Shakespeare explicó cuándo ha de morir el rey
Arturo del Villar*. LQS.Abril 2019
Shakespeare ilustró a los espectadores de su tiempo, y a cuantos los siguen en los siglos posteriores, sobre cuál debe ser el comportamiento del pueblo
El 23 de abril según el calendario juliano de 1616 falleció William Shakespeare, probablemente el poeta más leído y el dramaturgo más representado internacionalmente. Él lo adivinaba, y por eso hace decir al senador Casio después de ejecutar a César para salvar a la República de su ambición dictatorial: “¡Cuántos siglos presenciarán esta sublime escena en naciones no creadas todavía, y en lenguas todavía no conocidas!” (Julius Caesar, primera escena del tercer acto, escrito en 1607).
Gayo Casio es en la obra el conspirador principal, capaz de convencer hasta a Marco Bruto, protegido de César, para que forme parte de la trama. Los dos son defensores de la República, y rechazan que se haya designado a César dictator perpetuus, con un poder total de hecho sobre el Senado y el pueblo romanos. Desconfían de las intenciones de César, y cuando saben que Marco Antonio le ofrece por tres veces ceñir la corona real, aunque él la rechaza, sospechan que se trata de una argucia para ganarse la confianza del pueblo. De ese modo estaría en condiciones de acceder a la realeza, con el beneplácito general de quienes podrían considerarle un patriota desdeñoso de su medro personal, atento sólo al bienestar de los ciudadanos.
Hemos sufrido en nuestro país la mitificación del dictadorísimo, convertido por la propaganda en un ser perfecto, sin ambiciones personales, que pasaba las noches en vela estudiando la solución de los problemas nacionales para mejorar las condiciones de vida del pueblo. Además, él mismo se decía elegido por su Dios para salvar el destino de la patria, y los sacerdotes funcionarios que cobraban un sueldo del Estado lo corroboraban. Los vasallos ingenuos lo creían de buena fe. No es admisible que el populacho acudiera a las concentraciones en la Plaza de Oriente a favor de la dictadura por miedo a la policía. Los que sentíamos miedo nos quedábamos en casa.
El pueblo es muy voluble en la tragedia shakesperiana. Con un discurso bien expuesto se le puede convencer de cualquier idea. Se deja impresionar por los gestos y las palabras de los políticos. En este aspecto, parece que la condición humana no ha evolucionado en tres siglos. Incluso diríamos que ha empeorado, si recordamos las adhesiones inquebrantables a los dictadores en sus mítines, y lo que es peor, la puesta en ejecución de sus órdenes por inhumanas que sean. Un pueblo como el alemán, que ha dado a genios universales como Goethe, Kant o Beethoven, originó dos guerras mundiales y en las dos combatió hasta el último momento, sin aceptar rendirse para defender a los tiranos hasta que resultó imposible toda resistencia.
Psicología de las masas
Shakespeare conocía bien la psicología de las masas, lo que le permitió reproducir adecuadamente sus variaciones de opinión. El pueblo es una masa amorfa que sigue ciegamente al líder una vez lo ha aceptado. Carece de criterio propio, por lo que adopta la palabrería del que se ha colocado a su frente, y no la cuestiona. El pueblo romano se había librado de la monarquía, y gozaba de una prosperidad inusitada con la República. Era la gran potencia dispensadora de todos los recursos. El pueblo no podía aspirar a más, disponía de todo los necesario para su manutención y sus distracciones. La locución panem et circenses resume el cumplimiento de una política popular efectiva en su tiempo.
No debemos intentar juzgar la República romana con la mentalidad actual. Entonces las guerras de conquista facilitaban esclavos a los patricios, y gracias a su trabajo sin salario la economía era próspera y permitía sostener esas mismas guerras en Europa y África. El pueblo gozaba de prosperidad económica, y estaba contento con la situación política.
En la tragedia shakesperiana un grupo de senadores partidarios de continuar el régimen republicano tan beneficioso para Roma, teme que la ambición de César permita restaurar la ya superada monarquía. Por patriotismo desean impedirlo. No codician aumentar su prosperidad personal, porque poseen todo lo que podían apetecer. Les mueve únicamente el afán de defender la República, amenazada por el insaciable César, no satisfecho con su cargo de dictator perpetuus, sino que aspira a restaurar la monarquía y convertirse en rey.
