Pitones

Pitones

Los de Cuellar, en Segovia,  tienen por groseros y licenciosos a los mozos de Iscar, en Valladolid; y para decir de uno que es para poco y holgazán, dicen: “Es de tierra de Cuellar”. Que esto se cumplió en extremo en unas fiestas patronales, y en la plaza de Iscar, cuando el toro va tras alguno y mis ojos se fijaron en una hermosa joven casi idéntica a Gloria Grahame, a quien recuerdo y adoro,  quien después de tener tres maridos divorciados y otro dentro, su propio hijastro, (en Gloria fue el hijo de Nicholas Ray),se fijó en mi, dejando el río de mis sangres casi sin correr, moliendo las gradas de piedra los testículos como pan cocido con tocino, que es lo que se merienda después del tercer toro.

Me vi cautivo de su “mal”, recordando su película “Cautivos del Mal”, del director Vicente Minnelli; y a ella como una mosca cojonera en “El Mayor Espectáculo del Mundo”, de Cecil Be DeMille. Volví los ojos al toro y al torero en un pase vistoso, ufano, de muleta. Un olé sostenido se presentía en las gradas. Una voz dijo: “Dios te guarde, hombre”; repitiendo otro: “Si no eres de Cuellar”. El matador teniendo que llevar tanto peso de arte a tan corta distancia mostraba una herida superficial en la ingle izquierda. Al instante, me acordé del picador y de los gritos de ¡Fuera, Fuera¡ que le lanzó el respetable, pues su caballo presentaba la enfermedad de las caballerías que se presenta con dolores en dos o en los cuatro remos.

Volviendo la cabeza, remiré a mi soñada hembra. Ella me toreaba. El torero fue cogido de gravedad por el toro. Y yo no me dí cuenta. “El Chotillo”, amigo de “El Bola”, mis amigos, me zarandeó el hombro derecho, y me dijo. “Majete, que el toro ha cogido al torero”. Yo le contesté: “Y a mí esos pitones de la zorra”.

Mi sangre salida de la parte del cuerpo en que se juntan los muslos con el tronco besaba esos pitones que me volvían loco, como el cuento de la separación de Cataluña de España en ese grado que forma la hipotenusa del cartabón con los catetos de él. El torero a la enfermería, las peñas borrachas de vino y sangre, y yo cantando connatural y como nacido  con uno mismo:

“Qué bello es vivir” (obra maestra de Frank Capra).

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