Tetas animales y humanas

Tetas animales y humanas

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Esta nota parte de una constatación rematada por una anécdota. Constatamos que, en Europa, los consumidores prefieren que los pechos femeninos sean breves mientras que en EEUU, los prefieren voluminosos. Por ello, las tetas son comedidas en el Viejo Continente y monumentales y hasta lactantes en los USA. Bueno, para gustos se hicieron los colores… La anécdota:

Mitología asiria: Dios-pez y Dagon

En una de sus innumerables comparecencias ante la televisión, el expresidente Trump fue preguntado por el presentador del programa: “-Supongamos que Melania [la esposa de Trump] sufre un terrible accidente y tienen que cortarle las piernas, ¿usted se divorciaría, la cuidaría, no haría nada? –No haría nada, responde Trump. El presentador vuelve a preguntar: -¿Y si tuvieran que amputarle los brazos? –No haría nada. Pero la tercera pregunta trae dinamita: -¿Y si tuvieran que cortarle los pechos? –Ah!… en ese caso, todo cambia, tendría que divorciarme”, responde Trump, rápido y seguro con su decisión.

Nos horrorizó la visión de una señora reducida al tronco pero que sigue viva ¿y hasta casada? gracias a sus enormes mamellas. Cuando nos repusimos del espanto, quisimos ojear la relación de los humanos con los pechos femeninos y nos fuimos a algunos antecedentes. Concretamente, a las mamas de unos animales míticos: las sirenas.

Primeras sirenas

Cuando el eurocentrismo se derrama hasta Mesopotamia, se difunde la especie de que las sirenas nacieron en la mitología asiria. Precisamente, ca. el año 1.000 ane, Dagon toma la forma de la diosa Atargatis y se transforma en una deidad semi-ictiológica. Dagon permaneció como dios nacional de los Filisteos, quizá asociado a un remoto culto al Dios-Pez, de ahí que los asirios tenían fama (apócrifa) de no comer pescado.

Derceto, forma semi-femenina de Dagon. Ilustración en Athanasius Kircher,
Œdipus Ægyptiacus. Cf. infra, en #Manatí sirenos-machos

En la Odisea, Homero no las describe. Y Ovidio las visualiza como aves de plumaje rojizo y cara de mujer. Apolonio de Rodas sostiene que eran mujeres de cintura para arriba y aves marinas yéndonos hacia abajo. “Suerte de aves infernales”, dictamina el liberto Cayo Julio Higinio. Y, el Physiologus del siglo II, las presenta como “forma humana hasta el ombligo y, más abajo, forma volátil”.

Judíos contra mesopotámicos: el Arca de la Alianza contra Dagon

Item más, en cualquier repertorio encontramos en docenas de pueblos los equivalentes sirénidos –semi-aviares o sin plumas-, desde Irlanda (donde las sirenas se llaman Merrow), hasta Escocia (Ceasg o Selkie) pasando por la Russalka eslava y, en Europa Occidental, por la más conocida Melusina. Asimismo, el estúpido afán homogeneizador propio de Occidente le ha llevado a fagocitar cualquier mitema que le recuerde a las sirenas de su aldea –en África sería la Mami Wata como podría haber sido cualquier otro; en Camerún, es Yengua y, entre los Maoríes Pania del arrecife. Para no aburrirnos con más enumeraciones, citaremos que “en Papúa Nueva Guinea [PNG], hay una leyenda acerca de un mítico Ri, Ilkai o Pishmary” (= pescadora), todas ellas ancladas en el dugong (cf. infra Otros sirénidos)

Logo asirio en la mitra papal

Por cierto, nos irrita sobremanera el abuso del tropo sinécdoque (= la parte por el todo y viceversa) en las divulgaciones etnográficas. Fijémonos en el anterior entrecomillado, ¿qué significa eso de que ‘hay una leyenda’?, ¿dónde, entre quiénes? Y, especialmente, ¿sólo una? En PNG hay cientos de pueblos indígenas, muchos dellos con lenguas ininteligibles entre sí y, por supuesto, con ‘leyendas’ propias. No podemos suscribir vulgarizaciones tan vulgares; los millones de zoquetes que se las creen, se verían tentados a ir por el mundo cortando cabezas de mermaids, imitando a los bromistas daneses que periódicamente le cortan la cabeza a la Sirenita del puerto de Copenhague –sería espantoso, ¿no?

