Primavera: Perú (2017)

Primavera: Perú (2017)

Francisco Cabanillas*. LQSomos. Mayo 2017

Si quieres saber de mi vida,
Vete a mirar al Mar.
Martín Adán

Y me han dolido los cuchillos
De esta mesa en todo el paladar.
César Vallejo

Viajar conduce inexorablemente hacia la propia subjetividad.
Michel Onfray

LASA. Del 28 de abril al 2 de enero, la conferencia de la Asociación de Estudios Latinoamericanos de Estados Unidos, LASA (Latin American Studies Association), se llevó a cabo en la Pontificia Universidad Católica de Lima, Perú; muy cerca de la Universidad Mayor de San Marcos, considerada la más antigua de las Américas (1551).

Ubicación ideal; desde el séptimo piso del más alto de los edificios donde se llevaban a cabo algunas de las ponencias, se veía por la ventana, inscrito en un letrero comercial a lo alto del paisaje urbano, el neologismo más importante del siglo XX peruano: “TRILCE.”

Zona de alta tensión. Nombre del poemario más experimental de César Vallejo, uno de los grandes poetas crísticos y vanguardistas de la poesía hispanoamericana, Trilce: “Y se acabó el diminutivo, para / mi mayoría en el dolor sin fin, / y nuestro haber nacido así sin fin.”

LASA. Venta de libros; compra perfecta; edición reciente, del 2015, con pinturas de artistas peruanos, del ensayo de Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible (1966). Texto fundacional de la crítica cultural de la segunda mitad del siglo XX peruano. Libro que, según Alejandro Susti en el prólogo, responde:

Al estudio de la construcción y perpetuación del llamado mito de la Arcadia Colonial y sus diversas formaciones ideológicas: las grandes familias, el criollismo, el perricholismo, la articulación del poder político con el poder religioso, las clases sociales y sus interrelaciones, el papel de la mujer como ‘bastión del conservadurismo,’ la configuración urbanística de la ciudad y el gusto limeño por el pastiche, la literatura festiva y satírica expresada a través del lenguaje cotidiano y sus modalidades (la sátira, la lisura y la huachafería), el culto a los muertos, la relación entre el vals criollo y la necrofilia, la pintura colonial como arte dirigido y, por último, el enfrentamiento entre la literatura pasatista de la Arcadia Colonial (entre cuyos exponentes de ubican Palma, Santos Chocano, Riva Agüero) y aquella otra de carácter renovador (González Prada, Eguren, Mariátegui).

Ponencias; apuntes felices; de una sesión que articulaba antropología, arte y literatura, queda una nota sobre uno de los personajes de la pintura del argentino Antonio Berni: Juanito Laguna. Inmediatamente, sobre todo tras la reciente publicación de la primera novela sobre “El Cantante de los cantantes,” Héctor Lavoe, Rompe Saragüey (2016), la relación con uno de los personajes creados por Lavoe, “Juanito Alimaña” (1983), resulta tentadora. Relación en remojo: Juanito Laguna y Juanito Alimaña se complementan en su oposición. Uno apunta a la esperanza y el otro al bandidaje:

La calle es una selva de cemento
Y de fieras salvajes cómo no
Ya no hay quien salga loco de contento
Donde quiera te espera te espera lo peor
Donde te quiera te espera lo peor.

Juanito Alimaña con mucha maña
Llega al mostrador
Saca su cuchillo sin preocupación
Dice que le entreguen la registradora
Saca las billetes saca un pistolón, pum.

De otra sesión queda otra nota feliz sobre el “neobarroso” del argentino Néstor Perlongher; concepto que, en “Poéticas de resistencia: el neobarroso rioplatense” (2013), la crítica suma al neobarroco de los cubanos Severo Sarduy y José Lezama Lima. Inevitablemente, la conexión con la “cámara nuyorican” de ADÁL, sobre todo en la serie “Fuera de foco,” como Santo Borroso: Patron Saint of the Out of Focus (2002), plantea la posibilidad de establecer un tríptico entre el neobarroco, el neobarroso y el neoborroso.

