Palestina: un Estado ocupado
Estados Unidos e Israel se constituyeron como naciones mediante campañas de limpieza étnica y genocidio contra los pueblos nativos. Estados Unidos logró exterminar a los indígenas y ocupar sus tierras, confinando en reservas a los supervivientes. Israel sigue el mismo camino y tal vez por eso disfruta del apoyo y la comprensión de los norteamericanos. En ambos casos se explota la retórica de la libertad y la democracia para justificar la ocupación y los crímenes de guerra. Ninguno de los dos países reconoce la autoridad de la Corte Penal Internacional de la Haya, pues saben que su política exterior vulnera sistemáticamente el Derecho Internacional y los diferentes tratados sobre derechos humanos. El pasado 30 de noviembre de 2012 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó por mayoría absoluta una resolución que reconoce a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como Estado observador. Esta decisión histórica convierte los territorios palestinos en un Estado ocupado, una situación moral y jurídicamente tan aberrante como las guerras preventivas y los asesinatos selectivos extrajudiciales. En circunstancias normales, Israel sería un Estado paria, pero su forma de actuar se limita a copiar los procedimientos de Estados Unidos, primera potencia mundial y principal proveedora de violencia en la escena internacional.
La resolución presentada por Mahmud Abbas, presidente de la ANP, fue sometida a votación directa en el pleno de la Asamblea General de Naciones Unidas, que la aprobó por 138 votos a favor, 9 en contra y 41 abstenciones. Votaron en contra Palaos, Nauru, Canadá, Estados Unidos, Israel, Panamá, Micronesia, la República Checa y las islas Marshall. La resolución reconoce el derecho de autodeterminación e independencia del pueblo palestino “a partir de las fronteras de 1967”. Ron Prosor, embajador de Israel en Naciones Unidas, afirmó que la resolución “aleja las posibilidades para la paz” y desafió a la comunidad internacional, asegurando que ningún acuerdo podrá alejar a los judíos de sus raíces, lo cual significa que las colonias ilegales seguirán avanzando en Cisjordania y Jerusalén Este. La resolución aprobada permitirá a la ANP denunciar a Israel ante la Corte Penal Internacional, solicitando que investigue casos como el posible envenenamiento de Yasser Arafat, recientemente exhumado en Ramala para realizar una autopsia que esclarezca las causas de su muerte. De momento, un laboratorio suizo ha encontrado restos de polonio 210, una sustancia radiactiva, en sus pertenencias personales, donadas por la viuda del rais al hospital militar Percy, donde falleció el 11 de noviembre de 2004 ante el estupor de los médicos, incapaces de explicar su rápido deterioro. La votación era el cuarto intento de las autoridades palestinas para conseguir el respaldo de Naciones Unidas, que ya había reconocido su derecho a la autodeterminación en 1974 y había condenado el muro de Cisjordania en 2003 mediante una resolución no vinculante presentada por Jordania. En septiembre de 2011, el veto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad había frustrado el reconocimiento de la ANP como Estado observador, pero ahora podrá izar su bandera en el edificio de Naciones Unidas, disfrutará de una delegación permanente en la sede de Nueva York y tendrá voz –aunque no voto- en la Asamblea General.
