Ortega entre las masas según Pedro Menchén
Por Arturo del Villar*. LQSomos.
Probablemente tendrá pocos comentarios el nuevo ensayo de Pedro Menchén titulado Convivir con el enemigo. Una lectura crítica de “La rebelión de las masas”, publicado por la editorial asturiana Sapere Aude en octubre de 2021. Es muy exigente con José Ortega y Gasset y con su más conocido ensayo La rebelión de las masas, lo que habrá ofendido a los orteguianos, que son pocos pero fieles, y además potentes y adinerados, porque cuentan con una suntuosa Fundación que visita el rey Felipe, subvenciones, una editorial, una revista propia y otras afines, cursos, becas, también un diario a sus órdenes, y el favor de esos españoles que no leen un libro, pero defienden a machamartillo lo que les parece muy intelectual para presumir en las tertulias.
A este Ortega le apodaban El Bueno las damas de la alta sociedad madrileña que acudían embobadas a escuchar sus conferencias, para lucir sus mejores joyas y pieles. Así lo diferenciaban de su hermano mayor Eduardo, un republicano exiliado en París durante la dictadura del general Primo, en donde editó con Óscar Esplá la excelente revista España con Honra en 1924, y después en Hendaya Hojas Libres en 1927; en 1931 fue nombrado gobernador civil de Madrid y en 1936 fiscal general de la República, a la que fue fiel hasta su muerte en el exilio de Caracas en 1965.
En cambio, José había fundado la Agrupación al Servicio de la República con Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, constituida legalmente el 23 de abril de 1931, pero los tres la traicionaron y los tres residieron y murieron en la España sometida a la dictadura, por la que habían combatido sus respectivos hijos en la guerra organizada por la sublevación de los militares monárquicos en 1936, y a la que ellos defendieron con sus escritos, sus palabras y sus silencios cómplices.
Al final lo que persiste de ese Ortega es su labor periodística, que él mismo iba recopilando en libros. Así, La rebelión de las masas fue apareciendo en el diario madrileño El Sol como folletón en 1929, y al año siguiente en formato de libro. De esa manera suponía que sería leído por los compradores del diario, siempre muchos más que los ciudadanos dispuestos a gastarse el dinero en la adquisición de un libro.
Con el fin de resaltar esa tarea en 1984 fueron creados los premios anuales Ortega y Gasset de Periodismo, patrocinados por el diario madrileño El País, fundado en 1976 por José Ortega Spottorno, hijo del titular. Promocionan a los medios y profesionales ultraderechistas, como El Nuevo Herald, de Miami, galardonado en 2002. El déficit insoportable acumulado por el Grupo Prisa, editor de El País, ha obligado a que sea comprado por Liberty Acquisition Holding. Por todo ello el diario ha perdido su credibilidad, y ese Ortega su honorabilidad.
La egolatría de ese Ortega le permitió considerarse el protector de la República Española, tanto como para pronunciar una conferencia en el Cinema de la Ópera de Madrid, el 6 de diciembre de 1931, titulada con orgullo Rectificación de la República, solamente siete meses después de su proclamación y cuatro días antes de la votación para elegir al primer presidente de la República, a celebrar el día 10 en el Congreso. Estaba seguro de su victoria, ya que se reconocía muy popular gracias a sus artículos periodísticos. Únicamente obtuvo un vergonzoso voto: ¿quién lo depositaría?
Se hallaba tan integrado en la dictadura fascista que a su muerte en 1955 el Ayuntamiento de Madrid dio su nombre a una de las principales calles de la ciudad, quitándoselo al poeta Alberto Lista, que más merecía el homenaje, y ahora solamente le han dejado la antigua estación de metro. Algunos pensamos, conocidas su biografía y la exposición de su pensamiento, que no le corresponde a José el sobrenombre de Ortega El Bueno.
