No hay socialismo sin libertad
El “golpe de Estado de los civiles”, como ha sido extrañamente calificado el alzamiento militar en Egipto, ha probado que no vale solamente con que los cambios sociales se produzcan desde abajo. En ocasiones, como acaba de ocurrir ahora en El Cairo, puede existir un fuerte apoyo de movimientos sociales y de formaciones de izquierda con resultados netamente antidemocráticos. Esa fórmula que entronca directamente con la doctrina del poder popular, es un trampatojo que se remita desde arriba con un nuevo despotismo gracias a la violencia del “Estado profundo”. No hay revolución real sin coherencia entre fines y medios y cuando la ética democrática no preside el proceso. Al respecto, aún son validas las afirmaciones de Bakunin: “socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad; libertad sin socialismo, privilegio e injusticia”.
¿Qué ocurría en el siglo XIV en el orbe cristiano? Si necesidad de ir a Salamanca, podemos asegurar que el mundo entonces más transitado estaba sometido al dominio de esa religión, buscando una hegemonía absoluta para la que no se escatimó en medios, la mayoría de ellos crueles. Y en España, donde se daban los últimos tumbos a la presencia mahometana, la Iglesia encendía las hogueras de la Inquisición para iluminar por el fuego a cuantos incrédulos creían que podían vivir de espaldas a “la única religión verdadera”.Iniciada en 1184 con la bula Ab Abolendam, emitida por el Papa Lucio III para combatir la herejía de los cátaros en Francia, sus redentoras llamas impregnaron todo el cristianismo durante siglos, siendo la península el territorio más fiel al Tribunal de Santo Oficio, que no desmontó sus aquelarres hasta bien entrado el siglo XIX.
Por tanto, en España al menos, las prácticas oscurantistas, la persecución del infiel, la quema de brujas y demás predicamentos del rodillo católico en combinación con el poder político (Trono y Altar) extendieron su dominio cultural de manera totalitaria y excluyente a lo largo de diecinueve siglos, tomados a partir del inicio de la era cristiana. E incluso hoy, con una democracia de derechos y libertades, su tutela es a menudo asfixiante para la población no confesional, con practicas y rituales que hablan de su afán de poder sobre la sociedad civil. ¿Hay que recordar que ahora mismo, cuando juran o prometen sus cargos los ministros de la nación, lo hacen delante de una biblia y un crucifijo, sea el gobierno del PP o del PSOE, como si de una teocracia se tratara?
Tanto rodeo histórico para llegar a 622 años atrás, cita en que comienza cronológicamente la “era coránica”, fechada a raíz de la emigración de Mahoma de la Meca a Medina. Y decir que, mutatis mutandis, en los catorce siglos de islamismo existen ya experiencias de grupos musulmanes que se han abierto a la democracia. Casi cinco siglos antes que la acreditada religión cristiana, que en sus diferentes modalidades ha sido la cuna del capitalismo (Max Weber) y del dolarismo (“en Dios confiamos”, reza la leyenda que troquela al billete del imperio). Mientras, la nueva santa alianza de las naciones democráticas adscritas al bloque yanqui, lideran una cruzada contra “los moros” e impiden con golpes militares que maduren proyectos de islamismos políticos bajo la excusa de la innata maldad de su fe. Y precisamente esa “guerra justa”, inserta en el “destino manifiesto” que se auto-otorga Estados Unidos, se produce en un contexto renuente: una crisis provocada por la codicia del sistema financiero que devora a las sociedades occidentales, y que sin embargo ha respetado a buena parte del mundo árabe-musulmán porque el Corán prohíbe la práctica de la usura y buena parte de su banca la tiene prohibida.
