Saura: guerra contra la censura
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez. LQSomos.
Nadie como Carlos Saura Atarés (Huesca, 4 de enero de 1932-Collado Mediano, Madrid; 10 de febrero de 2023), abrió tanto camino en la memoria recuperada de la guerra y del franquismo en una lucha constante contra la censura hasta 1975.
Destacado, aunque irregular realizador, se erigió desde la segunda mitad de los años sesenta en uno de los más inquietos “francotiradores” contra la dictadura, de tal manera que casi cada uno de sus estrenos comportaban un desafío a la censura y a la miseria intelectual de la época. Esta es una tensión que se mantiene desde La caza (1965) cuya versión íntegra nunca fue recuperada, hasta ¡Ay, Carmela! (1990), pasando por las más abstractas como Ana y los lobos (1972) o La prima Angélica (1973), en las que no se olvida de dejar constancia de la violencia y la hipocresía del franquismo y de sus secuaces. Saura es el cineasta que mejor representa los miedos y la complejidad de esta España desgarrada de la posguerra.
Aunque se ha definido en alguna ocasión como “anarquista” (El Viejo Topo, nº 1, 1976), tal declaración carece de traducción concreta más allá de algunas posibles conexiones en Deprisa, deprisa (1981), o más concretamente en ciertas notas en ¡Ay Carmela¡ (1990).
Desde el principio de su carrera, a Saura le interesó mucho reflejar el pasado violento de una sociedad que vivía todavía fracturada bajo la represión y miseria de la dictadura. La caza, la película que además le abrió caminos de fama por los prestigiosos premios que obtuvo, es el mejor ejemplo. Sabemos desde el primer instante que en el escenario donde los cuatro protagonistas van a cazar conejos murió mucha gente en la Guerra Civil. “A montones murieron aquí”, le dice José (Ismael Merlo) a Enrique (Emilio Gutiérrez Caba), enseñanza y recuerdo del mayor al joven. Todo en la película recuerda a la guerra. José, el propietario del coto de caza, tiene escondido en una cueva un esqueleto de un muerto de la guerra. Los tres hombres mayores, a quienes el pasado persigue y el presente no les permite ser felices, se matan entre ellos. Sólo el joven queda vivo, no sabemos si para seguir recordando, prisionero del pasado, o como esperanza de cambio. Porque mientras los mayores preparan el enfrentamiento, con sus recuerdos, conversaciones, reproches y violencia contenida, el joven escucha música moderna en la radio y baila el twist con la sobrina del guardia de la finca.
En La caza, se trata de la obra maestra de Saura, un exponente de que, en verdad, el mejor de rechazo se hizo bajo Franco, al tiempo que una aproximación metafórica genial sobre la guerra española. Se trata de una muestra de lo que el cine español podía alcanzar gracias a un equipo técnico en el que destacan la fotografía en blanco y negro de Luís Cuadrado, pero quizás especialmente la capacidad de Saura en reciclar a actores tan ligados al régimen como Alfredo Mayo (nada menos que el protagonista de Raza) e Ismael Merlo (Rojo y negro), en contraste con el bisoño Emilio Gutiérrez Caba que acababa de protagonizar Nueve cartas a Berta (España, 1965), en la que encarnaba a un muchacho que trata de romper con el estrecho provincianismo de la época, de un padre “alférez provisional”, una madre sometida a la Iglesia y un clérigo familiar nostálgicos de los buenos tiempos fascistas. (El sentimiento de estar presente en un escenario marcado por las muertes violentas está presente en buena parte de la geografía nacional. En la localidad donde nací, hasta los más pequeños sabíamos que “allí se había matado a mucha gente”, se trataba de las tapias del cementerio y en ocasiones los niños apostaban sobre haber quién era capaz de caminar hasta allí en la noche oscura sin tener miedo)
La guerra aparece especialmente en La prima Angélica (1974) en la que cuenta como Luís (un José Luís López Vázquez ya rescatado de las astracanadas de españolito reprimido y torpe), vuelve a Segovia trayendo desde Barcelona los restos de su madre para inhumarlos en el panteón familiar. Allí pasaba los veranos, en casa de su tía Pilar y la prima Angélica. La guerra civil retuvo a Luís en Segovia, lejos de sus padres y la convivencia con Angélica despertó sus primeros sentimientos amorosos. El hombre evoca aquellos días y vuelve a su infancia con una prima Angélica casada y madre de una hija. Esta fue una de las películas más conseguidas de Saura bajo la dictadura, y lo hizo utilizando y trascendiendo el esquema narrativo de Bergman en Fresas salvajes. El personaje ya en el presente se introduce en unos viejos recuerdos que le llevan directamente a los años vividos durante la guerra civil en una pequeña ciudad de provincias (probablemente aragonesa).
