Poesía: Pedro Pietri en mi casa
¿Qué haces entonces [Pedro Pietri] jodiendo por la casa / a las cinco de la tarde?
La voz de Pietri es la voz de un poeta puertorriqueño en una ontología irreal. Clara como la de Darío, trágica como la de Darío no fue, a pesar de ‘Lo fatal,’…
Yván Silén
El3 de marzo es una fecha trágica en el tejido de la cultura nuyorican. En ese día, muere de cáncer de estómago su más grande poeta, Pedro Pietri (1944-2004): “pedro alquila ataúdes. / pregúntenle / y él les dirá / que tan sólo entrena palomas / a ladrar a los perros” (José Ángel Figueroa). Como le corresponde a un vate callejero, El Reverendo de la Santa Iglesia de la Madre de los Tomates, oriundo de Ponce, Puerto Rico, falleció en el aire, en un viaje de México (cuna del tomate) a Nueva York (calle de la feligresía): “be unreal to be realistic.”
Publicada entre 1973 y 1988, la poesía de Pietri, escrita mayormente en inglés, cala en el imaginario de la poesía puertorriqueña de la isla, escrita celosamente en español, más que la de ningún otro poeta nuyorican: “use an eraser to write down something important.” La de Pietri es por eso la poesía nuyorican de la que no se puede olvidar la poesía de la isla, que en general se ha dado el lujo de desatender la musa literaria nuyorican. Algo que es cada vez menos el caso, como supone el estudio de Arcadio Díaz Quiñones, El arte de bregar (2000).
Así, el emblemático Puerto Rican Obituary (1973) de Pietri, “Juan / Miguel / Milagros / Olga / Manuel / todos murieron ayer hoy / y morirán de nuevo mañana,” se ha convertido en el único poemario nuyorican que, por ejemplo, en una colección de ensayos como La guagua aérea (1994), Luis Rafael Sánchez lleva en el equipaje literario internacional: “Las canta [las nuevas canciones festivas para ser lloradas] el tronío que retumba por los poemas de Pedro Pietri.”
Por eso, Pietri es el único poeta de la generación nuyorican incluido en Los paraguas amarillos. Los poetas latinos en Nueva York (1983), de Yván Silén. Una antología que lo publicó en inglés, sin traducción (el resto de los poetas latinos de Nueva York escriben en español): “a mother’s heart has been broken / her child perished in mid-air.”
Piedra. En 1998, lo conocí en el Nuyorican Poets Café del Lower East Side. De pura casualidad, me tocó ir por primera vez al Café la noche en que se encontraba Pietri, vestido, como siempre, de negro, con sombrero y vincha: “no, claro que no, / no voy a mirar a un hombre / de la misma forma que miro / a una mujer, hay una diferencia, / uno me lo para y el otro no, / pero no te diré cuál, / si quieres esa información / tendrás que quitarte la ropa.”
Lo poco que hablamos en el “Café de los poetas,” como le llama Silén en su primera novela, La biografía (1984), fue suficiente para conseguir su número telefónico (que escribió con bolígrafo de tinta negra: la única permisible). Yo lo llamaría varios días después para invitarlo a un festival de arte y música en Ohio, donde presentó dramáticamente su poesía, durante una hora, al mejor estilo nuyorican: ¡de memoria!
Meses después, volví a Nueva York. Me quedé en el apartamento de Pietri. Un piso que tenía, porque él vivía con su mujer en otro lugar, como si fuera una oficina/motel, al que caía medio mundo (en mi caso, por una modesta donación). Anduvimos por las calles; compramos pan, queso y vino. Pietri no hablaba de su enfermedad, pero era claro que no podía comer bien, y que ya no toleraba el ron (aunque seguía metiéndose lo demás): “cuando termine este pito [porro]… ¡ponme en esa nota ‘pa seguida! ¡vayaa!”
Antes de irme, le compré una cartulina en la que su mujer, Margarita, ilustraba uno de sus poemas emblemáticos, “Viejo San Juan in Spanglish”: “En mi viejo San Juan / They raise the price of pan / so I fly to Manhattan.”
Bienvenido. Como se acerca el noveno aniversario de su muerte (2004-13), he decidido invitar a Pietri a mi casa, en Ohio, y dejar que sea como fue: intempestivo, genial, a veces violento, siempre escandalosamente lúdico y lúcido. Lo llamo por teléfono; indago sobre los honorarios. Dice que le pague todo lo que pueda: mientras más, mejor. Se ríe. Lo voy a buscar al aeropuerto de Detroit; trae un portafolio negro, de artista, en el que ha escrito en mayúsculas blancas: FREE GRASS FOR THE WORKING CLASS. ¿Lleva algo dentro?
Iconoclasta, se mueve por el aeropuerto como Pedro por su casa. Al subir las escaleras eléctricas, tropieza con un neonazi; chisporrotea. Seguimos camino. Me calmo.
Ontológico. Llegamos a mi casa. Pietri entra primero. Se voltea. Dice: “El mobiliario / en tu apartamento / no se sonríe / porque no tiene / un futuro, / tarde o temprano / tú lo botarás / todo / para hacerle lugar / a la mercancía nueva, / los muebles / saben estas cosas.”
