Salud y larga vida a los libros
La vida no es si no un álbum de fotografías.
El Museo de la Rendición Incondicional. Dubravka Ugresic
También podríamos decir que la vida es una sucesión de sobres que vamos abriendo a lo largo de nuestra existencia y que nos van desvelando el destino en el que nos vamos adentrando a lo largo de ésta.
De cualquier manera que lo expresemos, es más que evidente que, esa apasionante aventura que se inicia desde el momento mismo en el que el óvulo femenino es fecundado, ésta se convierte en un hecho insólito e irrepetible, una especie de milagro que, a lo largo de nuestras vidas, nos conducirá por apasionantes momentos y por duras experiencias que nunca creímos podrían alcanzarnos.
Yo por mi parte, y sin ánimo de convertir esto en una larga sucesión de confidencias, repasando la experiencia vivida, a pesar de los sinsabores y de las innumerables frustraciones en mi vida y como dice la canción de Violeta Parra, no tengo por menos que darle gracias a la vida.
Porque afirmar que la vida de todos aquellos seres que, hijos de rojos y por tanto perdedores de nacimiento, iba a estar marcada por el signo de aquella derrota, no dejaría de ser si no un ejercicio de hipocresía.
Si he de ser sincero, todo ese tejido de humillaciones y de privaciones de la posguerra se vio ampliamente compensado por los momentos francamente felices que hallé en el cine, en el teatro, haberme cruzado en algún momento de mi vida con algunos de esos luchadores que entregaron tanto de sus vidas al servicio de sus ideas, en el descubrimiento de los libros que me han acompañado a lo largo de mi vida, empezando por aquel Beau Geste de P. C. Wren, que me arrastraría con dieciocho años hasta el Banderín de Enganche de la calle Picos de Europa de Madrid, para alistarme por tres años en la Legión Extranjera, un día de septiembre de 1955. (La experiencia no me enriqueció ni me empobreció, pero permanece en mi memoria con toda su gama de blancos y grises).
(Conforme avanzo en la redacción de este artículo, se manifiesta la idea de que sería excesivamente largo hacerlo en una sola entrega, por lo cual, hablaré aquí únicamente de los libros que influyeron en mi vida).
De ese bosque de títulos de libros que viene a mi memoria , no puedo dejar de recordar aquí el impacto que sufrí con la lectura de Los miserables, de Víctor Hugo, así como mi despertar a una conciencia social con éste y Cuerpos y almas, de M.van der Meersch, un autor que arrasaba entre los lectores a principios de los sesenta. Añadiré a esa nómina de autores el nombre de Mika Waltari, que con su Sinuhé, el egipcio, fue abriendo una brecha por donde años más tarde se abrirían paso los Alfonso Sastre, B. Brecht, los Goytisolo, los Sánchez Ferlosio, las Laforet y un sin número de autores y autoras que influirían decisivamente en mi vida.
Especialmente deslumbrante me pareció (y me lo sigue pareciendo hoy) La lluvia amarilla, de J. Llamazares, así como su Luna de lobos, fantásticas narraciones ambas que nos introducen en la intimidad del hombre que se niega a abandonar la tierra donde nació, que alimentó durante generaciones a aquellos que ahora descansan a escasos metros de donde él mismo espera la irremisible muerte; de las horas heroicas y llenas de matices de la guerrilla antifranquista en León. Sería tarea ardua resumir aquí sesenta años de lecturas, partiendo de aquellos tebeos de los años cuarenta que nos intercambiábamos los chicos, entre noticias de asaltos a bancos de invisibles guerrilleros urbanos que hostigaban al régimen, entre noticias de la guerra de Corea, estrenos de películas “escandalosas” en las que los más pequeños teníamos que conformarnos con que los más mayores nos explicaran los besos de Gleen Ford y las hazañas de Alan Ladd en las pantallas; entre carreras de chapas, dreas, duelos con los peones, naranjas picadas, boniatos y noticias que se filtraban con aquellas primorosas cajitas elaboradas por los presos de Ocaña o de cualquier otro penal de todo ese tejido penitenciario en el que el Señor de El Pardo había convertido la patria. Pero sería ingrato de mi parte no mencionar aquí algunos nombres que, con el paso del tiempo, me llevarían a escalar las a veces ingratas lecturas de J. P. Sartre o A. Camus, por poner ejemplos. Supongo que, donde yo escribo W. S. Mauham, L. Bromfield y P. S. Buck, Salgari, Papini etc., otros dirán Hegel, S. Kirquegard o Dante Aligheri, pero muchos tuvimos que dar un amplio rodeo hasta ser tocados por la luminosa llama de Lenin (¡hostias!, qué total me quedó esto último.)
