Ricardo era un ser humano (mejorado por polvos galácticos)
Cementerio Parque Memorial. Sector X. Un montículo de tierra a un lado del foso, del otro, un féretro abierto. La tapa de ébano de Ceylán había sido arrancada con brutalidad. Preciosas astillas de un rojo oscuro, parecían piezas de un rompecabezas, desparramadas sobre el césped. Las visagras, de plata peruana con incrustaciones de piedras preciosas, mostraban toda su inutilidad. Tules, sedas y brocados blanquísimos, como el helado de limón, parecían flotar, libres, fuera del cajón. A pocos metros, el cuerpo de Ricardo, abierto como si fuera una res, como dos medias reses caídas de sus ganchos, sobre un césped muy verde, prolijamente manicurado, como esos campos de golf de los supermillonarios. Cerca del cuerpo, o mejor dicho de los dos medios cuerpos, había un celular de última generación y un ipod. A Ricardo lo habían enterrado con algunos de sus juguetes. Muy poca sangre.
Martha tomaba un té sin azúcar, en una confitería de mesas de marmol oscuro, las butacas eran de cuero rojo repujado, y la vajilla y la porcelana de Grindley Shabby, todo paquetísimo, muy patricio [sic], muy ánglo. Sobre la mesa, un platito con cinco scones. Sus amigas más íntimas, que eran cuatro, la miraban con una envidia disimulada tras sonrisas de artificio. Ella era archi-multimillonaria, pero sin linaje, sus amigas por el contrario, con apellidos que se remontaban al tiempo de la Colonia, pero con mucha menos pasta. Hablaban del último desfile de modas. De las cualidades de Dalila y Medora para el diseño. A Martha no la convencía el arte psicodélico, que había entrado, de la mano de éstas dos diseñadoras, para mediados de la década del 60.
-No sé, me parece muy revolucionario, muy hippie, muy… no sé.
Quedaron que irían al próximo desfile en el Di Tella, donde la Puzzovio presentaría su colección de primavera-verano. Martha no estaba muy convencida, le parecía muy avant garde. Las otras cuatro insistieron, le rogaron. La próxima semana al Di Tella. Martha les preguntó a sus amigas que opinaban del maravilloso –usó ese adjetivo- Ministro Adalbert, dijo que su marido Carlos, y Felipe, su suegro, estaban encantadísimos con las medidas del Ministro. La fábrica había duplicado sus ganancias en cuestión de medio año.
-Y con respecto a nuestra seguridad, el General sabe lo que hace.
Las cuatro amigas asentieron. Una dibujó una muequita de beneplácito con los labios, otra introdujo un comentario sobre el sacrificio de los empresarios, otra sobre las desmedidas demandas de los obreros, y la última remató con el siniestro rumor, que andaba circulando, sobre el retorno del tirano. Dios nos libre, dijeron todas al unísono. Felicitas, Victoria y Agustina se despidieron. Se recordaron muy excitadas la cita para el Di Tella. Risitas, elogios y muchos saludos a las respectivas familias. Besitos en las dos mejillas, sin rozarse, a lo francés. Felicitas explicó que tenía una cita con su modisto, Victoria, el turno con su dentista, y Agustina, una cena muy especial.
–Special dinner, dijo.
Con su marido, celebrarían las bodas de algodón, en un restaurant muy chic y muy íntimo de San Isidro.
-Tengo que prepararme, dijo Agustina.
Risitas cómplices. Luego exclamaciones de las otras cuatro, una dijo,
-Ya pasaron dos años, que barbaridad, nos estamos poniendo viejas.
Todas festejaron la ocurrencia. Salieron por Marcelo T. de Alvear, los chóferes esperaban sobre Maipú, casi Paraguay. Limusinas negras.
