Peras con manzanas, o de cómo actuar sin miedo a la aritmética

Peras con manzanas, o de cómo actuar sin miedo a la aritmética

Por Antonio Lafuente*

«Solo está prohibido votar. Nunca usaremos estas herramientas para producir descontentos, perdedores o minorías. En nuestras discusiones no importa lo que nos une o lo que nos separa, solo debe importarnos lo que podemos hacer juntos. Y, obviamente, las soluciones serán inacabadas, provisionales o mejorables. Pero la circunstancia de solo poder ofrecer resultados incompletos o tentativos, lejos de ser vivida como una carencia, es una potencia, pues permite que esté siempre abierta a la incorporación de nuevas inteligencias que hagan crecer la propuesta»

La aritmética lo prohíbe y la academia lo castiga: no se puede, nos dicen, sumar peras con manzanas. Y los niños obedecen sin cuestionarlo. Pero los adultos sabemos que esa regla no puede ser universal y no paramos de inventar cada día excepciones. Son tantas, tan necesarias y tan urgentes que necesitamos gentes que sepan transitar desde el mundo de lo reglado al de lo complejo, y viceversa. Y lo vamos a explicar.

Hay muchos lugares donde cada día se produce conocimiento. La academia es un espacio privilegiado que tod@s veneramos. Pero también se toman decisiones basadas en evidencias en los ayuntamientos, los bancos y los sindicatos. Todos los días, sus responsables tienen que minimizar el riesgo de sus decisiones y hacen las investigaciones que sean necesarias para asegurarse de que las cosas funcionarán más o menos bien.

Hay mucha diferencia en la forma en la que los problemas nos sor- prenden. En un laboratorio solo se puede trabajar con objetos que previamente han sido narrados (otros dicen construidos) con un lenguaje consistente con las teorías, modelos o conceptos que permitieron construir los instrumentos con los que luego vamos a observarlos. Se llama reduccionismo científico y es lo habitual en la academia. Decirle a un científico que es un reduccionista es una forma de mostrarle respeto y de alagarlo. Y es que, en efecto, los académicos son expertos en reducir los problemas a un conjunto muy pequeño de variables independientes y observables.

Decirle a un científico que es un reduccionista es una forma de mostrarle respeto y de alagarlo. Y es que, en efecto, los académicos son expertos en reducir los problemas a un conjunto muy pequeño de variables independientes y observables

Pero la vida es más compleja que la academia. Y no todos los problemas caben en el laboratorio. Aunque lo hemos intentado de todas las maneras que sabemos, lo cierto es que la idea de laboratorizar la vida es una ficción (Guggenheim, 2012; Karvonen, 2009; Latour, 2018). La realidad es terca y nos presenta obstáculos que no se dan por asignaturas, departamentos o especialidades. La realidad lo mezcla todo y produce objetos confusos, complejos, borrosos, elusivos, dinámicos, intermitentes y, en fin, impredecibles. Durante siglos acusábamos de ignorante a quien no era capaz de mostrar objetos limpios, depurados y bien perfilados. Le reprochábamos no saber mirar, no saber discernir o no saber hablar.

Hasta aquí solo hemos evocado a los que saben, dando por hecho que los otros no tienen nada que decir. Pero sabemos que no es verdad. Finalmente hemos entendido que el mundo más que objetivo tiene que ser convivial (Illich, 19773; Gilroy, 2006; Lapina, 2016; Hemer, 2020). No es que sobren los esfuerzos que nos ayuden a entender mejor las cosas, sino que faltan iniciativas que no confronten a los expertos con los legos, a los que basan sus convicciones en hechos frente a los que apuestan por su experiencia. No intentarlo saca de la escena pública a la inmensa mayoría de la población y ese no es mundo que queremos construir (Souza Santos, 2008).

Las empresas, las instituciones y, en general, las organizaciones no pueden avanzar con modelos de gobernanza verticales, jerárquicos y elitistas. Todas han aprendido que el saber experto es necesario, pero no suficiente. No basta con contratar un puñado de sabedores para que tomen las decisiones acertadas. Algunos de los problemas que tendrán que abordar no solo necesitarán saberes disciplinares, de esos que acumulan los expertos. Cada vez serán más frecuentes los asuntos que reclamen incorporar los saberes experienciales, tácitos, afectivos, locales o ancestrales. Cada vez, entonces, será más necesario producir conocimiento en condiciones de mucha heterogeneidad.

