Maneras de prohibir. Los precios prohibitivos y la “libertad” de Ayuso

Maneras de prohibir. Los precios prohibitivos y la “libertad” de Ayuso

Por Cristina Ridruejo*

Las leyes no son la única manera de prohibir las cosas. Vivimos en “democracias” liberales en las que, supuestamente, todas somos libres de hacer lo que queramos. Eso sí, mientras podamos permitírnoslo.

Tú eres libre de mandar a tu jefe que te explota a tomar viento y pasarte tres meses en una isla tropical a base de piña colada. Tienes la libertad de hacerlo… pero no puedes permitírtelo.

Tú eres libre de vivir en una casa maravillosa, comer a diario jamón de Jabugo, viajar por todo el mundo… pero no puedes permitírtelo.

Últimamente también se puede decir: tú eres libre de comprar aceite de oliva o encender la calefacción lo suficiente para no pasar frío, pero no puedes permitírtelo.

Son lo que llamamos, con razón, precios “prohibitivos”. Parece un uso en sentido figurado, pero no: es literal. Los precios “prohibitivos” son una forma de prohibir mucho más sutil que las leyes, pero con un resultado parecido y que, además, suscita mucho menos cuestionamiento social. Una jugada perfecta.

Esa es una de las bases de las llamadas democracias liberales: el grueso de la población tiene prohibidas muchas cosas no por ley, sino por capacidad económica. Por consiguiente, estos sistemas se pueden jactar de tener unas leyes que defienden la libertad y la igualdad, eso sí, solo en la teoría, la práctica no importa.

Todo este sistema está apuntalado gracias al viejo mito del “sueño americano”: se supone que cualquiera puede ascender en la pirámide social, forrarse y lograr acceder a todas esas libertades. El sistema nos ha repetido una y mil veces (mediante películas, prensa, etc.) los casos de gente de origen humilde que llegó a lo más alto. Sí, están ahí. Solo que son las excepciones que confirman la regla y que sirven para que el grueso de la población confíe en que es posible. Esas personas quizás constituyen un 5% de las élites, tirando por lo alto. Pero analicemos los apellidos del otro 95% de esas élites. ¿Es casual que sus padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos ya pertenecieran a las clases pudientes?

Esta es la “libertad” que defiende Ayuso y todas las figuras similares en otros países. Algunas personas se sienten indignadas ante el hecho de que el conservadurismo neoliberal se apropie de la palabra “libertad”, pero creo que la cuestión no es si lo que defienden es libertad o no, sino: ¿libertad para quién? Está claro que para las élites. Para que estas puedan gozar sin reproches de todas las libertades (la libertad de tener cuanto deseen, de hacer y deshacer, y también la libertad de esquilmar al prójimo), este sistema, que aleja cada vez más la teoría de la práctica, es perfecto para el maquiavélico neoliberalismo: en la ley, decimos que todo el mundo tiene libertad y derechos, pero ¡ah!, en la práctica, vedamos esa libertad y esos derechos a quienes no puedan permitírselos. Resultado: solo las élites pueden gozar de libertad real. Y si nos preguntan, decimos que es culpa de “los mercados”, entelequia creada con premeditación y alevosía para no rendir cuentas.

Lo peor de todo esto es que se haya conseguido inculcar en la mentalidad colectiva que somos perfectamente libres… libres de hacer lo que nos permita nuestro exiguo salario.

Nos dice el mantra capitalista que la mano invisible del mercado lo arregla todo. En efecto, lo arregla todo… para las élites. No para el grueso de la población.

La única forma de hacer frente a esta situación, como bien sabía Roosevelt con su New Deal, es la intervención del Estado en la economía. Es un Estado que garantice salarios dignos, precios razonables, vivienda accesible. Por poner un ejemplo, bastaría con que se construyeran unos pocos miles de viviendas públicas para que el precio de los alquileres bajara. Bastaría con que la Empresa Nacional de Electricidad (Endesa), antes pública, se renacionalizara y ofreciera electricidad a precios asequibles, para que el resto de energéticas tuviera que rebajar sus tarifas para competir.

No es tan difícil. No es imposible.

Solo quieren que pienses que lo es, y que te resignes a tener únicamente la libertad y los derechos que te permita la precariedad.

¡Despertemos!

* Miembro del colectivo editorial LoQueSomos
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