La prima Angélica se convertirá de esta manera en la adolescente a la que amó siendo un niño, y en la mujer casada actual (Lina Canalejas). El detalle que uno de los patriarcas familiares (Fernando Delgado) fuese un arquetipo de fascista, y que tuviera que hacer el saludo a la romana por tener que llevar el brazo escayolado, provocó las iras de los adictos al régimen que tuvieron que “tragar” la ofensa, entre otras cosas porque la película fue premiada en Cannes. El “escándalo” contribuyó aún más a su éxito. De hecho, está considerada como la primera película en la que se adopta el punto de vista de los derrotados, de las víctimas.
También se ofrecen apuntes manifiestos en otros dos títulos, en Los ojos vendados (1978) que aborda un tema muy delicado, pero de los más definitorios del franquismo hasta el final –y después-, el de la tortura. Cuenta como un director teatral (José Luís Gómez) que se queda anonadado tras asistir a un acto contra la tortura, especialmente tras escuchar a una mujer argentina (Geraldine Chaplin). Poco después, inicia una relación con Emilia, una mujer casada que le recuerda tanto a la argentina que le ofrece interpretar su papel en un montaje sobre la tortura. Los ataques de la ultraderecha contra la obra no se hacen esperar, un apunte por lo demás francamente vigente en la coyuntura.
La siguiente es Dulces horas (1982), una de sus obras menores que figura en algunos listados de “películas sobre la guerra civil. Trata de un realizador Juan (Iñaki Aierra trasunto del propio Carlos) torturado por los fantasmas del pasado y la necesidad de dirigir una película. El relato confunde realidad, imaginación y pesadilla, yendo de la edad adulta a la infancia, y viceversa. Sin embargo, el trauma de la guerra parece repercutir en sentimientos y situaciones personales, individuales, sin que el trasfondo histórico llegue a alcanzar vida. Con el remordimiento por el envenenamiento de su madre y la creencia de que consumó un incesto con ella. Se trata de unos títulos menos apreciado del director.
Pero el título por excelencia sobre el acontecimiento es ¡Ay Carmela¡ basada en una de las obras teatrales más reconocidas del izquierdista dramaturgo José Sanchís Sinisterra (Valencia, 1940), que había tenido un considerable éxito en los escenarios y que para Saura significó su reencuentro con Rafael Azcona. Saura se apoya en un trío de magníficos interpretes (Carmen Maura, Andrés Pajares y Gabino Diego), la película cuenta la historia de un trío de cómicos más bien picaros (o sea que ante todo procuran sobrevivir), que amenizan como pueden la vida de los soldados republicanos; pero, cansados de pasar penalidades en el frente, se dirigen a Valencia. Por error, van a parar a la zona nacional, donde caen prisioneros. La única manera de salvar sus vidas es representar un espectáculo para un grupo de militares, que choca de lleno con la ideología de los cómicos, con su humanidad básica. Aparte de rendir un homenaje a la gente llana de la República, se ofrecen detalles de los que se podrían desprender unas calurosas simpatías anarquistas.
La película fue una de las más premiadas del cine español. Antes de realizarse fue muy sorprendente la unión entre el director y sus protagonistas, porque procedían de géneros cinematográficos muy diferentes: Carlos Saura, representante de un cine de autor, Carmen Maura procedía de un cine innovador —había colaborado en la mayoría de películas de Pedro Almodóvar— y Andrés Pajares tenía sus orígenes en un cine populachero. La principal diferencia entre la representación teatral, y la película es que la primera era un monólogo que se apoyaba en la personalidad e intensidad de Paulino y el simbolismo evidente de todo su desarrollo temático. Por lo que se refiere a los intérpretes de la película, el peso lo llevan los dos principales actores encarnando a dos tragicómicos. Carmen Maura transmite veracidad a través de su manera de estar y de modular su voz. Andrés Pajares borda su personaje seguramente porque es un showman. El papel de Gabino Diego es como el de un animal de compañía que busca cariño y por eso hace monerías, para obtener el agrado de las personas. Diego encarna a un joven mudo que pronuncia la primera palabra cuando ya se ha producido la tragedia.
Dejamos constancia de un documental Retrato de Carlos Saura, dirigido por José L. López Linares que recorre su itinerario a través de todas sus películas. La guerra civil, Buñuel, la pintura de su hermano Antonio, Geraldine Chaplin y su padre, el flamenco, el tango, el franquismo, la censura, la fotografía y toda la historia de España confluyen en la intensa actividad artística de un autor cuyo interés en relación al gran trauma de la guerra española resultó un auténtico dolor de cabeza para la dictadura.
Filmografía de Carlos Saura. Fuente: Wikipedia
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Su obra es muy extensa, creo que en el denominado cine quinqui fue un descubridor-relator de la realidad del momento, siempre pionero. Y no se puede olvidar una mención a Carmen, una auténtica obra de arte para todos los sentidos