Treinta años de la acampada del 07

Treinta años de la acampada del 07

Por Cristina Ridruejo*

Eran tiempos de aprendizaje, tiempos de compartir comidas, asambleas, días de lluvia. Tiempos de pintar pancartas, de reflexionar y debatir, de hacer talleres y dinámicas sobre la injusticia en el mundo…

Por estas fechas, hace ahora la friolera de treinta años, estaba yo con mi tienda de campaña plantada en la Castellana, con veinte añitos y la ingenua ilusión de creer que la movilización del pueblo podía cambiar el mundo.

En septiembre de 1994, la Plataforma 0,7% convocó una acampada en el Paseo de la Castellana de Madrid, frente al Ministerio de Economía, pues allí se estaban elaborando los presupuestos generales del Estado para 1995. Sus reclamaciones al gobierno del PSOE, y en concreto a Javier Solana, que era entonces ministro de Asuntos Exteriores: que en los presupuestos del 95 se destinara el 0,7% del PIB a ayuda al desarrollo (porcentaje que, según la ONU, de aplicarse en todos los países ricos serviría para paliar el hambre en el mundo); que se condonase la deuda externa; que se democratizase la economía mundial y que se fijase un código de conducta para las multinacionales. La convocatoria, que empezó con una veintena de tiendas junto a la Plaza de Cuzco, frente al ministerio, recibió una respuesta abrumadora, y en unas semanas la acampada acabó ocupando desde el Bernabeu hasta la Plaza de Castilla.

Yo solo era por entonces una pipiola que hacía bulto y asistía a algunas de las grandes asambleas sin tener idea de nada, ninguna experiencia en movilización. Durante las primeras semanas, el despertador sonaba en la tienda de campaña y, tras adecentarme un poco en el bar de enfrente, el EMYFA, muy amigable con la gente acampada, me iba a la facultad para volver a la tarde. Luego con la llegada del frío, cada vez pasábamos menos noches ahí, pero la implicación y la movilización continuaba.

Eran tiempos de aprendizaje, tiempos de compartir comidas, asambleas, días de lluvia. Tiempos de pintar pancartas, de reflexionar y debatir, de hacer talleres y dinámicas sobre la injusticia en el mundo. Tiempos de leerse gruesos tacos de fotocopias en letra pequeña sobre la desigualdad y la política internacional, de leer y leer hasta enterarse de cómo funcionaba el sistema de cooperación al desarrollo. Tiempos de ilusión, de manifestaciones y acciones creativas, de repartir octavillas. Eran tiempos de antes de los móviles, de ir enterándose a cuentagotas, porque alguien recibía alguna llamada al fijo, algún email o incluso fax sobre lo que se cocía en otras ciudades, en otras muchas ciudades.

Porque la mecha prendió en todo el país: en cada ciudad se organizaba una Comisión 07 y se montaba una acampada. En la de Barcelona llegó a haber 1600 tiendas de campaña. Se montaron acampadas en casi todas las capitales de provincia y en muchas ciudades más. Delegados y delegadas de casi todo el país vinieron a Madrid para celebrar una gran asamblea. La Comisión de Exteriores del Senado recibió a representantes de la acampada para que les explicasen las propuestas, y con el asesoramiento de juristas y economistas, se elaboró una propuesta de enmienda a los Presupuestos Generales.

En Madrid, aparte de la propia acampada y las manifestaciones, se llevaron a cabo montones de iniciativas: una cadena humana recorriendo toda la Castellana, un encierro en la Facultad de Matemáticas de la Complutense, gente que se descolgó rapelando por el viaducto con unas larguísimas pancartas de tela; activistas que, envueltos en sábanas blancas como fantasmas, se encadenaron a la verja del Estado mayor militar, en Cibeles; gente que descolgó grandes pancartas en los puentes sobre la M30; y hubo gente que hizo huelgas de hambre por esta causa, ya desde el año anterior.

“La acampada de la solidaridad”

Miles de personas salieron a la calle entonces contra la expoliación perpetrada por las antiguas metrópolis coloniales y el injusto reparto de las riquezas mundiales en lo que se llamó la “acampada de la solidaridad”. Que yo sepa, no hubo ninguna movilización de tanto calado hasta muchos años después, en 2011, cuando surgió el 15M igual de inesperadamente.

Pensándolo bien y desde el individualismo que corroe cada vez más nuestra sociedad, no deja de ser chocante que en 1994 tantísima gente decidiera plantar cara al sistema por un asunto como este. Se pueden hacer muchas críticas al movimiento del 07% y al propio concepto de ayuda al desarrollo, pero la cuestión es que miles de personas se plantaron con sus tiendas de campaña en la calle, en un acto de desobediencia civil sin apenas precedentes, para expresar su rechazo a la desigualdad mundial, a la opulencia de los países ricos basada en el expolio de los países empobrecidos.