Le da al botón de la luz. Y enciende el mundo fotográfico de Andrés Serrano (otro latino de Nueva York, mezcla de hondureño y cubano). Pietri se siente cómodo con ese universo [de Serrano] de tonos amarillos, como el de la orina; rojos, como el de la menstruación; y blancos, como el del semen. Vestido de negro, se ríe. El eco de la elegía que le escribió Silén, meses después de haber muerto Pietri, irrumpe de la nada. Pero Pedro no oye nada: “Te moriste, Pedro Pietri. / Te moriste otra vez para siempre… / ¡No te rías, Pedro Pietri / con tu caja de dientes desarmada! / No te rías / Pedro Pietri / porque los gnomos están / arrastrando tu cabeza de maestro…”
Se aleja por instinto político del famoso Cristo meado, Piss Christ (1989), de Serrano, porque le parece una obra pía (malentendida, incluso por filósofos como Michel Onfray). Se acerca a la foto de la monja que se masturba. Se ríe. Les pone el dedo a las que Serrano toma de sus propios excrementos, planteadas como esculturas orgánicas. Las de la morgue le perturban; las sadomasoquistas le divierten. Se ríe. Me mira. Silén se voltea desde el vacío (de Dios), y nos interpela desde el mismo silencio de antes:
“Te moriste, Pedro Pietri.
…
Te moriste al revés
predicando la nada en los teléfonos vacíos,
y viajando en las cucarachas amarillas todo
el ocaso…”
Pietri apaga las fotos y sigue de largo por el pasillo, hasta llegar al cine.
Sala. Se para frente a la hilera de DVD. Prende la tv. Pone la película de León Ichaso, Piñero (2001), en la que él [Pietri] aparece recitando el poema del poeta nuyorican, Miguel Piñero, muerto a los cuarenta y dos años de cirrosis (se dice también que de sida, como su amante, Martin Wong): “Tan sólo una vez antes que muera / quiero subir a un cielo de techos / y soñar mis pulmones hasta / que llore / y entonces derramar mis cenizas / por el Lower East Side.”
Como los demás poetas en la película, Pietri cumple el último deseo de Piñero: esparce las cenizas por las calles de Loisaida, el Lower East Side de su tumba. Termina de ver la película. Le gusta. Abre el estuche negro de La Biblia protestante, donde lleva la marihuana. Se prepara un canuto. Al rato, se levanta y sigue para la cocina. ¿Quiere agua o vino? Se ríe.
“I am not here now
I am not sure I am not here
Nor have I been here before
Or after I have not been here”
Cocina: En vez de la nevera, Pietri abre el horno: “Aquí tv dinners do not have a future.” Saca un libro de Silén, La poesía como libertá (1992), que multiplica los poemarios por cinco: “Los poemas de Filí-Melé,” “El miedo del Pantócrata,” “La mariposa de alambre,” “El último círculo,” “El libro de los místicos.” Se sienta. Lo abre. Lee: “Cristo arrastra sus nalgas / por la casa y el público pita.” Se ríe.
Pongo sobre la mesa del comedor las crónicas de Edgardo Rodríguez Juliá, Elogio de la fonda (2001), “Si usted lo ordena, Sammy le prepara un arroz con cocolías,” para ver si al abrir el libro, saca una novela como esta de Silén, La muerte de mamá (2005), en la que el protagonista se come los ojos de la madre muerta: “Metí la cuchara en el ojo derecho de mamá y lo vertí en el plato hondo que habíamos preparado para las sopas. El ojo perlado, el ojo del pez ahumado, me contempló. Lo recogí nuevamente del plato y me lo llevé a la boca… Mastiqué.”
Pero el truco no funciona.
La poesía como libertáseduce a Pedro. Fuma. Pide vino y se toma el agua. Cierra el poemario y dice algo sobre el lirismo y la femineidad que se visten de negro. No oye cuando Silén, meses después de la muerte de Pietri, se sincera con el poeta: “No nos hablamos mucho y / tampoco nos quisimos demasiado / (el avión titubeaba en el espacio), / porque el corazón / no puede compartirse en los asaltos. / Jamás discutimos, / (este fue el error de los que callan), / porque sabíamos / las preguntas y las respuestas / de las cinco de la tarde / del olvido.”
Pedro se rasca la barba y exige tiempo para rezar. Se levanta y va directo al grano.
Baño. Entra con prisa. Deja la puerta abierta, para que se oiga lo que reza. Cae el chorro. “To celebrate the art of fulfillment / in the opposite direction of reality.”
El eco resuena en toda la casa. Las fotografías escatológicas de Serrano prenden y apagan con la vibración del tiro. Termina de orinar. Se da cuenta del silencio. Apaga la luz. Sale con Platero y yo (1917) en las manos. ¿Se las lavó?
Se ríe.
El olor a Pietri que sale del baño, desata la última metonimia silenista, después de la cual la casa regresa al silencio oscuro y frío de la muerte:
“¿Sabes, acaso [Pedro Pietri], qu’estás muerto
mirándote en los ojos de las palomas del
infierno?
¡No vomites, no delires,
no derrames la sangre del ocaso,
ni el ruiseñor del fuego en tu ceniza!
¡Oh, terrorista, de los subways!
¿Dónde está la bomba que arrojaste en la
muerte?
¡Oh, viudo del harén!