bancos de piedra y metal en angulosas formas de último diseño pero impracticables; por no hablar de los engendros en las paradas de autobús: inhópitas barras para apoyarse, bancos de plástico gris de tres plazas pero con un tope delimitando inexplicablemente la primera (inexplicablemente, si no comprendemos que se ha puesto para que ninguna persona sin techo, o con techo, se estire).
No sé si alguien lo recordará, o siquiera si se percató, pero durante los tres meses de confinamiento inicial de la pandemia, el ayuntamiento de Madrid tuvo que instalar retretes químicos portátiles en las calles porque los barrenderos y barrenderas del ayuntamiento no tienen otra opción en su trabajo habitual que orinar en bares, cuando paran a tomar un café, y estando los bares cerrados durante el confinamiento, no tenían sitio donde ir (esto dice mucho no solo sobre la configuración de la ciudad, sino de cómo trata nuestro ayuntamiento a su propio personal, aunque sea subcontratado).
Por añadidura, la mayoría de las plazas del centro de Madrid que contenían zonas ajardinadas y grandes árboles han sido literalmente arrasadas en los últimos años: las acacias, plataneras y demás árboles, que no solo arrojaban placenteras sombras, sino que absorbían CO2 y otros gases, emitiendo a cambio oxígeno (es decir: una joya contra la contaminación de la urbe) han sido talados; los espacios de hierba o arbustos, que contribuyen a refrescar la atmósfera urbana, han sido allanados y solados con duro granito. Una de las últimas plazas en ser víctima de estas perversas remodelaciones fue la del Niño Jesús, donde el año pasado se talaron varias docenas de árboles generando una gran protesta vecinal, pero la lista es interminable.
Cierto, sobre el liso granito se pueden realizar actividades comerciales: terrazas de bares, mercadillos, montajes de centros comerciales, conciertos. Pero la piedra al sol de agosto coge temperatura a lo largo de todo el día y la devuelve al ponerse el sol: la piedra no se enfría hasta cuatro horas más tarde, como mínimo, contribuyendo a recalentar las sofocantes noches urbanas.
Hay quien piensa que parte de este mobiliario urbano o de estas remodelaciones son errores: que les responsables han metido la pata, que no lo han hecho bien. Como con todo lo demás (recortes en sanidad, etc. etc. etc.) no es que quienes nos gobiernan en Madrid no lo hayan hecho bien; lo han hecho perfectamente para los fines que buscan, que no son en ningún caso el bienestar de la población, ni mucho menos del planeta, sino el mero enriquecimiento de sus compinches mediante la conversión de cada faceta de nuestra vida en consumo. Es un grado más de la llamada arquitectura disuasoria, término que se acuñó hace unos años para referirse a todas las trabas físicas (pinchos, rejas…) con que ayuntamientos y comercios tratan de ahuyentar a quienes duermen en la calle, hacen skate o botellón, trabas que son para todas nosotras y nosotros, que no cuestionamos y que, sumadas a lo anterior, han acabado por convertir nuestra ciudad en un espacio inhabitable.
Salir a pasear por Madrid en verano es desolador: caminar atravesando tórridas esplanadas de granito, esperar el autobús achicharrándote bajo el solazo de agosto, ni una fuente para beber, ni un baño para orinar. Cualquier actividad que no lucre a alguien, carece de interés. Con los espacios públicos ocurre exactamente lo mismo que con la sanidad pública o la educación pública. Los dejan morir a base de recortes, falta de atención y cuidado, y en este caso, como genera menos protesta, directamente los arrasan, convirtiendo lo que eran lugares agradables de paseo, encuentro, vida, en espacios inhóspitos.
Claro, siempre puedes hacer lo que desean y fomentan nuestras sádicas autoridades municipales: no coger el autobús sino un Uber, no pasear sino sentarte a consumir en una terraza o darte una vuelta —también a consumir— por El Corte Falangista (perdón, El Corte Inglés) u otro centro comercial, mucho más fresco y agradable que este yermo de granito, ¡dónde va a parar!
A fin de cuentas, a la vista quedó que en Madrid no hay votantes, sino consumidores y consumidoras.
Imágenes muy ilustrativas:
– Piedras y bancos sin respaldo
– Proyecto fotográfico Anti Sites, anti lugares
* Miembro de Mujeres x la República. Forma parte del colectivo LoQueSomos
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Interesante artículo, enhorabuena.
Es una cuestión más a reivindicar: ciudades amables.
Faltan motos, bicicletas, patinetes y todo tipo de cartelería invasores del nada amable espacio cada vez menos público.