No me fio
Debo ser una poeta rara, no me fío de los líderes.
Al poco de encumbrarse empiezan mis sospechas, me obsesiono a veces con seguirles los pasos esperando el momento del tropiezo.
Creo que esto que me sucede lo originaron los egos desmedidos que he ido conociendo en la vida.
Algunos se sostienen bien travestidos, décadas incluso, pero a la larga asoman sus traiciones y el dolor que causan.
También es cierto que unos pocos tienen toda mi simpatía porque su trayectoria es limpia, porque se saben herramienta de algo más importante que ellos mismos, porque reconocen lo poco que es un hombre o una mujer solos si lo que se batalla es la esperanza.
Pienso que lo que menos necesitamos son mesías, nos urgen las ideas, las conciencias bien armadas, la certeza de que después de uno habrá otro y otro recogiendo el testigo de la desobediencia.
No soy religiosa, por eso, no tengo fe.
La fe siempre es ciega, aturde, nos hunde en una narcosis donde se controla la rabia y el deseo de asaltar los imposibles. No quiero buscar quien lleve luz para guiarme en las tinieblas, no deseo agarrarme a las faldas de quienes dicen poseer un candil aunque sea nuevo, o hermoso o alumbre kilómetros.
Ocurre, que nadie nos emancipará. Nadie nos salvará, ni vendrán a quitarnos las cadenas, nadie si no somos nosotros mismos, convencidos uno a uno, libres de elegir, de pensar, soberanos, poderosos, titánicos.
Tan inmensos, tan potentes, tan completos.
Tan humanos que sea real un cambio desde la raíz, sin necesidad de salvapatrias.
Viñeta de J. Kalvellido