Lo histórico,lo contingente y lo coyuntural se dan cita en los últimos acontecimientos habidos en Egipto, con segura repercusión en otros escenarios políticos y estratégicos, tras el golpe de Estado militar para desalojar por la fuerza de la armas al gobierno legítimo presidido por Morsi y escorado hacia los Hermanos Musulmanes. La primera vez en la historia del mayor país árabe en que un civil alcanzaba el poder por el veredicto de las urnas. Las inapelables urnas del neoliberalismo capitalista, ese referente universal con que los países que han apoyado el sangriento cuartelazo quieren cosificar a la democracia. Un golpe que ha cogido pastando en el mismo campo a los países de la OTAN, las monarquías árabes más abyectas, los partidos de del centro-izquierda institucional, los grupos salafistas adscritos al integrismo islámico y, como novedad, los sectores de la vieja izquierda adictos a la violencia como partera de la historia que, como el Partido Comunista Egipcio, creen en un socialismo de cuartel. Lo que el muy canallescamente vilipendiado intelectual comunista Santiago Alba Rico ha bautizado como “ movimiento estaliban”.
Como si se tratara de una de esas reuniones de alcohólicos anónimos en donde se invita a los asistentes como terapia a levantarse y contar su caso sin vergüenza ni medias tintas, hemos visto desfilar juntos a la gran prensa occidental intelectualizando la legitimidad del golpe militar; a la Unión Europea (UE), que dirige el mayor expolio social que conocieron los siglos, proclamar su apoyo al golpe con un silencio atronador mientras cerraba su espacio aéreo al avión del presidente de Bolivia, y a doctrinarios del socialismo del siglo XXI. Todos yendo juntos por la senda por la comprensión de la represión contra los defensores de la legalidad democrática en Egipto. “Derrocado Morsi”, “El ejército asume el poder en Egipto” o “Intervención militar”, son algunos de las calificativos utilizados por los medios españoles para conjurar el de “golpe de Estado”. Cuando no ponían la oración por pasiva y los agredidos pasaban a ser los agresores. Como ese titular del progresista digital Público que advertía en su edición del lunes 8 de junio que “Los islamistas acusan al Ejército de matar a 37 de sus seguidores”. O el caso de una enviada espacial a El Cairo de la cadena de televisión La Cuatro, que informaba en directo sobre la matanza de 51 partidarios de Morsi, entre ellos mujeres y niños, cuando estaban orando en una mezquita en estos términos: un suceso producido por el “boicot de los islamistas a los militares”.
Desde el órgano de las finanzas mundiales The Walt Street Journal a la famosa y postmoderna web Huffington Post, el Grupo Prisa, sobrecoge la amabilidad demostrada por los medios con el despliegue de la fuerza bruta militar contra la población civil. Aunque ya nos tienen acostumbrados a lo peor. Como esos dicterios conspiranoicos de determinados intelectuales del socialismo de cuartel, que a partir de hoy tienen como incunable del género el artículo publicado para la ocasión por el ideólogo Heinz Dieterich titulado “Es necesario el uso d ella fuerza militar contra la derecha Capriles, Hitler y la receta egipcia”, convocándonos a una vendetta general de los buenos contra los manos de la mano de la casta militar. Ciertamente, el golpe de Estado dado por los militares egipcios necesita ufólogos para descifrar su código secreto. Se justifica para desbancar al “gobierno monocolor de los Hermanos Musulmanes”, el partido vencedor en la elecciones, y, sin embargo, es otro partido musulmán, el salafista Al Nur, el segundo más votado en los comicios, el se que yergue como árbitro de la situación post Morsi al vetar nombres del gobierno provisional propuesto por los militares. Por cierto investido por el “Estado profundo” de poderes casi absolutos, que superan a los escarceos maximalistas del depuesto Morsi.
