¡Que paguen ellos!

¡Que paguen ellos!

Por Arturo del Villar.

Su majestad el rey católico nuestro señor, que Dios guarde cuanto antes, leyó un discurso el pasado día 13 de julio en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, con motivo de la entrega del premio Camino Real en su sexta convocatoria a la viróloga salmantina Ana Fernández Sesma. Este premio lo concede el Instituto Franklin—UAH, creado para servir como plataforma comunicativa y de unión entre el reino de España y los Estados Unidos de Norteamérica, siguiendo su política colonialista habitual. El monarca participa gustoso en todas las actuaciones que resaltan la dependencia española del Imperio.

Leyó el rey en su discurso el tópico de la importancia que tiene esa colaboración, destacando el trabajo de los investigadores españoles que emigran al Imperio, porque se adaptan muy bien al trabajo realizado en los centros gringos, y que también en muchos casos, como en el de la profesora Fernández Sesma, deciden fijar allí su residencia, para desarrollar su labor profesional con los medios adecuados.

Esto le parece muy favorable a Felipe VI de Borbón, en vez de lamentar que muchos de sus vasallos deban emigrar de su reino en busca de unos recursos técnicos para llevar a cabo sus investigaciones que en su patria no se les pueden facilitar. La colonia española carece del potencial económico preciso para permitir la continuidad de un trabajo lento e insistente.

Recuerdo una entrevista que hice a profesor Severo Ochoa, premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1959, asturiano de nacimiento nacionalizado en los Estados Unidos, en donde llevó a cabo sus investigaciones imposibles en su patria. En 1971 fue nombrado director del Laboratorio de Biología Molecular de la Universidad Autónoma de Madrid, y lo entrevisté para una revista médica. Le pregunté si pensaba instalarse en España con ese motivo, y me respondió que regresaría cuando dejara de trabajar, porque aquí no podía hacerlo. Efectivamente, regresó en 1985, cuando había abandonado la investigación, y murió en 1993.

Alguien opinará que España es un país pobre que no puede dedicar millones de euros a la investigación. Sería una disculpa admisible si los clubes futboleros no pagasen millones para lograr el traspaso de algún jugador de país exótico. No es posible decir nada sobre los futbolistas, porque acusan de racistas a quienes lo hacen y les exigen represalias.

A pesar de esta amenaza, pregunto si no resultaría más práctico y útil para el reino dedicar los millones poseídos por los clubes a subvencionar la investigación científica, en vez de pagárselos a unos señores (para que no me denuncien) cuya aportación al progreso de la humanidad consiste en patear balones y si se tercia a los rivales.

A los científicos españoles se los lleva el Imperio, mientras en España se importa con cifras millonarias a unos analfabetos que piensan con los pies (como es cierto no podrán denunciarme). Al parecer sigue vigente la propuesta hecha por Miguel de Unamuno el 30 de mayo de 1906 en el artículo titulado “El pórtico del templo”, sobre los inventos científicos que han permitido el avance de la humanidad, entre los que hay muy pocos españoles entre tantos extranjeros. El rector de la Universidad de Salamanca tuvo la ocurrencia de escribir: “Que inventen, pues, ellos, y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones.” El comentario por escrito de otro catedrático, José Ortega y Gasset, consistió en llamar energúmeno a su colega.

Nuestro señor el rey católico parece estar de acuerdo con Unamuno, aunque en su caso la conclusión resulta más delicada. Lo que aplaude Felipe VI es que los españoles emigren a los Estados Unidos para llevar a cabo allí sus invenciones, de las que después nos aprovecharemos todos aquí, en este reino en el que se idealiza a los futbolistas. Incluso se concede anualmente una Copa del Rey al equipo más goleador.

Toda la sociedad española parece estar de acuerdo con ese criterio, excepto yo, que me avergüenzo de esa realidad. Sin duda tenemos un rey unamuniano, aunque no haya leído ningún libro suyo. Por eso dedicamos nuestros impuestos a mantener a la familia irreal, para que todos vivan a cuerpo de rey. Sería útil aplicar la opinión unamuniana, y decir: ¡Que paguen ellos! No tienen otro trabajo que cobrar, leer discursos y presenciar partidos de fútbol, y aumentar sus cuentas corrientes en bancos extranjeros

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