Turismo alternativo en Valencia: de la ruta del desastre a los brotes sociales
Hasta ahora, habían propuesto el turismo del desastre. Valencia, como la Sarajevo posbélica, la Berlín nazi o la Nueva York tras el 11-S, tuvo su ruta de la tragedia, en este caso el despilfarro. Ahora, se ha querido ir más allá, superar esta fase y desvincular el nombre de la ciudad a los casos de corrupción, al Tribunal Superior de Justicia, a la administración opaca, a la burbuja inmobiliaria. Hay otra Valencia y esa otra cara es lo que la iniciativa ciudadana, La Ruta de Valencia en positivo, busca hacer ver a la sociedad a través de una excursión matutina.
Más de 50 personas, un autobús y tres barrios por descubrir. Esa es la propuesta. Miguel Ángel Ferris es uno de los promotores de la idea que busca hablar de esa ciudad que quiere “sobreponerse a la herencia negra de dos decenios de decadencia social y cultural”.
La idea pretende dar a conocer las iniciativas que están surgiendo al calor de la crisis económica y que apuestan por un nuevo modelo social y económico y una mayor participación ciudadana. Los turistas, la mayoría residentes en Valencia y previo pago de ocho euros, se embarcan en un viaje de casi cinco horas que les cambia la perspectiva hacia una ciudad que despierta y se resiste a morir asfixiada por la mala gestión de unos y otros.
Barrio del Carmen
La visita se inicia en Les Corts Valencianes, a las puertas del barrio de El Carmen, el casco antiguo de la ciudad. Allí, Miguel Ángel, megáfono en mano, apela al “futuro cambio político”. “Los movimientos sociales tienen que poner encima de la mesa sus reivindicaciones. Esto [señalando al parlamento valenciano] debe volver a ser el Ágora”, reivindica. Sus palabra encuentran las señas de aprobación de los participantes de la visita.
La ruta continúa de la mano de Miguel Wiergo, de la Asociación de Vecinos del Carmen. Él narra la historia del barrio, de sus plazas, de cómo por sus serpenteantes calles circulaban carros camino del mercado. Y de la lucha vecinal, aquella que busca recuperar los orígenes de la ciudad como la descuidada muralla árabe o la torre de la misma época oculta entre la maleza. “Buscamos romper el muro del silencio y la complicidad”, resume Wiergo.
A continuación, los turistas se dirigen al Centro Excursionista, un local rehabilitado y sobre el que pesa la amenaza de desahucio si Bankia no renegocia los 300.000 euros que deben los propietarios. Todo ello, sin ayudas públicas. El Centro tiene más de 60 años de vida y está más fuerte que nunca. “Los jueces no podrán liquidar la voluntad de las personas”, reivindican sus responsables.
Más joven es la siguiente iniciativa, los conocidos como Solares de la calle Corona. En pleno centro histórico, hace dos años que los vecinos han recuperado un solar. Lo han limpiado y allí se celebran actos puntuales. Hay un pequeño huerto y los martes se transforma en un parque infantil para los más pequeños. El propietario se lo cede, bajo un convenio firmado, de forma indefinida, hasta que se construya en el solar o se venda. Por ahora, el solar es propiedad del barrio.
A unas manzanas, una terraza en el cuarto piso acoge un pequeño huerto. Allí, diferentes personas trabajan y comparten alimentos. Un espacio de tranquilidad en el corazón de la ciudad. Es una zona de consumo sostenible y creativo. Los participantes en la ruta ya están entregados a la iniciativa, se suceden las preguntas, las señales de sorpresa, las ideas.
Benimaclet
Ya son más de las 12.00 horas y, con el retraso acumulado, el autobús turístico llega a Benimaclet. La primera parada es la que más asombra a los visitantes: los huertos urbanos. Allá donde se encontraba una masía del siglo XVIII, hay ahora 60 parcelas para autoconsumo que cultivan vecinos del barrio y distintos colectivos.
Pero llegar hasta allí no fue fácil. Los huertos que se levantan ahora en el barrio eran parte de un proyecto urbanizador de 289.000 metros cuadrados. La crisis inmobiliaria llegó y se llevó con ella este tipo de proyectos. El enorme solar se lo quedó el BBVA, que renunció a edificar y a hacer la zona verde en el lugar acordado. Tras varios meses de peleas constantes entre vecinos y la entidad bancaria, se consiguió que el Ayuntamiento intercediese y se lograron crear esas parcelas que hoy están llenas de alcachofas, lechugas, habas, judías… Todo para el autoconsumo y cultivado de forma ecológica. Y con el agua de la acequia de Mestalla.
Tras la visita a los huertos urbanos, toca parada en el Kaf Café. Este peculiar bar literario es uno de los centros de peregrinaje poéticos de la ciudad. Recitales de poesía, conciertos, presentaciones de libro y otras actividades son cotidianas desde que hace 3 años se puso en funcionamiento. Sebas, uno de sus dueños, uruguayo y poeta, lanza una advertencia a los presentes sobre los libros que hay por todo el local, “no están como adorno, funcionamos como biblioteca, así que si quieren llevarse alguno”.
Junto al Kaf, se encuentran el Centre Instructiu Musical (una organización con más de 500 miembros), la televisión del barrio (www.magacim.com), con una gran participación de niños, o el Proyecto Nitua, con su escuela popular de economía. Allí se aprende “a gestionar la economía doméstica y a tener los elementos de juicio para entender la que se nos cae encima”, explica Raúl Contreras, uno de sus responsables.
Russafa
La última parada es Russafa, el barrio más multicultural de la ciudad. Allí se presenta la iniciativa De armario a armario. Se trata de un trueque de ropa. Se selecciona un local y los participantes cambian la ropa. En la iniciativa participan diseñadores gráficos, ilustradores, estilistas, fotógrafos, un DJ, hay vino, comida (cupcakes)… El funcionamiento de este nuevo concepto de economía alternativa se basa en un sistema de puntos, cada prenda tiene una puntuación asociada, no es lo mismo una camiseta que un abrigo y se etiquetan con precios por esos puntos. Las de marca valen el doble. Y la ropa nueva tiene un plus también. Participar solo cuesta 5 euros, pero da derecho a un vino y un dulce.
Los responsables de este trueque presentan su propuesta en la sede de Color Elefante. Se trata de una asociación cultural que dinamizó hace 12 años la vida cultural de un barrio donde proliferan los talleres y las galerías de arte.
La experiencia continúa en Jarit, vocablo que significa “amigo” en senegalés. Se trata de una asociación que trabaja en tres ámbitos, en la acción social (apoyando y colaborando con los inmigrantes), el área de cooperación y la educación para el desarrollo. En el barrio han presentado iniciativas como el festival intercultural o el carnaval solidario.
La ruta termina en una librería-cafetería, Ubik Café. Los improvisados turistas están satisfechos. “Lo mejor han sido los huertos”, “cuántas cosas se están haciendo” o “no todo está perdido”, son algunas de las frases que se escuchan. Todos han conocido la otra Valencia, aquella que repudia la corrupción y que despierta día a día. El sábado que viene se volverá a repetir.
* Publicado en “La Marea”