Que ninguna muerte nos resulte ajena
Tengo una pregunta para usted, señor Presidente del Gobierno. ¿Cuánto vale la vida de una mujer para usted?
Hay gentes que mueren de bala, las hay que mueren de hambre, de cáncer, ahogadas en la travesía del océano tras intentar huir de la miseria en el África cercano, de SIDA, atropelladas por un coche, de un accidente laboral…por morir, la gente muere hasta de amor.
Pero también hay personas que, sin ser directamente eliminadas por una ráfaga de ametralladora ni por una bomba de racimo, son asesinadas por silencio administrativo.
Esta nueva muerte del martes 17, no se produjo como consecuencia de una caída de un andamio, no pereció en el fondo de ninguna mina ni rodó por el suelo abatida por ningún cártel de la droga. En esta ocasión, los sicarios se limitaron a firmar un folio que ya antes alguien previamente habría rellenado; lo doblaron meticulosamente, lo metieron en un sobre de ésos que lo mismo valen para despedirte de un empleo que para notificarte una sanción de tráfico o “gratificar” cierta fidelidad al partido, o para pedirte el voto en la próxima consulta, y lo puso en circulación, mediante franqueo certificado o a través de un funcionario, tanto da. Una vez el sobre abierto en destino, aquella elaborada firma al pie del documento que notificaba el inminente desahucio hizo su trabajo. Sin el engorroso y costoso gas mostaza ni ejecución al amanecer y al viejo estilo: ante la tropa formada y en cualquier campo de tiro donde se ejercitan los reclutas a diario.
Un trabajo limpio, sin balas, sin antidisturbios en las calles. Ha sido una muerte…sí, eso es, “low cost”, que dicen en su argot ahora las multinacionales que se benefician con el coltan y los recursos naturales de los países empobrecidos, así como de la mano de obra esclava de pueblos sin sindicatos, sin respeto maldito por los DD.HH, para luego venderlo en los países desarrollados sesenta veces el valor de su coste. Sí, esto ha sido una muerte de bajo coste: Ningún director general de nada dimitirá, no se habrán producido tampoco disturbios mayores. Esas gentes que cortan cintas con los colores patrios en las inauguraciones de autopistas, los que a diario se “rompen la cabeza” tratando de sacarnos de este berenjenal, no tendrán que apuntar en sus agendas que hay que mandar una nota de condolencia a esta casa.
La pregunta es ¿qué va a ha hacer este pueblo con ese nuevo féretro ahí presidiendo nuestra vida diaria?: el partido en la tele del salón, con una pilsen bien fresquita, la salida diaria al parque para quemar un poco de grasa, la escapada a la casa de la sierra, antes de que empiece a refrescar y nos tengamos que conformar con el intelect en casa.
Esta mujer no ha muerto de una inyección letal ni de una descarga eléctrica; ningún avión dejando caer su carga mortal en las aguas del océano; no la mató su pareja, no murió de ningún parto, no se ahogó mientras veraneaba en Benidorm, no murió mientras escalaba un ochomil, ni mientras esquiaba en Baquería Beret.
Uno no puede por menos que preguntarse, ante la inercia de un gobierno que ejecuta a sus gentes de una forma tan eficaz como silenciosa, qué hará este pueblo con ese nuevo féretro en medio del salón del País, y que se alinea junto a los otros féretros y por las mismas causas; junto a los de los que mueren de desesperación ante situaciones más o menos dramáticas. Como esta nueva victima, Amparo –que no tuvo el del Gobierno-. Hay que decirlo con las palabras precisas, sin temor a sus verdugos, que seguro mañana o pasado volverán a mandar a las gentes más sobres y más cartas como la que esta familia recibió: esto es un crimen de Estado. No, no veremos ninguna bandera a media asta, en ninguna oficina municipal o esta- tal se agruparán los funcionarios para condenar en una foto de familia este nuevo asesinato.
No deja de ser curioso que hoy, al día siguiente de este nuevo crimen, TVE, en el telediario de mediodía no se haya dignado ni mencionar el hecho. Ahí no había hoy un mínimo hueco para levantar testimonio de esta nueva baja en las filas del pueblo. Pero sí lo hubo para decir que, en un lugar de la lejana Australia, una persona “casi” fue atropellada por un tren.
Cómo nos recuerda ésta y las otras muertes aquel final de la novela de E. M. Remarque…Sin novedad en el frente.
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