Sin embargo lo que ha sorprendido más ha sido la laxitud demostrada por algunos medios de la “New Left”. Un sector que tradicionalmente se ha manifestado sensible al ejercicio de las libertades públicas y a la defensa de las conquistas democrática sin caer en la tentación totalitaria. En ese limbo se encuentra el siempre interesante digital Sin Permiso, que coordina Antonio Doménech, un profesor de reconocido prestigio entre los movimientos sociales, cuyo libro El eclipse de la fraternidad es por mérito propio una herramienta de reflexión indispensable para comprender la deriva “estaliban” del socialismo y su olvido de la tradición republicana. En una reacción tardía, que podía pensarse atribuida a la necesidad de recopilar materiales de calado para analizar situación creada en Egipto por el golpe militar, Sin Permiso colgó en su web el mismo día en que producía la matanza de los islamistas un “dossier” (o sea, un pretendido exhaustivo “estado de la cuestión”) en el que, bajo el aséptico título de “Egipto explota”, se divulgaban trabajos de distintos analistas, a favor y en contra de la intervención militar, como si se trata de posturas equitativas. Así Ahmed Shawki, editor de la International Socialist Review en EEUU, en el texto “Todo Egipto es Tahrir”, minimizaba la operación castrense afirmando: “…aunque los militares están en la calle y han sobrepasado los límites constitucionales que definen el poder, creo que buscaran como restaurar rápidamente la autoridad civil”. Por su parte, el Editor Jefe de Ahram Online, Hari Shukrallad, secundaba esa óptica con un argumento extraparlamentario en lo que definía como “La Segunda Revolución de Egipto: cuestiones de legitimidad”: ”La democracia se constituye con la voluntad expresa reales, vivas y no con la de las urnas”. En parecida comprensión se situaba la Declaración de los Socialistas Revolucionarios de Egipto (“Cuatro días que estremecieron el mundo”), con expresiones tan chocantes como “lo que ha ocurrido el 30 de junio fue, sin la menor duda, el principio histórico de una nueva ola de la revolución egipcia, la mayor desde enero de 2011”, o esta otra donde irrumpe el concepto, “poder popular•, como talismán de cierta izquierda autoritaria: ”Se trata de una legitimidad que surge del carácter democrático de la revolución popular: la democracia directa es la que crea la legitimidad revolucionaria. Se abre el horizonte a nuevas formas de poder popular que empequeñecen la democracia temporal de las urnas”. Ni siquiera el texto del siempre interesante y riguroso corresponsal del diario The Guardian, el periodista Robert Fisk, autor del indispensable La gran guerra por la civilización, por su tibieza, servía para equilibrar el tono del dossier: “Fue miserable ver aun pueblo aplaudir una intervención militar; si bien los opositores de Morsi afirmarían que su libertad fue traicionada”, sostenía el veterano corresponsal en la nota “Egipto: los dos bandos del Ejército”. Una ambigüedad que impregnaba incluso la actitud del Consejo Editorial de Sin Permiso, que en un breve de uno de sus integrantes, Guillermo Almeyda, titulado “Egipto y la primavera que durará”, obviando la calificación de golpe militar, editorializaba “…existe el peligro de que amplios sectores se ilusionen ante estos nuevos salvadores salidos de los cuarteles y los sigan, en vez de apoyarlos, desbordarlos y dirigirlos”. Nada de “golpe de Estado”, lo de Egipto había sido una “explosión”.
Lo realmente curioso de este presunto desencuentro de Sin Permiso con sus principios fundacionales, es que su propio Editor General, Antonio Doménech ofrece la clave de esa tentación totalitaria en la que parece inscribirse la “explosión egipcía” en el desprecio de los avances democráticos como argucias del sistema y no a consecuencias de las conquistas sociales. Y lo hace en el prólogo al libro La formación de la clase obrera en Inglaterra del historiador marxista británico E.P. Thompson recientemente reeditado al referirse a la recepción de los ideales de la ilustración entre la izquierda integrista. “El estalinismo y sus turiferarios -argumenta Doménech- consagraron la idea de la Revolución Francesa como una revolución burguesa (en vez de como la última gran jacquerie, antifeudal y al mismo tiempo anticapitalista), alentaron el uso d ella noción democracia burguesa (un oxímoron que no puede hallarse una sola vez en la obra de Marx y Engels) y contribuyeron a fomentar la idea, ahistórica y apolítica de una homogénea modernidad burguesa (etapa de desarrollo ontogénico), que habría inventado, entre otras cosas, el individualismo y las libertades y los derechos personales” (página. 17). ¿Consejos doy…?