Sirenas tetudas y con dos colas.
Aunque predomine el ícono de la sirena con una sola cola de pez,
no es difícil encontrar imágenes de sirenas ‘abiertas de colas’

Manatí

Escultura (¿) para turistas con pésimo gusto comprada en 1990 en las islas Trobriand y/o en el río Sepik (PNG) por P. Watt. Museum of Tropical Queensland (Australia) Pinchar sobre la imagen para ampliar

El agraciado Almirante Colón, informó de su primer viaje colmando las Yndias de las maravillas habituales en los bestiarios medievales –quizá las más conocidas sean las blemias, de origen romano, gentes sin cabeza y con un ojo en el pecho pero hay muchas más. De hecho, da fe de haber topado en el Caribe con ‘indios’ con cabeza de perro (cinocéfalos) aunque es cierto que también mintió reportando una abundancia de oro que nunca existió en aquellas islas. Incluso, el 4.XI.1492, apuntó minuciosamente que “había hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres, y que en tomando uno lo degollaban y le bebían la sangre y le cortaban su natura.” De ahí a ‘descubrir’ las sirenas no había ni un paso:

“9 de enero de 1493, cerca de la Española… De vuelta a Europa, el Almirante Colón ve deslizarse por las aguas a tres animales pardos cuyas cabezas ciertamente no recuerdan las de pez alguno. Son manatíes, pomposos anfibios que, por la misma dignidad de su corpulencia, han acabado por llamarse vacas marinas [peixe boi en galego] El Almirante reflexiona y piensa: sirenas… Y la inspección comprueba que se ha exagerado mucho sobre su cautivadora belleza. Piensa que son sirenos machos, porque esas caras resultan nada femeninas” (cf. José Durand. 1950. Ocaso de sirenas. Manatíes en el siglo XVI. Tezontle, México)

En efeto, la manatí tiene sus tetas pegadas a las aletas pectorales –también las humanas las tienen cerca de las axilas. Las mamas de la Trichechus spp. son minúsculas y están protegidas debajo de las aletas. No son fáciles de ver –salvo, obviamente, que hayan cazado a las madres o que estén amamantando. Los primeros marineros hispano-trasatlánticos, al verlo con una cola sin lóbulos y mamas bajo las aletas pectorales, era automático que los relacionaran con las sirenas –además porque los ojos de los manatíes son ‘algo’ humanos de manera que, cuando los hombres de mar miraban las aguas y vislumbraban un manatí, tendían a creer que eran sirenas observándolos.

Luego llegaron los Cronistas de Yndias, alguno imaginando desde la Corte aquellas tierras y mares –nos referimos al Pedro Mártir de Anglería (1459-1526) que publicó en 1516 sus Décadas de orbe Novo, por sus errores y por la sinvergonzonería de escribir sobre algo que nunca visitó, una lacra para la historiografía donde, sin embargo, menciona la palabras manatí.

Manatí amamantando durante 14-18 meses

En 1589, Juan de Castellanos publica sus Elegías de varones ilustres de Indias. Dos veces cita al manatí quien, cuando aún no se había cumplido un siglo desde la Invasión, era ya un mamífero renombrado en la Península Ibérica: “Si son gentes de buenos pensamientos / A quien es recebillos; si so gratas,/ Si vienen fatigados de hambrientos,/ Darémosles de nuestros alimentos (…) / Darémosles pescados de los ríos,/ Darémosles de gruesos manatíes / Las ollas y los platos no vacíos…Toparon luego grandes escuadrones,/ Infinita macana, dardo, flecha,/ De manatí fortísimos paveses / Do hacen poca mella los reveses”

En el cronicón de su descenso por el Amazonas, el cura Carvajal escribe sobre “manatís y otros pescados” incurriendo en el grave error de confundir cetáceos con peces. Por otra parte, algunos jesuitas no estaban seguros de que el Trichechus fuera un pescado y, por ende, apto para ser comido en viernes: “En las islas que llaman de Barlovento, que son Cuba, la Española, Puerto Rico y Jamaica, se halla el que llaman manatí, extraño género de pescado, si pescado se puede llamar animal que pare vivos sus hijos y tiene tetas y leche con que los cría y pace hierba en el campo; pero, en efecto, habita de ordinario en el agua, y por eso le comen por pescado, aunque yo, cuando en Santo Domingo lo comí un viernes, cuasi tenía escrúpulo, no tanto por lo dicho, como porque en el color y sabor no parecía sino tajadas de ternera, y en parte de pernil, las postas de este pescado; es grande como una vaca”. (cf. José de Acosta SJ. 1589. Historia natural y moral de las Indias, cap. XIII, libro III)

Un raro dibujo realista donde se reproduce con exactitud las mamas de la manatí

Alguna sirena muestra su fragilidad en las páginas de Pedro Mexía, [donde nos habla de una sirena cogida en una red. Se mostró tan acongojada, y eran tantas las lágrimas que recorrían su carita pálida, que los rústicos pescadores se compadecieron de ella y la soltaron], citadas por Antonio de Torquemada, pero las sirenas de las costas americanas son pronto sustituidas por los hombres marinos, cuya existencia está siempre justificada por testigos fidedignos y apoyada por argumentos de autoridad, con Plinio encabezando la enumeración y de cuya existencia dan cuenta, entre otros, Pedro Mártir, Léry o Antonio León Pinelo… Habitualmente el razonamiento para la existencia real de tritones y sirenas se basa en la idea muy difundida de que en el mar se pueden encontrar las mismas especies de animales y plantas que en la tierra” (nuestras negrillas; Rosa Pellicer, Zaragoza 1989)Ojos saltones y tetas hipertrofiadas: Pez mulier. Miguel del Barco, siglo XVIII

Ojos saltones y tetas hipertrofiadas: Pez mulier. Miguel del Barco, siglo XVIII

Los amerindios trituraban los huesos de los manatíes cazados para elaborar un remedio contra el asma y el dolor de oídos. Y un par de ejemplos, antiguo y moderno, de indígenas amazónicos: los Warao del delta del Orinoco llaman a la Vía Láctea Joinaba a narunoko (= estela del paso del manatí) Dicho sea para recordar que existe un corpus de etno-eastronomía. Por su parte, los Piaroa (Amazonía venezolano-colombiana) le temían y aseguraban que quien comía su carne, perecía indefectiblemente.