Está claro que uno de los puntos clave de la conferencia se dio al margen de la jornada académica, en la zona de los food trucks, donde era posible comerse un plato de lomo saltado, con papas fritas y arroz blanco en un ambiente de intensa comensalidad.

Entre la vaca y el pescado; desde lo alto, Trilce contemplaba la movida culinaria en silencio: “He almorzado solo ahora, y no he tenido / madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua, / ni padre que, en el facundo ofertorio / de los choclos, pregunte para su tardanza /, por los broches mayores del sonido.”

Miraflores, Lima. Del 28 de abril al 2 de mayo; de los hoteles en lo alto de los acantilados de Miraflores a la planicie de la zona universitaria en San Miguel. Viaje de aproximadamente media hora. Miraflores; primera salida mañanera; de 6:45 a 8:00. Primer tramo del periplo a pie: correr del hotel Casa Andina, en la Avenida 28 de Julio, hasta el malecón que empieza en el Parque Salazar, donde muere la avenida José Larco.

Durante la corrida, estar pendiente a los tonos de la colonialidad.

Segundo tramo. Del Parque Salazar hasta el Parque Grau, pasando por el Parque del Amor y más adelante la escultura del poeta Antonio Cisneros: “Es difícil hacer el amor, pero se aprende.” Regresar del Parque Grau al hotel por la misma ruta: malecón, Avenida José Larco, Casa Andina.

A lo largo de la inmensidad del Pacífico, desde lo alto, mirar a los surfers que desde temprano se tiran al agua a cabalgar las olas. Puntitos negros en el mar que parecen focas.

Segunda salida de la mañana; de 9:00 a 9:15. Caminar de Casa Andina hasta el hotel Marriot, frente al Parque Salazar. Tomar el shuttle de LASA que lleva a la Pontificia Universidad Católica, aledaña a un fragmento de El camino del Inca. Durante el trayecto, mirar por la ventana y hojear de vez en cuando Lima la horrible: “No obstante aquí, en Lima, como romeros de todo el Perú, las provincias se han unido y, gracias a su presencia fuertemente desgarradora, reproducen ahora en multicolor imagen urbana el duelo de la nación: su abisal escisión en dos contrarias fortunas, en dos bandos opuestos y, se diría, enemigos.”

Del 2 al 4 de mayo; de Casa Andina cambiar al hostal Che Lagarto, en el Pasaje Schell, cerca del Parque Kennedy. Óvalo de Miraflores. Salir temprano en la mañana, 6:45, por la calle Schell hasta la Diagonal y de esta pasar rápidamente al Malecón Balta (calle engañosa que, más bien, conduce al malecón), en dirección al mar, pasando por el puentecito de madera que recuerda a Julio Cortázar.

Al final de Malecón Balta acontece la gran sorpresa: aparece el Parque del Amor, propuesta más dramática que hace el malecón en su longitud pacífica. Una celebración del Parque Güell y de la poesía, de los poetas y de los enamorados, en cuyo centro se encuentra una enorme escultura de Víctor Delfín titulada El beso (1993).

Al pie de la escultura, entre dos citas más, esta del poeta Martín Adán refresca la mañana neblinosa de Lima: “Amor es como luz.”

LASA. Cinco días de ceviches y cebiches, de pulpos y chicharrones de pescado; de chupes, de lomos saltados y pollos a la brasa; y de esa “cerveza lírica y nerviosa” de la que hablaba Vallejo en Trilce: “El yantar de estas mesas así, en que se prueba / amor ajeno en vez del amor propio, / torna tierra el bocado que no brinda la / MADRE, / hace golpe la dura deglución; el dulce, / hiel; aceite funéreo, el café.”