Un conservadurismo autoritario
El título que ha puesto Menchén a su ensayo deriva de un escrito del propio periodista, quien opinaba que un Gobierno de coalición equivale a convivir con el enemigo. El volumen consta de dos partes: en la primera Menchén analiza en 168 páginas el valor que, en su propia opinión, tiene La rebelión de las masas, único objeto de su interés en este volumen, y en la segunda comenta en 128 páginas los juicios que el ensayo ha merecido a 13 autores, desde el que considera el más riguroso, Thomas Mermall, enseñante de literatura española en el Brooklyn College, hasta el peor informado, Mario Vargas Llosa, novelista sin estilo propio y colaborador de revistas rosas para las que él mismo produce noticias.
Afirma Menchén que “sólo he encontrado ideas reaccionarias, supremacistas, clasistas, en los escritos de Ortega, propias de lo que se considera conservadurismo autoritario de derechas” (página 240). Es lógico. Por eso les gustaban tanto a José Antonio Primo y a los falangistas, que lo tenían como su maestro. Esos mismos falangistas que atentaron con bomba el 7 de abril de 1936 contra la casa madrileña de Eduardo y su familia. Ha observado asimismo que solamente en dos ocasiones menciona a las mujeres en el libro, por lo que cuando escribía “hombres” parece oportuno suponer que se refería a todo el género humano, y cuando citaba al “hombre—masa” contaba también con la “mujer—masa”, de manera que entre las ideas reaccionarias debe incluirse al machismo.
Aclaró Ortega que él entendía por masa al “hombre–medio”, caracterizado por su hermetismo intelectual, porque tiene ideas, pero carece de la función de idear. Frente a él está el “hombre–selecto”, el que se exige más que los demás, y añadió que no se refería a dos clases sociales, sino a dos tipos de hombres, para evitar que se le acusara de clasista. Para él había en su tiempo dos tipos distintos de seres humanos: los hombres–excelentes o selectos y los hombres vulgares u hombres—masa (p. 30).
De modo que en la práctica Ortega tendía a identificar a las “minorías excelentes” con las clases altas privilegiadas, las marquesas que acudían a escuchar sus conferencias, y a las masas con el pueblo llano en general, que ni siquiera leía sus artículos periodísticos, publicados en diarios y revistas elitistas. Como la Revista de Occidente, fundada y dirigida por él mismo en su autoproclamada función de vigía de Occidente, a la que Juan Ramón Jiménez, indudable hombre—selecto, apodaba Revista de Desoriente.
Qué es la masa
Se pregunta Menchén qué es la masa en sentido estricto, y concluye que un concepto abstracto de algo que no existe. Sólo existe un conjunto de individuos radicalmente independientes, todos respetables. Hablar de un tipo genérico de hombre, o de mujer, es absurdo, puesto que no hay dos individuos iguales. Hablar de personas intercambiables idénticas a las demás no sólo es anticientífico, sino que implica un desconocimiento de la condición humana (p. 45).
Le escandaliza que Ortega afirme que la civilización del siglo XIX permitió al hombre–medio instalarse en un mundo del que percibía la superabundancia de medios, pero no las angustias. Afirmaba sin añadir demostraciones. Las historias y las novelas realistas de la época demuestran la inexistencia de esa superabundancia como norma de general aplicación, lo que permite al autor asegurar que “Ortega mentía (y sabía que mentía) y lo hacía con cinismo, a no ser que estuviera pensando en su propia experiencia personal como miembro de la alta burguesía” (p. 54).
Según Ortega siempre existieron hombre—masa, pero antiguamente reconocían sus limitaciones y se sometían a los hombres excelentes. La situación se deterioró, en su opinión, con la llegada de los avances técnicos y la democracia liberal en el siglo XIX. En todo su ensayo está presente la idea de que al hombre—masa no le interesan los principios de la civilización. La historia demuestra lo contrario, y Menchén pone como ejemplo la Revolución Soviética, gobernada por hombres—masa entre 1917 y 1992, tiempo en el que un país agrícola atrasado con una población de siervos se convirtió en la primera potencia industrial del mundo.
