Nuevas armas para la conquista del mundo
Por Nònimo Lustre
Desde la primera Naqba (ca. 1948) hasta la actual segunda Naqba (hoy centrada en Gaza pero sólo como preámbulo para completarla en Cisjordania), el sionismo no hizo ningún esfuerzo significativo para analizar, no digamos combatir, el paranoide mito universal de que los judíos son un Gran Poder Clandestino que maneja desde la sombra los hilos del poder mundial. Es un fenómeno archisabido y por ello comprendemos que cualquier colectivo seudo-estatal quiera convencer al mundo de que encarna una colosal fuerza que prefiere crecer en el anonimato… hasta mostrarse en todo su esplendor cuando las demás potencias estén más descuidadas.
Desde hace casi un siglo, instalados tan cómoda como subjetivamente en la seguridad mítico-histórica de la Torá y de la Biblia, los sionistas creen dominar al Perro de Presa planetario en que se han convertido los EEUU pero, dada la abismal distancia entre los poderes sionista y gringo, la realidad es la contraria: la cadena y el bozal de ese patibulario cánido siguen en manos del hegemón -los EEUU. Si los sionistas supieran ubicar con objetividad el poder que realmente tiene el ‘lobby judío’ en los EEUU, reconocerían que, siendo enorme la influencia de ese grupo de presión, no es omnipotente. En parte porque el poder en Washington está repartido en varios lobbies y, en parte, porque, pese a su ubicua presencia en los medios -cuasi hegemonía mediática en el terreno icónico-, no sólo de propaganda vive el mundo.
Mucho se habla de que la inmensa mayoría de las guerras actuales son guerras proxy (también llamadas subsidiarias y/o por delegación; léase, entre terceros azuzados por unas grandes potencias que se mantienen fuera de las trincheras) Algunos creen que, desde que hay bombas atómicas, se han agudizado o multiplicado pero siempre las ha habido. Por ejemplo, cualquier enciclopedia cita un caso de hace 2.500 años, la Expedición siciliana (415-413 ane) entre la Liga Delia y la Liga del Peloponeso teledirigidas respectivamente por los atenienses y por los espartanos de Corinto.Roosevelt, 1905. Caricatura de Louis Dalrymple, 1905, que representa al presidente Theodore Roosevelt usando su “nueva diplomacia” para vigilar el mundo
Hoy, Israel perpetra un genocidio que, aparentemente, le está impuesto por Yavé y por su Vicario en la Tierra -el Tsahal- pero que, a poco que lo analicemos, resulta ser un genocidio proxy controlado por los EEUU. Nada nuevo… salvo que es una matanza de palestinos en la que los asesinados no son demasiado importantes puesto que son animales, no personas -y, más aún, ni siquiera son combatientes. En puridad, este genocidio encubre un propósito oculto: la experimentación social a nivel planetario. Léase, los EEUU quieren saber hasta dónde el mundo tolerará la máxima opresión.
En este sentido, los sionistas son agentes subalternos a los que se les arrojan unas migajas para satisfacer vicariamente su proverbial arrojo homicida. En el Tsahal, en los rabinatos y entre el público israelí acaparan esas caspicies con ansia pero sin el orgullo de los matadores porque saben que sólo es el maná que caía del cielo para contentar a Moisés. No obstante lo cual, es probable que una minoría enaltezca el concepto de maná gratuito para universalizarlo como la gloriosa aportación sionista el subyacente Gran Experimento (GE) gringo. Asimismo, se tranquiliza cuando percibe que el GE no es más que una vuelta de tuerca hacia el totalitarismo mundial que, sin ir muy lejos, avanza ostentosamente en la otra subalterna: Europa. Con el tiempo, la propaganda sionista podrá presumir de que semejante tsunami político nació gracias a Sión -y en ello tendrán razón, aunque sea poca razón.
Gracias a estirar al máximo esta poca razón, los sionistas han aceptado mansamente el enorme giro, casi epistémico, que supone haber abandonado su vetusta imagen de conspiradores desde la sombra para ahora salir al escenario. Suponemos que, entre ellos, la gruesa minoría haredin (ultraortodoxa) no gustará que los designios de Yavé sean ahora prescritos por un país de herejes cristianos pero callarán cuando sepan que el GE sólo busca responder a una pregunta que, tanto los haredin como los sionistas, los hebreos, los gentiles y hasta unos pocos árabes dizque israelíes se hacen desde la primera Naqba: ¿cuántos pueblos pueden ser exterminados sin que los EEUU-Israel vean amenazada su hegemonía?