De Lima a Paracas. Del 4 al 6 de mayo. Por la Carretera Panamericana; de norte a sur. De la artificiosidad citadina de Lima a la realidad desértica de la costa pacífica. Dice Salazar Bondy en Lima la horrible: “Y Lima —naturaleza y ciudad— es así: una tregua en el arenal, un latido en la soledad, una sonrisa en la adustez de cielo y tierra.”

Costa peruana. Aridez que muerde; sequedad que hace gritar. Violencia de un paisaje que no se conduele. De Lima a Paracas; viaje de 6 horas en el bus más popular, a pelo, con el sol encima, sin aire acondicionado, frente a un viajero evangélico, de la Teología de la Prosperidad, que leía en voz alta la Biblia.

De noche, llegar al pueblo de Pisco y merodear un poco. Tomar un taxi y en menos de media hora llegar al hostal de mochileros de Paracas, en la zona del Hotel Candelabro, a dos calles del mar. Por la mañana, descubrir el tajo que existe entre el pueblo playero y la realidad de la playa.

Temprano, correr por la orilla de una playa, de arena gris, casi negra, contaminada por el aceite de los motores de las embarcaciones de los pescadores, cuya mancha flotante ocupa una parte significativa de la costa, punteada por el Embarcadero Islas Ballestas. Orilla más bien sucia, cubierta de basura del mar y del poblado, sobre una playa, llamada Chaco, en la que no se baña nadie, a lo largo de la cual se vive la vida playera de un pueblo costero abocado al turismo tardomoderno.

De rigor; visitar las Islas Ballestas en la embarcación con motor de dos tiempos que llevaba a los turistas, cuya polución, humo azul con fuerte olor a aceite, hacía gritar a los leones marinos y a los pingüinos insulares. Contemplar desde el bote en movimiento la verticalidad de la inscripción en la montaña arenosa, varias veces centenaria, del llamado “candelabro”.

¡Grafómanos, demasiado geografómanos!

Por la noche, en el puesto de comida que asan el pescado en la calle, a la entrada sin puerta del local más que amistoso, sentarse a la mesa con otra cita de Trilce, “Tengo ahora 70 soles peruanos”; pedir un lenguado con ensalada y papas fritas, dos Pilsen y volver al poemario de Vallejo: “La tarde cocinera se detiene / ante la mesa donde tú comiste; / y muerta de hambre tu memoria viene / sin probar ni agua, de lo puro triste.”

De Paracas a Huancachina. Del 6 al 7 de mayo; de la costa playera a la duna descomunal. De la realidad costera a la inmensidad desértica. De Paracas a Ica y de esta al oasis de Huancachina. Zona densamente turística, rodeada de altas dunas, a la que se va para experimentar en carne propia la monumentalidad movediza del desierto peruano; ferocidad arenosa, como la poesía de Enrique Verástegui: “El desierto es un papel que flota bajo el viento sublunar” (2014).

Darle vueltas al oasis, hasta descubrir que, entre la acera que bordea los hoteles y la orilla que circula la pequeña laguna, un nivel intermedio circunda el estanque de agua oscuramente verdosa. Oasis espiralado. ¿Y también laberíntico?

Mientras más vueltas se le da al charco de agua, más parece que se exacerban los perros que duermen a la intemperie. Canes callejeros que todavía le ladran al desconocido que corre solo por la mañana. Falso sentido de territorialidad. Espacio público.

A las 6:30 de la mañana, el rasta peruano que andaba con tres perros por la noche, vendiendo artesanías, marihuana, tocando un tamborcito, se tomaba una cerveza, todavía en el contexto de la juerga nocturna. Entre otros de la zona, sus perros eran de los que, a pesar de ser callejeros, le ladraban al trashumante que les corría por el lado.

Entre el desierto y la nada: Huancachina. Trilce reflexiona geopoéticamente: “Vuelve la frontera a probar / las dos piedras que no alcanzan ocupar / una misma posada a un mismo tiempo. / La frontera, la ambulante batuta, que sigue / inmutable, igual, sólo, / más ella a cada esguince en alto.”