En la opinión de Ortega los científicos formaban, cuando publicó el ensayo en forma de folletón periodístico en 1929, el grupo superior de la sociedad, la aristocracia de la época. Pero con reservas mentales porque estimaba que el especialista de esa época ignoraba todo lo que no fuera su especialidad, por lo que proponía calificarle de sabio—ignorante. En consecuencia, su valía le llevaba a querer predominar fuera de su especialidad, con el resultado de comportarse como un hombre—masa en todas las esferas de la vida. Ortega dixit, y hay que creerlo como dogma.
Son pocos, pues, los hombres—excelentes verdaderos, y el hombre—masa está obligado a servirlos, puesto que es un ser inferior. Hace Menchén un recorrido rápido por la historia de la humanidad, para comprobar que el ser humano no es bueno ni malo por naturaleza, sino egoísta, por querer lo mejor para él mismo. Es un sentimiento muy común entre los seres humanos. Se plantea un problema cuando un hombre—excelente alcanza el poder político y pretende que toda la sociedad se acomode a su manera de entender la política. Es sabido que Hitler estaba convencido de que las leyes raciales beneficiaban al pueblo alemán.
Técnica y cultura
En este sentido analiza Menchén las ideas orteguianas sobre los pueblos—masa, rebelados contra los grandes pueblos creadores. Critica que el periodista consideraba a los Estados Unidos de América “el paraíso de las masas”, sin tener en cuenta la multitud de inventos técnicos que se han originado allí gracias a unos hombres–excelentes que siempre ha habido, y se aprovechan en el resto del mundo.
Rechazó Ortega la tesis de Oswald Spengler sobre la continuidad de la técnica en el supuesto de que desaparezca la cultura, y Menchén, por el contrario, argumenta que en la Alemania nazi la ciencia continuó avanzando, para el mal, por supuesto, mientras se reprimían todos los signos de la cultura por ser incitadores de la libertad: “La técnica (y, por lo tanto, la ciencia) es útil para los gobernantes y para el pueblo en general. Interesa a cualquier régimen político, no importa cuál sea su ideología, por eso es favorecida siempre y tiene el camino expedito” (p. 121).
Un paso más condujo al periodista a escribir que gracias a la técnica y a la democracia liberal el hombre—masa vive tan feliz que se le oblitera el alma y eso le induce a la rebeldía. Replica Menchén que “De ser cierta tal cosa, la gran mayoría de la humanidad, en este momento, que disfruta de las ventajas de la técnica y de la democracia, tendría obliterada, embrutecida el alma” (p. 127).
Opinaba el periodista, y así lo declaró, que antes de aquel tiempo en el que vivía y escribía nunca había gobernado tan directamente la muchedumbre, y por eso calificó el hecho de hiperdemocracia, concepto que asombra a Menchén y a cualquier persona conocedora de la historia. Quizá Ortega creía que en la Italia fascista gobernaba la muchedumbre presente en los desfiles interminables de camisas negras, y no Mussolini, el Duce, el conductor de tan negro rebaño castrado ideológicamente. Que no nos mencionen la hiperdemocracia a los que padecimos la criminal dictadura fascista española, calificada por sus turiferarios de “democracia orgánica”, un régimen que empezó fusilando en 1939 y terminó fusilando en 1975, con los juicios sumarísimos de sus tribunales ilegales.
La explicación de esta anormalidad la proporciona Menchén con este comentario: “En realidad, casi toda la obra de Ortega es una arenga incendiaria en contra de la democracia. La rebelión de las masas no es propiamente un libro de filosofía o de sociología, sino un panfleto torpemente escrito, con el único propósito de demonizar a las masas y denigrar la democracia” (p.132).