1533. Sirenos machos avistados durante la expedición de Hernando de Grijalva y Martín de Acosta por las costas americanas de la Mar del Sur. Un “hombre marino” que “se regocijaba de la misma manera que un mono, zambulléndose y bañándose con las manos, y mirando a la gente como si tuviera sentido.”

El segundo ejemplo nos ilustra sobre cómo la mitología original amerindia ha sido contaminada por la mitología de los Invasores: “En el pueblo sikuani [Amazonia colombiana] la primera menstruación se señala por un rito de paso que es el rezo del pescado. Éste se realiza en dos casos particulares: a los niños o niñas recién nacidos, y a las adolescentes que presentan la primera menstruación. Es un rito de protección que responde al mito de Bakasoloba. El mito dice que Bakasoloba era una niña que cuando le llega la menstruación por primera vez, es dejada sola en casa. Luego, los peces de los ríos van hacia la casa y raptan a la niña llevándola a las más profundas aguas donde la gente-pescado le hace el amor y ella se convierte en sirena. El rezo del pescado evita que los peces roben a la niña, evita que la niña enferme” (nuestras negrillas; cf. Laura Calle Alzate. 2016. La insaciable búsqueda de El Dorado : procesos hegemónicos y dispositivos de dominación en un pueblo sikuani de la Orinoquía colombiana. Tesis doctoral, UCM, Madrid)

Vimos que no todos los cronicones de Yndias creyeron que los manatíes y/o las sirenas fueran siempre hembras; también podían ser machos (cf. supra, Derceto asirio y dibujo del año 1533) Siglos después, vuelven las sirenas –machos pues violan y seguramente fecundan- a una adolescente pero la amerindia escapa haciéndose no mamífero acuático sino, y aquí está el descorazonador detalle, la occidentalmente mítica sirena –hembra.

Otros sirénidos

La extinta vaca marina de Steller (Hydrodamalis gigas) llegaba a medir 10 mts. y pesar entre 4 y 10 tns. Fue ‘descubierta’ en 1741 en Bering-Kamchatka y, en 1768, sólo 27 años después, fue abatida la que, probablemente, fue la última de su especie. Desde 1854, no se ha encontrado ningún rastro de este mega-dugong de agua fría, con dientes muy pequeños –señal de su larga adaptación al mar. Steller escribió que “La carne de los individuos adultos no se distingue de la de buey, y su grasa blanca y agradable se parece a la mejor mantequilla holandesa, sabe como el aceite de almendras dulces y tiene un olor francamente bueno, de manera que se pueden sorber escudillas llenas de ella.” Aquí tenemos la clave de su exterminio.

Dugong bautizado y disfrazado. Probablemente en Aden, Yemen

Como es bien sabido, el dugong es el pariente asiático del manatí. El Dugong dugon (Müller 1776), habita desde Nueva Caledonia y Vanuatu -en Melanesia- hasta Madagascar y Mozambique. Pueden navegar cientos de millas en pocos días y, a veces, cruzar simas y cordilleras oceánicas.

Por referirnos solo a Melanesia –tierra menos desconocida para nosotros-, el/la dugong es importante en la cultura melanésica. A menudo, su caza tradicional está (semi) permitida para festejar ceremonias antiguas como la de Hoot ma Waap en el norte de Nueva Caledonia). Está presente en las abundantes ‘fiestas del ñame’, en los tambores de PNG, en las decoraciones hechas gracias a su cuero, amén de que cucharas, ralladores y anzuelos se fabrican a partir de sus huesos mientras que sus dientes son ideales para elaborar los dijes y para romper las nueces del betel. De sus tetas, por ahora no hemos encontrado apenas referencias.

Pero, nunca huelga añadirlo, al igual que la del manatí, la supervivencia del dugong está en peligro, principalmente por factores antropogénicos como las colisiones con los barcos, la presión de los pescadores, la polución (incluida la acústica), el ecoturismo, la contaminación química y, en general, la degradación y la mengua de su hábitat. A todo ello, se añade un factor raramente mencionado: su elevada mortalidad durante su captura para la investigación científica. Así lo expresa el Informe cf. infra que, desgraciadamente, coloca la caza indígena a la misma altura que todos los desmanes anterior –equidistancia de la que discrepamos (cf. Dugong Status Report and Action Plans for Countries and Territories. UNEP/DEWA/RS.02-1, Nairobi. N/D, ca. 2000. ISBN 92-807-2130-5)

– Imagen de portada: “La roca de las sirenas” óleo sobre lienzo, de Eduardo Mateo Hale, 1894.
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