¿Prohibido fumar?: poesía, música y arte

¿Prohibido fumar?: poesía, música y arte

Por Francisco Cabanillas*

Vivimos
en la piedra fructífera del libro
que se disuelve en la razón del humo […]
Francisco Matos Paoli

Poesía.

Bajo los efectos de la literatura, la realidad bascula (referencia al neobarroco de la revolución de Severo Sarduy). De un cuento de Manuel Ramos Otero, “La otra isla de Puerto Rico” (1983), caen varios libros de una biblioteca para nada borgiana:

“no es una biblioteca cualquiera, no está catalogada ni ordenada por autores, temas, géneros literarios, países, idiomas y, mucho menos, por ficheros acertados por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América. Es una biblioteca amasada; tocado y sobado está cada libro […].”

¿Raro sabor —“tocado y sobado está cada libro”— a la prosa de Luis Rafael Sánchez?

Todo se mueve, como si no existiera la entropía, donde come el tiempo. La erótica solar de Michel Onfray en Teoría del cuerpo enamorado (2002), se resiste a entregarse sin resistencia a Tánatos. Tensión; expansión. El hedonismo ético y estético de Onfray, un proyecto erigido “a partir de Nietzsche,” se plantea además como una materialidad a la izquierda del filósofo, “el loco de Turín,” cuyo perfil bigotudo dibuja Elizam Escobar en Cuadernos de la cárcel (2014). También lo pintó Yván Silén.

Desde la cordillera central de la isla, un libro angulado, Filosofía del desencanto. Nietzsche en Puerto Rico (1988), se mueve también, como le gustaba al bigotudo, entre montañas: “Debe de haber sido durante el año 1980 cuando comenzó a formarse el llamado ‘Círculo Nietzscheano de Cayey’ […].”

Humo.

¿Se fuman Willie Colon y Hector Lavoe las “cáscaras de guineo” en su inolvidable tema “Piraña” (1972)?

La sala de espera se llena de tiempo. Las sillas vacías parecen un cuento de Julio Cortázar, “La banda” (1956); o, el interrogatorio sobre la niña perdida (una presencia invisible) en El fantasma de la libertad (1974) de Buñuel. Impase. Breve contrapunteo entre el cine de Alejandro Jorodowsky y el de Arturo Ripstein; de Santa Sangre (1989) a Carnaval de Sodoma (2006), la realidad mexicana tiembla, como en el cuento del poeta José Emilio Pacheco, “El viento distante” (1963).

Por su parte, otro que habló de sillas vacías, ahora en el contexto de las dictaduras militares de la segunda mitad del siglo XX, fue el dramaturgo brasileño Augusto Boal.

Los filósofos escupen contra la Nada.

En 2008, Andrés Serrano retrata esculturas orgánicas hechas de excrementos de animales, incluido el propio; como la literaria, siguiendo a Roland Barthes, la caca fotográfica tampoco apesta.

Los poetas se alzan desde el No-Ser-del-Ser.

La pintura se hace melómana. Un cuadro de Nick Quijano, El club (1992), termina en la portada de esta edición de Salsa, sabor y control (1989), sociología de la música tropical de Ángel Quintero Rivera que, como plantea Doris Summer respecto del cuadro de Quijano, alinea el “espacio social” del baile con la “agencia social” y con la “democracia” (2007).

Entre el trombón de Juan Tizol, “Caravan” (1952), con Duke Ellington, y el piano de Jesús María Sanromá en “Rhapsody in Blue” (1935) con la Boston Symphony Orchestra, los músicos boricuas marcan la primera mitad del siglo XX usamericano.

En AmeRican (1985), la poesía de Tato Laviera planta otra bandera del arte nuyorican. Años después, el performero Papo Colo camina por las calles de Nueva York; en ocasiones, salta muros.

Julia de Burgos Way; esquina de la Calle 106 y la Avenida Lexington en El Barrio, Harlem, no muy lejos de La Calle de Pedro Pietri en la 104 y la Lexington, donde está el mural que James Vega le dedicó al poeta nuyorican a raíz de su muerte en 2004.

Desde la isla, Pablo Marcano pinta, en su estilo de mosaicos, a Arturo Schomburg; historiador, activista y escritor boricua que, a principios de siglo XX en Nueva York, documentó la experiencia africana en las Américas, creando la colección que corona el Centro Schomburg para la Investigación de la Cultura Negra de la Biblioteca Pública de Nueva York en Harlem.

Transnacionalidad; las venas abiertas de Puerto Rico se cocinan en Snaps (1969), el poemario más melómano de la época épica de la poesía nuyorican (1969-76).

Agencia; poeisis y metapoeisis. Todo lo que pasaba musicalmente en el Nueva York latino de aquella época —Mongo Santa María, Joe Bataan, Ray Barreto, Chombo Silva, los Palmieri, entre otros, como Johnny Pacheco—, Snaps registra con licencia poética. Rumbones de esquina. Doo-wop. Sinestesias; alumbramientos. Abundancia poética en medio de la carestía económica; infierno político del que se encargaron los Young Lords.

