Meteorismo
La acumulación de dividendos en la panza de estos rumiantes de la banca mundial y en el ciego de los malversadores y prevaricadores políticos, al no poder la sociedad expulsar los gases que suelen formar espuma de los bonos del tesoro, hace que el pastoreo de los embusteros convenga con las harinas carnales muy molidas. Que, como dice el pastor de tu pueblo, “cuando los Asnos del capital que nos gobierna estén harto hinchados hay que solucionarlo metiéndoles litro y medio de aceite de soja con aguardiente y amoniaco en el culo”.
“Allá van leyes, do quieren reyes”, dicen que dijo el necio del Cid. Que las más de las veces será mejor ponerles a estos pendejos, sujetos deponentes, de deposición, fornicadores en estilo romano o mozárabe, en una pendiente (tercio anterior más alto), moviendo una cuerda bajo la lengua mientras se presiona el vientre con los puños o se les da de hostias entre misales para forzar la ventosidad meteórica entre caudales.
Rafael, el pastor, se marchó al campo, doliéndole que nos dejemos engañar por el trueco y el euro. El marcha alegre, mientras su mujer, Elvira, va a casa de su madre. Ella está harta de verse apriapada “por narices”, como Catalina de León, que era una pescadora desnarigada, muy conocida en Cádiz. Su oficio, el de pastor, le parece de mera cópula. Iba diciéndose en voz alta y al estilo de Lope de Vega.
-Yo me soy pacífico. Érase un país maldito. Sola mi esperanza se está verde. ¿Será posible? ¿Si soñaré yo?
Marchó adonde nace el río Arlanza, en la sierra de Neila, cerca de Quintanar de la Sierra, en Burgos, en un paraje conocido como Fuente Sanza, viendo allí, a lo lejos, entre pinares, cómo un serrano se cepillaba, para él, a otro serrano, en cópula parecida a las de reflexiva, pues el que hacía de hembra alzaba la careta alto, viendo que era Juan, al que se le conoce como “que no se rían de mi”, sometiendo la Sierra a la batalla lujuriosa de dos caballeros, como hizo el rey don Alfonso con el Cid cuando la conquista de Toledo.
“Allí como allí, y aquí como aquí”, decía el que iba montado, con el verbo peneal pronominado denotando cambio recíproco de acción entredicha con pluralidad, como cuando los novios o las parejas se timan desde sus localidades del teatro.
Yo me tuteo con su esposa, desde que quedó preñada junto a una mata, quien me contó un día que el campanero y el sacristán del pueblo de al lado se acapizaran en el campanario y que el sacristán es el que chupa del badajo, “en llegando que llegó”, como dice El Quijote.