El liderazgo de Europa
Vio Ortega en 1929 una grave desmoralización mundial, a causa de una desaforada rebelión de las masas, aseguró, provocada por la desmoralización de Europa. Durante siglos mandó Europa en el panorama político mundial y todo marchaba perfectamente, escribió, porque la humanidad necesita acatar “la ilusión del imperio y la disciplina de responsabilidad que ella inspira”. Tanto el fascismo italiano como el español resucitaron los símbolos imperiales, y el Reich alemán era en sí un imperio que iba a durar mil años, según su enloquecido dictador. Esas ideas aceptadas por Ortega provocaron la segunda guerra mundial: Europa debía ostentar el mando, y los demás continentes obedecer, como había sido siempre así.
Argumenta Menchén que “Ortega se equivocó una vez más, ya que Europa está muy bien, la vida aquí ha prosperado, la ciencia, la técnica, el arte y todo lo demás han seguido avanzando, aunque los europeos perdieron por completo “la ilusión del imperio” y el imperio mismo (o sea, todas las colonias que tenían en África, Asia y otros continentes), así como “la conciencia de mando” (p. 141). Afortunadamente, añadimos.
Comenta otras suposiciones consideradas apodícticas por el periodista, como dichas por él. Por ejemplo, su teoría respecto a que sólo arraigan en las sociedades las costumbres que son “irrevocablemente” necesarias. En el Reino Unido de la Gran Bretaña es costumbre ancestral tomar el té a las cinco de la tarde, aunque no parece que sea muy necesaria. Anunció que pasaría pronto “la manía del deporte”, pero la realidad comprobable es que en estos 92 años ha pasado de ser manía a convertirse en vicio popular y en negocio multimillonario para algunos.
Profetizó la desaparición de la violencia política, pero es noticia cotidiana en los medios de comunicación de masas en cualquier parte del mundo, con atentados salvajes causantes de gran numero de muertos. Predijo la desaparición del arte no figurativo, lo que él llamó en un erróneo ensayo de 1925 que disgustó a todos los artistas La deshumanización del arte, pero vemos que continúa tan pujante como siempre, aunque han disminuido los manifiestos que en ese tiempo se sucedían casi a uno por año. En las subastas artísticas internacionales los cuadros que obtienen mayor valoración nunca son figurativos. Finalmente, su manifestación relativa a que en Europa no había habido más revoluciones desde 1848, ni las habría en el futuro, sino únicamente golpes de Estado, la desmiente, por citar sólo el ejemplo más relevante, la Revolución Soviética de 1917, a no ser que él no considerase a Rusia nación europea (p. 148). Tampoco como vidente acertó Ortega.
El liberalismo político
Una idea muy arraigada en su pensamiento consistía en creer que el liberalismo político “es el derecho que la mayoría otorga a la minoría, el más noble grito que ha sonado en el planeta”. Discrepa Menchén al escribir: “La democracia liberal no es un regalo concedido por nadie, otorgado por nada, y menos aún por los más fuertes a los más débiles. Es un derecho adquirido por el pueblo de cada país con muchísimo esfuerzo, un derecho ganado a pulso” (p. 158). Debido a ello se han sucedido en la historia de la humanidad revoluciones y revueltas, son ellas exactamente las que conforman los tratados de historia desde los mismos orígenes de la civilización, sin considerar los tiempos oscuros primitivos. Lo confirma Menchén recordando algunos de esos momentos de conquista de derechos colectivos.
En relación con España fija como inicio del movimiento liberal la fecha de 1810, por contagio con las ideas importadas por el ejército napoleónico y el rey José Bonaparte, aceptadas por los conocidos como afrancesados. Mantener esas ideas costó la vida a muchos civiles y militares a causa del absolutismo borbónico, propició las tres guerras carlistas, la Gloriosa Revolución que expulsó a Isabel II, el reinado imposible de Amadeo, la I República, la restauración borbónica, la II República, el golpe de Estado fascista, la guerra y la sanguinaria dictadura posterior, hasta la muerte del dictadorísimo en 1975.
