Tristeza y soledad de un solo indígena

Tristeza y soledad de un solo indígena

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

“The individual in primitive society has often been pictured as relatively exempt from constraint by the social group, more free to do as he pleases” (A. Lovejoy, G. Chinard, G. Boas y R.S. Crane (eds) 1935. Prolegomena, p.9 en Documentary History of Primitivism and Related Ideas; vol 1, Baltimore)

Recapitulando sobre el caso del indígena brasileño que vivió en absoluta soledad desde 1995 –el índio do buraco o índio Tanaru– y que murió durante el verano austral de 2022, el avezado informador Ferrán Barber publicó el 06.I.2023 un reportaje sobre El hombre más triste del mundo. Nos llamó la atención el adjetivo triste porque significaba que la Psicología estaba invadiendo la Antropología. Si nada sabemos del susodicho individuo, ni su lengua –nunca se le escuchó la voz- ni su pueblo –Tanaru no es etnia-, entonces, ¿por qué triste y no alegre? La nota que sigue intenta comentar dos de los términos –soledad y tristeza– que dominan esta recapitulación. Huelga añadir que redactaríamos lo mismo si Barber hubiera resaltado la hipotética alegría del anónimo sujeto, de ahí que encabezamos esta nota con una cita del mandarinato del año 1935 que sugiere la elección en la primitive society por la (dudosa) libertad individual (ese peculiar indígena amazónico –en adelante, IB- nos interesó desde que supimos de su existencia; ver Nónimo Lustre. 01.sep.2022. Robinson Crusoe en su propia casa)

Foto demasiado imprecisa pero es una de las escasas
que le hicieron al índio do buraco (IB)

El gran Barber subraya continuamente el desamparo de IB: la suya es una historia de soledad y de dolor; estamos ante una criatura angustiada y portadora de un trauma profundo. Pero también es un individuo valiente, angustiado, trauma profundo (bis), un maravilloso ejemplo de coraje inmenso y entereza humana y, además, lo suficientemente inteligente como para intuir que vivía observado. Pero su vida fue tan terriblemente triste como su modo de dejarla – una semana después de que hubiera fallecido, encontraron su cadáver adornado con plumas guacamaya a las que se atribuyen fines rituales-. Sin que falte la rutinaria adición cosmogónica pues le ayudó la relación espiritual que tenía con el bosque.

No podemos asegurar que IB adjudicara ‘fines rituales’ a las plumas de guacamaya que le sirvieron de mortaja pues pudo ser por casualidad o por alguna otra razón. Sin embargo, por la simple razón de que los amerindios en situación de aislamiento voluntario son ‘animistas’ –léase, no cristianados- es muy probable que conociera una “dimensión espiritual” de esta clase. Por lo demás, asimismo estamos casi seguros del motivo que le llevó desde 1995 a su soledad: en ese fatídico año, su pueblo (¿cuál?) fue exterminado por los invasores de la Amazonia. Este dato fehaciente, demuestra que IB y los ignotos sobrevivientes de aquellas matanzas sintieron frustración en grado máximo -frustración es un término polisémico que engloba el campo semántico de la ira.

Barber nos ofrece un dato comparativo: ‘Karapiru, otro hombre excepcional cuya familia fue asesinada y que pasó diez años vagando completamente solo por la selva… [fue] una criatura estigmatizada por un trauma abrumador que decidió no hablar jamás para preservar su vida’. “Había pasado diez años huyendo de todo, excepto de su pena”. Volvemos a lo mismo, ¿por qué pena y no pavor?

