Un 16 de junio frio y algo lluvioso
… y el cuadro se pierde en aquel atardecer de iniciarme en sensaciones y palabras nuevas. Sin desafiar a los dioses del ‘yo me acuerdo’, el jueves dieciseis de junio de 1955 en Escalada la bruma se hizo llovizna y por ahí la Gómez entró a la oficina de Facturas gritando ‘vamos todos a defender a Perón que los uruguayos están bombardeando la CGT’.
Y esa misma mujer flaca y de pelo desteñido nos arengó en resistir la invasión uruguaya, ‘que si no fuera por nosotros esos bosta de paloma se morirían de hambre’. Pero antes de volver a gritar ‘los gorilas quieren matar al General’ entró uno de sus hermanos y de un brazo la sacó al pasillo. La Gómez trabajaba en Proveedores del Roca y era hermana menor de los mellizos Gómez, – uno Jefe de Pormenores y el otro de Abastecimientos- y en Escalada se los nombraba Patatín y Patatán. En la casa de Patatán funcionaba una Unidad Básica y fanáticos de Talleres y de Perón, al irse ellos de nuestra oficina . comentamos el asunto ordenando los escritorios y mirando por una ventana el espectáculo de la vía. Ahí nomás, tras unos paraísos más algún sauce transcurrían los trenes y el Rápido a Mar del Plata; ese orgullo del ferrocarril Roca con vagones de aluminio y los pasajeros exhibidos detrás de una vitrina. Allí se viajaba atendidos por una azafata que sabía inglés y una de las primeras en esa tarea había sido la miss Coleman, que al cumplir treinta años de edad recaló en nuestra oficina y allí me enseñó a combinar la ropa. ‘Con el verde no combinan azul ni marrón, green with Blue or Brown is Down’ me sonreía; y mi jefe el señor Amavet y los demás turros me cargaban. Si la Coleman, veterana de reñidas batallas me hablaba bien y yo la atendía con educación ‘ tenés media carrera ganada, pibe’, me animaba Losada el de Cómputos.
Y al acercarme a su escritorio al llegar el café, ella solía hojear una revista y única mujer de fumar en la oficina, a veces se la veía distante. Aunque un día al mostrarle lo que escribí cuando una novia me adelantó ‘es hora de no vernos más’, la Coleman que vivía sola, tenía un gato y a veces al mirarme se acomodaba los anteojos, me confió ‘ella es una chica trivial. Me parece que no es para usted’ .. Al fin ese 16 de junio ninguno de la oficina salió hacia Plaza de Mayo que era lejos y el señor Albónico enchufó Radio Colonia de Uruguay. Pronto supimos que unos aviones de la Marina al bombardear Plaza de Mayo con la pretensión de matar a Perón le habían embocado una bomba a un trolebús donde viajaban los pibes de un colegio, y allí alguien gritó ‘Nuestra Aviación Naval, la puta que la parió’. Y tras un ilencio pesado volvió el barullo cuando Bonetti, el operador de la Burroughs siempre de corbata colorinche se quejó ‘a mí la política no me da de comer’, insinuación para ir descolgando del perchero los sobretodos y sin apuro bajar por la escalinata de mármol.
Así cuando cada uno para su casa, la señorita Coleman me habló por lo bajo al irse y yo junto al señor Amavet y el grandote Luciani nos fuimos charlando por el veredón de brea a cruzar las vías hacia la avenida Pavón; por el Caminito del Toro que cada noche se llenaba de parejas a mimarse contra la ligustrina. Delante de nosotros iban los Gómez consolando a la hermana que lloraba y amenazaba a quien no diera la vida por Perón, y el señor Amavet que ese día me resultó bastante socialista en confianza me explicó que cada día a Perón le costaba más seguir siendo peronista y que el problema era muy serio. En tanto si la Iglesia atacaba al gobierno que le ‘desobedeciera’ al entregar un carnet laboral a las prostitutas y además pensaba ampliar la ley de divorcio, él se sonrió al repetirme ‘cunado un gobierno le desobedece la iglesia reacciona así’… Además caminando hacia la avenida Pavón el señor Amavet nos dijo algo de empresarios con más sindicalistas repitiendo la de Unitarios y Federales; ‘ pero esta vez todos en la misma bolsa’ y se me ocurre que ahí me guiñó un ojo.
Unos pasos delante de nosotros seguía la de Gómez desbocada en gritar que en Corpus Christy ‘estos chupacirios quemaron una bandera argentina insultando la memoria de Evita’, y los hermanos otra vez a calmarla. Al llegar a la avenida vimos pasar a unos muchachos vitoreando desde un camión y uno sobre el techo revoleaba un cacho de banana como si empuñara el sable de San Martín. Imagen que también vería miss Coleman que aguardaba cruzando la avenida. Mucho más tarde me enteraría que hubo otras bombas contra la Casa de Gobierno, que en la Plaza de Mayo los muertos serían más de doscientos y que el primero de ellos, – siempre hay uno- resultaría un linotipista con delantal azul que cruzaba la plaza y lo hicieron cadáver desde el cielo. Las radios oficiales culpaban de todo al almirante Toranzo Calderón y a un tal Gargiulo, que al fin se metiera un tiro en el marote, y también que en ese anochecer los peronistas o no se supo quien incendiaron dos o tres iglesias. No me acuerdo si Perón esa vez habló por radio pero que el viernes no trabajamos y el sábado ya tuvimos fútbol; y la gente disimulaba tras un silencio que sumaba la inquietud de todos.
Por ahí también el chusmerío barrial se ocuparía del grandote Luciani, quien al llegar antes a su casa y sorprender a su mujer muy asustada y a medio vestir, de puro celoso casi le quiebra el pescuezo. Muy buen libreto para que el barrio discutiera si el retorno adelantado de Luciani ocurrió por culpa de Perón o de la oligarquía sublevada, vaya uno a saber… De todas maneras el cuadro de aquel atardecer se pierde íntegramente en la habitación de la señorita Coleman; con su sabedora ternura para separar inocencias y misterios al descubrirnos adheridos a sensaciones y palabras nuevas. Esas que ella entonces me enseñaría a deletrear y hoy ambulan con su nombre en esta ráfaga de memoria amotinada.