Ricardo organizó un viaje a Disney World, viajaron de Miami hasta Orlando en su Rools Royce Phanton Z, color azul turquesa eléctrico, la denominación de fábrica es Azul Constantinopla. Lo acompañaban sus amigos, que también son sus empleados, sus amantes y sus discípulos. Son como una troupe de circo, donde Ricardo hace la función de manager, de dueño, de gran bufón, de inversor, de dilapidador, de constructor de nadies en artistas, de comprador de voluntades en saldo, de traficante de almas en pena. Ricardo tiene 43 años, y su nuevo amante, Rodrigo, sobrepasa apenas los 19. Es un muchacho de provincia, pero futura estrella de la canción latina en Miami. Un futuro Julio Iglesias, padre, hijo, y si nos descuidamos, proximamente también nieto, o tendría que decir, senior, junior and grand-junior, and the Holy Spirit. También iba Sandra, una ex-vedete cincuentona, pero muy juvenil. Leo, que es otro de los efebos de la corte, o del ágape, o del simposio (de esa Grecia clásica sin ningún Sófocles), muy joven, muy hermafrodita, como Rodrigo, y como éste también, futura estrella. Tres o cuatro guardaespaldas, que son gigantescas figuras, rellenas de anabólicos transformados en masa muscular, con sus cuerpos tatuados con dragones y castillos medievales. Llevan colgados collares, cadenas, amuletos, rosarios, de oro, de plata, de platino, de piedras semipreciosas, en el cuello, las muñecas, los tobillos. Ricardo también tiene su cuerpo casi totalmente tatuado. Escorpiones, serpientes, cruces celtas, alas de aves rapaces, nombres de amantes, simbología del Oriente lejano, maori, de la Grecia clásica, de Gilgamesh. Ricardo tiene que usar una muleta, a veces dos dependiendo de la intensidad del dolor en su rodilla, en la espalda, en sus cervicales. A veces tiene que transladarse en un carrito eléctrico. Su columna vertebral está deteriorada, también su rodilla izquierda, su cuello se fue torciendo progresivamente en los últimos años. Son una empresa, pero también un grupo de amigos, y también un grupo de amantes, y tambien un grupo de futuras estrellas, salvo Ricardo que ya lo es. La productora de Ricardo, (porque Ricardo es un empresario del espectáculo, pero también un artista audiovisual, pero también un performer, pero también un cantante, pero también un compositor, pero también un músico, pero también su único biógrafo (por el momento), pero también un artista incomprendido que quiere que lo comprendan, y desde luego, un amante y un amigo); realiza reality shows, que es un invento sudamericano, como tantos, donde la vida cotidiana de los famosos, ahora les dicen mediáticos, (su club de fans -el oficial y los muchos semioficiales- dicen que Ricardo es un artista), es el tema, el argumento, la trama, los personajes, la tensión, la estructura, el clímax, todo. Ricardo dice que es un artista porque transmite emociones. El aire de la Costa del Golfo les abre el apetito. Llegan a un mall. Ricardo estaciona su Rolls. Entran. Son felices. Ricardo se siente orgulloso de mostrarles el mundo que conoció desde muy pequeño, se siente un civilizador, un Ruyard Kipling. Rodrigo, el bárbaro, se queja de la comida de los yankis, y aparte dice que los odia. Dice que tiene muchos químicos, que le están reventando el hígado. Ricardo lo mira condescendiente. Son esas trazas de barbarismo que él (piensa Ricardo), le tendrá que pulir. The white man’s burden. Era un Mc Donald’s, enfrente había un Pizza Hut y un KFC. Todos beben Cola-Cola, vasos gigantes de cartón. Ricardo pide una diet, no quiere engordar, dice, y no le tiene miedo al edulcorante sintético. En Disney World, Ricardo se disfraza de Pluto, de Pato Donald, de Godzilla, los otros de Mickey Mouse y Goofy. Están exultantes. Gozan. De vuelta en Miami, almuerzan en un Tex-Mex de comida rápida, en Lincoln Rd. Un mendigo los mira recostado sobre el césped del área de estacionamiento. Rodrigo se compadece y lo quiere invitar. Ricardo le dice que ni se le ocurra, que después no se lo podrán sacar de encima. Rodrigo replica ocurrente…
-Bue, qué se le va hacer, no todos tenemos la misma suerte.