Al margen de incursiones epistemológicas que solo los ratones de hemerotecas agradecen, lo cierto es que el vendaval antidemocrático levantando a raíz del golpe militar de los civiles” en Egipto debe remitirnos a otras necesidades en lo referente a la construcción de bases firmes para la transformación en igualdad, libertad y fraternidad. El impulso revolucionario de abajo arriba es condición necesaria pero no suficiente. Y menos en los tiempos actuales donde una gran parte de la población está sometida a los lavados de cerebro de los medios de comunicación de masas. Igual que la democracia ni principió ni se agota en la urnas, y que a menudo solo encubren la fuerza de la demoscopía, si los fenómenos revolucionarios no respetan los valores democráticos, dando al concepto demo-cracia una radicalidad inclusiva y anticapitalista, si no son radicalmente emancipadores, pueden encubrir proceso populistas reaccionarios mediante una socialización negativa que bufa desde abajo pero capitaliza desde arriba. Esa es la delgada e insuperada línea roja que separa y ha separado históricamente al socialismo científico (autoritario) del socialismo libertario (antiautoritario). La acción directa va más allá del predicado “poder popular”, que para tantas cosas diferente sirve. Es un proceso de formación de la responsabilidad revolucionaria desde abajo, de principio a fin, sin delegaciones taumatúrgicas sobrevenidas, cimentado en la propia experiencia autogestionaria y en los valores de respeto a los derechos humanos y la conciencia democrática. De esa tesitura fue el debate intelectual en plena guerra fría entre Albert Camus (“en política son los medios los que deben justificar los fines”) y Jean Paul Sarte (“todos los medios son buenos cuando son eficaces”), con desaire histórico para las credenciales del padre del existencialismo.
Desde abajo no basta. Sobre todo cuando esa izquierda heredera del “socialismo científico” se empeña en sacralizar el artefacto Estado como una garantía para la liberación social. Por eso, la remisión al “Estado profundo” que presupone del pronunciamiento militar cruento del ejército egipcio como “socialismo de cuartel”, suena en parecida longitud de onda que las ambiciones políticas del golpismo (in)civil a la que cierta izquierda nostálgica de poder ha dado sus parabienes. Si Bakunin marcaba claramente los límites de la acción revolucionaria de su tiempo en el compromiso mutuo entre socialismo y lealtad, Cornelius Castoriadis, a la vuelta de un conflicto que ya no podía ser un toma y daca entre el falso dilema marxista “socialismo o barbarie”, lo dejaban claro al proclamar la esencia inclusiva de la fraternidad revolucionaria: “mi libertad comienza donde comienza la libertad del otro”. Uno y otro recepcionaban, a su manera, el ideal antropológico de Kant: “memos crueldad, menos dolor, más bondad, más respeto,más humanidad”.
La Revolución Francesa, que preñó esa “democracia burguesa” que dicen los heraldos de la revolución pendiente, se hizo bajo la triple divisa emancipadora de “igualdad, libertad y fraternidad” y, luego, debido a la falta de impulso democrático en la base, la libertad derivo en un apartheid para la “libertad de mercado”, la “ igualdad” entendida como equidad económico-social quedó en ”igualdad ante la ley” y de la fraternidad, el apoyo mutuo que la solidaridad ejemplifica, se extrañó en los meandros de la historia. Por eso hoy tenemos el compromiso moral de reivindicar aquellos ancestros. Pero sobre todo, el compromiso de generar esa parrhesía de la democracia ateniense, el decir verdad, para recuperar el tiempo mentido y semillar la actualidad de gozoso futuro. Como dejo escrito Michel Foucault en sus cursos del Collége de France, dictados dentro de la cátedra “Historia de los sistemas de pensamiento”, “(la filosofía moderna) es una práctica que, en la crítica de la ilusión, del embuste, de la adulación, encuentra su función de verdad (…) la filosofía como accesis, es decir, como constitución del sujeto por si mismo”.