Palabras contra sangre
Creo en la fuerza de las palabras y sin embargo, cada vez las entiendo más inútiles. El lenguaje, expresión oral de una libertad que no es tal si nos dejan hablar pero no escuchan, sangra desprecio y silencio cuando los sonidos articulados que emitimos o las frases que escribimos, se deshacen en mil fragmentos de aire y olvido al estrellarse contra la indiferencia de aquellos a los que van dirigidas.
Llevamos años suplicando y exigiendo, susurrando y gritando que se ponga fin a la muerte de un toro a lanzadas cada septiembre en Tordesillas, y como respuesta sólo nos llegan las voces de los escasos políticos capaces de esgrimir justificaciones para tamaña iniquidad. Del resto, casi todos, únicamente percibimos un mutismo que revela una complicidad nacida no del placer ante ese crimen, pero sí de la inmoral cobardía del callar y dejar hacer.
De qué valen entonces las palabras si miedo, dolor, herida, víctima o tortura pueden ser sustituidas por el término “tradición”. Alcanzada tal depravación y elevada no sólo a razón sino también a ley, ¿cómo tener ganas de seguir utilizándolas sabiendo que los alaridos de una horda despiadada y embrutecida persiguiendo a un animal aterrado para matarlo, son más legítimos para los gobernantes que cualquier argumento en contra de tan vergonzosa atrocidad?
Dudo, que en los pocos días que restan hasta el 13 de septiembre, algún mandatario muestre la valentía y la decencia de expresar públicamente su repulsa al Toro de la Vega. No, no se atreverán a intervenir aunque con su pasividad estén alimentando la violencia, y Afligido morirá convertido en un acerico desvencijado sin que la estampa de su cuerpo inerte les cierre el estómago a los verdaderos responsables del crimen
No me importa ser reiterativo. Me da igual que me acusen de estar obsesionado con el martirio de esa criatura. Es cierto, pero mi insistencia brota de la indignación y del intento desesperado – y se que vano también – de que a tan pocas horas vista, se evite ahora y para siempre el sádico suplicio de un ser vivo amparado en pretextos irracionales.
Nos queda la palabra, como decía Blas de Otero. Pero qué podremos hacer con ella, para qué servirá si como él, abrimos los labios para ver el rostro puro y terrible de nuestra Patria. Y esta tierra, manchada con la sangre de inocentes, habrá de recordarnos el segundo martes de septiembre, una vez más, que nos segaron la voz con lanzas.