Todos rien.
¡Qué lindo Miami, por Dios!, exclama Ricardo.
En la sobremesa, a Ricardo se le ocurre una idea brillante, clonarse. Aprovechar su cerebro y desechar el cuerpo, ya un poco deteriorado, admite. En otras palabras, clonar lo más valioso. Después de las quesadillas y los burritos, van a comprarse calzado deportivo. Ricardo reconoce tener más de 300 pares, pero dice que no se resiste a los nuevos modelos. Luego van al gimnasio del Yacht Club de Miami. Ricardo se siente solo. Está solo. Necesita a los otros alrededor suyo, que lo mimen, que le hablen, que lo adulen, que lo quieran. Les reprocha su falta de cariño. Los insulta. Ellos lo insultan. Se terminan riendo. Se abrazan, y vuelven a quererse, a ser amigos. Salen del gimnasio. En el trayecto a algún lugar, o a ninguno (da lo mismo), en el Phanton, Leo le dice a Ricardo que este grupo, que está con él actualmente, lo quiere mucho.
–Sí Leo, lo sé, yo también los quiero mucho.
Van a un Diner, una cadena de comida chatarra. Rodrigo se confiesa. Cuenta su historia de cuando no era nadie, su trabajo de caddy en el Golf Club de su pueblo de provincia, las monedas que ganaba al cabo de los 18 hoyos. Que hace algunos años, cuando era caddy, su sueño era ser profesor de educación física, pero solo había terminado la escuela primaria, y que ahora no sabe, pero está seguro que su futuro será el de ser artista.
Aparece Jonathan, otro efebo, y también futura estrella. Acabó de llegar a Miami, en vuelo directo. Surgen problemas, roces de personalidad, celos, rencillas, envidias. Tienen una reunión para aclarar la situación. Ricardo está dolido, se siente traicionado, siente que el agradecimiento que recibe de sus pupilos es miserable, comparado a todo lo que éstos reciben de él. Es un mecenas no gratificado, no recompensado. Un Lorenzo de’ Médeci frustrado. Los futuros artistas juran que lo único que les interesa es su carrera artística, trabajar duro en eso, y que odian el chismerío, los puteríos y las mariconadas. Dejan medianamente complacido a Ricardo. Jonathan le dice a Ricardo que él vino a Miami a trabajar. Salen para el sanatorio Mount Sinai de Miami. Ricardo tiene que hacerse un chequeo antes de su próxima operación. Decenas de placas de Rayos x muestran 36 puntos lumínicos, a lo largo de su columna vertebral en forma de S. Salen de la clínica y vuelven a la lujosa casa que Ricardo compró en Miami, hace un par de años. Se preparan para la noche de estreno (artístico) de Jonathan, en el Open Stage. El lugar está colmado de gente. Son cinco mesas ocupadas, las cinco mesas del local, con 23 personas sentadas alrededor de las cinco grandes mesas redondas, entre las que se encuentra toda la troupe de Ricardo. Jonathan canta, Piensa siempre en mí, un tema melódico escrito por Ricardo. Ricardo lo acompaña en el otro micrófono. Ricardo se roba el show. Aplauso cerrado y sostenido, al final.
-Te tengo que contar algo Leonor, le dijo Martha a la única amiga que se había quedado en la confitería. Pero antes de comenzar con la confidencia, Martha le dijo a Leonor que tenía que tomar algo más fuerte, porque no sabía si tendría coraje con solo un té en el estómago. Martha llamó al mozo. Le pidió dos copas de champán,
-El de siempre, por favor, con un chorrito de wisky, pero ojo, no se pase con el chorrito. -Sí señora, ya mismo, no se preocupe señora.