Las empresas, las instituciones y, en general, las organizaciones no pueden avanzar con modelos de gobernanza verticales, jerárquicos y elitistas. Todas han aprendido que el saber experto es necesario, pero no suficiente

Tendremos que aprender a trabajar con gente que maneja otro lenguaje, que articula otras prioridades, que visualiza distintos horizontes. Tendremos, en definitiva, que aprender a sumar peras con manzanas.

Lo habitual cuando se forman equipos de trabajo es que tiendan a ser muy homogéneos. Los participantes manejan el mismo lenguaje y tienen parecidas lecturas, formación o fuentes de información. Nos comportamos como si esa fuera la manera de proceder más eficiente y confiable. Los despachos, los gabinetes y los estudios son expresión de esa cultura y la entronizan. Son espacios que saben separar las peras de las manzanas y aplicar de forma estricta las reglas de la gramática (Kao, 1996; Holbrook, 2008). Más aún, su supervivencia está asociada a ese culto y a los rituales que lo vigilan y defienden. Esa es la función principal de las Academias Reales, los Colegios Profesionales y las Oposiciones Corporativas.

¿Pero qué sucede cuando necesitamos convocar actores diversos para afrontar asuntos complejos? ¿Qué hacemos si la norma es la heterogeneidad? ¿Cómo procedemos si los participantes llegan desde mundos separados por tradiciones, lenguajes y prácticas a primera vista inconsistentes? Los problemas se acrecientan si además contamos en nuestra conversación con los que no saben, es decir con los que conocen el asunto que nos convoca a partir de una experiencia reconocida, aunque no tengan títulos, másteres o publicaciones.

Activar la inteligencia colectiva consiste en horizontalizar el grupo y en lograr que tod@s miren simultáneamente al mismo objeto, cada uno desde su propia perspectiva

Si estamos en lo cierto y habitamos un mundo donde cada vez será más frecuente trabajar en condiciones de alta heterogeneidad, tendremos que admitir que necesitamos un sinfín de nuevas herramientas con las que trabajar y otro tipo de profesionales que, antes que especialistas en algo, son nada más que facilitadores de procesos. Y nada menos, porque tendrán que asumir varias responsabilidades notables: una, ya lo dijimos, es garantizar la fluidez de la conversación; y dos, elegir las herramientas más adecuadas para que las cosas sucedan en los plazos y con los ritmos prometidos.

Quienes opten por este nuevo perfil profesional de facilitadores, intermediarios o mediadores saben que hay dos reglas que sustituyen a las de la aritmética: la primera es que la solución siempre está entre nosotros, y la segunda, que para encontrarla hay que activar la inteligencia colectiva. Dos convicciones que se dicen rápido y que reclaman un poco de atención.

Activar la inteligencia colectiva consiste en horizontalizar el grupo y en lograr que tod@s miren simultáneamente al mismo objeto, cada uno desde su propia perspectiva. Se trata de que nadie disponga de más tiempo para hablar y de que nadie abuse de sus prerrogativas, tanto si son políticas como si son simbólicas. El proceso debe conducir a la cons- trucción de un objeto frontera, equidistante a las ignorancias de tod@s los presentes para evitar que nadie se lo apropie, y que sea de tod@s y de nadie al mismo tiempo.

La robustez es hija de la precariedad del grupo o, dicho con otras palabras, de su vulnerabilidad, pues tanta gente distinta reclama la sabiduría del saber darse tiempo para escucharse, dejarse afectar y desaprender

Pero antes de compartir el problema hay que construir ese nosotros que debe abordarlo. Y para hacerlo tenemos que abrazar la heterogeneidad y asumir que la diferencia, más que un obstáculo, es un activo que multiplica las posibilidades. La persona que facilita el proceso es alguien que sabe elegir a las personas que van a participar, lo que es tanto como tener una inteligencia acerca de las miradas, sensibilidades o saberes que deben coproducir la pregunta antes de arriesgar alguna respuesta. Un facilitador, definitivamente también tiene que ser un nosotrólogo.

La heterogeneidad alimenta la promesa de la robustez. Cualquier cosa que decidamos estará validada por una pluralidad de actores que de alguna manera garantizan o avalan el derecho a la ciudad de lo que se decida. La robustez es hija de la precariedad del grupo o, dicho con otras palabras, de su vulnerabilidad, pues tanta gente distinta reclama la sabiduría del saber darse tiempo para escucharse, dejarse afectar y desaprender. La lentitud no es asunto de incompetentes o de indolentes, sino el método que garantiza el correcto funcionamiento de una comunidad de aprendizaje (Wenger-Trayner y Wenger-Trayner, 2020).