Turismo tardomoderno.

De Huancachina a Miraflores. 7 de mayo. Regreso a Lima desde el desierto inopinado en un día caluroso, marcado por el sol que quema en el lado del pasajero; tres horas y media de calor en taxi, cristales abiertos, mitigando los rayos del sol con un pedazo de manga que el taxista provee.

Micropolítica.

Del 7 al 13 de mayo; de vuelta al hostal Che Lagarto, cerca del Parque Kennedy, siempre lleno de gatos realengos. Zona porosa, en más de un sentido; mezcla entre turistas y locales. Flujo. Interseccionalidad. Área de mucha movida por aceras y pasajes.

En una de varias librerías frente al Parque Kennedy, acontece otro milagro: descubrimiento de un libro de Michel Onfray, Teoría del viaje. Geografía poética (2016), que cae como anillo al dedo: “En el viaje descubrimos solamente aquello de lo que somos portadores.”

Especularidad; viajero que lee Teoría del viaje mientras viaja. Encuentro feliz, demasiado feliz. Una teoría poética del viaje a partir de una fenomenología del viajero —nunca del turista—, cuyo metaviaje es sobre todo socrático: “Uno mismo, ese es el gran asunto del viaje. Uno mismo y nada más. O poco más. Hay pretextos, ocasiones, cantidad de justificaciones, ciertamente, pero, de hecho, nos ponemos en marcha movidos solamente por el deseo de partir a nuestro propio encuentro con la intención, muy hipotética, de volver a encontrarnos, cuando no de encontrarnos.”

Para el hedonista ético-estético que es Onfray, la fenomenología del viaje, esa geografía poética que delinea la subjetividad del viajero (filósofo del desplazamiento; político de la corporalidad), constituye un placer para cada uno de los sentidos que experimentan la novedad del viaje.

Hiperestesia: “Emoción, afecto, entusiasmo, asombro, integración, sorpresa, alegría y estupefacción, todo se mezcla en el ejercicio de lo bello y lo sublime, del cambio de hábitos y de la diferencia” (Teoría del viaje).

Como en otros libros de Onfray, leídos desde el giro decolonial latinoamericano, la propuesta que el filósofo francés hace de la modernidad no tiene presente, dado su eurocentrismo inescapable (¿como el de Zizek?), que la modernidad y la colonialidad son inseparables.

Geopolítica del saber.

Ante el desfase eurocentrado de Onfray, que lo hace decir cosas como esta, “La suerte de la modernidad es que permite elegir su propia relación con el tiempo, no obliga; al contrario que en el pasado, que obligaba, y tanto, en función de sus límites,” la colonialidad alumbra a los que la modernidad mantiene atados al tiempo de precarización neoliberal.

De Miraflores a Barranco. Intensidad sensorial. Contigüidad geográfica. Al suroeste de Miraflores, Barranco se aboca a la poesía de los sentidos. Barrio bohemio (ficción real); sinestésico. Membrana; del paisaje visto desde los acantilados del malecón de Miraflores frente al Pacífico, a la proximidad terrera de Barranco, donde los restaurantes tienen nombre de poemarios afrocubanos, como Sóngoro Cosongo (poemario de Nicolás Guillén, de 1931).

Mezcolanza (para nada el elogio de la Arcadia Colonial que combatió Salazar Bondy); en el mismo restaurante de nombre afrocubano, un poema de Jorge Luis Borges disparaba un dardo de papel desde la pared donde estaba pegado a un cartel.

Barranco. Entre la gente que va y viene por la Avenida San Martín, uno con pinta de poeta, parecido a Martín Adán, sale del restobar Ayahuasca. Mira con la mirada del que pertenece al lugar y por eso se siente compelido a interpelarlo:

La cosa real, si la pretendes
No es aprehenderla sino imaginarla.
Lo real no se le coge: se le sigue,
Y para eso son el sueño y la palabra.
¡Cuídate de su atajo!
¡Cuídate de su distancia!
¡Cuídate de su despeñadero!
¡Cuídate de su cabaña!