La resolución de Naciones Unidas conmina a respetar las fronteras anteriores a 1967, pero ignora el éxodo palestino. La tragedia no comenzó con la guerra de los Seis Días, sino con la Nakba (Catástrofe o Calamidad), cuando al menos 711.000 palestinos –según los datos de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA)- fueron expulsados de sus hogares por las milicias judías, que emplearon el terror selectivo o la violencia indiscriminada para forzar su huida. Los Nuevos Historiadores, un minoritario grupo de investigadores israelíes que responsabiliza al Estado judío de cometer un genocidio, se apoyaron inicialmente en el trabajo de Benny Morris (1948, Israel), profesor de la Universidad Ben-Gurión del Néguev en Beerseba. Hijo de inmigrantes británicos y nacido en el kibutz Ein HaHoresh, Morris fue encarcelado por negarse a realizar el servicio militar en Nablús (Cisjordania). Doctorado en la Universidad de Cambridge y corresponsal del diario Jerusalem Post, publicó en 1988 El origen del problema de los refugiados palestinos, que relata las operaciones de limpieza étnica y las matanzas de civiles. “En 1948 –escribe- se perpetraron al menos 24 masacres. En algunos casos sólo se mató a cuatro o cinco personas, pero en otros hubo hasta setenta, ochenta o cien muertos. Nadie fue castigado por estos asesinatos. Ben-Gurión silenció el asunto y encubrió a los oficiales autores de los crímenes”. Morris considera que las matanzas no respondían a una operación premeditada, sino a las tensiones liberadas por la guerra. En 2004, publicó un segundo estudio (The Birth of the Palestinian Refugee Problem Revisited), con nuevos datos que demostraban la existencia de un plan (Plan Dalet) para crear un Estado judío con la mayor pureza étnica posible. El propio David Ben-Gurión, Primer Ministro de Israel entre 1948 y 1954, ordenó destruir las poblaciones árabes y aplastar cualquier gesto de resistencia con horribles represalias. La masacre de Deir Yassin, que costó la vida al menos a 120 palestinos –casi todos ancianos, mujeres y niños-se atribuyó a las milicias de Lehi e Irgún. Lo mismo sucedió con la masacre de al-Damaymah, donde se registraron un centenar de víctimas, pero hoy se sabe que la Haganah, la milicia judía liderada por Ben-Gurión y el embrión de las futuras Fuerzas de Defensa o Tsahal, autorizó las matanzas, pese a haber firmado un acuerdo de no agresión con las aldeas de Deir Yassin y al-Damaymah. Su doble juego le permitió condenar el crimen como un acto de las milicias radicales. De hecho, el plan de limpieza étnica había sido planificado en 1947 por la Haganah y su objetivo era -en palabras de Ben-Gurión- "la destrucción de las aldeas árabes y la expulsión de sus habitantes", empleando todos los medios posibles: amenazas, saqueos, incendios, asesinatos. Los últimos días de la ocupación de Galilea resultaron particularmente cruentos. En algunas aldeas, los palestinos enarbolaron una bandera blanca, pero eso no impidió que los hombres fueran fusilados y las mujeres violadas. Es el caso de los pueblos de Eilaboun, Saliha, y Farradiya. En un informe confeccionado en 1949 por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, se estudió el problema de los refugiados palestinos en términos puramente darwinistas: “Los más aptos y flexibles sobrevivirán de acuerdo con el proceso de selección natural. El resto simplemente morirán. Algunos persistirán, pero la mayoría se convertirán en basura humana, la escoria de la tierra y se hundirán en los niveles más bajos del mundo árabe" (Archivos del Estado de Israel, Ministerio de Asuntos Exteriores, nº 2444/19). Cuando en 1986, Morris pidió al Tribunal Supremo de Israel que se desclasificaran los documentos sobre los presuntos crímenes de guerra de 1948, obtuvo una negativa respaldada por el gobierno de Isaac Rabin, que invocó la seguridad nacional para mantener el secreto.