El principal objetivo de esa comunidad es encontrar un lenguaje común que favorezca el intercambio de puntos de vista y que permita encontrar una formulación de los problemas (¡y de las soluciones posibles!) que les represente a tod@s por igual. El trabajo que realizan es construir un objeto que, primero, pueda ser asumido por tod@s y, segundo, admita las contribuciones de cada uno de los presentes. No será fácil porque tod@s tendemos a estar convencidos de lo que decimos y nos cuesta dejar de ver carencias en lo que expresan los demás. Pero no hay más remedio que lograrlo. Tendremos que ensayar distintas perspectivas y calibrar sus consecuencias antes de ir decantándonos por la solución menos dañina o más inclusiva (Lafuente, 2022).

Pero la vida es más compleja que la academia. Y no todos los problemas caben en el laboratorio

Solo está prohibido votar. Nunca usaremos estas herramientas para producir descontentos, perdedores o minorías. En nuestras discusiones no importa lo que nos une o lo que nos separa, solo debe importarnos lo que podemos hacer juntos. Y, obviamente, las soluciones serán inacabadas, provisionales o mejorables. Pero la circunstancia de solo poder ofrecer resultados incompletos o tentativos, lejos de ser vivida como una carencia, es una potencia, pues permite que esté siempre abierta a la incorporación de nuevas inteligencias que hagan crecer la propuesta.

Recapitulemos. Producir conocimiento en condiciones de alta heterogeneidad nos obliga a organizar conversaciones imposibles que prohíbe la aritmética pero que autoriza la política: las niega la razón, pero las avala el corazón. Renunciar a la mejor de las soluciones para optar por la que nos podemos permitir constituye una verdadera declaración de paz, pues el mejor de los mundos posibles es aquel que apuesta por la convivialidad (Stengers, 2005a y 2005b).

* Este texto forma parte del libro, «Peras con manzanas. Cómo hacer prototipos sin tener ni idea» de Antonio Lafuente, en Experimenta Libros.
– Nota original en Espacios de Educación Superior.

Bibliografía:
Guggenheim, M. (2012). Laboratizing and delaboratizing the world: Changing sociological concepts for places of knowledge production. History of the Human Sciences, 25(1), 99-118.
Latour, B. (2018). A Cautious Prometheus? A Few Steps toward a Philosophy of Design (with Special Attention to Peter Sloterdijk). En Willis Anne-Marie (Ed.), Design Philosophy Reader (pp. 18-21). Bloomsburg.
Gilroy, P (2006). Multiculture in times of war: an inaugural lecture given at the London School of Economics. Critical Quarterly, 48(4), 27-45.
Hemer, O., Frykman, M. P. y Ristilammi, P. M. (2020). Conviviality at the Crossroads: The Poetics and Politics of Everyday Encounters. Springer Nature.
Holbrook, M. B. (2008). Playing the Changes on the Jazz Metaphor: An Expanded Conceptualization of Music, Management, and Marketing Related Themes. Foundations and Trends in Marketing, 2(3-4), 185-442.
Illich, I. (1973). Tools for Conviviality. Harper & Row.
Kao, J. (1996). Jamming: The art and discipline of business creativity. Harper-Collins.
Karvonen, A. (2009). Laboratorizing the city: design and the promise of practice-based research. Urban Laboratories: Towards a STS of the Built Environment, Maastricht, NL.
Lafuente, A (2022). Itinerarios comunes: laboratorios ciudadanos y cultura experimental. Ned Ediciones.
Lapina, L. (2016). Besides Conviviality. Nordic Journal of Migration Research, 6(1)
Souza Santos, B. (2008). Another Knowledge Is Possible: Beyond Northern Epistemologies. Reinventing Social Emancipation toward New Manifestos. Verso.
Stengers, I. (2005a). Introductory Notes on an Ecology of Practices. Cultural Studies Review, 11(1), 183-196.
Stengers, I. (2005b). The Cosmopolitical Proposal. En B. Latour y P. Weibel (Eds.), Making Things Public (pp. 994-1003). MIT Press.
Wenger-Trayner, E. y Wenger-Trayner, B. (2020). Learning to Make a Difference: Value Creation in Social Learning Spaces. Cambridge University Press.

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