Entre un movimiento rápido de palabras, “Yo buscaba otro ser, / Y ése ha sido mi buscarme,” el poeta de sombreo negro y anteojos redondos (¿se parecerían Martín Adán y Fernando Pessoa?), cambia de avenida y aumenta el trote, ahora por la Avenida Grau, en dirección hacia el bar Juanito.

Cultura etílica, como la de Rubén Darío.

De vez en cuando, el poeta mira para atrás como si lo estuvieran siguiendo los espectros de la literatura peruana; cuando puede, escupe contra la cuneta como si le estuviera tirando piedras al solipsismo: “Yo no quería ni quiero ya ser yo, / Sino otro que se salvara o que se salve.”

Martín Adán se mueve con el ritmo del que sabe lo que quiere filosófica y literariamente: “Y escribí libros para persuadirme / A que yo era alguien, / Uno según mi gana / O según mi nadie. / El Otro, el Prójimo, es un fantasma.”

Como el que se siente a tono con su teleología, “nada es sino la sorpresa / Eterna de tu mismo reencontrarte,” entra al bar Juanito de Barranco con la lengua por fuera, muriéndose de una sed que era más potente que el alcoholismo que se lo comía por dentro: “¿Quién soy? ¿Lo sé yo acaso? / ¡Pero no, el Otro no es! / ¡Sólo yo en mi terror o en mi orgasmo!”

Pide una copita de pisco que se toma de un trago; escribe en la servilleta: “¡Cuán a destiempo llega uno a sí mismo!”

Se toma diez copitas más. Se fuma casi un atado de cigarrillos. Al irse, tambaleándose frente el espejo, se dice a sí mismo: “Iré el domingo a la playa del mar, / A mirar la ola y el bufeo.”

Barranco: barrio en el que vivió, en el Pasaje Sánchez Carrión, el “poeta maldito” (así lo llamó Mario Vargas Llosa), quién, según “Martín Adán y su rancho barranquino” (2015), “fue uno de los grandes poetas vanguardistas latinoamericanos, cuyo verdadero nombre es Rafael de la Fuente Benavides. Vestía siempre de negro, con un abrigo largo y sombrero de ancha ala, lentes gruesos y cigarrillo en mano paseaba por las calles de Barranco, escribió su famosa obra “LA CASA DE CARTÓN” antes de cumplir los veinte años de edad y con este libro deslumbró a los más brillantes intelectuales de la época como Luis Alberto Sánchez, que escribió el prólogo, y a José Carlos Mariátegui, quien hizo el colofón.

Sobre la novela poética, dice Mariátegui en el colofón: “En La Casa de Cartón hay un esquema de biografía del Barranco o, mejor, de sus veranos. Si la biografía resulta humorística, la culpa no es de Martín Adán sino del Barranco. Martín Adán no ha inventado a la tía de Ramón ni su bata ni su negrita; todo lo que él describe existe” (1928).

Coda. En los años sesenta, el poeta beat Allen Ginsberg estuvo en el Perú (quería que los poetas peruanos le consiguieran cocaína). Dijo que Machu Picchu era para los ricos porque costaba mucho visitarla.

Ginsberg se juntó cuatro veces en el bar Cordano de Lima con el poeta maldito/etílico: “Martín Adán lo trató mal al comienzo, pero después, al ritmo de los brindis, entendió seguramente las ansias poéticas del visitante” (Carlos Batalla, 2017).

Primavera (2017): entre la inmensidad del Pacífico y la del desierto.

Perú.

Desde El Callao, la estatua de Héctor Lavoe irradia una puertorriqueñidad que el pueblo peruano absorbe a través de la música.

Melómano, demasiado melómano; a Perú le gusta la música de Puerto Rico.

¡Diáspora!

Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos

Bego

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