Leonor le insistía a Martha que comenzara a contar el asunto. Que la había puesto ansiosa. Martha le replicó que tenía que tomar algo antes de decírcelo, que tenía que esperar por el champán. Después del primer sorbo, Martha le dijo que tenía que jurarle, ante la Virgen de la Merced, que lo que le dijera debía quedar entre ellas dos, que nadie más podía enterarse, que Leonor sería la única conocedora de su secreto. Leonor hubiera jurado por todas las vírgenes y por las no tanto.
-Jurámelo, le ordenó Martha.
-Te lo juro Martha, seré como una tumba.
Cuando Martha estaba a punto de comenzar la historia…
-Ya sé, no me digás nada, le metiste los cuernos a Carlos, le dijo Leonor.
-No, no fue tan así, y hablá bajito por favor.
Martha le dijo que no sabía como comenzar, y tomó otro sorbo de champán, éste mucho más largo que el primero. Algunas burbujitas le subieron por los agujeros de la nariz, hizo una mueca de desagrado.
– Resulta que conocí a un hombre muy especial. Ya sé que todas dicen lo mismo, no pretendo ser original, pero éste no era especial por lo que te estás imaginando, sino que especial en otro sentido. Todo sucedió muy rapido, prácticamente no me di cuenta de nada. El tipo no era como te lo estás imaginando, un churro a lo Alfredo Alcón, todo lo contrario, bajito, orejudo, una pera muy pronunciada, nariz chiquita y sin personalidad, muy flaquito y cabezón. Cuando desperté, estaba todo consumado. Sobre lo que te estás imaginando, tampoco, no sentí nada, el tipo no cargaba nada especial, mas bien era una cosita bastante insignificante.
-Estoy embarazada.
Terminaron el champán.
Ricardo visitaba los platós de programas de cotilleo, se peleaba con los panelistas, pero juraba que los amaba, los necesitaba para estar dentro de la pantalla de todos los hogares, para ser reconocido, querido, amado. Ya no había una mínima grieta, por pequeña que esta fuese, de su vida, sin haberla hecho pública. Aparecía deslumbrante, con tapados de oso polar, muchas veces ayudado por un muleta, rengueando. Hablaban de su salud. A él le encantaba el tema. Explicaba detalles de sus operaciones, los por qués, los cuándos, los dóndes. Se emocionaba al pensar que el interés del animador y los panelistas por su salud, su recuperación, su vuelta al espectáculo, podía ser sincera. También hablaban de su próxima cirugía, siempre había una próxima entrada al quirófano, en la vida de Ricardo. Pero también de sus giras artísticas, con sus obras de teatro, por capitales de provincia, pero también en la calle Corrientes. Y por supuesto, sobre su vida amorosa. Rodrigo, (abrir signo de interrogación) sería un vividor, o realmente lo quería, lo amaba (cerrar signo de interrogación). El conductor y los panelistas esperaban espectantes la respuesta. A veces Ricardo decía que Rodrigo era un ser maravilloso, otras veces que tenía dudas sobre la sinceridad de Rodrigo. Sobre sus hijos, Martha y Felipe, porque Ricardo también era padre. Ricardo había alquilado óvulos en los Estados Unidos, para la inseminación artificial.
-¿Cómo están tus hijos, Ricardo?, le preguntaba el animador o alguno de los panelistas.
-Maravillosos, los amo. Están con Gustavo, que es otro padre, aunque ellos lo llaman tío Gus.
Gustavo había sido una de las primeras parejas estables de Ricardo.
-Y tu mamá Martha, Ricardo, ¿cómo está?
-Ella es genial, es mi gran soporte espiritual, la amo.
