Tenemos memoria
Somos muchos, demasiados, los que hemos pasado por el infierno de asistir al asesinato de un ser querido. Testigos inútiles de algo que no podemos cambiar. Asumiendo día a día el vacío que deja la ausencia provocada por la mano criminal.
El luto se hace difícil. No fue un accidente. A veces lo intuyes, otras lo presencias y las peores eres, de pronto, protagonista de las noticias. No sabes que hacer y solo puedes recurrir a no olvidar, a no callar, a recordar. Descubres que tienes memoria.
Memoria. A muchos no les gusta esta palabra. Estas letras unidas que recuerdan. Nos quieren desmemoriados porque el olvido entierra la culpa. Es curioso cómo molesta a algunos que haya familias que recuerdan públicamente a sus muertos. Ciertamente les enerva que seamos impúdicos, que nos neguemos a encerrar nuestro dolor en la intimidad aséptica del hogar o los cementerios. Nuestros gritos les dan miedo, rompen la neblina del silencio cómplice de los que esconden. De quienes con su muda colaboración, en realidad, asienten. No quieren voces. Ni siquiera argumentan o están a favor, aunque lo estén. En público, no están orgullosos de sus crímenes, o de la complacencia con estos, al contrario, sienten vergüenza. Saben que está mal. Por eso pretenden incluso hurtarnos el dolor colectivo, pues el estruendo llama a investigar, a conocer, a comprender y el entender hace buscar, pedir, exigir reparación y justicia.
Hace diez años que asesinaron a nuestro familiar y desde el mismo momento en que supimos las circunstancias que rodearon su asesinato, enmarcadas en una operación contra todos los medios de comunicación que se encontraban en Bagdad, decidimos buscar públicamente justicia.
Nosotros, en este camino de memoria viva, hemos decidido unirnos a gentes de todo el mundo que claman por sus asesinados. Da igual que sean familiares de desaparecidos en Argentina, en Chile, en El Salvador, en Palestina, en Irak, o que estén en nuestro mismo suelo buscando a sus más de cien mil familiares enterrados clandestinamente en las cunetas. Todos formamos una gran familia que ensordece el ambiente de los sordos, de los que no quieren oír, de los que olvidan, de los desmemoriados.
Frente a los que quieren matar a nuestros muertos dos veces olvidándolos, nos alzamos quienes los revivimos recordándolos.
El silencio y el olvido son la impunidad de los asesinos.
Publicado en la revista Números Rojos