Cuando el organismo indigenista brasileño –la FUNAI- conoció la muerte de IB, expresó su imenso pesar, pero asegurando que había muerto por causas naturais. Es decir, negando implícitamente y con buen criterio que le hubieran aniquilado la soledad o la tristeza, agentes mórbidos en Occidente transmutados en unos aditamentos psicológicos que después dominarían los medios de incomunicación (cf. Nota de pesar – Índio Tanaru, FUNAI, 27/08/2022)

La FUNAI decidió enterrar al IB en su propia cabaña

Psicología de los Eminentes

Los lodos de hoy, prosperan desde los barros cuasi decimonónicos de las introspecciones absolutamente subjetivas de personajes históricos que perpetró Marañón –como Antonio Pérez, el ‘perverso’ y ‘traidor’ secretario de Felipe II. Un maremoto de arbitrariedad y extrapolaciones que desemboca en unas grotescas mezcolanzas médico-historicistas-psicologizantes que ahora están plenamente actualizadas por el historiador (¿) Stanley Payne para quien el proto-genocida José Antonio Primo de Rivera era un “orador de acentos sublimes, de ardorosa pasión” que, en su fuero interno y según la insondable sagacidad psicológica de Payne, dizque no gozaba con los continuos asesinatos cometidos por sus pistoleros falangistas. A continuación, un ramillete de citas cultas sobre los dos adjetivos que señorean el relato popular sobre IB:

Soledad

“Amarga y seca la soledad en tanto al menos que se siente como falta y no ha aprendido uno a irse alimentando de ella” (García Calvo, 1972)

Creen los cristianos, musulmanes y judíos que Dios-Jehová-Alá se apiadó de la edénica soledad de Adán y que la solucionó enviándole a Eva, la camarera. La sabiduría convencional (¿) dicta que la soledad es una maldición, madre de la tristeza -IB estaba triste porque estaba solo. No obstante, en la modernidad occidental, es una idea fuerte que puede haber soledad en medio de la multitud. Lo demostrarían los mentalmente-no-tan-prósperos escandinavos y todos esos Estados que estudian la creación de Ministerios de la Soledad. Y, por supuesto, los enfermos mentales.

Pero no olvidemos a los presos, particularmente los que han sido aherrojados al régimen FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento), una cárcel de aislamiento/extermino dentro de la cárcel, establecido en 1991 y aplicado con sadismo desde 1996. En cuanto a nuestra experiencia personal, podemos añadir que, en el hacinamiento de la Tercera galería de la cárcel de Carabanchel, existió un preso que hoy se calificaría como coprófago pues metía el rancho en el tigre (poceta) y lo devoraba cuando estaba lo que entendía como suficientemente pútrido. La dirección de Prisiones nunca le calificó como psicópata. Nadie le oyó una sola palabra, ni siquiera quien suscribe que, por ser vecino suyo, lo intentaba de tarde en tarde. Sin querer queriendo, el Estado, garante de la cohesión social, crea la peor de las soledades -la involuntaria.

Tristeza

Obviamente, en el tópico de la tristeza indígena el libro más famoso es el Tristes tropiques de Lévi-Strauss, 1955 –que usa una sola vez el término tristesse y cuyas referencias (poco) aproximadas son del estilo “Les petits Nambikwara ignorent les jeux” (p. 355) El caso es que, en el mundo amerindio, la evidencia de la derrota coexiste con la alegría de la supervivencia como nos recuerda don Claudio en el citado libro en múltiples ocasiones: “Dans un désordre joyeux, les indigénes ont le sentiment de jouer avec les les morts et de gagner sur eux le droit de rester en vie”. Pero, sin duda, es más frecuente que los estudiosos del planeta amerindio narren su tristeza ‘étnica’ antes que sus resistencias lúdicas (para fiestas, cf. Pérez, Antonio.2001. “Trópicos no tan tristes”, en Divertimentos de invierno, J.A. González Alcantud (ed.), sp, Diputación de Granada) Vayamos por países:

En cuanto a la Invasión de México-Nueva España, un autor que ha publicado en España ensayos sobre la comunicación y el zapatismo sublevado nos asegura que la “desolación psicosocial [novohispana]quedaría plasmada en no pocos icnocuícatl, o cantos tristes, que fueron escritos por indígenas sobrevivientes a la Conquista, donde queda latente un trauma histórico que construiría imaginarios de representación indígena –i.e. el “indio” nostálgico al que se le hurtó su jerarquía histórica- donde la derrota definiría la tristeza y desolación con la que han sido determinados en la discursividad nacional mexicana.” (cf. Salvador Leetoy. S/d. La Visión de los vencidos y la Brevissima relación: Trauma y denuncia en la construcción del sujeto indígena en México)

Por otra parte, la retirada cortesiana de Tenochtitlan o Noche Triste es evidentemente la referencia (occidental) más llamativa. Comentando una novela de F. Sherwood publicada en 2006 que destaca la importancia de Malintzin (Marina, “forte, corajosa e inteligente”) y de su amiga Cuy, una filóloga brasileña escribe sobre “temas como escravidão, dominação, violência, sexo, prostituição, guerreiras amazonas, amor conjugal, casamento, gravidez e maternidade” “Fazia parte da conquista: o estupro, a pilhagem, o direito a todas, os rituais de posse”. En otras palabras, un gineceo tristísimo (cf. Susane Rodrigues de Oliveira. 2011. “A Noite Triste: representaçoes de mulheres indígenas na literatura histórica sobre a conquista dos Asteca”; en Revista Territórios & Fronteiras, 5: 1; Cuiabá, https://doi.org/10.22228/rt-f.v4i2.105 )

Si observamos el Ande etnohistórico, encontramos la ponzoñosa huella de la Psiquiatría mutada en pre-psicología terrorista. Hace un siglo, unos psiquiatras peruanos caucionaron el racismo; para esta ascendente caterva, los indígenas contemporáneos eran restos arqueológicos del antiguo imperio inca, ruinas en proceso de degeneración. Uno dellos, el reputado Valdizán (1885-1929), cuyo trabajo es definido como “folklor psiquiátrico”, una etiqueta que hoy no sabríamos decir si era más psiquiátrica que folklórica –en el actual sentido despreciativo de la palabra. Para este cuasi fundador de la psiquiatría peruana, ‘una característica central del alma indígena es su naturaleza “impenetrable” debido a su intrínseca melancolía’; consecuentemente, “los indios vivían en un estado de tristeza profunda” y Valdizán se aplica a psicoanalizarlos “escudriñando con benedictina prolijidad en el avispero de las creencias de esa masa” y dictaminando que, junto con los negros, ”son las razas menos civilizadas y las que con menor intensidad deben sufrir las acciones nocivas del ambiente” –se refiere a los burdeles. Y todo lo resume con una alusión musical: “La depresión es nota dominante en el indio alienado y es tan íntima que aun hace vida intensa en el mundo misterioso de la subconsciencia… puede observarse en el indio, en algunos casos, la tristeza enorme de la lamentación de la quena” (cf. Andres Ríos Molina. 2022. “Indígenas tristes y degenerados: la mirada psiquiátrica de Hermilio Valdizán sobre la diferencia racial en Perú, 1910-1925”; en História, Ciências, Saúde–Manguinhos, v.29, Rio de Janeiro; http://dx.doi.org/10.1590/S0104-59702022000300002)

Y un detalle en las antípodas de Europa: Como era de esperar, comparados con la población general, los indígenas australianos apenas relatan períodos de felicidad pero sí abundantes períodos de tristeza. Por otro lado, sus expresiones de felicidad aumentan en razón directa a sus vivencias en zonas alejadas del mundanal ruido. Dada su lejanía del mundo indígena pero obligados por la rampante cuantificación, algunos sociólogos cayeron en unas estadísticas punto menos que imposibles (cf. Nicholas Biddle. 2013. “Measuring and Analysing the Wellbeing of Australia’s Indigenous Population”, en Soc Indic Res; DOI 10.1007/s11205-013-0317-8 )

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