Nació el bebé de Martha. El embarazo se desarrolló muy rápido, fueron tres meses de panza muy grande, y ya, a la maternidad. Carlos, el marido de Martha, practicamente no se enteró del asunto. Estaba atareadísimo con la fábrica, la comercialización, la publicidad, atendía practicamente todos los aspectos económicos, financieros, de relaciones públicas, y por supuesto los laborales, los problemas con el sindicato y la comisión interna, que siempre quería un mejor salario, mejores condiciones laborales y prestaciones sociales. Felipe, el fundador de la empresa, su padre, le iba delegando cada vez más responsabilidades. El bebé no era muy bonito, como suelen serlo los recien nacidos, bueno, no exactamente los recien nacidos, sino los de una o dos semanas. Este, a medida que pasaba el tiempo se ponía más feo. Su pera se le desarrolló desproporcionadamente, su quijada era casi cuadrada, no precisamente la típica carita redonda de los bebés. Sus orejas eran grandes y su cabeza también parecía desproporcionada a su cuerpo. Los ojos saltones y rasgados, la nariz era solo dos agujeritos. Cuando Martha lo vio por primera vez, se asustó. Confirmó defenitivamente sus sospechas, eso era producto de ese encuentro muy cercano, de hacía apenas tres meses. Martha mantuvo a la criatura lo más recluida posible, lejos de la vista de sus amigas, lejos de la vista de casi todo el mundo. Hasta que a los dos años, luego de muchas consultas con cirujanos plásticos, decidió intervener a Ricardo, para aquella época, Ricardito. Allí comenzó el largo historial de Ricardo con los quirófanos. La primera cirugía de Ricardito, fue la única con resultado exitoso. Tal vez porque fue la única en la que él no participó en las decisiones. De allí en más, las sucesivas, irian dejando a Ricardo con secuelas, que desembocarían en su trágico final. Ricardito fue creciendo como todo nene normal, hasta que un día dejaron de llamarlo Ricardito o Ricky y pasó a ser Ricardo. Un día también, ya adolescente, revisando los cajones de ropa interior de Martha, su madre, vio la única foto de él, de bebé. En un primer momento no se reconoció, pero se dio cuenta que no podría ser otro que no fuera él. La pera alargada, la mandíbula cuadrada, la nariz respingada de la foto no le parecieron mal, y los pensó como rasgos interesantes para su nuevo look. Lo que le desagradó era ese cuerpo raquítico, esas piernitas y brazitos insignificantes, que eran los suyos. Fue el comienzo de la transformación de Ricardo. Largas y agotadoras horas de gimnasio, de pesas, los famosos fierros, y toneladas de anabólicos. Lo que él no sabía, era que su ADN diferente, no estaba preparado para eso, desde donde el venía (genéticamente hablando) eso no se practicaba, y su cuerpo no lo toleraría. Le comenzaron a gustar los muchachos, cosa desconocida e impensable para los gustos y las prácticas de sus antepasados galácticos. Allá, eso no se acostumbra. Los 36 puntos lumínicos a lo largo de su columna vertebral, no eran más ni menos que un complejísimo sistema sinérgico-magnetobólico-cibergaláctico, usado por las civilizaciones FROM OUT THERE (como se dice), que habían intervenido en el desarrollo de culturas humano-cósmicas, tan misteriosas como la Babilónica, la Minoica, la Micénica, la Maya, la del Egipto de Mentuhotep II, entre muchas otras. En Ricardo, el complejísimo sistema, no había dado resultado.
El morocho encargado de la seguridad del cementerio, estaba pálido del susto.
-Yo sé que ustedes no lo van a creer, -le decía a los reporteros- esto no me lo va a creer nadie, pero se los juro por el Gauchito Gil. Aparecieron tres luces muy brillantes, que cambiaban de colores. Eran verdes, después cambiaron a rojo, y otra vez verde. Parecían linternas, al comienzo, pero después se fueron haciendo cada vez más grandes, hasta que aparecieron ellos, unos hombresitos grises, y me dijeron…
-Somos los Grises, no te pasés de vivo porque sos boleta. Venimos de muy lejos a hacerle un trabajito a Ricardo.