Pues sí; desde aquel primer Curzio Malaparte que nos llevó de la mano por las trincheras nazis y por la retaguardia americana, con visiones dantescas de la segunda guerra mundial, en Kaputt y La piel, hasta el libro de García de Cortazar que acabo de leer, una vasta nómina de autores (no todos marxianos) se abre paso en mi memoria: Huxley, Isabel Allende, Hemingway, Barea, Mark Twain, Kiplyng, Doris Lessing, la Beauvoir de La mujer rota, las entrañabilisimas María Teresa León y Constancia de la Mora deMemoria de la melancolía y Doble esplendor, respectivamente, el más luminoso Miguel Hernández de Viento del pueblo yCancionero y romancero de ausencias, la luz, la luz siempre presente de la pluma de Machado iluminando aquellos pobres Campos de Castilla y la senda de los derrotados que abandonaban la patria en llamas en 1939. Zola, Galdós, Neruda, Orwell, el Bradburi de las Crónicas marcianas, Calvino, los desoladores páramos de Rulfo, las vigorosas páginas del Jack London de El talón de hierro Hidalgo de Cisneros y su universo de lealtad republicana de Cambio de rumbo, G. Durrell, Coetze, Madariaga, Baroja, Gorki, Manuel Rivas, Delibes, Mishima, Ignacio Aldecoa y los mejores cuentos de la posguerra, Dolores y su Ünico camino, entonces aún prohibido en España García Márquez, Manuel Scorza y el brutal Perú de explotación donde se vive y se muere cada día, el irrepetible Ciro Alegría de El mundo es ancho y ajeno, ese tajo en la poesía que es César Vallejo; Azaña, que es tanto como decir Cervantes o Lorca, o España., o Max Aub, que tanto monta monta. Y digo John Steimbek, y una larga caravana de sin tierra y de personajes desposeídos se pierde en el horizonte de mi memoria. Benedetti, Roa Bastos, tienden su rica prosa contra la intolerancia, como un puente entre los pueblos y las civilizaciones. Dónde iré que no me encuentre algún personaje de ese río interminable de los cuentos de Julio Cortázar, Onetti, Rivero, por no citar aquí a todos eso historiadores, Pierre Vilar, G. Jackson, Tuñón de Lara, Luis Romero…que contribuyeron con sus obras a esclarecer la historia de estos pueblos. John Reed sumergiéndose literalmente en los ríos de fuego y de pasión revolucionaria de aquellos días del México insurgente de 1910 y de octubre en Leningrado. Digo aquí Séneca, Ovidio, Platón, y la estancia se llena de imágenes del pasado, cuando el esplendor de la palabra se unía al afán de extender el imperio de las leyes y la cultura hasta los confines de la tierra, allí donde el hombre estaba atrapado por los hierros terribles de la religión y la superstición. Margarita Yourcenar, Jorge Amado, Valle Inclán, Borges, Salman Rushdie, Blasco Ibáñez, Guioconda Belli… ingrata tarea silenciar aquí los nombres de todos aquellos que en una hora o en otra contribuyeron a convertir nuestras vidas en un territorio apasionante, o cuando menos un poco más amable.
A aquellos tiranos del pasado y de los tebeos de nuestra infancia les sucedieron otros no menos crueles, y a estos, otros les seguirán que, en nombre de tal o cual civilización, invadirán, someterán a grandes hambrunas a las poblaciones más débiles; llevarán sus ejércitos si es preciso allí donde estrechamente conviven la mala hierba y el escarabajo pelotero Pero dejadme creer que, aún en un planeta calcinado, apenas habitado por seres como los personajes marginados de Fahrenheit 451, aún habrá aquí y allá un hombre, una mujer tal vez, que le cambie una vez más la cinta a su máquina de escribir, o que se disponga a escribir con medios más rudimentarios, tal vez para evocar cómo crecía la lavanda en los campos de su infancia, antes de que se perdiera en el horizonte el último soldado de la Coalición entre el humo de sus carros y sus camiones, dejando a su paso el rastro de sus latas de refresco y sus nauseabundos chicles, antes de que desecaran el último pozo, se bebieran la última gota de la vieja laguna, segasen la última espiga y quemasen el centenario roble que resistía en la plaza, o cómo éstos mataron al viejo violinista que los recibió con los acordes de la Internacional (un poco más achispado quizás ese día) en medio de unas palabras ininteligibles que solo los que le vieron rodar muerto por el suelo llegaron a entender, en las que, citando a un poeta español, venían a decir: venceréis porque tenéis sobrada fuerza para ello, pero no convenceréis, porque os falta la razón; o tal vez el poeta se disponga a escribir un largo poema en el que solo se puedan leer los nombres de todos los tiranos y sus numerosos crímenes a lo largo de la historia..
Cuidaos de los idus de marzo
¡Viva la República!