Religiosamente aconfesionales
Juan Gabalaui*. LQS. Abril 2018
La práctica de gobierno de la derecha va dirigida a imponer una mirada rígida sobre la historia española imponiendo sus valores, principios y creencias y ocultando aquellas que las cuestionan y que ofrecen una imagen del pueblo español más diversa y menos proclive a compartir las convicciones de las élites que no son, de ninguna manera, universales
Las imágenes de los ministros Juan Ignacio Zoido, Rafael Catalá e Íñigo Méndez de Vigo cantando el himno legionario El novio de la muerte mientras los legionarios levantaban la imagen del Cristo de la Buena Muerte en Málaga, las banderas a media asta en los cuarteles de las fuerzas armadas por la muerte de cristo o el gobierno español indultando a cinco presos por motivo de la semana santa. Es llegar la semana santa y volver a debatir sobre si siendo el estado aconfesional, el gobierno debe significarse de esta manera. Después ya se nos pasa. Son polémicas cíclicas que nos estimulan durante un corto tiempo y que después se guardan en el desván de los debates que van y vienen. La próxima semana santa lo volveremos a sacar. El resto del año, mientras tanto, la iglesia sigue controlando gran parte de la educación concertada y privada y disfruta de exenciones fiscales, gracias al concordato firmado en 1979 entre el Estado español y la Santa Sede que tantos privilegios concede a la iglesia católica.
Cuando era un adolescente discutíamos en clase de ética sí los españoles eran católicos por convicción o por tradición. No era una disyuntiva nueva. En 1978 el escritor anarquista Ricardo Sanz, en su libro Figuras de la revolución española, respondió que más que católicos por convicción lo son por tradición. Decía que siendo el pueblo español católico por convicción, siempre que en España se produjeron disturbios, aún sin tener ninguna relación ni motivaciones religiosas, lo primero que hizo el pueblo en rebeldía fue atacar las iglesias, los conventos y todos los centros representativos del catolicismo. Aquellos que defendían que el pueblo español era católico por convicción formaban parte de la derecha española. La misma que se posicionó a lo largo de la historia al lado de gobiernos reaccionarios y dictatoriales con los que, a su vez, colaboró activamente la iglesia española. Las quemas de iglesias en muchas de las grandes ciudades españolas en las revueltas producidas durante los siglos 19 y 20 se tienen que entender no como un ataque a las creencias religiosas sino a las instituciones y a la jerarquía eclesiástica que se posicionó invariablemente al lado de los poderes que sojuzgaban al pueblo español. La escritora Elena de la Souchère decía que esta asociación con la oligarquía había minado completamente el prestigio del clero entre las clases trabajadoras provocando una descristianización de las masas.
Esto nos lleva a cuestionar la tradición católica del pueblo español y a reivindicar el ateísmo y el anticlericalismo que definieron a un sector de la población española. A la derecha le gusta hablar de España como un país católico y obviar las corrientes anticlericales que surgieron espontáneamente, durante los siglos 19 y 20, cada vez que se cuestionaban las políticas reaccionarias compartidas por las élites y el clero. Esta ocultación va dirigida a presentar la historia española de forma monolítica presentando los valores conservadores, impregnados de religiosidad, como homogéneos y participados por la gran mayoría del pueblo. Intentan confundir el hecho de que la iglesia estaba presente en cualquier aspecto de la vida de las personas, tanto en los pueblos como en las ciudades, con la suposición de que todas esas personas eran prosélitas. Esta intencionalidad de la derecha española es seguida también por la europea que reclama la herencia cristiana de Europa. Obvian de forma interesada, por ejemplo, a los revolucionarios milenaristas de la edad media, que lucharon por la libertad, la igualdad y la abolición de los privilegios de las clases dirigentes, y que también forman parte de nuestra herencia cultural.
La práctica de gobierno de la derecha va dirigida a imponer una mirada rígida sobre la historia española imponiendo sus valores, principios y creencias y ocultando aquellas que las cuestionan y que ofrecen una imagen del pueblo español más diversa y menos proclive a compartir las convicciones de las élites que no son, de ninguna manera, universales. Esta estricta mirada no es baladí puesto que tiene la pretensión de definirnos y de conformar homogéneamente nuestras miradas. La derecha no solo tiende a las políticas reaccionarias sino que también aspira a la hegemonía de sus creencias. María de los Dolores de Cospedal y sus correligionarios son un instrumento dirigido a normalizar las buenas costumbres que de manera invariable incomodan y enfadan a una gran parte de la población española sea atea, agnóstica o religiosa. Los ministros cantando una canción de guerra mientras se levanta a un cristo crucificado o las banderas a media asta por la muerte de una persona, sobre la que no existe documentación objetiva de su existencia, no dejan de ser extravagancias que no se van a convertir en normalidad. La única normalidad en todo este asunto nos lo indica la historia: la complicidad de los poderes conservadores y las fuerzas armadas con la privilegiada iglesia católica española. Pasan los siglos y siguen igual.
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