Llegados a este punto quizá convenga señalar que, en principio, el GE entiende que ‘exterminar pueblos’ no se circunscribe a matarlos físicamente sino que, en caso extremo, también les vale el exterminio histórico/cultural -vulgo, etnocidio. En cuanto a lo histórico, les basta con borrar toda huella de un pasado que no les interese -de ahí que la arqueología sionista borre sistemáticamente todo rastro de presencia palestina en Palestina- y, en cuanto a lo cultural, la dan por concluida cuando los palestinos -epítome de todos los pueblos- veneren en inglés las balurdas canciones de moda.
Nuevas armas para el GE
Experimentar es sinónimo de novedad pero, en materia bélica, es difícil encontrarla puesto que la última sustancia de la guerra es y será siempre la Muerte. Pero, dejando aparte las médulas, es evidente que la industria armamentística (el “complejo militar-industrial” que amenaza a los EEUU, según denunció en 1961 el Presidente Eisenhower en su discurso de despedida), ‘adelanta-que-es-una-barbaridad’. Ahora, hay docenas de clases de guerra, desde la atmosférica/ionosférica hasta la genética y todas ellas utilizan nuevas armas, generalmente muy distintas a la pólvora. Hoy, vamos a escudriñar un arma que no mata tanto como un bombardero ni asusta tanto como una bayoneta pero que nos parece crucial para entender cómo el GE se apresta a equiparse. Nos referimos a los drones:
En primer lugar, subrayemos que el uso militar de estos artilugios medio civiles medio baratos medio sencillos de manejar invierte el mito del “soldado desconocido”. Este motivo -alumbrado sietemesino del dictum prusiano del oficial al que los soldados temen más que al enemigo-, ya constituía una cierta transgresión contra el cuartelero dogma de que los mandos saben siempre la personalidad de sus soldados -o, al menos, su número. Sin embargo, en materia de drones, el desconocido es un anónimo soldado vivo que localiza al enemigo, selecciona uno de sus grupos y dispara -en Afganistán, un misil Hellfire albergado en un dron Predator. Todo ello, desde miles de kilómetros, quizá en la proximidad de Las Vegas, ciudad pecaminosa no por el juego sino porque alberga tanto bases aéreas –drones incluidos- como los antiguos solares para ensayar bombas nucleares.
Hasta la fecha y por diversos motivos, al revés que en Cisjordania, su uso en Gaza no acarrea mucha propaganda, en parte porque el Tsahal tiene un arsenal convencional que los milicos quieren agotar para renovarlo vía EEUU y, en parte, por las luchas intestinas entre los comandantes de las diversas unidades. Pero seguimos entendiendo que el GE está maquinándose a escala global con los palestinos como cobayas -animales al fin.
Evidentemente, el dron es un artilugio que no hace prisioneros: sólo los asesina -un extremo que irá cambiando según avance geográficamente el GE. A estos efectos planetarios, el dron tiene la gran ventaja de la irresponsabilidad del soldado y, no menos, de su anonimato. Los nuevos asesinos no sufren remordimientos de conciencia ni casi SPT, estrés post traumático. Por ende, se puede invadir el mundo desde unos pocos cuarteles secretos. Además, los Predators y sus actualizaciones pueden llevar armas nucleares ‘tácticas’ que infundan pánico a los países y/o ciudades que sean renuentes al GE.
En definitiva, el mayor miedo será el causado por la novedad de las armas. Adiós trincheras y adiós conquista de territorios: ninguno estará a salvo de los drones. Y, aunque los misiles Hellfire sean conocidos de antiguo, los drones subsidiarios -los que se manejan a gran distancia-, seguirán siendo invisibles así como los remotos cuarteles desde los que se aprieta el gatillo.
(para más información, cf. Joseba Zulaika. 2022. Muerte desde Las Vegas. La guerra de drones y la resistencia a la fantasía norteamericana. Hincapié, Euskadi; edición original en inglés, Universidad de California Press, 2020)
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