Resume Menchén que en esos 165 años el pueblo español combatió de manera intermitente por defender la democracia liberal, y establece una comparación: “El doble de tiempo que en Francia, donde sólo costó unos 80 años, y el cuádruple que en el Reino Unido, donde costó algo más de 40. Pues no se puede decir que durante esos 165 años hubiera en España un sistema democrático normalizado y estable” (p. 164). De manera que el liberalismo no puede ser calificado de regalo otorgado generosamente.
Llevó su teoría Ortega hasta el punto de afirmar que “el liberalismo es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra”, de donde deduce Menchén que Ortega no creía en la democracia liberal, porque pensaba que es imposible la cohabitación de ideas distintas dentro de un mismo Estado, lo que le lleva a esta deducción: “Ortega sólo es capaz de concebir la operatividad de un Estado autocrático, sin partidos políticos, o con un único gran partido (de derechas, naturalmente) donde rija uniformidad ideológica” (p. 168). Sabemos lo que eso.
Por todo lo expuesto documentadamente en Convivir con el enemigo, se pregunta el autor para terminar cómo es posible que se continúe considerando a José Ortega y Gasset un filósofo liberal y un convencido demócrata. La respuesta puede encontrarse en el hecho constatado de que los orteguianos forman una secta muy unida consagrada a la glorificación de su inspirador espiritual.
Quedó escrito al comienzo que desde su Fundación se postula el culto a su personalidad. Los prólogos a las reediciones de sus obras se encargan a publicistas de probada sumisión a su pensamiento, ya que no se pueden publicar sus obras todavía sin la pertinente autorización de los herederos legales. Los ensayos acerca de su vida y obra obviamente no necesitan ese requisito, pero solamente son promocionados por los numerosos medios con los que cuenta la Fundación cuando responden al criterio hagiográfico que la inspira. Por eso este libro de Pedro Menchén va a quedar en el limbo, a pesar de sus indudables aciertos. Mejor dicho, precisamente a causa de sus indudables aciertos. Yo lo comento porque soy orteguiano. De Eduardo Ortega, por supuesto.
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
Más artículos del autor
El autor
Pedro Menchén (Argamasilla de Alba, Ciudad Real, 1952) se dio a conocer en 1988 con el libro de relatos ¿Alguien es capaz de escuchar a un hombre completamente desnudo que entra a medianoche por una ventana de su casa?, después del cual publicó diversas nove-las como Buen viaje, muchacho, Una playa muy lejana, Te espero en Casablanca, Y no vuelvas más por aquí y Horrores cotidianos en el Miami Beach Hotel, una autobiografía: Escrito en el agua, un segundo libro de relatos: Labios ensangrentados, varios libros de viajes, como Un señor de Washington o Viaje a Texas con un señor de Kentucky, y los ensayos Diario de un escritor frustrado y Ortega y Gasset y Antonio Machado, el dilema de las dos Españas.
Antiguo alumno y discípulo del gran poeta manchego Pascual-Antonio Beño (1932-2008), reunió toda su poesía dispersa en el tomo Poemas, obra lírica completa, publicado en 2018 por Ars Poetica (2ª edición ampliada en 2020). Más recientemente, ha dado a conocer en esta editorial su correspondencia con dicho poeta en el libro Epistolario maldi-to.
Pedro Menchén ha obtenido los premios Ciudad de Barbastro de Novela Corta y Ciudad de Alcalá de Narrativa. En 2021 quedó finalista en los Premios de la Crítica de la Comu-nidad Valenciana. Desde 1978 reside en Benidorm, alejado de los círculos literarios y me-diáticos.
La “Ficha”
Convivir con el enemigo. Una lectura crítica de “La rebelión de las masas
Autor: Pedro Menchén. Editorial Sapere Aude. Colección: Ensayística.
ISBN: 978-84-18168-60-4. Páginas: 318. Precio edición en papel: 20 €
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
Más artículos del autor
Síguenos en redes sociales… Diaspora: lqsomos@wk3.org Facebook: LoQueSomos Twitter: @LQSomos Telegram: LoQueSomosWeb Instagram: LoQueSomos