Tupac Amaru II, el rebelde inca

Por Daniel Alberto Chiarenza
Túpac Amaru II (José Gabriel Condorcanqui): sensibilidad, odio a la injusticia y sentido de pertenencia a la dinastía de los incas
19 de marzo de 1738: nacimiento de Túpac Amaru II
En Surimana, corregimiento (provincia) de Tinta, a una altura de cuatro mil metros sobre el nivel del mar nació José Gabriel Túpac Amaru, descendiente por línea materna del despojado inca cuyo nombre -y no Condorcanqui, el paterno- usaron siempre él y su familia. Esto más que una reivindicación étnica es un grito de guerra anhelante de la posible liberación. Túpac Amaru II, hijo de Miguel Condorcanqui y de Rosa Noguera. Huérfano de madre y padre siendo niño, lo cual debe haber sido sentido por el pequeño como una injusticia, predisponiéndolo a esa característica de rebeldía que será un estigma en su vida. El sentido de injusticia no se desarrolla en todos los hombres de la misma manera; es decir no hay un automatismo entre injusticia y rebeldía. Primero nos tenemos que encontrar con alguien excepcional y, segundo, ese alguien debe representar el anhelo de multitudes que se encuentran degradadas en la servidumbre. Aunque los tíos de Túpac, Marcos Condorcanqui y José Noguera, fueron excelentes tutores, procurándole al sobrino la mejor educación posible en su circunstancia. Hasta los doce años fueron maestros de Túpac Amaru, el Dr. Antonio López de Sosa, cura de Pampamarca y hombre medianamente educado; y el doctor Carlos Rodríguez de Ávila, cura de Yanaoca. Evidentemente quisieron darle una orientación religiosa católica a su formación integral.

En 1751, por primera vez, Túpac Amaru ve a la capital imperial de sus antepasados, Cuzco, ubicada en un hermoso altiplano de 3.400 metros de altura en los Andes Centrales. De la tradición popular escuchó, de ese lugar en el mundo, maravillosos relatos, cantos, mitos y leyendas. Frente a Cuzco no puede menos que sentirse triste al ver con la desidia que tomaron todo los conquistadores hispanos: donde antes se levantaba el palacio llamado de Viracocha -el legendario fundador del Tawantinsuyu- había ahora la catedral católica; el templo del sol, el más venerado santuario autóctono, estaba transformado en convento de dominicos; el palacio de Huaina Cápac, padre de Atahualpa y Huáscar, período en el cual se produjo la conquista pizarrista, estaba transformado en convento de los jesuitas. Un proceso de aculturación llevado adelante con el máximo desprecio por los valores autóctonos y sobre los mismos cimientos de las ciclópeas construcciones de piedra encastrada, queriendo demostrar, el conquistador, la superioridad “cultural”.
Pronto el joven fue vuelto a la realidad desde su ancestral ensoñación y su tutor le recordó la urgencia de presentarse en San Francisco de Borja, colegio regenteado por la orden de San Ignacio. Allí quedó matriculado Túpac Amaru y se hizo cargo de él el padre rector, quien le enseñó el lugar que durante seis años sería su alojamiento. Le indicó también la indumentaria que debía vestir en adelante: capa corta, pantalón y camiseta de color verde de paño, sombrero negro, calzado –obligatorio, para diferenciar a los indios nobles de sus súbditos- y, una banda de tafetán carmesí de Castilla. El cabello debían llevarlo los colegiales hasta los hombros, para no ser confundidos con cualquier aborigen.
Túpac Amaru se formó en un ambiente impregnado de nostalgia por el antiguo esplendor incaico y por el rechazo al dominio colonial. Ésta era la atmósfera familiar y comunal que aspiró; pero no era esperable que tomara la osada decisión de sublevarse contra el poder español con el fin de establecer una monarquía propia.
Tuvo motivos personales y generales para meterse en semejante rebeldía: la tentativa de desposeerlo de su cacicazgo y del título incaico al que estaba unido, la prepotencia de los funcionarios coloniales aun en relación a él que era descendiente directo de los antiguos monarcas del país, la degradante condición de sus congéneres, las ideas igualitarias de la época. Pero también hay que buscar las causas en la personalidad de Túpac Amaru, caracterizada por su gran sensibilidad, el odio a las injusticias y por un exagerado sentido de su importancia como descendiente de los incas.
“Atado al potro del suplicio, yace desnudo, ensangrentado, Túpac Amaru. La cámara de torturas de la cárcel de Cuzco es penumbrosa y de techo bajo. Un chorro de luz cae sobre el jefe rebelde, luz violenta, golpeadora. José Antonio de Areche luce ruluda peluca y uniforme militar de gala. Areche, representante del rey de España, comandante general del ejército y juez supremo, está sentado junto a la manivela. Cuando la hace girar, una nueva vuelta de cuerda atormenta los brazos y las piernas de Túpac Amaru y se escuchan entonces gemidos ahogados”.
“Túpac Amaru [en diálogo con Areche] (Alzando a duras penas la cabeza, abre los ojos y habla por fin) –Aquí no hay más cómplices que tú y yo. Tú por opresor y yo por liberador, merecemos la muerte”. Eduardo Galeano: Memoria del Fuego II. Las Caras y las Máscaras. Argentina, Ed. Siglo XXI, 1988.
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