Un cuadro, una foto y uno más
Marcela Silva Núñez*. LQSomos. Febrero 2014
Silencio en DOs
(Alrededor de un cuadro de Hopper)
Dos soledades unidas por el silencio. Las palabras no suenan: preguntas que no se oyen, respuestas que no se escuchan. Las páginas del diario avanzan crujiendo, suenan las teclas del piano…
(Agencia EFE) Kennedy trata de que la alianza de occidente se convierta en una fuerza….
SIlencio. SOLedad. MIgajas. REproches. ¿REbelarse?
Levantamiento contra Castro en la provincia de Oriente…
MIedo, LÁgrimas, SImular, ¿Repetir?.¡REpetir!
Panam reduce sus tarifas de Jet a Sudamérica. Ahorre hasta doce mil pesetas en un viaje de ida y vuelta…
REcuerdos. ¿MIlagros? FAchada. LAberintos.
Triunfo en el cine Avenida, de una película de escándalo. Este film representó a los Estados Unidos en el Festival de Cannes de 1960. Le amaban todas las mujeres… pero le odiaba su esposa.
DOlor. LAmentos.
En las antenas de Radio Madrid y su cadena de emisoras, todos los viernes a las once menos cuarto de la noche…
¿REsignación?
…para llevar hasta sus hogares un rato de humor, con motivo del lanzamiento de los cepillos para dientes Profiden.
…y el colorín no es colorado
–¡Los chicos no! –decían los tíos.
Y ellos cargaban las escopetas en el baúl del coche y se iban al campo, riendo y hablando en voz alta.
La casa quedaba vacía. Sólo se oía el latido de un reloj de latón, que los primos espiábamos entre risas nerviosas. La oscuridad era roja. La abuela no nos dejaba abrir las cortinas coloradas. Cuando la aguja chiquita llegaba a las tres, recién entonces podíamos salir de esa habitación donde nos condenaban a la siesta perpetua.
Al atardecer regresaban los tíos con unas cuantas liebres y perdices que la abuela preparaba en escabeche.
–Los chicos a la cocina! –ordenaban, y se reunían en el comedor a comentar las anécdotas de la cacería.
No me gustaba la comida de la abuela. No me gustaba la abuela. En esa salsa viscosa, traslúcida que me daba náuseas, a veces encontraba una bolita negra.
–Es un grano de pimienta, ¡no lo comas! –explicaba Andrés, el primo más travieso–. Pero a mí me parecía que era la bala con que habían matado a la perdiz.
A la semana siguiente se repetiría la historia, como cada fin de semana.
Los chicos no. El reloj. El silencio.
Andrés esperó a que todos bajasen de los autos y se asomó con cuidado apartando los abrigos y mantas que le sirvieron de escondite. Una perdiz levantó el vuelo muy cerca del coche.
El disparo. El silencio.
Nunca me gustaron los cuentos para chicos. En ellos las abuelas son buenas y las personas comen perdices…
Roles
El hombre estaba sentado en el sofá marrón. La mujer trajinaba en la cocina. La música sonaba a todo volumen. Un joven tecleaba en el ordenador.
En la mesa de la cocina quedaban restos del pepinillo que la mujer había estado cortando, y entonces, vieron caer a ese hombre por la ventana. Un gato maulló.
El hombre se levantó del sofá marrón y abrió la ventana, asomándose, mientras la mujer se atusaba el pelo frente al espejo. Por la ventana entraba un fuerte viento. Entonces, sonó el timbre de la puerta.
–Adela, quítate el delantal y abre… (*)
–¡Ya te dije que no me llames Adela!, esta noche quiero ser Sharon… ¿para qué querías los pepinillos?… ¡¡Y cerrá esa ventana que se me vuela la peluca!!
–¡Yo no doy explicaciones, te recuerdo que soy el Amo, Robert! –dijo el hombre mientras lo apuntaba con una fusta– y no hables tan alto que te van a oír.
–¡ENTONCES BAJÁ LA MÚSICA! –contestó Robert/Sharon arrojándole a la cara el delantal y la cofia de enfermera.
El joven del ordenador había levantado la vista del teclado, observó las escenas que se recortaban en las ventanas como en las viñetas de un comic.
–Miauuuu –ronroneaba la vecina del 7º vestida de Gatúbela mientras un Batman se asomaba al balcón, champagne en mano. El viento le enredó la capa. Bastó un solo empujoncito del dedo enguantado para que Batman perdiera el equilibrio.
–¡¡¡Miauuuu!!! –maulló Gatúbela con una sonrisa satisfecha, pero al levantar la vista vio al hombre vestido de negro, asomado a la ventana.
Entonces, sonó el timbre de la puerta.
El joven del ordenador se ajustó las gafas, miró el teléfono que estaba sobre la mesa, se abalanzó sobre él y marcó un número.
–Policía Municipal, buenas noches –contestaron del otro lado.
–No… perdone… me habré equivocado de número… –respondió y colgó–. ¿Qué estoy haciendo…? – se preguntó rascándose la cabeza.
Entonces, sonó el timbre de la puerta.
Las tres puertas se abrieron al unísono. Ahí estaban, a contraluz enmarcados en sus rectángulos, en la penumbra del palier. Se miraron sin hablar.
–Pasen –dijo el joven del ordenador señalando el interior de su casa– pónganse cómodos, los estaba creando.
Me parece maravillosos expresar tanto, en tan pocos renglones. Gracias
Hola Lupe,
Me alegra que te gusten mis cuentos!
Muchas gracias por tus palabras
Un saludo,
Marcela
Brillante serie de relatos cortos, el que aqui nos ofrece Marcela, con el talento narrativo que posee, y tan magnificamente logra plasmar …
Muchas gracias, Eliseo!