La monarquía como tiranía
Casio organiza la conspiración para impedirlo y salvaguardar la República. En una larga y equilibrada conversación con Bruto en la segunda escena de primer acto, expone su aversión a la monarquía, por saber que inevitablemente toda monarquía es una tiranía: cuando solamente manda uno, y lo hace por la absurda ley de la herencia, sin tener que rendir cuenta de sus actos porque es irresponsable ante sus vasallos, puesto que no está sometido a elecciones periódicas para conservar su cargo, el verdadero nombre que le corresponde es el de tirano, aunque oficialmente se le denomine rey. Así argumenta Casio con probidad:
No sé lo que pensáis tú y los demás sobre esta vida, pero respecto a mí preferiría no vivir a hacerlo aterrorizado por el dominio de un semejante. Nací libre, como César y como tú; los dos estamos tan bien nutridos como él, y lo mismo que él podemos aguantar el rigor de los inviernos. […]
En nombre de todos los dioses, ¿de qué se alimenta este César nuestro, que ha crecido tanto? ¡Qué vergüenza para nuestro tiempo! ¡Roma, perdiste la raza de las sangres ilustres! Desde el diluvio, ¿qué generación se ha hecho famosa solamente por un hombre? […] Tú y yo hemos oído contar a nuestros padres que antiguamente hubo un Bruto que antes hubiera permitido al diablo eterno instalar su reino en Roma, que no a un rey.
Bruto no desea tolerar que César restaure la monarquía, que tantos males proporcionó a Roma en su historia. Es un ferviente partidario de la República, por ser el sistema de gobierno que mejor se adapta a la idiosincrasia humana. Le está agradecido a César por haberle proporcionado honores y prebendas, pero le es imposible mantener fidelidad a quien pretende convertirse en monarca, lo que equivale a tirano.
Entre el sentido del deber y el agradecimiento personal no es posible dudar. Un rey es por el hecho de serlo enemigo del pueblo, y en consecuencia debe morir en nombre de la libertad común. A Bruto le resulta muy difícil adoptar una decisión para unirse a los conjurados, por afecto al condenado a muerte, pero lo hace porque reconoce que tal es su obligación de ciudadano libre deseoso de mantener la libertad alcanzada por el pueblo con la República, Es en realidad el personaje más destacado de la tragedia, precisamente por tener que resolver ese conflicto íntimo entre el afecto personal y el deber general.
Libertad o muerte
Con el corazón dolorido Bruto participa en la conjura, dividido entre dos pasiones enfrentadas en su ánimo. Triunfa el sentimiento del deber cívico, y apuñala al que aspira a ser rey, en la primera escena del tercer acto. Su gesto llama la atención de César, que le dedica sus últimas palabras antes de morir, asombrado o tal vez conmovido al contemplar a su protegido entre los ejecutores: Et tu, Brute!, una exclamación que se ha hecho popular, porque representa el cumplimiento del deber político, sin atender a consideraciones particulares. Dos senadores, Cina y Casio, prorrumpen entonces en gritos de alegría, porque la desaparición física de César supone el mantenimiento de las libertades públicas, y desean participar la noticia al pueblo, ignorante de la trama urdida en su beneficio:
CINA.- ¡Libertad! ¡Independencia! ¡Ha muerto la tiranía! ¡Corred, proclamadlo, gritadlo por las calles!
CASIO.- ¡Subid a las tribunas populares y gritad: Libertad, independencia y emancipación!
Es el momento culminante de la tragedia. Los senadores romanos mataron a César, ante la sospecha de que deseara restaurar la monarquía en su persona. Era culpable nada más de haberlo deseado, sin poder llevar a la práctica sus planes, en el caso no comprobado de que fueran ciertos. Los conjurados se basaban en sospechas, que les parecían idóneas para el carácter de César. El general arrogante que una vez ordenó a sus tropas atravesar el río Rubicón para entrar en Roma, contraviniendo la prohibición expresa del Senado, en el caso de llegar a convertirse en rey sería con seguridad un tirano. Era preciso evitar esa mera posibilidad antes de que llegara a realizarse. No debía llegar a reinar, y no lo consiguió.
Muerte al rey
Shakespeare ilustró a los espectadores de su tiempo, y a cuantos los siguen en los siglos posteriores, sobre cuál debe ser el comportamiento del pueblo ante la monarquía. No tuvo ninguna duda: es preciso matar al rey, porque nadie lo ha elegido, ocupa el trono sin ninguna razón convincente, es irresponsable de sus actos, envía a sus fuerzas armadas contra los manifestantes que se atreven a oponerse a su dictadura, y es por todo ello un enemigo del pueblo. Como César, el rey debe morir. Es la justicia popular. Así es el mensaje que nos dejó en su tragedia Julius Caesar, que todos los días se representa en algún lugar del mundo en una lengua diferente, tal como él mismo hizo decir a Casio, el líder de los conspiradores, en la primera escena del tercer acto, recordada al comienzo con otra cita:
¡Y todas las veces que esto suceda, tantas veces se dirá de nuestro grupo que fuimos los hombres que dieron la libertad a su patria!
Lo mismo hacemos al leer su valerosa decisión. Les rendimos honores por haber evitado que la República se degradase en tiranía. Por el momento nada más, ya que las masas son tornadizas. Pero eso no rebaja el honor que les es debido. Ellos no organizaron una revolución, sino simplemente la ejecución de un enemigo del pueblo. Por serlo debía morir, aunque su muerte real y la representación de la tragedia en los escenarios no sirvan para convencer a los reyes de que deben abdicar mientras están a tiempo.
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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