Tauromaquia, razones frente a cinismo
Ser torturado, ¿un acontecimiento secundario para la víctima?
Cada vez que alguien pronuncia la frase "No soy aficionado a los toros" seguida de un "pero" me echo a temblar pues no suele fallar: esa declaración de intenciones inicial representa un escalar al peldaño de la ética para posteriormente precipitarse con ella a un pozo de indignidad pretendiendo que no se note tanto. ¿Cómo vamos a dudar de la objetividad de quien ampara aquello que no le gusta, verdad? Lástima que de tan empleada la estrategia ya haya perdido su efectividad, aunque algunos insisten y es que no tienen mucho más de lo que echar mano. Me recuerda en gran medida al tan manido: "Yo no soy racista, pero que negros, moros y rumanos se queden en su casa, que primero somos los españoles, ¿a qué vienen aquí?" Y claro, antes, después y en todo momento somos los seres humanos, ¿no?, como si no debiese ser, y de hecho lo es, totalmente compatible el respeto y convivencia entre especies, como si de la celebración de espectáculos violentos con animales dependiese la supervivencia moral y física del hombre. En definitiva, como si las opciones fuesen matar o morir.
El último ejemplo lo tenemos en un texto titulado "Bravura", que ha sido publicado en el suplemento dominical de un diario asturiano el día 18 y firmado por un tal Ramón Hernández, cualificado Presidente de una Peña Taurina. No es el único, sólo uno de los más recientes y si cabe un poquito más cínico que los que van en su misma línea, ya que el autor afirma que él puede abordar el tema con un rigor del que carecen los abolicionistas, cuyas alegaciones, dice, no tienen consistencia. Así que para este hombre coherencia y razón es asegurar, por ejemplo, que "la bravura del toro se impone al dolor de sus carnes", o que "el que una espada le destroce las entrañas es para él un acontecimiento menor, secundario", y en el paroxismo de sus elucubraciones y ya refiriéndose a nuestra especie indica que "morir en el fragor de la batalla no es doloroso ni para el enardecido guerrero que cae atravesado por una espada enemiga". Imagino que este individuo jamás ha observado las imágenes de heridos de guerra, que nunca ha escuchado sus gritos de dolor ni contemplado la angustiosa mueca en sus rostros. Hay dos clases de tontos: los que lo son y aquellos que se lo hacen, así que aún sabiendo que no se apeará de su idiocia escogida porque no hay mayor osadía que la del necio o la del hipócrita, a este hombre le vendría pero que muy bien leer los trabajos al respecto del veterinario Don José Enrique Zaldivar Laguía, dotados de la solidez científica y desprovistos de la memez testicular que a este neurólogo de burladero le falta y le sobra.
Añade que "ojalá la naturaleza tratase con tanta benevolencia a los seres humanos con cuya vida y muerte se encarniza". Sí, claro que hay ciertas tragedias humanas más prolongadas y dolorosas que esos minutos del toro en la arena que, según él, no constituyen una tortura. ¿Y?, ¿es que acáso mide el hombre la crueldad de sus actos en función de la demostrada por el azar, dando por buenos aquellos en los que se queda un nivel por debajo de los más brutales venidos de la mano del destino? Algunos pensamos que nuestra capacidad intelectual debe servirnos para distinguir el bien del mal y lo evitable de lo ineludible. El autor de "Bravura" al parecer no es de esa opinión.
Nos cuenta que los que participan directamente en la lidia del toro y los espectadores puede que no sean conscientes del sufrimiento del animal, y que en todo caso "en sus mentes no prima en absoluto lo doloroso atentos como están a la liturgia laica". Ole por este hombre: acaba de meter en su mismo saco de ignorancia a toreros, banderilleros, picadores y aficionados al indicar que el padecimiento físico del astado es un concepto que a todos ellos se les escapa, no por desprecio al mismo sino por desconocimiento. En cuanto a que no van principalmente a disfrutar de su agonía estoy de acuerdo, pero tampoco lo hacen de la del reo condenado a la pena capital la mayoría de los que observan entusiasmados su ejecución, y sea por venganza o por creencia en las virtudes de la pena de muerte el resultado es idéntico: que la violencia con animales y humanos, tan relacionadas entre sí, siguen encontrando vehementes defensores, unos sujetos que para que no haya interpretaciones retorcidas, siempre dejan muy claro su pleno respeto a toda forma de vida y el inmenso valor que le conceden a los derechos universales y a la libertad. Entre "bravura animal" y "valentía humana", sin duda me pongo del lado del miedo y del sufrimiento de una víctima que es obligada a entrar en la arena, antes que hacerlo de la estulticia de quienes elevan la tortura, sí, tortura, de un ser vivo a acto litúrgico imprescindible y virtuoso.