El historiador Ilan Pappé (Haifa, 1954) nos recuerda que los libros de texto de los estudiantes israelíes omiten cualquier referencia a la Nakba. El gobierno de Ariel Sharon eliminó de los planes de estudios cualquier referencia al éxodo palestino, “por marginal que fuera”. Asimismo, los directores de la radio y televisión públicas recibieron instrucciones similares de cara a sus programas e informativos. Lo cierto es que Israel se apropio en 1948 del 78% del territorio palestino y ahora pretende apropiarse del 22% restante. Cuando se hizo la repartición, había 600.000 judíos y dos millones de palestinos. En la actualidad, Israel se dedica a expandir sus colonias en Cisjordania y a destruir la infraestructura de la Franja de Gaza para evitar su viabilidad como Estado soberano. Pappé señala que la población israelí apoya esta política e incluso aceptaría llegar mucho más lejos. Avigdor Lieberman, Ministro de Relaciones Exteriores, ha declarado a los medios de comunicación que sería partidario de arrojar una bomba atómica sobre Gaza: “Debemos seguir combatiendo a Hamas como hizo Estados Unidos con Japón durante la Segunda Guerra Mundial”. En 2002, Lieberman defendió bombardear Teherán, Beirut y la presa egipcia de Aswan. Además, abogó por el asesinato de Arafat y la destrucción de Cisjordania. “No dejar piedra sobre piedra… destruir todo”, sin excluir como objetivos militares los comercios, los bancos, las fábricas, los mercados y las gasolineras. Muchos opinan que Lieberman, acusado de corrupción y blanqueo de capitales, expresó en voz alta el deseo más profundo de la sociedad israelí. De hecho, el Parlamento o Kesnet aprobó el 22 de marzo de 2011 una ley propuesta por Israel Beitenu (Israel Nuestro Hogar), partido racista y de extrema derecha, que penaliza cualquier conmemoración de la Nakba. No obstante, Ilan Pappé, que pertenece a la corriente de Nuevos Historiadores israelíes, no se cansa de repetir que su país obra como cualquier potencia colonial y se niega a reconocer la verdad sobre sus orígenes. Pappé afirma con datos irrefutables que la creación de Israel en 1948 implicó la destrucción de 500 pueblos y once barrios urbanos palestinos, causando la muerte a miles de palestinos asesinados por la Haganah, Lehi o Irgun. “La operación de limpieza étnica, iniciada en diciembre de 1947, continuó hasta bien entrada la década de 1950. Se rodeaban poblaciones por tres flancos y se dejaba uno abierto para la huida y la evacuación. En algunos casos, la estrategia no funcionaba, pues muchos se negaban a abandonar sus hogares; en esos casos se producían las masacres. Ésta fue la principal táctica utilizada en la juidización de Palestina. […] El paisaje del corazón rural de Palestina con sus miles de pintorescas y coloridas aldeas quedó reducido a ruinas. La mitad de los pueblos desaparecieron de la faz de la tierra, arrasados por los buldóceres israelíes, que se pusieron en marcha en 1948, cuando el nuevo Estado judío decidió convertir esos pueblos en tierras cultivables o en nuevos asentamientos judíos. Se creó una comisión encargada de hebraizar los topónimos árabes originales. Así, Lubya se convirtió en Lavi y Safuria pasó a llamarse Zipori. David Ben-Gurión explicó que esa iniciativa formaba parte de una estrategia para evitar que dichos pueblos fueran reclamados en el futuro” (Gaza en crisis, Noam Chomsky & Ilan Pappé, Madrid, 2010, pp. 89-90).
A pesar de ser el precursor de los Nuevos Historiadores israelíes, Benny Morris no oculta su militancia sionista y entiende que la limpieza étnica y las masacres fueron necesarias para crear el Estado de Israel: “No creo que las expulsiones de 1948 fueran crímenes de guerra. No se puede hacer una tortilla sin cascar los huevos. Uno tiene que ensuciarse las manos. El Estado judío no habría nacido sin la expulsión de 700.000 palestinos. No había otra opción. Tampoco la gran democracia norteamericana podría haberse creado sin la aniquilación de los indios. Hay casos donde un buen fin justifica los actos crueles e implacables que se cometen en el curso de la historia”. Morris opina que Ben Gurión dejó el trabajo a medias: “Israel sería un lugar más tranquilo y con menos sufrimiento, si Ben Gurión hubiera llevado a cabo una expulsión mayor, limpiando toda la tierra de Israel hasta el río Jordán. No hacerlo fue su peor error. No debería haber consentido que se acumulara una gran reserva demográfica de palestinos en Cisjordania, Gaza y en el interior del propio Israel. Esa forma de proceder pone en peligro la existencia del país y lo condena a una permanente inestabilidad”.