Para comprenderlo, también hay que recordar que 1994 fue el año del desgarrador genocidio de Ruanda, y que en aquellos años el hambre en el mundo era brutal: según datos oficiales, morían de hambre 100.000 personas al día. Precisamente en aquel año de 1994 se llevó el premio Pulitzer la famosa foto de Sudán que recogió la Comisión 07 en uno de sus carteles:

Desde muchos ámbitos se caricaturizó un poco aquella movilización que abogaba por la lucha no violenta, como una panda de hippies ingenuos cercana a la tradicional “caridad cristiana”. Y es cierto que había allí ingenuos y que había cristianos, pero combativos, no apoltronados, y también había otras muchas gentes de lo más variopintas, y juventud a raudales: allí había de todo menos políticos. Lo que se defendía en aquellas acampadas era “un cambio radical de rumbo de la política internacional del Norte, del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de las multinacionales”. El manifiesto de la acampada de Madrid empezaba así: “Estamos aquí acampados para manifestar nuestro desacuerdo con el flagrantemente injusto orden internacional en que estamos inmersos y para cambiarlo. Mientras tanto, los políticos siguen actuando despreocupadamente, como si los recursos fueran ilimitados y aceptando pasivamente un mundo injusto, militarizado y consumista”.

En general el mensaje que transmitían los medios de comunicación simplificaba todo esto, quedándose con la idea simplona y anticuada de “ayudar a los pobres” y obviando el discurso más radical contra el sistema que había empobrecido a la mitad de la humanidad (véase abajo el manifiesto completo). Pero aquel movimiento sacudió muchas conciencias y fue el germen del lema que se popularizó unos años después: OTRO MUNDO ES POSIBLE.

La cooperación al desarrollo

La reclamación principal, que eclipsó en los medios de comunicación todo el resto del discurso, era que España destinase el 0,7% de sus presupuestos generales a ayuda oficial al desarrollo. ¿Qué ha pasado con eso desde entonces?

La acampada se cerró con la promesa del PSOE, mediante una “enmienda transaccional”, de subir al 0,5% la ayuda, que por entonces no llegaba más que al 0,25%.

En 2024 puedo decir que no solo aquel gobierno, sino ningún otro ha llegado jamás a ese 0,5% (el 0,7% ni mentarlo). A lo máximo que hemos llegado en todos estos años es al 0,45%, gracias a Rodríguez Zapatero. Después, en 2011, llegó Rajoy con las tijeras y el resultado de sus recortes, cuando acabaron los programas en curso, fue que para 2013 España tocó fondo: el 0,15%, y en esas cifras se mantuvo durante todo el mandato de Rajoy. Para que veamos lo lejos que está este asunto de la “caridad cristiana”, cuando precisamente el partido que se supone defiende el catolicismo, recorta la ayuda al desarrollo. Pedro Sánchez amplió un poco, y ahora estamos aproximadamente en el 0,24%, es decir, en el mismo punto que estábamos en 1994 cuando arrancó aquella acampada. Muy mejos del 0,7% pero también muy lejos del 0,45% de Zapatero.

Respecto a la forma de la ayuda, hay que decir que muchas personas, que al sumarnos al movimiento defendíamos únicamente que se aumentara el presupuesto, fuimos evolucionando. Tras tanta lectura y análisis sobre la forma en que se estaban haciendo las cosas, para algunas gentes la acampada acabó con mal sabor de boca, al comprender la trampa del sistema que constituían los créditos FAD (Fondos de Ayuda al Desarrollo). Consistían en conceder, en concepto de “ayuda al desarrollo”, estas líneas de crédito que únicamente servían para comprar a empresas españolas. Es decir, aquello más que ayuda al desarrollo, era ayuda a las empresas españolas. También había mucho que mejorar en la supervisión de las subvenciones que se entregaban.

Con el tiempo, hay muchos cambios que celebrar. El sector de la cooperación ha evolucionado muchísimo desde entonces. Hoy en día, el nivel de control de los fondos que se entregan es impresionante: auditorías, justificación de todos los gastos hasta el último céntimo, transparencia en la toma de decisiones, control exhaustivo de quién, cuándo, cómo y cuánto. Ojalá el gasto público de los distintos niveles de la administración, desde ayuntamientos y CCAA a ministerios y entidades públicas, estuviera sometido al mismo nivel de justificación y control. Otro gallo nos cantaría. El sector de las ONG, antiguo coladero de mamoneos varios, destaca hoy por su transparencia.

Por supuesto, sigue habiendo otros tipos de trampas en la Ayuda Oficial al Desarrollo. Por ejemplo, segun datos de la OCDE, hoy en día un elevado porcentaje de la AOD se gasta internamente en los países enriquecidos, pues se tiene el descaro de incluir los costes de atención a personas migrantes como AOD (lo cual supone el 20% en España, y nada menos que el 51% en Irlanda).

El mundo, en general, ha cambiado mucho. El problema del hambre se ha reducido inmensamente. En los noventa la FAO estimaba que un 18,6% de la población mundial pasaba hambre, casi una quinta parte. Ese porcentaje llegó a su mínimo histórico en 2019, un 8%, aunque desde la pandemia, la tendencia se ha revertido peligrosamente. En general, la gente no llega a morir de hambre como entonces, salvo en hambrunas puntuales causadas por sequías, desastres naturales o conflictos, aunque hoy en día vivimos en el mundo de la desigualdad supina, que opone la precariedad a la hiperconcentración de las riquezas, al tiempo que se pisotean los derechos humanos por doquier.

Aunque todas sabemos que este desaguisado no se arregla con ayuda, sino con un cambio radical de sistema que se lleve por delante el neoliberalismo extractivista neocolonial. Lo saben también muchas organizaciones, no solo pequeñas sino también algunas grandes, que luchan por la justicia.

Para ir contra este sistema, nos siguen sobrando los motivos.

* Miembro del colectivo editorial LoQueSomos
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