Bugalú; jazz latino; boleros; música jibara… Epistemología; Snaps ve en la música un logos liberador. Presencia; agencia cultural. Política y micropolítica. La poesía estalla, se derrama y se mezcla con lo afroamericano. Roce; cruce. Fusión y fruición. La poesía nuyorican habla como si fuera afroamericana. Agencia callejera; picardía escritural. Snaps atraviesa el espacio de Martin Luther King Jr., topándose con gente como Malcom X, Aretha Franklin, Thelonious Monk…

La crítica cultural de Juan Flores retrata el cruce boricua-afroamericano desde la perspectiva nuyorican; una década después, Willie Perdomo lo dramatiza en “Nigger-Reecan Blues” (1996).

Música.

Desde Snaps, la poesía se lanza al abismo. Melomanía volcánica. Espacio de luz. Vuelo; del libro de poesía nuyorican al sonido del jazz más libre, en tres clips de YouTube. Desplazamiento; de la poesía melómana a la música poética. Free Jazz: sonoesfera de la libertad cultivada.

YouTube. Grabación de 1978 en el Castillo de Ansback, Alemania; el Sexteto de Ornette Coleman se afinca en sus duplicidades: dos baterías, dos guitarras, un bajo y el saxofón alto. La suma de los seis músicos se eleva a ocho instrumentos. Aritmética melómana. Metamorfosis.

Breve tiempo de silencio, anterior a la música; irrumpe Ornette, en un traje azul turquesa, con el saxo en la mano. Imantación doble. Aplausos.La música empieza desde el bajo y las dos baterías; tan pronto entra, el saxo plantea el tema, que en breve repite una de las guitarras para regresar al saxo con una variación del mismo, la cual se sigue multiplicando en espirales breves, en zigzag, que de momento se detienen en un taconazo instantáneo del saxo, a partir del cual recomienzan los cruces y desencuentros en una imantación de ciclos y rejuegos que se atraen y repelan a velocidades asimétricas, con diferentes momentos de ebullición y exabruptos; hasta que cada cual gira a su propio ritmo sin chocar, atrayéndose y repeliéndose con libidinosidad intersubjetiva.

Heterarquía sonora (¿eco distorsionado de algún Grosfoguel?).

Tres en uno. Coleman se multiplica como si fuera un número impar que suena simétrico. Del saxo que lidera la temática, se pasa al violín que no hace sino reiterar, con más elasticidad, las variaciones del tema, cuyo sonido las cuerdas proyectan de una manera más onírica, como si el Free Jazz estuviera delirando en seco, metal con metal, desde un violín que solo viene a confirmar, de una manera más psicotrópica, la propuesta del saxo, primera voz de Coleman.

Chillón, como suelen ser las pesadillas que saben a jazz libre, el violín enloquecido, chorreándose en su goce narcisista, reitera el tema que ahora, desde la trompeta, Ornette repite, pero fuera del abismo surrealista de las cuerdas; más bien, desde una sociabilidad citadina y licenciosa, suelta, fluida, de esquinas achaflanadas, acostumbrada a los laberintos de una modernidad tardía y periférica, transformadora del movimiento en fuga libertaria (como dice Paco Ignacio Taibo II: escaparse es liberarse).

Cuando regresa al saxo, Coleman le añade violín y trompeta al sexteto. Tres en uno; Free Jazz, sexteto de ocho instrumentos. Traslación; salto a la poesía.

Arte.

Snaps se engancha en su melomanía de finales de 1960. En un poema que invoca a Thelonious Monk, dice que los congueros “escriben poemas en el cielo.” En otro, que el flautista Johnny Pacheco toca con “labios azules sangrantes.”

La poesía sabe que la música atraviesa la textura espaciotemporal. El poeta entiende que el ritmo transporta (y transforma) y que la poesía se mueve como la música; que es, desde la imagen del conguero Ray Barreto, energía, la cual Snaps acopla a las habichuelas rojas de la dieta boricua.

En otro poema, Snaps apunta hacia el arte y dice que, como el pianista o el conguero que le habla al melómano, la pintura interpela al que mira. Dice también que el río Hudson hace bailar.

Desde la referencia a la pintura (en un poema que titula “Consejo a un pintor”), y desde otras referencias que presentan el paisaje citadino del enclave nuyorican como si fuera una pintura, Snaps da un salto inesperado que lo saca de la poesía, aterrizando en una instalación sin nombre, Untitled (1979), de Rafael Ferrer, otro artista puertorriqueño de Nueva York, en la cual el frío blanco de la nieve es mitigado por los timbales (presentes en Snaps), protegidos a su vez por el amarillo caliente del sol que se proyecta desde la pantalla blanca (y en blanco).

Encuadre, que no encierro, nuyorican, entre el frío y el calor, bajo un cielorraso abultado y sobre una alfombra de hojas secas, y una sola puerta de salida: ¡la melómana!

Imagen de portada: “De juerga”, 2004, cuadro en gouache sobre papel, Nick Quijano. Museo de Arte de Puerto Rico.
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua castellana, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos
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