La postura de Morris es tan obscena como la de Hajj Muhammad Amin al-Husayni (1895-1974), Gran Muftí de Jerusalén, que durante la época del mandato británico promovió varios pogromos (el más famoso, la masacre de Hebrón, donde fueron asesinados casi un centenar de judíos) y colaboró con el Tercer Reich, ayudando a reclutar musulmanes bosnios y albaneses para las Waffen-SS. Al-Husayni se entrevistó con Hitler en 1942 y le propuso exterminar a los judíos establecidos en el norte de África y Oriente Próximo. Además, le aconsejó bombardear Tel Aviv, habitada casi en su totalidad por judíos. Durante su charla, acordaron que 400.000 judíos que Alemania pretendía deportar a Palestina serían enviados a un campo de exterminio. Hitler cumplió su promesa. Al finalizar la guerra en Europa, Yugoslavia reclamó la extradición del Gran Muftí para juzgarlo por crímenes de guerra, pero al-Husayni murió en Beirut en 1974, después de que Reino Unido, Egipto y Líbano denegaran su extradición. Yasser Arafat afirmó ser su sobrino y haber comenzado a combatir a los israelíes bajo sus órdenes. En agosto de 2002, lo alabó en su entrevista con el diario árabe Al Sharq al Awsat, donde se refirió a él como “nuestro héroe”. Sus palabras contradicen gestos anteriores, que le alejan de cualquier forma de indulgencia hacia los responsables de la Shoah. En 1983, Arafat colocó una corona de flores en el monumento al gueto de Varsovia y en 1988 visitó el refugio de Anna Frank, declarando que nunca más deberían repetirse hechos semejantes. Sin embargo, en agosto de 2002 las cosas habían cambiado. Se habían agotado las expectativas de una convivencia pacífica con los israelíes y la frustración había reemplazado a la voluntad de reconciliación. Arafat había soportado un cerco de 34 días en Ramala, capital de Cisjordania y sede de la Presidencia de la ANP. Durante ese tiempo, vivió en un búnker bajo tierra, sin agua, sin luz y sin teléfono. Ariel Sharon, por entonces Primer Ministro de Israel, había enterrado un fraudulento proceso de paz, los famosos Acuerdos de Oslo, que apenas realizaban concesiones a los palestinos, salvo confinarlos en distritos aislados o bantustanes con una irrisoria autonomía y una economía sin posibilidades de desarrollo. Israel envió 150 carros blindados a Ramala, cortando el suministro de agua y electricidad y cerrando los medios de comunicación, mientras exigía por altavoces que los varones de entre 15 y 50 años se entregaran a sus tropas. Cuando al fin se levantó el cerco al complejo presidencial o Mukata, Arafat era un líder desmoralizado que había comprendido el precio de “la paz de los valientes”, según las palabras de Clinton, cuando logró que Isaac Rabin le estrechara la mano en Washington el 13 de septiembre de 1993. Dicen que el presidente norteamericano tuvo que propinar un codazo a Rabin para vencer su reticencia. “La paz de los valientes” sólo era una vergonzosa claudicación, que implicaba aceptar que el 78% de Palestina continuara en manos israelíes, descartando cualquier litigio previo a 1967, renunciando al retorno de los refugiados y aceptando futuras divisiones de los territorios ocupados para “garantizar la paz”, lo cual significaba admitir desplazamientos forzosos y el expolio de los recursos. Es comprensible que en 2002 Arafat se dejara llevar por la rabia y no quisiera desacreditar la causa palestina, atacando al Gran Muftí de Jerusalén. De hecho, ni siquiera está claro que fuera su tío y las fechas revelan que no pudo combatir bajo su mando. Arafat nació en 1939 y al-Husayni era una figura políticamente irrelevante desde 1945, con un liderazgo difuso sobre la diáspora palestina. Aunque Egipto impidió su extradición, su afinidad con los nazis no era la mejor credencial en la década de los cincuenta en el mundo árabe. Cuando en 1957 Arafat funda Al-Fatah en Kuwait, el movimiento de resistencia palestina se define como socialista y secular, afiliándose a la Internacional Socialista. Arafat, con cierta tendencia a la mitomanía, transformó un parentesco lejano con el Gran Muftí en un vínculo familiar cercano, pues tal vez buscaba establecer cierta continuidad histórica entre las diferentes etapas de la lucha palestina contra el sionismo. Al margen del grado de parentesco real, su gesto constituye un grave error que debe servir de enseñanza a los que experimentan la tentación del antisemitismo por rechazo hacia la política de Israel.
Después de los 177 palestinos muertos (la mayoría civiles) durante la Operación Pilar Defensivo, no hay muchos motivos para contemplar el futuro con esperanza. El desequilibrio entre el poder militar de Israel, respaldado incondicionalmente por Estados Unidos, y la capacidad de respuesta de los palestinos no puede ser más acusado. Por eso, no se puede hablar de guerra, sino de colonización y gestos de resistencia. Nadie puede negar el derecho del pueblo palestino a elegir a sus representantes, pero muchos sentimos nostalgia de los antiguos fedayines de Al-Fatah, cuando la presencia de mujeres entre los combatientes insinuaba un futuro de igualdad y progreso. La corrupción de la OLP abonó el camino a Hamas y cada vez es más frecuente la imagen de mujeres palestinas sepultadas hasta las cejas. Pese a todo, el reconocimiento de la ANP como Estado observador no miembro de Naciones Unidas es una buena noticia y hay que celebrar que los palestinos al menos hayan conseguido tener voz en la Asamblea General. Se trata de una victoria simbólica, pero que refleja el reconocimiento internacional de su derecho a luchar como pueblo por la libertad, la dignidad y la autodeterminación.